Alrededor del 6 de enero
El ataque al Capitolio se ha convertido en una de tantas pruebas de que la realidad no existe o no importa, o de que son pocas las consecuencias de mentir y de hacer da?o con mentiras
Parece que hubieran pasado varias d¨¦cadas desde los sucesos del 6 de enero en Washington, y parece al mismo tiempo que hubieran pasado ayer. El ataque al Capitolio de los descerebrados seguidores de Trump, azuzados por el ¨²nico presidente que ha llamado a desconocer los resultados de unas elecciones, no fue solamente grotesco ni asesino (dej¨® varios muertos), sino que se ha convertido en una de tantas pruebas de que la realidad no existe o no importa. Leo en alguna parte que en este a?o la mitad de la humanidad democr...
Parece que hubieran pasado varias d¨¦cadas desde los sucesos del 6 de enero en Washington, y parece al mismo tiempo que hubieran pasado ayer. El ataque al Capitolio de los descerebrados seguidores de Trump, azuzados por el ¨²nico presidente que ha llamado a desconocer los resultados de unas elecciones, no fue solamente grotesco ni asesino (dej¨® varios muertos), sino que se ha convertido en una de tantas pruebas de que la realidad no existe o no importa. Leo en alguna parte que en este a?o la mitad de la humanidad democr¨¢tica o que se cree democr¨¢tica ir¨¢ a las urnas para votar por alguien, y ya comienzo a pensar en lo que diremos en enero de 2025: nos preguntaremos c¨®mo pas¨® lo que pas¨®, c¨®mo dejamos que las cosas llegaran hasta aqu¨ª, qu¨¦ sembramos para cosechar esto. Y recordaremos los lugares comunes de siempre: que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, que el que no participa en pol¨ªtica la sufre, etc¨¦tera. Etc¨¦tera. Un largo etc¨¦tera.
As¨ª es: no soy optimista. No lo soy, en parte, por lo que ha pasado con el 6 de enero. Lo vimos todos por televisi¨®n, no filmado por las c¨¢maras de los periodistas sino por las de los mismos descerebrados del reba?o fascista, orgullosos de su participaci¨®n en los estropicios, o de poner los pies encima del escritorio de una congresista, o de gritar amenazas con tono de adolescentes frente a una puerta cerrada, o de acorralar entre varios a un solo polic¨ªa. Fue un espect¨¢culo pat¨¦tico de cobard¨ªa y matoneo de esos que suelen darse en las multitudes politizadas, o que se sienten politizadas, cuando en ellas hay individuos que nunca se atrever¨ªan a lo mismo encontr¨¢ndose solos. Pero esa ¨¦tica del mat¨®n cobarde es la quintaesencia del trumpismo; o, por decirlo de otro modo, el trumpismo ha inventado un espacio a imagen y semejanza de su l¨ªder, que es un cobarde y un mat¨®n, y ya se han normalizado los discursos en que Trump se burlaba de un discapacitado, o del aspecto f¨ªsico de una mujer, o llamaba en un discurso a agredir a alguien.
Lo vimos todos por televisi¨®n, s¨ª, y lo seguimos viendo a medida que sal¨ªan m¨¢s y m¨¢s videos hechos por los mismos tel¨¦fonos de los insurrectos. ?Y qu¨¦ vimos? Un movimiento de resentidos, de falsas v¨ªctimas de todo (de las mujeres, de los jud¨ªos, de la inmigraci¨®n latinoamericana, del desplazamiento del hombre blanco), hombres y mujeres inocentes e ignorantes que hab¨ªan acudido al llamado de un irresponsable. Por supuesto: no me cabe duda de que muchos lo hac¨ªan con la convicci¨®n genuina de que alguien les estaba robando algo. Lo s¨¦ porque he hablado con ellos, en Georgia y en Mississippi y en otras partes, y por eso puedo decir lo que he dicho m¨¢s arriba: que la realidad no existe o no les importa. Leo en alguna parte que el 46% de los republicanos cree que los hechos del 6 de enero fueron instigados por el FBI, y lo ¨²nico m¨¢s espeluznante que eso es la revelaci¨®n siguiente: el 13% de los dem¨®cratas tambi¨¦n lo cree. No, la realidad no existe: existe lo que alguien cuente sobre ella. En eso son c¨®mplices los usuarios de las redes sociales, de las plataformas de desinformaci¨®n, de las cadenas de WhatsApp. Viendo algunas de las versiones de la realidad que all¨ª se generan, uno siente casi compasi¨®n por la ingenuidad de los ciudadanos.
O por su ins¨®lita credulidad. Qu¨¦ f¨¢cil, qu¨¦ barato resulta convencerlos de todo, qu¨¦ pocas son las consecuencias de mentir y de hacer da?o con mentiras. Pensaba en estos d¨ªas en el se?or Alex Jones, una de las criaturas m¨¢s despreciables de la extrema derecha medi¨¢tica (la competencia es ardua, en Estados Unidos y en todas partes). Jones, como recordar¨¢n algunos, fue el inventor de una verdadera campa?a de mentiras y calumnias que lanz¨® al mundo la idea de que la masacre de Sandy Hook no hab¨ªa sucedido en realidad: que era una artima?a de los liberales para sabotear el libre porte de armas. Sandy Hook es la escuela de Connecticut donde un veintea?ero, un descerebrado m¨¢s, asesin¨® a balazos a veinte ni?os y seis profesoras; pero despu¨¦s de que Alex Jones mintiera y mintiera y siguiera mintiendo, la extrema derecha adoradora de las armas se instal¨® en la versi¨®n que les conven¨ªa. La masacre de Sandy Hook dej¨® de existir; los padres de los ni?os muertos fueron perseguidos y acosados por los descerebrados seguidores de Alex Jones. Pero algunos tuvieron el coraje y la paciencia de demandar a Jones, y ganaron.
En 2022, Jones fue condenado a indemnizar con 1.500 millones de d¨®lares a los que hab¨ªa da?ado, y fue expulsado de Twitter, una de las plataformas que m¨¢s le sirvieron en la construcci¨®n de su mentira. Pues bien, hace unas semanas Jones recibi¨® un regalo inapreciable de parte de su c¨®mplice perfecto, el millonario infantilizado Elon Musk, que puso en marcha una de sus encuestas para bobos, donde una amplia mayor¨ªa de humanos y bots y cuentas ficticias decidi¨® que ya se hab¨ªa castigado lo bastante a Jones. Y le devolvieron la cuenta de Twitter, o como se llame ahora esa cloaca de desinformaci¨®n y narcisismo; porque Elon Musk, ya se sabe, es un adalid de la libertad de expresi¨®n. Jones, memorablemente, se jact¨® de haber contribuido a la movilizaci¨®n de los insurrectos del 6 de enero, tanto que sus mensajes de Twitter fueron requeridos luego por el comit¨¦ que investig¨® la insurrecci¨®n, y tanto que el comit¨¦ lo interrog¨® en su momento. Esto recuerdo tambi¨¦n: el d¨ªa del interrogatorio, Jones aleg¨® que estaba bajo tanto estr¨¦s que no pod¨ªa responder a las preguntas del comit¨¦. Y luego se equivoc¨® al deletrear su propio nombre. Deletrear no es lo suyo.
Aunque parezca inveros¨ªmil, aunque nos resulte descorazonador, es casi seguro que Donald Trump ser¨¢ el nominado por el partido Republicano para las elecciones de fin de este a?o. Ya est¨¢ haciendo campa?a, y de una manera novedosa en la democracia norteamericana: desde los juzgados. Cada vez que acude a un juzgado para defenderse por uno de los m¨²ltiples delitos que (se dice) ha cometido, su ej¨¦rcito de incautos llena sus cuentas bancarias de donaciones. Casi me conmueven. Los jueces ya han dicho que Trump es un agresor sexual (no hac¨ªa falta: lo hab¨ªa dicho ¨¦l mismo en un bus) y le han formulado cuatro acusaciones penales; pero lo que me interesa ahora mismo son los 30 estados donde se est¨¢ considerando la prohibici¨®n de que sea candidato. El argumento es una enmienda de la Constituci¨®n que impide la elecci¨®n de quien haya participado previamente en insurrecciones. Dos estados, Colorado y Maine, ya han fallado en ese sentido; muchos otros lo han hecho en sentido contrario. Quedar¨¢ el asunto en manos de la Corte Suprema.
Mientras tanto, las campa?as siguen su curso, y su suerte no se juega en los juzgados: se juega en el relato p¨²blico. Y dentro de un a?o, cuando todo ¨Dlas elecciones, los juicios, la amargura, la desinformaci¨®n¨D haya pasado, seguiremos probablemente pregunt¨¢ndonos qu¨¦ pas¨® el 6 de enero. Tal vez los votantes vayan a elegir esta vez entre dos palabras: la campa?a de Trump llama a los participantes ¡°patriotas¡±; la de Biden los llama ¡°terroristas¡±.
Se elegir¨¢ entre dos versiones de un d¨ªa pasado, un d¨ªa que ¨Dcomo le suele ocurrir al pasado¨D ya no existe. Nada m¨¢s aterrador.
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