Bajo los escombros
La JEP y la Unidad de B¨²squeda de Personas dadas por Desaparecidas han empezado a encontrar las respuestas sobre los millones de cuerpos bajo las monta?as tan verdes y tan hermosas de Medell¨ªn
El camino serpentea en el ascenso hacia la loma. Es s¨¢bado 21 de diciembre. La ciudad se prepara para la final del torneo local de f¨²tbol. El Atl¨¦tico Nacional ganar¨¢ su estrella 18 al d¨ªa siguiente. Muchachos caminan con camisetas del equipo m¨¢s ganador de la historia de Colombia. Pienso en 1989, cuando ese mismo equipo gan¨® la Copa Libertadores, en Bogot¨¢. El mismo a?o en que el torneo nacional se cancel¨® por el asesinato del ¨¢rbi...
El camino serpentea en el ascenso hacia la loma. Es s¨¢bado 21 de diciembre. La ciudad se prepara para la final del torneo local de f¨²tbol. El Atl¨¦tico Nacional ganar¨¢ su estrella 18 al d¨ªa siguiente. Muchachos caminan con camisetas del equipo m¨¢s ganador de la historia de Colombia. Pienso en 1989, cuando ese mismo equipo gan¨® la Copa Libertadores, en Bogot¨¢. El mismo a?o en que el torneo nacional se cancel¨® por el asesinato del ¨¢rbitro bolivarense ?lvaro Ortega. Iba a pitar el partido entre Medell¨ªn y Am¨¦rica de Cali. Fue un 15 de noviembre de hace 35 a?os, y pocos recordaron en este 2024 ese hecho lamentable que a muchos nos hizo apartarnos de ser hinchas de algo para siempre.
Es el l¨ªmite del barrio Eduardo Santos. Arriba de San Javier. En el sem¨¢foro frente al centro de salud de la comuna 13, de Medell¨ªn, me dicen que llegaba la gente con sus familiares como bultos cargados. Son tres, ella corre en la parte izquierda de la foto. Est¨¢ en chanclas. Debe tener unos 15 a?os. En el centro, otro joven, de camisa blanca ancha sostiene el cuerpo de la mujer con la mano bajo su axila. Un hombre mayor carga el peso de ese cuerpo de no m¨¢s de 15 a?os, que tiene una camisilla caqui ombliguera, unos shorts rojos. El hombre aprieta un trapo blanco entre los dientes. Veo fotos de la ¨¦poca. Un muchacho contra la pared al lado de una puerta. Frente a la puerta un oficial con fusil mira hacia el interior. Las s¨¢banas ensangrentadas. Un helic¨®ptero planeaba sobre las calles escupiendo balas a discreci¨®n.
El 16 de octubre de 2002, tan solo dos meses despu¨¦s de haberse posesionado como presidente, ?lvaro Uribe V¨¦lez orden¨® la toma de la comuna. La llam¨® Operaci¨®n Ori¨®n. Ori¨®n el cazador. El castigador. Aqu¨¦l que entr¨® vestido de estrellas en las solapas y arrincon¨® familias y j¨®venes y los fue condenando, a diestra y siniestra, a convertirse en fantasmas de un pa¨ªs que a veces semeja a un gran campo de espectros.
All¨ª abajo, me dice el magistrado Gustavo Salazar, estaba el cuartel general del bloque Cacique Nutibara. Los paramilitares al mando de alias Don Berna y HH entendieron su misi¨®n: junto al plan del ej¨¦rcito, ellos deb¨ªan asegurar la zona a punta de miedo y horror, para reinar sobre Medell¨ªn, una vez m¨¢s. Como en los tiempos del ¨¢rbitro Ortega, una vez m¨¢s se aliaban la pol¨ªtica y las armas.
El resultado fue m¨¢s de quinientos desaparecidos. La colina en la que me paro, y desde la que se ve la ciudad con las nubes sumergidas en los edificios de esa otra Medell¨ªn, como la llam¨® la cineasta Catalina Villar, estaba ya cubierta por la vegetaci¨®n. Ante la monta?a, las madres se unieron hace 22 a?os, cuando la gente comenz¨® a desaparecer, al igual que en muchos lugares de Colombia. Bastaba un se?alamiento, un rumor, un perfilamiento, como le dicen ahora, para que los llevaran hasta la casucha, les dijeran por qu¨¦ los iban a matar, los asesinaran y luego los desmembraran para luego subir hasta La Escombrera, el botadero de basura de la ciudad, y esparcir sus partes entre objetos y desperdicios.
Contemplo la tierra removida. Una arque¨®loga forense me explica que estaban dragando el terreno con una retroexcavadora donde varios testigos ¡ªuno de ellos a salvo en el exterior¡ª hab¨ªan dicho que enterraban los cuerpos. En una de las paladas se advirti¨® el primer hallazgo: a 70 cent¨ªmetros del piso hist¨®rico de 2002, la tierra comenz¨® a hablar. Los estratos en Colombia siempre esconden algo perverso.
Las madres de siete de los desaparecidos estaban en una carpa. Escucharon sobre las medias, las camisetas, el f¨¦mur, el h¨²mero. Partes de partes. Huesos que son la memoria de aquellos a quienes han buscado sin descanso. Por decirlo e insistir las han llamado locas, hist¨¦ricas, mentirosas. Los huesos son de animales, han dicho otros.
El cacique Nutibara defendi¨® a los cat¨ªos del adelantado Francisco C¨¦sar, enviado por Pedro de Heredia, en la zona de Dabeiba, en el siglo XVI. La espada acab¨® con doscientas personas esa tarde de 1538. En las inmediaciones del hotel Nutibara, en el centro de Medell¨ªn, cay¨® asesinado por una r¨¢faga de una subametralladora el ¨¢rbitro Ortega, en 1989. Hay continuidades en todos esos hechos. Hay millones de cuerpos bajo esas monta?as tan verdes y tan hermosas. Ahora, la JEP y la Unidad de B¨²squeda de Personas dadas por Desaparecidas han empezado a encontrar las respuestas. Es el legado de los huesos que siempre habla. Nos corresponde insistir en el valor de la memoria y el reconocimiento cultural. Alguien tiene que recoger los escombros.