Auge y ca¨ªda de la m¨²sica disco: por la pista de baile hacia la libertad
En los duros a?os setenta hab¨ªa ganas de bailar. El documental ¡®M¨²sica disco: historia de una revoluci¨®n¡¯, narra c¨®mo el g¨¦nero surge en los m¨¢rgenes, con las mujeres negras y los gais en primera fila, y c¨®mo acaba devorado por su propio ¨¦xito
Los setenta eran a?os duros: cuando por fin terminaba la guerra del Vietnam, empezaba la crisis del petr¨®leo. Despu¨¦s de la agitaci¨®n de 1968, se hab¨ªa impuesto una reacci¨®n conservadora: en EE UU mandaba Nixon hasta el esc¨¢ndalo del Watergate. La segregaci¨®n racial hab¨ªa terminado en el pa¨ªs solo sobre el papel: afroamericanos y latinos segu¨ªan sinti¨¦ndose ciudadanos de segunda. ...
Los setenta eran a?os duros: cuando por fin terminaba la guerra del Vietnam, empezaba la crisis del petr¨®leo. Despu¨¦s de la agitaci¨®n de 1968, se hab¨ªa impuesto una reacci¨®n conservadora: en EE UU mandaba Nixon hasta el esc¨¢ndalo del Watergate. La segregaci¨®n racial hab¨ªa terminado en el pa¨ªs solo sobre el papel: afroamericanos y latinos segu¨ªan sinti¨¦ndose ciudadanos de segunda. La revuelta de Stonewall, en Nueva York, hab¨ªa sacado a la luz a la comunidad LGTBI, cuando a¨²n no se la llamaba as¨ª, pero ning¨²n local de ambiente quer¨ªa ser el siguiente en ser se?alado y todos buscaban la discreci¨®n. Al p¨²blico gay se le ped¨ªa que no bailara: eso llamar¨ªa la atenci¨®n sobre ellos.
En ese contexto, empez¨® a aparecer en los m¨¢rgenes de las grandes ciudades norteamericanas un movimiento de pistas de baile que dar¨ªa lugar a la m¨²sica disco. Y, pese a que su imagen est¨¢ asociada a la frivolidad y al hedonismo, puede verse como un fen¨®meno cultural de fuerte calado pol¨ªtico. As¨ª lo sostiene la serie documental de la BBC M¨²sica disco: historia de una revoluci¨®n, en tres cap¨ªtulos, que ha estrenado Movistar+. El relato resulta convincente, e incluye buen material de archivo, el contexto social y las voces de los protagonistas de ese tiempo.
Eran a?os duros, s¨ª, y hab¨ªa muchas ganas de bailar, sobre todo en los colectivos m¨¢s discriminados. Uno de los espacios conquistados para la libertad fue la pista de baile, no porque la gente se manifestara ah¨ª como es, no, sino porque se mostraban como quer¨ªan ser vistos. Con lentejuelas, con peinados afro, con plataformas, disfrazados, semidesnudos o travestidos. Y eso fue liberador. La disco naci¨® de otras m¨²sicas negras (el soul, el rhythm and blues, el funk) y se propag¨® r¨¢pidamente en locales frecuentados por homosexuales. Las discotecas eran un oasis de diversidad racial y sexual. Hasta el punto de que las mujeres trans y las drag queens no solo eran admitidas en ciertas fiestas, sino que llegaban a ser muy demandadas.
La corriente fue adem¨¢s un ingrediente de la revoluci¨®n feminista, encabezado en particular por las mujeres negras, que se ve¨ªan como el ¨²ltimo escal¨®n de la sociedad: algunas llegaron a ser estrellas tan grandes como Gloria Gaynor y Donna Summer, o casi tanto Patti Labelle, Candi Staton, Thelma Houston o Anita Ward. Ellas lanzaron himnos como I Will Survive, Don¡¯t Leave Me This Way, Never Can Say Goodbye o Love to Love You Baby, que conten¨ªan mensajes muy expl¨ªcitos de orgullo y reivindicaci¨®n de la diferencia, hoy dir¨ªamos empoderamiento. Y que siguen siendo muy pinchados.
Las primeras discotecas de este estilo aparecen en s¨®tanos de bares y en espacios abandonados (naves industriales o un viejo cuartel de bomberos) de Nueva York. The Loft y The Gallery eran algunos de esos lugares donde emergieron los dj y las luces rebotaban en las bolas de espejos; las fiestas masivas tomaron la cercana Fire Island y m¨¢s tarde surgieron Studio 54, con sus kilom¨¦tricas colas para acceder, y Paradise Garage. El fen¨®meno trascendi¨® r¨¢pidamente la Gran Manzana y lleg¨® a Filadelfia (con su propia versi¨®n: el Philadelphia Sound), Miami, Detroit o, muy en especial, Chicago. Los dj dejan de ser pinchadiscos y se convierten en creadores con sus mezclas. Algunos nombres m¨ªticos: Larry Levan, David Mancuso, Nicky Siano o Frankie Knuckles. El baile ya es mucho m¨¢s, es toda una experiencia.
El documental explica bien el auge y ca¨ªda de esta cultura que pas¨® de lo underground a lo mainstream. En la segunda mitad de los setenta, las radios se rindieron al fen¨®meno, como las listas de ¨¦xitos y premios como los Grammy, y en gimnasios y academias se daban clases de baile a un p¨²blico ansioso de quedar bien en las pistas. La pel¨ªcula Saturday Night Fever, de 1977, es el punto de inflexi¨®n para llegar a todos los p¨²blicos, con John Travolta (blanco, heterosexual) como bandera y la m¨²sica de los Bee Gees. Otra referencia son los Village People: reclutados por un productor (¡°Se buscan tipos machos y con bigote¡±), con una est¨¦tica que parodiaba los estereotipos sobre los gais (aunque su cantante, Victor Willis, no lo era). El documental se centra demasiado en la escena de EE UU y apenas menciona a artistas europeos como Abba o Boney M. que tuvieron un impacto similar al otro lado del Atl¨¢ntico.
Tanto triunf¨® la m¨²sica disco que, se cuenta, fue muriendo de ¨¦xito. Las discogr¨¢ficas compet¨ªan ferozmente por el siguiente bombazo, con artistas de usar y tirar; se multiplic¨® la producci¨®n de canciones carentes de originalidad que se emit¨ªan incluso en programas infantiles; figuras del rock como los Stones, Queen o Rod Stewart hicieron incursiones en el g¨¦nero. Pero se produjo entonces una furibunda reacci¨®n dentro del grupo social dominante en EE UU, los hombres blancos heterosexuales, con el lema ¡°Disco Sucks¡± (la m¨²sica disco apesta). Animaron esa revuelta locutores de radio como Steve Dahl, que pinchaban rock y se vieron desplazados, y alcanz¨® tal magnitud que, en el intermedio de un partido de b¨¦isbol de los White Sox de Chicago en 1979, se celebr¨® en el abarrotado estadio un aut¨¦ntico aquelarre en el que se destruyeron miles de vinilos del g¨¦nero. Fue la Disco Demolition Night, y el odio a esta m¨²sica (impregnado de racismo y homofobia) se escenific¨® en los alrededores del recinto hasta bien entrada la madrugada.
Eso no ten¨ªa por qu¨¦ ser el fin. La puntilla la dio la terrible irrupci¨®n del sida a comienzos de los ochenta, cuando era llamado el ¡°c¨¢ncer gay¡±. No solo caus¨® muchas muertes (incluida la de muchos de los dj), sino la estigmatizaci¨®n de los homosexuales, con los que ya no quer¨ªan bailar los dem¨¢s. Las radios y discogr¨¢ficas apostaron entonces por otros g¨¦neros, cuando despuntaba la New Wave. La m¨²sica de baile, que luego adoptar¨ªa la etiqueta dance, no muri¨®, pero volvi¨® a los m¨¢rgenes, donde se cre¨® el house, por Knuckles en el club Warehouse de Chicago, y se incubaba la cultura rave. Toda la m¨²sica electr¨®nica que ha venido despu¨¦s y buena parte del pop, todo lo que a¨²n bailamos, est¨¢ en deuda con esas divas, esos dj y esas pistas abarrotadas de gente tan diversa que cambiaron las noches (y los d¨ªas) de los duros a?os setenta.
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