El dif¨ªcil equilibrio de las mujeres deliveristas de Nueva York en un trabajo mayoritariamente de hombres
Las trabajadoras inmigrantes de reparto se enfrentan a retos ¨²nicos al intentar cubrir la responsabilidad con sus familias con las exigencias de un trabajo de riesgo y sin protecciones laborales
El cliente abri¨® la puerta, recibi¨® el delivery y escane¨® el cuerpo de la deliverista Marleny Chumil, cubierto con capas de ropa negra y un casco que le escond¨ªa su cabello largo. Por m¨¢s que insisti¨®, ella rechaz¨® entrar en su casa. Chumil record¨® a sus tres hijos, baj¨® del edificio y bloque¨® ese momento. No se lo cont¨® a nadie. ¡°?Qu¨¦ voy a andar reportando? A veces como mujer migrante no toman en cuenta tu palabra, no tienes valor¡±, dice la guatemalteca de 27 a?os residente de Brooklyn.
Chumil aprieta sus manos de forma nerviosa al contar esa noche de trabajo. Se le aguan los ojos, pero no llora. A su hijo de 5 a?os, William, sentado a su lado, casi se le derrama el chocolate caliente y ella se levanta de inmediato a por una servilleta.
Un mes despu¨¦s de parir a William en 2020, Chumil consigui¨® una bicicleta el¨¦ctrica y empez¨® a trabajar como deliverista con la aplicaci¨®n de DoorDash y GrubHub. Es el trabajo que pod¨ªa hacer mientras a su hijo reci¨¦n nacido lo cuidaba una amiga, o lo dejaba en guarder¨ªas. Durante tres a?os form¨® parte de los m¨¢s de 65.000 repartidores de comida en Nueva York.
¡°Muchos dicen que una mujer no puede porque no cualquiera se atreve a hacer deliveries, pero yo s¨ª me atrev¨ª porque ten¨ªa necesidad. Es el ¨²nico trabajo que consegu¨ª que me dejaba tiempo para mi hijo¡±, cuenta Chumil con una mirada muy orgullosa. El trabajo de delivery se adapta a las tareas de cuidado de muchas mujeres. Sin embargo, estas mismas responsabilidades limitan su participaci¨®n en el activismo de los repartidores de comida, dominado por hombres, lo que deja de lado sus necesidades como el acoso o el acceso a ba?os durante la menstruaci¨®n.
La deliverista mexicana Sandra Ortiz, de 37 a?os, se ha acostumbrado al dolor de ¨²tero con las r¨¢fagas de viento helado neoyorquino cuando est¨¢ en su ciclo menstrual. Para ella, aguantar el dolor al trabajar es normal, as¨ª como el de las ca¨ªdas semanales de su bicicleta. ¡°Aqu¨ª todo mundo se rasca como puede¡±, dice Ortiz, repartidora de comida de la aplicaci¨®n de Relay, quien se encarga de mantener a su hijo, que cri¨® a distancia, mientras le manda dinero a sus padres y paga los estudios de su hermana menor. Es la cabeza de la familia.
Ortiz tiene cicatrices en su brazo derecho de golpes y ca¨ªdas en el trabajo. Su mu?eca derecha muestra un hueso salido por una fractura que nunca trat¨® en un hospital. Sus ojos negros, profundos y perdidos, parecen mirar hacia Puebla, en M¨¦xico, donde vive su hijo. Para ella, hay pocas mujeres repartidoras porque no todas ¡°aguantan¡± los c¨®licos al trabajar, andar de un pedido de comida a otro sin descanso y las ca¨ªdas.
Una de cada cuatro deliveristas es mujer, seg¨²n el reporte m¨¢s reciente de la ciudad de Nueva York, y Ortiz es parte de ese 24%. En sus turnos de la ma?ana por Harlem corre en su bicicleta casi a la misma velocidad que los autos. Esquiva camiones y rebasa motocicletas para dejar bagels y caf¨¦ calentitos a los clientes.
A pesar de que le han gritado ¡®vete de aqu¨ª indocumentada¡¯ en ingl¨¦s al estacionar su bicicleta en la calle, que le han pegado en el casco en un sem¨¢foro, y de las ca¨ªdas al cruzar intersecciones, el trabajo le da libertad. En sus trabajos anteriores como ni?era en una casa y como empleada de restaurantes sent¨ªa que la ¡°absorb¨ªan¡± y la ten¨ªan ¡°encerrada¡±.
Al igual que Ortiz, la deliverista guatemalteca Micaela Quibaj¨¢, de 34 a?os, prefiere andar en bicicleta como contratista independiente que trabajar como repartidora de un restaurante. As¨ª puede crear su horario y ser su propia jefa. ¡°No estoy encerrada, pero estoy anclada a las aplicaciones, voy del trabajo a la casa, nada m¨¢s¡±, coment¨® Quibaj¨¢, que trabaja para mantener a sus seis sobrinos, hermanos y padres a distancia. Es la hermana mayor.
Cuando para en la luz roja del sem¨¢foro, se le enchina la piel. Y pone sus cinco sentidos en alerta si ve pasar a un ciclista cerca. Dice que se pone nerviosa, como el d¨ªa en que le apuntaron con un arma para quedarse con su bicicleta en un alto.
El robo de bicicletas es algo com¨²n en el trabajo de entrega de comida a domicilio, junto con asaltos, accidentes en la calle y hasta muertes. Tan solo en el 2024, el Workers¡¯s Justice Project registr¨® diez muertes de deliveristas. Puede que sean m¨¢s.
A pesar de los riesgos, ser repartidor sigue atrayendo a migrantes en Nueva York. Para las aplicaciones de comida y las autoridades, los repartidores son contratistas independientes, por lo que no tienen protecciones laborales, como seguridad social y salario m¨ªnimo. Con el auge del trabajo de entrega de comida en Nueva York durante la pandemia, un grupo de repartidores y activistas formaron Los Deliveristas Unidos, junto con la organizaci¨®n sin fines de lucro Workers Justice Project.
En los ¨²ltimos tres a?os, la organizaci¨®n logr¨® que se aprobaran paquetes de leyes que garantizan el acceso al ba?o en restaurantes, limitan las distancias de entrega, protegen contra tarifas injustas y establecen un salario m¨ªnimo. Pocas mujeres se involucraron en la organizaci¨®n del movimiento. Una de ellas fue la deliverista mexicana del Estado de Guerrero Ernestina G¨¢lvez.
G¨¢lvez lleva seis a?os trabajando como deliverista. Por las ma?anas prepara pancakes o quesadillas para su hijo de ocho a?os, y el almuerzo a sus hijas. Se despide de ellas, lo lleva a la escuela, luego se sube a su bici y empieza su turno de reparto. Su jornada termina poco despu¨¦s del mediod¨ªa. Despu¨¦s regresa a casa, prepara la comida, mira que sus hijos hagan las tareas y regresa a trabajar durante la cena. Incluso antes de separarse de su pareja, ella se encargaba de las tareas dom¨¦sticas, de pagar las cuentas y cuidar a sus hijos.
Comenz¨® como voluntaria en Los Deliveristas Unidos, pero meses despu¨¦s le ofrecieron ser l¨ªder organizadora con un sueldo. Termin¨® siendo la ¡°mam¨¢¡± de cientos de deliveristas que le ped¨ªan ayuda. Atendi¨® casos de asaltos, robos y muertes, a los que los repartidores siguen expuestos. ¡°Yo me pon¨ªa a llorar, les dec¨ªa que no encontraba la forma, de verdad sent¨ªa impotencia y coraje¡±, recuerda mientras se limpia unas l¨¢grimas.
G¨¢lvez dice que dej¨® la organizaci¨®n en el 2021 por m¨²ltiples desacuerdos internos, uno de ellos, porque no ayudan financieramente a los deliveristas que se accidentan o con la repatriaci¨®n de cuerpos a sus pa¨ªses si mueren. Tambi¨¦n, porque hubo instantes en que los l¨ªderes de la organizaci¨®n tuvieron comportamientos machistas hacia ella en grupos de WhatsApp y en conferencias. ¡°Para ellos, una mujer no sabe nada¡±, dice G¨¢lvez.
William Medina, encargado de casos en Los Deliveristas Unidos, asegura en una llamada que no tiene conocimiento de casos de machismo dentro de la organizaci¨®n, pero no especific¨® si cuentan con medidas para detectar comportamientos machistas o casos de acoso por g¨¦nero. Gabriel Montero, director de Comunicaciones de la organizaci¨®n, aclara que si una mujer deliverista necesita ayuda puede ir a sus oficinas en Williamsburg, Brooklyn, para ser atendida.
La soci¨®loga Ruth Milkman explica en uno de los pocos estudios nacionales sobre mujeres repartidoras de comida en Estados Unidos, que este trabajo se ajusta a las tareas de cuidados de las mujeres de clase trabajadora. Desde alimentar y vestir a sus hijos, servir como soporte emocional, hasta la gesti¨®n del hogar, como administrar presupuestos y pagar cuentas. En la mayor¨ªa del pa¨ªs, las mujeres suburbanas son quienes ocupan m¨¢s trabajos de reparto de comida utilizando autos, pero Nueva York es un caso particular donde los repartidores son hombres y usan bicicletas el¨¦ctricas y motocicletas para moverse porque es m¨¢s f¨¢cil y r¨¢pido en las calles congestionadas, dej¨¢ndolos expuestos a m¨¢s riesgos.
La coalici¨®n Justice for App Workers, que lidera la taxista dominicana Adelgysa Payero en Nueva York, da espacios de organizaci¨®n para mujeres que trabajan con aplicaciones. Estas incluyen deliveristas y choferes. ¡°Pienso que las mujeres no estamos tanto en el activismo como los hombres porque nuestro tiempo es m¨¢s limitado y muchas veces lo que nos fue inculcado desde ni?as es hacernos peque?as¡±, explica Payero, madre de cuatro hijos.
Payero organiza reuniones mensuales en las cuales busca adaptar el espacio para que m¨¢s mujeres que trabajen con aplicaciones de reparto se unan. Por ejemplo, trata de hacer encuentros virtuales en horarios en los que los ni?os est¨¢n en la escuela. Si son en persona, por la tarde, alienta a las mujeres a que lleven a sus hijos y procura tener comida lista para que las mujeres que asistan no se preocupen por preparar la cena en casa. ¡°Su voz cuenta, lo que ellas piensan y sienten importa, importa que hablen, no solamente para ellas, sino para las dem¨¢s mujeres que pueden pasar por lo mismo¡±, dice.
Mientras tanto, Quibaj¨¢ est¨¢ en su segundo invierno en Nueva York y ya sabe cu¨¢ntas capas de ropa necesita para aguantar el fr¨ªo y los c¨®licos. Extra?a jugar f¨²tbol, pero desde que se mud¨® a Nueva York no ha podido porque no tiene el tiempo. Aunque ver la ciudad desde arriba en los rascacielos le parece espectacular, la bicicleta no es un deporte para ella, es un medio para trabajar que resulta bastante solitario. Quiere recuperar el dinero de sus deudas y, tal vez, regresar. ¡°Yo s¨ª, s¨ª me unir¨ªa a protestar con ellos¡±, asegura Quibaj¨¢ mientras sigue mandando dinero a su familia en Guatemala.