La destrucci¨®n del espacio p¨²blico
Aunque no pierdo el gusto por caminar en Bogot¨¢, por explorar sus rincones, tambi¨¦n debo admitir que en la capital reina el individualismo. Ante la ausencia de un proyecto com¨²n, cada quien interpreta, se apropia y vive el espacio p¨²blico como puede o quiere
Me gusta caminar por Bogot¨¢. Me gustan sus ruidos y sus silencios; la confusi¨®n que reina en muchas de sus calles y el contraste con la paz de varios de sus parques; me gusta escuchar sus voces con acentos de diferentes partes del pa¨ªs que se mezclan con ese sonsonete t¨ªpicamente bogotano; me gusta deambular explorando sus rincones, sentir que la conozco y que hemos construido una relaci¨®n intensa. Tal vez ese gusto se lo debo a mi mam¨¢ y a mi pap¨¢, quienes desde muy peque?o me incitaron a vivir la ciudad sin miedo. Y en ese trasegar he visto cambios f¨ªsicos y culturales en nuestra ciudad.
Quiero llamar la atenci¨®n sobre uno del que mucho se habla: el espacio p¨²blico.
El espacio p¨²blico en muchos lugares de Bogot¨¢, Colombia, Am¨¦rica y el mundo, es una ilusi¨®n. Es un concepto que usan los urbanistas y los pol¨ªticos para referirse a un lugar que supuestamente nos hace iguales, en donde las diferencias sociales y econ¨®micas dejan de existir, al menos de manera temporal; y al que, por su atributo p¨²blico, todas las personas pueden acceder. Cada una de estas afirmaciones refleja un estado ideal de la sociedad y de la ciudad. Sin embargo, y desafortunadamente, no son ciertas.
El individualismo reina en el espacio p¨²blico. Ante la ausencia de un proyecto com¨²n, cada quien interpreta, se apropia y vive el espacio p¨²blico como puede o quiere. La inundaci¨®n de ventas informales, de todo tipo, de puentes, andenes y parques son un ejemplo. No importa si la gente no puede caminar o pone en riesgo su vida en una peligrosa carrera de obst¨¢culos. La necesidad individual prima sin matices. Lo mismo sucede con quienes ven el espacio p¨²blico como un enorme parqueadero, o como un espacio de colonizaci¨®n y ampliaci¨®n de sus casas o negocios. En el espacio p¨²blico la gente hace lo que se le da la gana.
El miedo se tom¨® el espacio p¨²blico. Aunque hoy hay una visi¨®n generalizada de que el espacio p¨²blico es peligroso para las mujeres, no hay duda de que ese riesgo tambi¨¦n existe para hombres, ni?as, ni?os, j¨®venes y personas de la tercera edad. Esto significa que como sociedad renunciamos a conocer y a vivir la calle. Decidimos privarnos de la importancia de lo desconocido y encerrarnos tras unas murallas que, si bien pueden aumentar la percepci¨®n de seguridad, coartan el encuentro entre diferentes.
El espacio p¨²blico refleja diversos ideales est¨¦ticos. El espacio p¨²blico en la ciudad ha sido m¨¢s el resultado de una pol¨ªtica inmobiliaria y paisaj¨ªstica que de un esfuerzo por comprender qu¨¦ es lo que necesitan las personas. Por eso es que los andenes son discontinuos, llenos de obst¨¢culos, no tienen mobiliario apropiado que genere interacci¨®n y apropiaci¨®n. Su iluminaci¨®n es deficiente, la arborizaci¨®n es escasa y la superficie, en la mayor¨ªa de los casos, es poco amigable.
Una visi¨®n parcial del espacio p¨²blico oculta la vitalidad de lo popular. Para quienes tienen mayores ingresos el espacio p¨²blico es resultado de vecindarios y barrios planeados y desarrollados con muchos de los par¨¢metros urban¨ªsticos de la ciudad moderna. Para los de menores ingresos, este es lo que queda fuera de sus casas, aquellas zonas residuales de desarrollos informales y de autoconstrucci¨®n. A pesar de los contrastes, el espacio p¨²blico popular es escenario de encuentros, intercambios, fiestas y juegos. Es el lugar de construcci¨®n de un fuerte tejido social que le da forma y esp¨ªritu a los barrios y vecindarios.
El espacio p¨²blico pierde la batalla con los centros comerciales. Cuando yo era ni?o conoc¨ªa todos los centros comerciales de Bogot¨¢ porque eran pocos. El coraz¨®n de la sociabilidad era, para unos pocos, el club, y, para la mayor¨ªa, la calle y el parque, pero hoy Bogot¨¢ tiene 55 centros, que movieron cerca de 18,1 billones de pesos en 2023, casi el 40% del total nacional. No hay duda de que se han convertido, desde finales del siglo XX y comienzos del XXI, en el nuevo espacio no p¨²blico epicentro del consumo, la interacci¨®n social y el entretenimiento.
Durante a?os nos han dicho que quienes caminamos por la ciudad somos pilar de la planeaci¨®n y la gesti¨®n p¨²blica, el centro de las pol¨ªticas p¨²blicas y el s¨ªmbolo de la movilidad sostenible. Y que, por eso, el espacio p¨²blico ocupa un lugar fundamental en la agenda urbana. Desafortunadamente, todas esas palabras omiten dos interrogantes que creo centrales en la reflexi¨®n sobre nuestra sociedad y nuestra ciudad: para qu¨¦ y para qui¨¦n es el espacio p¨²blico.
Responder a ellas pasa por comprender que, como lo he planteado en otros art¨ªculos, el deterioro de lo p¨²blico es el motor de la estigmatizaci¨®n, la poca apropiaci¨®n y la escasa defensa de lo que nos pertenece a todos como comunidad. La pandemia de la covid-19 aceler¨® el proceso, pero este ven¨ªa desde hace algunas d¨¦cadas haciendo mella en el tejido social. Pero tambi¨¦n pasa porque no se le otorgan responsabilidades que son competencia del sistema pol¨ªtico y econ¨®mico. La igualdad y la equidad no dependen del espacio p¨²blico, as¨ª lo pretendan usar, de manera facilista y oportunista, como paliativo.
La democracia ha sido cooptada por una poderosa alianza entre la casta pol¨ªtica y los grupos econ¨®micos. Esto ha cerrado importantes espacios para las personas y las comunidades. Los grandes intereses y un capitalismo desbordado est¨¢n llevando a la reelitizaci¨®n del mundo, por un lado; y el crecimiento de la desigualdad, por el otro. Una de sus desastrosas consecuencias es la privatizaci¨®n del espacio p¨²blico que lo ha convertido en una zona de permanente conflicto, como lo evidencia, por ejemplo, la tensi¨®n global alrededor del turismo. Romper con esta tendencia requiere de mucha voluntad pol¨ªtica y de que como sociedad nos arriesguemos a pensar el espacio p¨²blico de manera diferente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.