El Torneo de Candidatos de Madrid, desde la novena fila
Diario de un voluntario del evento: Niep¨®mniashi piensa en el ba?o, la silla sin ruedas de Ding y la huida de Firouzja
D¨ªa 1
Son ocho los artistas italianos cuyos retratos adornan el Sal¨®n Pompeyano del Palacio de Santo?a de Madrid: los pintores Cimabue y Rafael, los poetas Dante y Petrarca, los escultores Ghiberti y Miguel ?ngel, y los arquitectos Bramante y Brunelleschi. Son ocho los participantes en el Torneo de Candidatos, y esta coincidencia num¨¦rica entretiene al voluntario que vigila el sal¨®n, que intenta establecer asociaciones: ?podemos decir que el juego pulcro de Ding refleja el trazo preciso de Rafael?, ?que la solidez de Niep¨®mniashi sostendr¨ªa la c¨²pula florentina de Brunelleschi?, ?que las combinaciones de Caruana riman como los sonetos de Petrarca? Quiz¨¢ exageramos. Quiz¨¢ no se trata de correspondencias uno a uno. A un candidato, o al menos uno que quiera ganar el torneo, no le vale con aprender de un solo artista. Necesita inspirarse en los ocho iconos italianos: tiene que ser arquitecto, escultor, pintor y poeta.
D¨ªa 3
Desde las puertas de los ba?os de los jugadores se ve el comedor de gala donde se disputan las partidas. El voluntario, que debe asegurarse de que no entran dos jugadores al mismo aseo cerrando la puerta, pasa el tiempo observando los h¨¢bitos de cada ajedrecista. Algunos, como Duda, prefieren pensar en su asiento, acompa?ando cada l¨ªnea de an¨¢lisis con un gesto, una postura, una mueca. Al voluntario le parece estar viendo a un director, pero no a su orquesta. Otros, como Caruana, pasean por la sala, contemplando el techo e incluso mirando las otras partidas. A Ding le gusta la sala de catering, con sus frescos al descubierto, sin los paneles negros que ocupan el fondo de la retransmisi¨®n. Niep¨®mniashi prefiere pensar en el ba?o, al que acude con frecuencia sin llegar a utilizarlo.
Desde esta posici¨®n, el voluntario ve tambi¨¦n a los ¨¢rbitros, sentados ante un port¨¢til, que confiesan tener una tarea tranquila. Por un lado de los tableros de elegante madera sale un cable que transmite cada movimiento a sus ordenadores y de ah¨ª a los millones de personas que siguen las partidas en Internet. Lo m¨¢s emocionante que puede pasar es que si, en apuros de tiempo, se hacen varias jugadas por segundo, los tableros no las registren con precisi¨®n y sean los propios ¨¢rbitros quienes anoten las jugadas. Por lo dem¨¢s, vigilan que los jugadores no se comunican y que las partidas transcurran en silencio. En la sala de juego han instalado una tarima que amortigua las pisadas y a Ding le han conseguido una silla m¨¢s sencilla, sin ruedas. Lo m¨¢s importante, admiten, es que los candidatos no tengan motivos para quejarse, ni excusas a las que atribuir una derrota.
D¨ªa 6
Duda sale apresurado, con el cuello de la chaqueta mal colocado. Viene hacia el ba?o, pero no entra. Resopla y arruga la hoja rosa de la partida. Sale de la sala. Mientras, Niep¨®mniashi disfruta una vez m¨¢s del catering de los ganadores, con la tranquilidad de quien se ha despegado del resto de los jugadores (todos, salvo Caruana, est¨¢n a un punto y medio o m¨¢s). Quiz¨¢ pensando ya en la revancha, en menos de un a?o, contra Carlsen. Pero Carlsen dice que solo quiere jugar contra Firouzja. Un Firouzja que tal vez est¨¢ sufriendo una presi¨®n excesiva, un Firouzja que, al rendirse Duda ante Niep¨®mniashi, se vuelve para ver el tablero donde ha ca¨ªdo el polaco, y luego mira al suyo, con una mueca, sabiendo que tendr¨¢ que rendirse tambi¨¦n, que el torneo se le escapa, que lo ganan los que ya conocen a Carlsen.
?Pierde Firouzja porque arriesga demasiado? Su padre, siempre sonriente por los pasillos del palacio, insiste en que su juego es demasiado creativo, en que su hijo busca un nuevo ajedrez, pero que contra estos oponentes eso no funciona, que Niep¨®mniashi y Caruana piensan como m¨¢quinas, eval¨²an fr¨ªamente, sin coraz¨®n para el juego rom¨¢ntico, temerario y tal vez impulsivo de su hijo. Este es el estilo que le lleva a rendirse, a esperar a que Caruana vuelva del ba?o para darle la mano, firmar su hoja y salir, tambi¨¦n, con el cuello de la chaqueta mal colocado.
Caruana se dirige a la entrevista satisfecho, pero al entrar al sal¨®n de los comentaristas el p¨²blico no lo sigue a ¨¦l, sino que se queda mirando la puerta, esperando que entre Firouzja. Pero Firouzja se ha ido corriendo por las escaleras de atr¨¢s, sin querer cruzarse con nadie.
D¨ªa 9
Hoy Rady¨¢bov, tras lograr una ventaja decisiva contra Nakamura, se ha quedado sentado. Al azer¨ª, que prefiere pensar de pie, ya no le hace falta analizar con profundidad. Juguetea con el bol¨ªgrafo, finge beber del vaso de cart¨®n donde solo queda ya una bolsa de t¨¦ h¨²meda y agotada, mira directamente a su oponente, e incluso se levanta para ponerse la chaqueta que estaba en su respaldo. Y funciona, porque Nakamura no tarda en darle la mano y agachar la cabeza.
Al voluntario le han pedido que frene a Duda para asegurarse de que lo puedan entrevistar. Pero Duda ha perdido otra vez y esquiva al voluntario, que le persigue escaleras abajo. Le pide que espere, con optimismo porque nunca se ha negado. El jugador polaco se vuelve y le dice que no, que hoy no, que la entrevista no tiene sentido. Sale a la calle, donde el taxista le avisa de que ha aparcado a una manzana de la calle peatonal. As¨ª que el voluntario lo acompa?a, pero es el ¨²nico que lo hace. Ni los seguidores curiosos, que han esperado horas en la puerta, se acercan a pedirle una foto.
Suscr¨ªbete al bolet¨ªn semanal ¡®Maravillosa jugada¡¯, de Leontxo Garc¨ªa
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.