¡®Los Bridgerton¡¯, lo nuevo de Shonda Rhimes en Netflix: Orgullo y prejuicio y sensibilidad
La creadora se estrena en la madre de todas plataformas con un giro posracial a la cl¨¢sica trama nupcial de la literatura inglesa del XIX
En agosto de 2017, Shonda Rhimes (Chicago, 50 a?os) vendi¨® su alma a Netflix. Lo que en su caso quiere decir que vendi¨® Shondaland, ese peculiar territorio ¡ªliteralmente, El mundo de Shonda¡ª que inaugur¨® la inolvidable Anatom¨ªa de Grey, todo un fen¨®meno preplataformas que redescubri¨® las posibilidades de las series ambientadas en hospitales. Desde entonces no hab¨ªa hecho otra cosa que acumular proyectos ¨Cse dice que trabaja en hasta ocho producciones distintas, y que al menos tiene otras cuatro en mente¨C y asegurar que lo primero que iba a firmar ser¨ªa Inventing Anna, una serie basada en la historia de Anna Sorokin, una jovenc¨ªsima estafadora rusa que fingi¨® ser una rica heredera alemana en la Nueva York de mediados de la d¨¦cada pasada.
Entonces, ?qu¨¦ es Los Bridgerton, el anacr¨®nico dramedy de ¨¦poca que lleva su sello y que pretende saciar, de una burdamente ?o?a manera, la sed de desventuras en palacio que puede haber abierto la cuarta temporada de The Crown? Pues nada menos que el primero de esos al menos 12 proyectos en los que ha estado trabajando desde que forma parte de la familia Netflix. Ha puesto Rhimes al frente a uno de sus hombres de confianza, Chris Van Dusen. Van Dusen form¨® parte del equipo de guionistas de Anatom¨ªa de Grey durante casi una d¨¦cada, y tambi¨¦n fue clave en Scandal. Lo que ocurri¨® fue que ¨¦ste le dijo que quer¨ªa hacer algo distinto y ella le pas¨® una de las novelas de Julia Quinn en las que se basa Los Bridgerton, y ¨¦l, dice, se enamor¨® perdidamente de la historia.
?Por qu¨¦? Porque combina a la perfecci¨®n, dice, fantas¨ªa y drama hist¨®rico. Aunque no una fantas¨ªa real sino una sobre un tiempo en que lo ¨²nico que parece importar ¨Cal menos, entre aquellos que pueden permitirse vestidos a juego con sus ostentosos collares de gigantescos diamantes¨C eran los bailes; esa suerte de mercado de la carne en los que exponer a hijas y hermanas como se expondr¨ªan peque?os tesoros deseosos de acabar en alguna otra parte que no fuese su casa. Primero, claro, se busca la aprobaci¨®n de la reina ¨Cporque hay una reina¨C y luego debe estarse a la altura de lo que sea que de ti haya dicho. Por eso Daphne Bridgerton (una limitada Phoebe Dynevor) preferir¨ªa no ser Daphne Bridgerton.
Y es que a la reina le ha parecido la chica con m¨¢s posibilidades de encontrar un buen partido de la temporada, pero a su hermano ninguno de sus pretendientes le parece lo suficientemente bueno para ella, devolviendo por momentos a la televisi¨®n a un tiempo en el que solo exist¨ªan esa clase de personajes, la clase de personajes masculinos que coartan cualquier libertad femenina. As¨ª que Daphne no solo tiene que soportar la p¨¦rdida de todo control sobre su propia vida, sino tambi¨¦n la idea de decepcionar a la mism¨ªsima reina y con ella, a toda la ¨Cenormemente c¨ªnica¨C comunidad que la rodea, la cual le sirve en una inmaculadamente forzada bandeja un impostado romance con un deseado duque que lo que menos desea es casarse.
As¨ª, se firman l¨ªneas de di¨¢logo que nada tienen de ir¨®nicas, l¨ªneas que rezan anacronismos de cuentos de hadas no intervenidos como ¡°cuando eres mujer, tu vida se reduce a un instante¡±, o bien, la a¨²n m¨¢s salvajemente cristalina ¡°si no encuentro marido, no valdr¨¦ nada¡±, reduciendo cualquier intenci¨®n cr¨ªtica a la m¨ªnima expresi¨®n. Es, en ese sentido, un producto de otra ¨¦poca, y no ¨²nicamente porque est¨¦ narrado por Julie Andrews. Precisamente, el personaje que m¨¢s interesante resulta es aquel al que da voz: el de la misteriosa escritora, una tal Lady Whistledown, que relata lo que ocurre en tan peque?a comunidad de arp¨ªas. Lo hace en una suerte de primitiva revista del coraz¨®n, octavillas repletas de chismes que no dejan t¨ªtere con cabeza.
La simpleza con la que se dibujan los personajes, que ni siquiera aspiran al arquetipo, anula las posibilidades del elenco de brillar de ninguna de las maneras. Ah¨ª, entre ellos, est¨¢, sin ir m¨¢s lejos, Nicola Coughlan, que debut¨® con un papel potent¨ªsimo (el de la torpe e ingenua Clare) en Derry Girls y que aqu¨ª pasa tan esplendorosamente desapercibida como el resto, porque no hay apenas diferencias entre, en su caso, las hermanas Featherington. Lo que sabemos, por la ferocidad con la que entrecierra los ojos la madre de las chicas, es que son mal¨ªsimas, porque as¨ª funcionan las cosas en el universo Van Dusen-Rhimes, sin m¨¢s matiz que el est¨¢s conmigo o contra m¨ª de un tiempo pasado (sin matices) que por fortuna pas¨®.
Que Los Bridgerton se ambiente en el periodo de la Regencia, esto es, principios del XIX, no justifica un punto de vista tan inconcebiblemente encorsetado ¨Cen todos los sentidos, y especialmente en el de g¨¦nero¨C en pleno siglo XXI. Un punto de vista rendido a una trama prefabricada ¨Cla m¨¢s que probable historia de amor que ninguno de los protagonistas busca pero que resultar¨¢ inevitable ¨Cque quiz¨¢ crea estar rizando alg¨²n tipo de rizo¨C el del fake verdadero ¨Cque tal vez lo fuera en un universo paralelo en el que todo era a¨²n blanco o negro, pero no en este. Visto as¨ª, tal vez ha sido Netflix la que ha vendido su alma a Rhimes sin saberlo.
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