Turbulencia en tierra: as¨ª viv¨ª el ¨²ltimo vuelo de Viva Air
Cuando uno est¨¢ asustado, cada detalle es una se?al, casi una confirmaci¨®n de que todo va a salir mal
Las alarmas llevaban varios d¨ªas sonando, aunque yo las o¨ªa a la distancia sin pensar que me alertaban directamente a m¨ª. Cada vez m¨¢s gente hablaba sobre Viva Air; comentaban los absurdos cambios que la aerol¨ªnea hab¨ªa hecho unilateralmente en sus viajes. Despu¨¦s de pagar un vuelo en la tarde, recib¨ªan una notificaci¨®n de que ahora tendr¨ªan que viajar en la madrugada. Pobres, pensaba yo, no muy preocupado mientras mis vuelos siguieran intactos.
Llegu¨¦ a Santa Marta el viernes en la ma?ana, muy temprano. Mi vuelo de 6.26 hab¨ªa salido a tiempo, igual que el de mi novia, que viajaba un par de minutos despu¨¦s desde Bogot¨¢. La crisis de Viva segu¨ªa siendo un murmullo que nos rodeaba, pero todav¨ªa no se met¨ªa con nosotros. ?bamos a un matrimonio y empez¨® a crecer la preocupaci¨®n por la llegada de todos los invitados, pues en Medell¨ªn ya hab¨ªa manifestaciones alrededor del aeropuerto y se hablaba de que varios vuelos hab¨ªan sido cancelados. Igual, todos llegaron. Tarde, trasnochados o con cambios de itinerario, pero todos est¨¢bamos listos para desconectarnos un poco de la realidad mientras bail¨¢bamos (los rolos menos, claro) en un matrimonio en la playa del Tayrona.
Los votos fueron dichos, las palabras de los m¨¢s cercanos pronunciadas. La playa nos vio amanecer sin preocupaciones. Y lleg¨® el domingo, d¨ªa elegido por varios para volver a sus ciudades. Mientras tanto, yo, que volv¨ªa el lunes en un vuelo a Medell¨ªn a las seis de la tarde, empezaba a o¨ªr con fuerza las alarmas, que esta vez s¨ª me alertaban directamente a m¨ª. Su itinerario ha sufrido algunos cambios, me avisaba un mensaje de texto. El domingo en la noche, convencido de que me quedaban unas buenas 24 horas cerca del mar, vi como la crisis de Viva tocaba ¡ªal fin¡ª directamente a mi puerta: mi vuelo hab¨ªa sido cancelado y reprogramado para las siete de la ma?ana del lunes. Con el hotel pago un d¨ªa m¨¢s, tomamos la decisi¨®n de cambiar voluntariamente el vuelo para salir el lunes a las 10.22 de la noche con destino a Bogot¨¢, tal vez haci¨¦ndonos los sordos ante las alarmas que sonaban in crescendo.
Y entonces, el lunes, todo se empez¨® a derrumbar a mi alrededor. Llegamos a tiempo al aeropuerto de Santa Marta y pasaron pocos minutos para que empez¨¢ramos a perder la fe: las salas de espera estaban repletas, desconocidos de todo el pa¨ªs hablaban entre ellos y se contaban sus tragedias: unos llevaban desde las 10 de la ma?ana esperando un vuelo que no llegaba para poder regresar, otros hab¨ªan tenido que aceptar un bono de hotel para esperar un vuelo al d¨ªa siguiente (que, claro, no lleg¨®).
Las alarmas eran ya ensordecedoras. Mientras Twitter se llenaba de noticias, Viva, cerca de las 9:45 em de la noche tuite¨® un comunicado que me dej¨® sudando fr¨ªo en el calor de Santa Marta: la aerol¨ªnea informaba que suspender¨ªa todas sus operaciones desde las 10 de la noche de ese lunes. 10 de la noche. 22 minutos antes de que nuestro vuelo despegara. Ya con un poco de angustia, vimos c¨®mo la pantalla de la sala dos anunciaba que el vuelo de Viva a Bogot¨¢ ya no saldr¨ªa a las 10.22 sino a las 11:09. Ese retraso fue, para nosotros, una confirmaci¨®n: no ¨ªbamos a poder salir de Santa Marta esa noche en un avi¨®n amarillo.
Mientras tanto, varios pasajeros en la sala tres se quejaban cada vez m¨¢s fuerte porque Viva hab¨ªa sobrevendido el ¨²ltimo vuelo a Medell¨ªn y cerca de 10 personas se hab¨ªan quedado en Santa Marta, sin hotel, sin ninguna certeza y con una rabia que ahora los llevaba a insultar repetidamente al funcionario de Viva que parec¨ªa estar m¨¢s enredado que las mismas directivas de su aerol¨ªnea.
Los pasajeros de nuestro vuelo se dejaron contagiar de la angustia y empezaron a insultar a los funcionarios del mostrador de la sala dos. Los temores colectivos eran cada vez m¨¢s: el avi¨®n no va a llegar para podernos ir a Bogot¨¢; si llega, no va a despegar de salida; si despega, igual en la sala hay pasajeros de otros vuelos cancelados y no todos vamos a caber en el avi¨®n.
La gente se par¨® a hacer fila cuando todav¨ªa no hab¨ªan anunciado nada. Est¨¢bamos todos ansiosos por ser una excepci¨®n, por lograr viajar en una aerol¨ªnea que ya hab¨ªa suspendido sus operaciones. Quer¨ªamos irnos de Santa Marta, pero, sobre todo, quer¨ªamos esquivar la ca¨ªda de Viva.
Contra mi propio miedo, el avi¨®n lleg¨® y nos pidieron hacer fila para abordar e irnos. El abordaje ser¨ªa por grupos del uno al cuatro. Empezaba el uno, y yo ten¨ªa el cuatro. La famosa ley de Murphy. No me voy a ir, no voy a caber, no soy viejo ni ni?o. Me van a dejar.
Pas¨® el grupo uno, pas¨® el dos, el tres y el cuatro. ¡°Bienvenido, Jaime¡±. Me entregaron un n¨²mero con un sticker rojo: lo tiene que entregar al subirse al avi¨®n. Mi cabeza, demasiado asustada, me convenci¨® de que el sticker rojo significaba que en la puerta me avisar¨ªan lo inevitable: el vuelo est¨¢ sobrevendido y necesitamos que se quede en Santa Marta.
Pero no. Entregu¨¦ el n¨²mero con el sticker y me sub¨ª, me sent¨¦ y descans¨¦. Las asistentes de vuelo ten¨ªan los ojos hinchados. Tal vez hab¨ªan llorado, o tal vez a ellas tambi¨¦n les hab¨ªan cambiado inexplicablemente sus horarios. El vuelo se llen¨® y el silencio reemplaz¨® los reclamos de las salas de espera. Est¨¢bamos en camino a Bogot¨¢, todav¨ªa con mucho miedo: nadie sentir¨ªa calma al viajar en un avi¨®n de una aerol¨ªnea supuestamente quebrada hasta el punto de tener que suspender sus operaciones de un momento a otro.
Llegamos a Bogot¨¢ luego de un vuelo tranquilo. Tal vez nunca hab¨ªa sentido yo un alivio tan grande por llegar a mi ciudad. Pero esta vez era diferente, las alarmas se o¨ªan nuevamente a lo lejos, como quien se aleja de un incendio. Hab¨ªamos esquivado el desastre y, en adelante, podr¨ªamos contar que hab¨ªamos logrado subirnos, contra todos los pron¨®sticos, en el ¨²ltimo vuelo de Viva de Santa Marta a Bogot¨¢.
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