
Reflexiones sobre la paz total
Se equivoca Petro: la manera como ha planteado el asunto, llamando a las bandas criminales y a los que traicionaron los acuerdos del Teatro Col¨®n al mismo tiempo que llama al ELN, en una especie de batiburrillo mental, con ideas confusas y un lenguaje m¨¢s confuso todav¨ªa, socava la l¨®gica delicada que permiti¨® el proceso con las FARC
Se cumplen hoy diez a?os, un mes y dos d¨ªas desde el 4 de septiembre de 2012, el d¨ªa en que Santos anunci¨® por televisi¨®n el comienzo de las negociaciones con las FARC. En estos diez a?os ha pasado de todo: la desconfianza de los ciudadanos en el proceso, que muchos ve¨ªan (con la raz¨®n que da conocer los precedentes) como una futura decepci¨®n, una m¨¢s en la ristra de decepciones que hab¨ªan sido los procesos de paz de este pa¨ªs; la desconfianza de los negociadores en los ciudadanos, o en eso que se llama la opini¨®n p¨²blica, que vimos marchar al paso que le pusieran las mentiras, las distorsiones y los enga?os de una parte de la oposici¨®n; la desconfianza, normal y predecible, de los negociadores entre ellos, pues se trataba de romper con d¨¦cadas de desencuentros y torpeza e intransigencia y sordera, y cada fracaso costaba vidas. Solamente los que estaban metidos en el proceso ten¨ªan razones para pensar que esta vez fuera a ser distinta.
Y fue distinta, s¨ª: pero no solo por razones buenas. Los negociadores del gobierno se hab¨ªan reunido con las FARC durante seis meses de sigilo, pero a finales de agosto, cuando se firm¨® en La Habana el acuerdo general, la noticia se filtr¨® a los medios: la dieron Telesur en Venezuela y RCN en Colombia. Santos se vio obligado a dos minutos de televisi¨®n en los que confirmaba las conversaciones, explicaba algunas cosas y aclaraba otras, y luego vino la reacci¨®n de Uribe, que dijo sin verg¨¹enza (y sin conocimiento, y sin informaci¨®n) que esto no era m¨¢s que una ¡°legitimaci¨®n del terrorismo¡±. (Ese d¨ªa me vino a la memoria hace poco, con las reacciones al informe de la Comisi¨®n de la Verdad: despotricaron de las mil p¨¢ginas de Hallazgos y Recomendaciones apenas 15 minutos despu¨¦s de la presentaci¨®n en el Teatro Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n.) Uribe, por supuesto, era el mismo presidente que, poco antes de terminar su gobierno, hab¨ªa invitado a las FARC a un encuentro secreto en Brasil: un encuentro con ¡°agenda abierta¡± para tratar de hacer la paz. La hipocres¨ªa y el doble rasero siempre fueron uno de los rasgos m¨¢s notorios del expresidente, pero esto ya era una caricatura.
Claro, Uribe estaba montando su nuevo partido ¨Cese que se llamaba Puro Centro Democr¨¢tico y acab¨® muy pronto perdiendo lo de ¡°puro¡±: abst¨¦nganse de hacer chistes malos¨C, y necesitaba un relato claro y un enemigo concreto. El anuncio de las negociaciones le daba todo y se lo daba al tiempo: su simple existencia era casi un programa de gobierno con el cual Uribe y los suyos buscar¨ªan volver a poner presidente. Aunque hablar de programa de gobierno es tal vez demasiado generoso: lo que mont¨® Uribe con su partido fue un mero veh¨ªculo para la campa?a por el No, que cambi¨® cualquier programa de gobierno por la exacerbaci¨®n del resentimiento, el odio, las inseguridades econ¨®micas y los miedos f¨ªsicos de los colombianos, hasta lograr que salieran a votar berracos. Ya es tarde para preguntarnos qu¨¦ pa¨ªs ser¨ªamos ahora si uno de nuestros pol¨ªticos m¨¢s influyentes no hubiera invertido su enorme liderazgo en dividirnos y enemistarnos. Pero pas¨® lo que pas¨®: gan¨® el No, los negociadores volvieron a la mesa y acabaron aceptando 56 de las 59 propuestas del No. Hoy eso me alegra, porque el resultado fueron unos mejores acuerdos: unos acuerdos m¨¢s incluyentes, fruto de una negociaci¨®n m¨¢s amplia con m¨¢s actores. Eso es, despu¨¦s de todo, la democracia.
(Por eso me parece que solo puede ser fruto de la ignorancia, la desinformaci¨®n o la mala fe, o a veces de las tres cosas juntas, la idea, que todav¨ªa pulula por ah¨ª, de que el gobierno le hizo conejo al pueblo colombiano. Por favor, sean serios: una mayor¨ªa rechaz¨® los acuerdos de La Habana, y lo que hay ahora no son esos mismos acuerdos aprobados mediante argucias, sino unos acuerdos corregidos, fruto de una nueva negociaci¨®n en la cual esa mayor¨ªa estuvo debidamente representada por la misma gente a la cual le crey¨® a pie juntillas para votar por el No.)
Pero me desv¨ªo. Lo que quiero decir es que lo de estos diez a?os ha sido un camino largo y dif¨ªcil. Fue dif¨ªcil encontrar las palabras para explicar lo que estaba sucediendo en las negociaciones; fue dif¨ªcil convencer a los ciudadanos de las virtudes de la salida negociada, y lograr, mediante un l¨¦xico preciso, que se comprendiera bien lo que causaba reticencias. Lo ¨²nico que los acuerdos han tenido irrevocablemente de su lado ¨Cestos acuerdos admirados en el mundo entero y vilipendiados aqu¨ª¨C ha sido el tiempo. Y es un buen aliado: con el tiempo se ha visto que las calumnias de los opositores eran eso, calumnias; y no ha pasado nada de lo que, seg¨²n sus amenazas, hab¨ªa que temer; y ni ha desaparecido la propiedad privada, ni se ha desintegrado la familia cat¨®lica, ni las FARC se han tomado el poder. En cambio, la esperanza en las regiones ha ido en aumento, porque esta paz parcial e incompleta ha mejorado las vidas de miles, y las habr¨ªa mejorado m¨¢s si Iv¨¢n Duque, el hombre ligero que de repente se vio ungido como presidente, hubiera tenido el car¨¢cter para tomarse en serio la implementaci¨®n completa.
Por todo lo anterior me parece que se equivoca Petro con el proyecto que su gobierno ha llamado, ambiciosamente, la paz total. La manera como el gobierno ha planteado el asunto, llamando a las bandas criminales y a los que traicionaron los acuerdos del Teatro Col¨®n al mismo tiempo que llama al ELN, mezclando peras y manzanas en una especie de batiburrillo mental que parece pensado sin paciencia, con ideas confusas y un lenguaje m¨¢s confuso todav¨ªa, socava la l¨®gica delicada que le permiti¨® al proceso con las FARC asentarse lentamente en la conciencia de los colombianos. Los acuerdos de 2016 se lograron despu¨¦s de vencer obst¨¢culos de los que la mayor¨ªa no es consciente, pero uno de los m¨¢s evidentes era una cuesti¨®n de vocabulario: convencer a los colombianos de que en Colombia hab¨ªa un conflicto armado, en contra de las tesis negacionistas y un poco bobas de la oposici¨®n, cost¨® pedagog¨ªa y argumentos, y sobre todo cost¨® tiempo.
Usar el vocabulario de los acuerdos para hablar de estas nuevas conversaciones, cuyos actores no son pol¨ªticos ni se pueden tratar as¨ª, es confundir gravemente a los ciudadanos, igual que es confundirlos darle tratamiento de negociaci¨®n de paz a un problema de pol¨ªtica criminal. (Por ejemplo, una banda no se desmoviliza: se somete a la justicia. Tampoco alcanzo a ver c¨®mo puede hablarse de ¡°cese de hostilidades¡± con el crimen organizado. Las palabras importan, e importa nombrar las cosas con precisi¨®n, porque ¨¦sa es la ¨²nica manera de que la sociedad se apropie del relato de la paz. Y buena falta que nos hace.) En resumidas cuentas, la confusi¨®n puede quitarle a la implementaci¨®n de los acuerdos exitosos que ya tenemos la energ¨ªa, la concentraci¨®n y los recursos ¨Csiempre limitados¨C que todav¨ªa se necesitan para llevarlos a buen t¨¦rmino, o para neutralizar los embates que recibieron durante cuatro a?os. No es momento para equ¨ªvocos.
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