?Houyhnhnms o yahoos?
Cuatro siglos despu¨¦s de la publicaci¨®n de ¡®Los viajes de Gulliver¡¯, seguimos comport¨¢ndonos m¨¢s como los ¡®yahoos¡¯, unos seres que ejerc¨ªan la violencia, y menos como los ¡®houyhnhnms¡¯, que practicaban la benevolencia. O al menos as¨ª parece demostrarlo lo que sucede en Gaza
A pesar de que la Fiscal¨ªa del Tribunal Penal Internacional solicit¨® permiso a los jueces para emitir ¨®rdenes de detenci¨®n en su contra por ¡°cr¨ªmenes de guerra y contra la humanidad¡±, el primer ministro israel¨ª, Benjam¨ªn Netanyahu, ha declarado que no detendr¨¢ la ofensiva en Gaza y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, tambi¨¦n implicado en la acusaci¨®n del alto organismo, les manifest¨® a funcionarios estadounidenses que ampliar¨¢ las operaciones militares en Rafah. Es, por tanto, previsible una intensificaci¨®n en la incursi¨®n terrestre que el ej¨¦rcito sionista inici¨® solapadamente hace un par de semanas al comp¨¢s del rugido de las bombas que no cesan de caer sobre esta ciudad, la m¨¢s densamente poblada del mundo por cuenta de los ataques israel¨ªes, en donde seg¨²n Unicef 600.000 ni?os y ni?as malviven sin protecci¨®n alguna.
Las im¨¢genes del horror que se ensa?a con los m¨¢s indefensos recorren las redes sociales con la esperanza de encontrar destinatarios dispuestos a empatizar con la tragedia de un pueblo injustamente envilecido por la propaganda y el lobby sionista sirvi¨¦ndose de los outlets noticiosos m¨¢s poderosos del mundo. La labor de reenviadores de malas noticias en que nos hemos convertido todos aquellos que valoramos la vida por encima de cualquier consideraci¨®n, con la esperanza de que el clic a un publicar se traduzca como por milagro en el giro a apagado de la m¨¢quina de la guerra es, como escribi¨® recientemente la autora palestina Hala Alyan, ¡°una tarea insoportable. Intentar ganarse la solidaridad tiene algo de humillante¡±.
La verg¨¹enza recae sobre todo el g¨¦nero humano cuando proteger a los ni?os y ni?as deja de ser una responsabilidad colectiva, una obligaci¨®n solidaria, y empezamos a distinguir entre los nuestros y los de ellos. Cuan distinta fuera nuestra suerte si vivi¨¦ramos como los houyhnhnms, esa raza de caballos inteligentes y racionales a cuyo pa¨ªs llega Gulliver en uno de sus viajes ¨Dquiz¨¢s menos conocido por adolecer de la espectacularidad de su primer encuentro con los liliputienses, en una sociedad que, como postul¨® Debord, privilegia el espect¨¢culo¨D. En su tiempo al lado de estos seres fant¨¢sticos se asombra ante sus dos principales virtudes, la amistad y la benevolencia; ¡°¨¦stas no se limitan a objetos particulares, sino generales para la raza entera. Pues un extra?o, procedente del lugar m¨¢s remoto, es tratado igual que el vecino m¨¢s cercano, y dondequiera que vaya se siente como si estuviera en casa¡±. Tratan, a?ade el viajero, ¡°con el mismo cari?o a la descendencia de un vecino que a la suya propia. Act¨²an as¨ª porque la naturaleza los ense?a a amar a toda la especie, y solamente es la raz¨®n la que distingue a las personas cuando ¨¦stas poseen un grado superior de virtud¡±.
Cuatro siglos despu¨¦s de que Jonathan Swift escribiera su magnum opus, seguimos comport¨¢ndonos m¨¢s como los yahoos, la ant¨ªtesis de los houyhnhnms, unos seres brutales con cuya representaci¨®n sat¨ªrica el autor irland¨¦s establece un paralelo con la sociedad de su ¨¦poca y critica, entre otras cosas, la violencia: la que no ha faltado en Gaza y en la ocupaci¨®n ilegal e inmoral que Israel mantiene desde hace 76 a?os en Palestina. Por desgracia, en este mundo de hoy donde la codicia y el ego¨ªsmo son regla, nos vemos obligados a compartir im¨¢genes de ni?os momificados por el fuego incendiario del ej¨¦rcito ¡°m¨¢s moral del mundo¡± y de ni?as que lloran en desesperaci¨®n ante el cad¨¢ver de su madre. Nos debatimos entre darle, o no, un me gusta a una escena que nos duele en lo m¨¢s profundo del ser o reenviarla, a¨²n a expensas de revictimizar a la ya varias veces v¨ªctima, como protesta ante la atrocidad. La s¨²plica tras el clic espera ablandar el coraz¨®n de alg¨²n constituyente de las potencias que ponen las armas para que le diga a sus pol¨ªticos que 14.000 ni?os asesinados son suficiente y que es hora de detener a Israel. Porque la muerte de los otros, una ficha m¨¢s en el ajedrez de la pol¨ªtica, solo cuenta, y en n¨²meros superlativos, si se traduce en votos en contra.
Desafortunadamente, una gran mayor¨ªa de medios de comunicaci¨®n optan d¨ªa a d¨ªa por encubrir a Israel minimizando y relativizando sus acciones en Gaza sin dar el menor contexto a una limpieza ¨¦tnica que lleva d¨¦cadas en ciernes. Para ellos los palestinos nunca son asesinados por Israel, simplemente mueren, como si la lluvia diaria de bombas de 900 kilos con las que han destruido los hogares de dos millones de seres humanos se tratara de un fen¨®meno meteorol¨®gico.
Por eso no sorprenden las revelaciones hechas por el medio independiente The Intercept de un memo interno enviado por dos editores de The New York Times ofreci¨¦ndole a sus periodistas una ¡°gu¨ªa sobre t¨¦rminos y otros asuntos¡± que hace eco a la narrativa oficial israel¨ª. ¡°The New York Times instruy¨® a los periodistas que cubr¨ªan la guerra de Israel en la Franja de Gaza a restringir el uso de los t¨¦rminos ¡®genocidio¡¯ y ¡®limpieza ¨¦tnica¡¯ y a ¡®evitar¡¯ el uso de la frase ¡®territorio ocupado¡¯ al describir tierras palestinas¡±, comienza diciendo el art¨ªculo que incluye el testimonio de varios trabajadores para quienes ¡°el peri¨®dico estaba haciendo todo lo posible para ceder ante la narrativa de Israel sobre los eventos y no estaba aplicando est¨¢ndares uniformes en su cobertura¡±. El memor¨¢ndum llega al extremo de dar instrucciones a los periodistas de no usar el t¨¦rmino ¡°Palestina¡± y a no mencionar los ¡°campos de refugiados¡± dentro de Gaza, lo que se alinea con la postura israel¨ª de negar el retorno de los palestinos expulsados en el 48 a sus hogares dentro del actual Israel, como ordena la resoluci¨®n 194 de Naciones Unidas.
No hay otra opci¨®n a ese ¡°nunca dejes de hablar de Palestina¡± que hoy, gracias a las redes sociales y en las calles, resuena fuerte en las voces de millones de hombres y mujeres. Entre ellos destaca la Generaci¨®n Z, j¨®venes que han llevado del mundo digital al f¨ªsico sus acciones pac¨ªficas por detener el genocidio y enfrentar valientemente al statu quo en los campamentos de las principales universidades del mundo. En ellos reposa la esperanza de construir sociedades m¨¢s justas donde, quiz¨¢s alg¨²n d¨ªa y como en el mundo maravilloso de los houyhnhnms, la vida de todos los ni?os y ni?as sea el bien m¨¢s preciado de nuestra especie.
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