Fernando Botero, el maestro colombiano que desafi¨® los c¨¢nones de la delgadez con una mandolina
Los vol¨²menes en la pintura y la escultura de Fernando Botero marcaron la singularidad de un artista que busc¨® la ¡°sensualidad de las formas¡±
¡°Yo no pinto gente gorda¡±. Sostuvo siempre, rotundo, el pintor Fernando Botero, fallecido hoy a los 91 a?os en el principado de M¨®naco. Una afirmaci¨®n con una o dos gotas de iron¨ªa y s¨¢tira, como algunas de las composiciones de su obra. ?l prefer¨ªa explicar su trabajo como una exploraci¨®n del volumen, en primer t¨¦rmino, y de la ¡°sensualidad de la forma¡± como objetivo. Pero pintar y esculpir personajes y objetos abultados, cuya anchura desafiaba las dimensiones de un mundo que vincul¨® desde hace siglos los l¨ªmites de la belleza a los cuerpos esbeltos, fue su forma de pensar, de decir, y de sintetizar un universo singular.
Fernando Botero contaba que todo ocurri¨® por accidente. Fue a finales de la d¨¦cada del 50 tras su paso por la Ciudad de M¨¦xico, donde vivi¨® en 1958. El giro decisivo comienza con el descubrimiento de la obra del muralista Diego Rivera. Trabajos caracterizados por su monumentalidad para llegar a un p¨²blico m¨¢s amplio y el af¨¢n por retratar la historia del pueblo mexicano y otras reivindicaciones pol¨ªticas.
¡°Hubo un cambio en su pensamiento pl¨¢stico que lo lleva a experimentar con esos vol¨²menes ensanchados¡±, explica la acad¨¦mica de la Universidad de los Andes Ana Mar¨ªa Franco. Pero la epifan¨ªa lleg¨® en pleno proceso de esbozar una mandolina, esa peque?a guitarra de cuatro cuerdas con cuerpo abombado. ¡°El hueco del sonido¡±, prosigue Ana Mar¨ªa Franco, ¡°le qued¨® muy peque?ito en comparaci¨®n al resto del instrumento y eso hizo que, por accidente, encontrara la volumetr¨ªa que guiar¨ªa el resto de su obra¡±.
Se trataba de un retorcimiento de la realidad que empataba con la incesante b¨²squeda de los artistas modernistas europeos desde finales del XIX de desmarcarse de la representaci¨®n academicista de la realidad. Era la continuaci¨®n de la b¨²squeda de todos los ¡®ismos¡¯, empezando por el cubismo, y luego el fauvismo y el expresionismo y todos los dem¨¢s. Lo que sucede es que la pintura de Botero mantuvo un pie en la composici¨®n figurativa cl¨¢sica, con paisajes, retratos o bodegones, y su aporte lleg¨® con una mirada extravagante y sinuosa del mundo.
¡°Botero encontr¨® en esa v¨ªa la manera de escudri?ar, a trav¨¦s de principios puramente pl¨¢sticos, otras formas de expresi¨®n. Fue un encuentro muy significativo en el contexto colombiano, y latinoamericano, porque junto a otros artistas de esa ¨¦poca impulsaron el modernismo art¨ªstico¡±. Se refiere a contempor¨¢neos suyos como el alem¨¢n Guillermo Wiedemann, afincado en Bogot¨¢ desde finales de los 40, o el catal¨¢n Alejandro Obreg¨®n, colombiano desde que desembarc¨® en la costa cuando adolescente. Fueron artistas que rompieron costuras y junto a Botero incentivaron la experimentaci¨®n con otras formas y otros materiales. ¡°Si a eso le sumamos sus innegables dotes como relacionista p¨²blico, ya tenemos todo el marco para comprender por qu¨¦ ese lenguaje suyo tan singular tuvo tanta acogida en Colombia y el mundo¡±, apunta la acad¨¦mica Franco.
El doctor en Arte y experto en su obra Christian Padilla incide en la importancia de los muralistas de los a?os 40 del siglo pasado. Suma los nombres de los antioque?os, como ¨¦l, Pedro Nel G¨®mez (1899-1984) e Ignacio G¨®mez Jaramillo (1910-1970) para reconstruir su andadura. ¡°El gran paradigma de la ¨¦poca era dejar de hacer cuadros peque?os. Y la idea que los movilizaba era hacer un arte propio latinoamericano, con personajes distintos, nativos e ind¨ªgenas que no ten¨ªan los mismos vol¨²menes que las figuras representadas en el arte europeo¡±.
La f¨®rmula explor¨® con figuras mestizas, m¨¢s gruesas, y con cierto halo heroico. ¡°Ah¨ª se puede hallar una ra¨ªz del inter¨¦s de Botero por lo herc¨²leo. Sus primeros trabajos lo reflejan claramente¡±. Tras su etapa mexicana viaja a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, para redondear su proceso de formaci¨®n. En las salas del Museo del Prado se rinde a las obras del Renacimiento y se topa con un libro seminal para su armaz¨®n conceptual: Los pintores del Renacimiento, del cr¨ªtico estadounidense Bernhard Berenson.
¡°Berenson dec¨ªa que los pintores del Renacimiento fueron los primeros en inventarse m¨¦todos para proyectar la impresi¨®n de tridimensionalidad en sus escenas, que hasta entonces se planteaban de forma plana y simb¨®lica¡±, explica Padilla. Los ingredientes y los colores para canalizar su propuesta estaban dados. ¡°Al amor por los pintores del Renacimiento y la admiraci¨®n por los muralistas latinoamericanos se suma posteriormente el entusiasmo que encuentra por el arte prehisp¨¢nico y popular colombiano¡±, afirma Christian Padilla.
Se refiere a los ¡®caballitos de Raquir¨¢', esas peque?as artesan¨ªas de arcilla que representan a un caballo con sus alforjas y que se realizan en el departamento de Boyac¨¢. Las inquietudes fueron cambiando, pero la preocupaci¨®n por el volumen permaneci¨® inalterada. Luego lo llev¨® hasta sus m¨¢ximas consecuencias. Tras la mandolina sigui¨® intent¨¢ndolo al reducir ciertas partes inherentes a otros objetos para crear la impresi¨®n de que el contorno era m¨¢s grande. Luego vinieron los rostros de toreros, campesinos o c¨¦lebres personajes del arte universal.
?El resultado? Un sello al que se suele acudir para describir el mundo como cualquier otro adjetivo que aparezca en la RAE: lo ¡®boteriano¡¯. Algunas claves de ese universo, que la marchante de arte Irene Acevedo describe como ¡°colosal¡± y ¡°claro¡±, se hallan en obras como Monna Lisa a los 12 a?os, una interpretaci¨®n del c¨¦lebre retrato de Lisa Gherardini, o la escultura en bronce de un enorme gato emplazado en plena Rambla del Raval barcelones.
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