Don Trump, o el expresidente y los mafiosos
Trump, lector excelso de su sociedad, descubri¨® que no hay regla que no se pueda violar. S¨®lo hay que hacerlo sin pedir disculpas
En abril pasado, cuando llam¨¦ mafioso a Donald Trump en este peri¨®dico, estaba haciendo un mero juicio de valor sobre su actitud durante la c¨¦lebre conversaci¨®n que tuvo en 2019 con Volod¨ªmir Zelenski. Ahora, meses despu¨¦s de esa columna y a?os despu¨¦s de la conversaci¨®n, una fiscal del Estado de Georgia ha acusado a Trump por varias conductas que son cr¨ªmenes a escala federal, y para hacerlo se ha apoyado en una ley que los norteamericanos conocen como RICO. La sigla, en traducci¨®n literal, quiere decir organizaciones corruptas e influenciadas por la extorsi¨®n; la ley se cre¨® en 1970 para luchar contra las mafias y los mafiosos, y el hecho de que ahora sirva para amenazar seriamente a un expresidente de Estados Unidos ¨Des decir, para que no sea una fantas¨ªa sin asidero que un expresidente de Estados Unidos sea considerado l¨ªder de una organizaci¨®n corrupta¨D tiene que ser uno de los episodios m¨¢s extra?os de la historia norteamericana reciente, por lo menos desde que Nixon mir¨® a la c¨¢mara y dijo: ¡°I am not a crook¡±. Es decir: ¡°No soy un delincuente¡± o ¡°No soy un bandido¡±, dependiendo de la traducci¨®n que se prefiera.
Ustedes recordar¨¢n la llamada si han seguido como yo la apasionante ca¨ªda en desgracia de Trump. Es apasionante, claro est¨¢, porque no es ninguna ca¨ªda en desgracia: el expresidente mafioso es hoy el puntero del partido Republicano en la carrera por las pr¨®ximas elecciones, y sus fieles le donan inmensas cantidades de d¨®lares que van a dar a su defensa sin darse cuenta de que tambi¨¦n a ellos los est¨¢ estafando. No hay manera de meter en una columna de opini¨®n la cantidad de razones por las que esto es descorazonador o frustrante, pero lo es; o tal vez sea simplemente un lamentable term¨®metro de la descomposici¨®n general en que se ha embarcado ya no un partido pol¨ªtico, sino toda una democracia. Lo que ser¨ªa un error es sorprendernos demasiado, porque a la democracia norteamericana se le han visto las costuras durante a?os. Hasta ahora no hab¨ªa estallado todo en pedazos porque sobreviv¨ªa un cierto respeto de las formas que obligaba a la gente a la hipocres¨ªa. Trump, lector excelso de su sociedad, descubri¨® que no hay regla que no se pueda violar. S¨®lo hay que hacerlo sin pedir disculpas.
En fin: vuelvo a la llamada. Trump le sugiri¨® por tel¨¦fono al presidente ucranio que, a cambio del apoyo militar de Estados Unidos en un momento de necesidad, lo ayudara a buscar mugre para salpicar a Hunter Biden, y todo el que haya o¨ªdo la grabaci¨®n reconoce el tono del mafioso de pel¨ªcula: ¡°Yo hago esto por usted, pero espero que usted haga aquello por m¨ª¡±. (Para ser exactos, Trump dijo: ¡°H¨¢ganos un favor¡±. El plural es casi una parodia, como si Trump acabara de ver un episodio de Los Soprano.) La llamada fue tan escandalosa que condujo en l¨ªnea recta al primer impeachment del presidente, y adem¨¢s les mostr¨® a muchos lo que Trump era capaz de hacer para ganar unas elecciones. Su ¨²nica defensa fue repetir que la llamada hab¨ªa sido ¡°perfecta¡±.
Pues bien, meses despu¨¦s ya est¨¢bamos hablando de otra ¡°llamada perfecta¡±: cuando Trump presion¨® por tel¨¦fono al secretario de Estado de Georgia para que ¡°le consiguiera¡± los m¨¢s de 11.000 votos que necesitaba para ganarle a Joe Biden. Tambi¨¦n de la segunda conversaci¨®n perfecta existe una grabaci¨®n; no hay presidente ¨Dnuevamente, desde Nixon¨D al que le hayan grabado tantas palabras comprometedoras. Hay quien dice que eso es testimonio de la estupidez de Trump, pero a m¨ª me parece que demuestra m¨¢s bien su invulnerable convicci¨®n de estar por encima de la ley: ya desde antes de asistir a su elecci¨®n inveros¨ªmil, los espectadores de la pol¨ªtica norteamericana supimos que su idea de las causas y las consecuencias no es la que tienen los dem¨¢s. Son inolvidables aquellas frases grotescas de acosador sexual en que se jactaba de agarrar a las mujeres por la vulva y de que ellas se lo permitieran (aqu¨ª podr¨ªa insertar un enorme pie de p¨¢gina sobre hechos recientes, pero no lo har¨¦: la columna sobre la idea extra?a que tienen ciertos hombres de lo que las mujeres permiten y no permiten quedar¨¢ para otra vez). En cualquier caso, los ingenuos pensamos entonces que su campa?a estaba perdida sin remedio. No era as¨ª.
Lo que quiero decir es que Donald Trump cree, porque el mundo se lo ha demostrado, que las consecuencias de los actos son algo que les ocurre a los otros. Para los que son como ¨¦l, esa relaci¨®n se rompe o no funciona: recuerden ustedes cuando asegur¨®, repentinamente habitado por el fantasma de Tony Soprano, que podr¨ªa dispararle a alguien en medio de la Quinta avenida sin que le pasara nada. As¨ª ha crecido Trump, tanto en el mundo empresarial como en el mundo pol¨ªtico: su abogado y mentor de muchos a?os, el c¨¦lebre Roy Cohn, era tambi¨¦n el abogado de mafiosos como el Gordo Tony Salerno y, sobre todo, John Gotti. Recientemente se public¨® en Mother Jones un art¨ªculo fant¨¢stico del periodista David Corn sobre los v¨ªnculos hist¨®ricos de Trump con el crimen organizado, desde que comenz¨® su negocio de casinos en Atlantic City arrend¨¢ndoles propiedades a dos personajes poco recomendables: un mafioso informante del FBI y a un g¨¢ngster relacionado con la mafia de Filadelfia. Corn recuerda que Trump se ha jactado con frecuencia ¨Dcuando eso le serv¨ªa para impresionar a su interlocutor, por ejemplo¨D de sus contactos con mafiosos, aunque luego, frente a un juez, los negara impunemente.
Por eso es tan po¨¦tico, bien mirado el asunto, que sea una ley contra la mafia la que ahora lo tenga en la mira. En los cuatro a?os de su presidencia, su comportamiento fue el de un mafioso, y lo sigue siendo ahora, como expresidente, cuando usa Twitter para intimidar a los fiscales o amenazar ¨Dindirectamente, como los mafiosos¨D a los jueces o testigos. Uno de los primeros en ponerles nombre a los comportamientos de Trump fue James Comey, aquel director del FBI cuyas declaraciones imprudentes sobre el caso de los correos de Hilary Clinton prestaron al candidato Trump no poca ayuda. Comey habla en su libro de memorias de una cena en la Casa Blanca que ha llegado a conocerse como La cena de la lealtad. Trump invit¨® a Comey a cenar a solas, y en medio de la cena (y en tonos ominosos) le dijo: ¡°Necesito lealtad. Espero lealtad¡±. Escribe Comey que aquello parec¨ªa ¡°la ceremonia de inducci¨®n a la Cosa Nostra de Sammy El Toro¡±.
Sammy The Bull Gravano era uno de los l¨ªderes de la c¨¦lebre familia Gambino; la familia Gambino es, como lo sabe cualquiera que haya visto suficientes pel¨ªculas de Coppola o de Scorsese, una de las cinco grandes familias del crimen organizado en la Costa Este. He estado pensando en esos viejos mafiosos en estos d¨ªas, despu¨¦s de que todos vimos en la prensa la foto del fichaje policial de un expresidente de Estados Unidos: el n¨²mero PO1135809. La mirada del hombre es tan sobreactuada ¨Dlos pucheros de mat¨®n de colegio, el ce?o fruncido hasta el calambre¨D que dar¨ªa risa si no tuviera las implicaciones que tiene. Yo he visto en alguna parte la foto de John Gotti, arrestado en los noventa, que sonre¨ªa a la c¨¢mara con su papada satisfecha y su pelo de verdad. No, Trump no sonr¨ªe. Qui¨¦n sabe por qu¨¦ ser¨¢.
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