Sin miedo al volc¨¢n: antes morir que irse del Nevado del Ruiz
25 militares de la base de Cerro Gual¨ª y decenas de campesinos explican c¨®mo viven en medio de la alerta por una posible erupci¨®n volc¨¢nica. ¡°Aqu¨ª el peligro no es la avalancha, sino la piedra que podr¨ªa venirse encima¡±, dice uno de ellos
La base militar del Cerro Gual¨ª, en Caldas, queda a 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar. All¨ª 25 soldados custodian d¨ªa y noche el volc¨¢n Nevado del Ruiz. Lo tienen justo al frente, a seis kil¨®metros de distancia, transpirando una humareda densa que parece una nube de dibujos animados. De no ser porque sabemos que en sus entra?as arde el fuego de una potencial tragedia, ser¨ªa la foto de una postal inolvidable.
Hay, por lo menos, seis ojos mir¨¢ndolo sin pausa desde diferentes posiciones del centro militar que es, tambi¨¦n, un importante punto de telecomunicaciones. Hay antenas de televisi¨®n, de radio, de telefon¨ªa celular, de la fuerza p¨²blica y de la Aerona¨²tica Civil. Las voces que se comunican de un lado al otro del pa¨ªs son reproducidas desde este cerro.
Para llegar al Gual¨ª hay que recorrer una carretera que el Inv¨ªas est¨¢ terminando de pavimentar y que, en mejores tiempos, conduce al Parque Nacional Los Nevados. All¨ª llegan centenares de turistas los fines de semana y, cada a?o, las candidatas al reinado nacional del caf¨¦ que se celebra en Manizales se toman fotos jugando con la nieve. En la zona hay glampings, fincas lecheras, un par de restaurantes, lagunas y balnearios de aguas termales. Es un esplendoroso paisaje de p¨¢ramo donde sobresalen enormes frailejones dorados, verdes y caf¨¦s, que llevan siglos lidiando con el viento y el sol. Las monta?as tienen grietas horizontales de colores que, aseguran los vecinos, son las huellas de las diferentes erupciones que ha hecho el volc¨¢n. El comercio est¨¢ cerrado. Las autoridades han definido un radio de 15 kil¨®metros alrededor del cr¨¢ter para evacuar y, aunque no todos se han ido, el paisaje se ve desolado. Sin visitantes, sin clientes.
¡°No ha habido turistas, no dejan pasar. Solo vienen los que viven cerca, pero turistas nada¡±, cuenta Angie Lorena Su¨¢rez, la vendedora de una peque?a tienda de ropa de monta?a, dulces y caf¨¦. Ella, cuenta, decidi¨® volver a abrir esta semana ¡°como para que la gente no vea todo tan cerrado¡±, explica. Solo pasan quienes est¨¢n arreglando la v¨ªa y algunos campesinos del sector que llevan y traen papas o ganado.
Los que se fueron de la zona lo hicieron al comienzo de la emergencia, cuando reci¨¦n se declar¨® la alerta naranja que est¨¢ cumpliendo un mes. ¡°Estamos muy tristes porque se han ido muchos vecinos de ac¨¢ de la vereda, como quince. Se han ido por miedo¡±, dice Santiago Pineda, un habitante del lugar.
?l y su esposa Carolina Morales cuidan una finca que produce mil litros de leche al d¨ªa y que requiere de mucha mano de obra para funcionar. Seis familias trabajan all¨ª. A las vacas hay que orde?arlas dos veces al d¨ªa. Los trabajadores tienen un arraigo especial con esta tierra y aunque quisieran no tienen para d¨®nde partir. ¡°Nosotros queremos mucho esta finca porque crecimos desde ni?os en ella, ?uno c¨®mo se va a ir y dejar todo?¡±, se pregunta Carolina mientras amasa arepas de ma¨ªz que acaba de moler y calienta agua de panela. ¡°Aqu¨ª la alerta es por ceniza y piedras y porque sentimos muchos temblores. Anoche volvimos a sentir hart¨ªsimos. Pero no tenemos miedo. Qu¨¦ nos vamos a poner a irnos, ?para d¨®nde? De pronto, si le dieran a uno alguna ayuda, pero no. Mejor estar en la casita de uno¡±, concluye.
Carolina y Santiago tienen dos hijos. A la mayor, Carol Jimena de 10 a?os, la profesora le lleva las gu¨ªas de estudio y una vez a la semana le da clases virtuales por videollamada. A Mat¨ªas, el menor, de 4 a?os, lo cuida la mam¨¢ y por ahora no tiene escuela. Hay unos 20 ni?os en la vereda pero no todos tienen conexi¨®n para recibir las clases virtuales ni padres con tiempo suficiente para ayudarlos a estudiar. ¡°Hay unos pap¨¢s que no tienen tiempo, que orde?an, que trabajan en los cultivos de papa. Y las mam¨¢s estamos siempre en la cocina despachando trabajadores. No tenemos tiempo tampoco¡±, explica Carolina.
Ellos, y todos con los que hablamos, adoran el volc¨¢n. Es imponente y hermoso. Han convivido con ¨¦l desde siempre y est¨¢n convencidos de que le saben leer su temperamento. Est¨¢n acostumbrados a sus rugidos, sus fumarolas, sus cambios de color y, claro, sus emergencias, como la de ahora. Pero coinciden, eso s¨ª, en que ha cambiado. No solamente sienten los temblores.
Cuenta Don Leo, un viejo bonach¨®n y conversador de 77 a?os que lleva m¨¢s de 50 viviendo en el ¨¢rea y que habla con la lengua atravesada, que incluso el clima se ha vuelto diferente. ¡°Ha cambiado mucho, hay como unos huracanes muy fuertes ¨²ltimamente; unos ventarrones que antes no hab¨ªa¡±, asegura. ¡°El clima se ha vuelto m¨¢s tibio, no est¨¢ haciendo fr¨ªo, f¨ªjese. Nos est¨¢ como avisando algo¡±, concluye.
Don Leonardo Ortiz permanece a 4.200 metros de altura, cerca de la base militar. Es el custodio de las antenas de Caracol y RCN Televisi¨®n y tiene en su habitaci¨®n un improvisado museo del volc¨¢n. ¡°Somos amigos¡±, dice. ¡°Hay que temerle, a la naturaleza hay que temerle. Es de mucho respeto. Y a la vez hay que tenerle confianza. Aqu¨ª el peligro no es la avalancha, sino la piedra que podr¨ªa venirse encima¡±, explica, y asegura que tiene d¨®nde resguardarse en caso de una erupci¨®n.
?l ya sabe c¨®mo es eso porque lo vivi¨® en 1985 y se le nota en los ojos lo que vivi¨® ese d¨ªa. ¡°La avalancha no la vimos porque era de noche, pero la sentimos. Sentimos que bajaba algo muy grande. Se sent¨ªa la vibraci¨®n. Y al d¨ªa siguiente, cuando vimos lo que hab¨ªa ocurrido, quedamos asombrados. Todo qued¨® destruido, las carreteras, los puentes. Todo¡±, recuerda. Hoy vive solo de lunes a viernes, y los fines de semana viaja a Manizales a ver a su familia. Es vecino de la unidad m¨®vil en la que opera la emisora del Ej¨¦rcito. Una cabina de radio b¨¢sica desde donde los uniformados emiten m¨²sica, noticias, mensajes de alerta y de cuidado para los habitantes del ¨¢rea. Han repartido 200 radios en la poblaci¨®n para que los sintonicen. La idea es mantenerse lo m¨¢s informado posible.
En la vereda Papayal, al otro lado de la monta?a, sobre una carretera sin pavimentar, camina un militar con un meg¨¢fono: ¡°El Ej¨¦rcito Nacional le informa cu¨¢les son las medidas de protecci¨®n ante la ca¨ªda de ceniza volc¨¢nica. Recuerde evitar el uso de lentes de contacto para no irritar sus ojos, cubra los alimentos y dep¨®sitos de agua, limpie de ceniza las canales y los techos (¡) Permanezca en casa con las puertas y las ventanas cerradas en lo posible. Si tiene que salir, utilice tapabocas o un pa?uelo humedecido con agua¡±, retumba entre las monta?as.
La vereda est¨¢ en el rango de los quince kil¨®metros del cr¨¢ter, y ya nadie deber¨ªa estar all¨ª. Pero los que quedan no tienen intenci¨®n de marcharse. Es el arraigo, la vida, el pasado y el ¨²nico futuro que conocen. Est¨¢n, adem¨¢s, convencidos de que esta vez no ser¨¢ distinto a las otras tantas que han visto a su volc¨¢n alborotado.
Pero volvamos a la base militar. Para llegar a su cima, donde est¨¢ el centro de operaciones, hay que subir 200 escaleras empinadas, de cemento y de paradas obligadas porque el ox¨ªgeno escasea. Arriba, un chocolate caliente cocinado en agua ayuda a recuperar el ¨¢nimo.
El lugar tiene lo b¨¢sico: una cocina con alimentos suficientes para un par de semanas; enfermer¨ªa para primeros auxilios y tanques de ox¨ªgeno por si se necesitan. El mal de altura es parte de la cotidianidad. Hay habitaciones revestidas que servir¨ªan como b¨²nkeres en caso de necesidad y trincheras para protegerse del viento y del fr¨ªo. Hay m¨¢scaras de ox¨ªgeno, cascos pesados para evitar el golpe de una piedra volc¨¢nica en la cabeza; m¨¢s antenas de comunicaci¨®n, mapas, pantallas que reproducen en tiempo real la actividad del volc¨¢n suministrada por el Servicio geol¨®gico colombiano; radios y los 25 militares pausados, concentrados y convencidos del servicio que est¨¢n prestando. Si el volc¨¢n estalla, ellos ser¨¢n los encargados de contarle al pa¨ªs.
Como tienen el cerro al frente, no tienen riesgo de ser arrastrados por una eventual avalancha, pero s¨ª de recibir lo que los expertos llaman material pirocl¨¢stico: cenizas, piedras, todo lo que pueda salir de la profundidad de la tierra. Viven en alerta y en calma. Caminan armados, despacio, y agradecen la visita. Somos los primeros periodistas en llegar a verlos en esta contingencia y, ojal¨¢, les digo, no tengamos que volver. Porque si lo hacemos, les digo, es porque ocurri¨® una mala noticia que nadie quiere que ocurra.
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