La verdad de Carlos Lehder, el temible socio de Pablo Escobar
El narcotraficante, uno de los m¨¢s c¨¦lebres de la historia, relata su vida como miembro clave del cartel de Medell¨ªn tras salir de una prisi¨®n de EE UU, donde ha cumplido 33 a?os de condena
La pantalla del ordenador est¨¢ fundida a negro. Al otro lado de la videollamada se escucha hablar de manera pausada a un hombre mayor que se deshace en reverencias y atenciones. Disculpe un momento, se?or Carlos Lehder, ?podr¨ªa encender su c¨¢mara unos segundos para comprobar que es usted quien dice ser? Suena un click y en la imagen aparece de repente un tipo canoso, con entradas pronunciadas, de ojos peque?os y nariz gruesa. Viste una camiseta naranja y detr¨¢s de ¨¦l se ve un escritorio, un viejo butac¨®n y, colgadas de la pared, fotos enmarcadas en blanco y negro. Lehder ha guardado con celo su apariencia durante casi cuatro d¨¦cadas. Ahora, a sus 74 a?os, parece un abuelo de los que juega al bingo en el hogar del jubilado, pero en su d¨ªa fue uno de los narcotraficantes m¨¢s c¨¦lebres y temidos. Socio de Pablo Escobar, result¨® ser un miembro clave del cartel de Medell¨ªn y estuvo en el centro de las conspiraciones de una de las mayores empresas criminales que ha existido.
Lehder vive desde 2020 en Frankfurt, adonde fue a parar despu¨¦s de cumplir 33 a?os de prisi¨®n en Estados Unidos. Un juez federal de la corte de Jacksonville, Florida, lo conden¨® a cadena perpetua a finales de los a?os ochenta por dirigir una empresa criminal y a otros 135 a?os de reclusi¨®n por conspirar para introducir coca¨ªna en Norteam¨¦rica. Lo encerraron en una c¨¢rcel de m¨¢xima seguridad con un r¨¦gimen brutal de aislamiento que estuvo a punto de quebrarlo, en el que parec¨ªa que iba a pasar la vida entera, pero despu¨¦s de testificar contra el dictador paname?o Manuel Antonio Noriega, de quien cont¨® que hab¨ªa traficado con Escobar, le redujeron la pena y lo trasladaron a una c¨¢rcel con menos restricciones, en la que se emple¨® en la cocina. Se dedic¨® a partir de entonces a leer y a estudiar, algo que apenas hab¨ªa hecho durante su etapa de bandido. Conseguida la libertad, se puso a escribir un libro, Carlos Lehder, vida y muerte del cartel de Medell¨ªn, que ha publicado este a?o la editorial Debate, el sello de no ficci¨®n de Penguin Random House, y que justo sale ahora a la venta en Espa?a.
La de Lehder es una de esas vidas exageradas que uno pensar¨ªa que no caben en una sola. Su padre fue un ingeniero alem¨¢n que se estableci¨® en Colombia y conoci¨® a su madre en Armenia, una ciudad con vistas a la cordillera de los Andes. El matrimonio abri¨® una pensi¨®n llamada La Posada Alemana, que fue muy popular en su ¨¦poca. De adolescente no quiso dedicarse a la hosteler¨ªa ni insistir en los estudios universitarios. En cambio, empez¨® a contrabandear con veh¨ªculos robados en EE UU, un delito por el que pasar¨ªa un tiempo en la c¨¢rcel federal de Danbury, Connecticut. No le sirvi¨® para rehabilitarse. Al salir mont¨® su propio concesionario en Medell¨ªn, Lehderautos, y comenz¨® a traficar con marihuana y coca¨ªna. A los veintipico aprendi¨® a pilotar avionetas de manera autodidacta y se convirti¨® en un experto en inundar de droga los Estados Unidos. La DEA lo tuvo pronto en su radar, pero como no consegu¨ªa detenerlo, para los agentes federales se convirti¨® en un mito.
Amas¨® una fortuna tan grande antes de los 30 que se compr¨® su propia isla, Cayo Norman, en Bahamas. Soborn¨® a polic¨ªas, ministros y hasta al presidente de ese pa¨ªs reci¨¦n independizado, donde construy¨® un puerto y pistas de aterrizaje. Un ej¨¦rcito de mercenarios lo proteg¨ªan a ¨¦l y al negocio. Las fiestas en Cayo Norman se volvieron legendarias. Guapo y atl¨¦tico porque nunca dej¨® de correr y hacer pesas, de noche se entregaba a la parranda. De d¨ªa, patrullaba armado con fusiles y granadas de mano, protegido por un chaleco antibalas. En una ocasi¨®n, otros colombianos intentaron asaltar la isla y los repeli¨® con disparos. Sin duda, en su libro hay acci¨®n, pero se muestra a s¨ª mismo como un personaje de la serie The A Team, donde ocurre de todo, pero no hay muertos ni heridos: la sangre no brota por ning¨²n sitio. A Lehder le gusta describirse como un pacifista armado, racional y de buen coraz¨®n que tiene piedad con sus enemigos.
No es as¨ª como lo ven las personas que han investigado la historia del cartel de Medell¨ªn. En una ingente cantidad de libros se le describe como alguien impulsivo y violento al que tem¨ªa el resto de narcotraficantes. A Lehder no le ha quedado otra que enfrentarse a estas zonas oscuras de su personalidad. En la p¨¢gina 370 de su libro, la redacci¨®n se vuelve sinuosa cuando se acerca un momento candente: el asesinato de un hombre. Es un crimen muy conocido y todos los que estaban all¨ª ese d¨ªa se lo atribuyen a ¨¦l. Ocurri¨® en la hacienda N¨¢poles, la finca de Pablo Escobar. Era un d¨ªa de excesos, coca¨ªna y alcohol, nada raro en la casa de campo que construy¨® y llen¨® de hipop¨®tamos, jirafas y aves ex¨®ticas. Lehder estaba esa noche con una mujer, Sonia, que se fij¨® en Rollo, un apuesto sicario de Escobar. Al narco le entr¨® un ataque de celos, seg¨²n una versi¨®n ampliamente extendida y documentada, y lo ejecut¨® delante de m¨¢s gente. Lehder tiene otra versi¨®n: era Rayo ¡ªle cambia el nombre en el libro¡ª el que quer¨ªa matarlo a ¨¦l. ?Qu¨¦ ocurri¨® entonces? ¡°Se supone que yo iba a morir. No mor¨ª ese d¨ªa¡±, cuenta en la entrevista Lehder, al que se le adivina un leve rastro de vanidad al decirlo. En su escrito, reconoce el crimen por omisi¨®n: ¡°Ubiqu¨¦ al Rayo, que caminaba seguido de su ni?o cargafusil y dos pistoleros m¨¢s. Me concentr¨¦ en vigilarlo. Al rato, sonaron tres disparos de fusil autom¨¢tico, que hicieron volar despavoridas a las palomas y golondrinas de los techos de la inmensa casa de N¨¢poles¡±.
Lehder y Escobar se hab¨ªan aliado para hacer negocios y oponerse al tratado de extradici¨®n entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. Se les unieron otros capos como Gonzalo Rodr¨ªguez Gacha, apodado El Mexicano por su gusto por los mariachis y los caballos de paso fino, y la familia Ochoa. Esa es la g¨¦nesis del cartel de Medell¨ªn. La organizaci¨®n criminal ret¨® al Estado con el asesinato del ministro de Justicia colombiano, Rodrigo Lara Bonilla, que lider¨® una ofensiva contra los narcotraficantes in¨¦dita hasta ese momento. Lehder asegura que no particip¨® en esa conspiraci¨®n, aunque reconoce que celebr¨® su muerte y felicit¨® a Escobar por el trabajo de sus sicarios. Defiende que Pablo mand¨® acabar con Lara Bonilla por una rencilla personal y no por atacar al Gobierno colombiano. Cuando se le pregunta por este hecho guarda un espeso silencio que se alarga por unos 10 segundos. Lo rompe con una justificaci¨®n: ¡°No particip¨¦ en ning¨²n asesinato ni ning¨²n complot. He optado por defender mi vida en circunstancias en las que era de vida o muerte. Pero nunca contra el Gobierno de Colombia¡±. Durante toda la conversaci¨®n queda claro que si algo le duele es que le acusen de traici¨®n a la patria.
Aunque ahora lo matice, fue un entusiasta del movimiento Muerte a Secuestradores (MAS). Escribi¨® un manifiesto a su favor que se public¨® en los peri¨®dicos. El MAS lo crearon los capos de la droga para perseguir a los guerrilleros del M-19 ¡ªla organizaci¨®n a la que perteneci¨® el presidente Gustavo Petro¡ª, que hab¨ªan secuestrado d¨ªas atr¨¢s a una hermana de los Ochoa. Era una entente entre criminales, polic¨ªas, ganaderos, empresarios y militares que ejerci¨® una violencia brutal en el pa¨ªs, sobre todo contra movimientos de izquierdas. Muchos consideran que esta organizaci¨®n fue la precursora del paramilitarismo en Colombia, que en los siguientes a?os cometer¨ªa decenas de miles de asesinatos. Lehder zanja el asunto en un par de p¨¢ginas del libro.
Se labr¨® durante su etapa de criminal una imagen de borracho, loco, vanidoso y fascista. Lo han pintado como un hombre con una metralleta al hombro y un casco del Tercer Reich. A un escultor le pidi¨® una estatua en bronce a tama?o natural de John Lennon, uno de sus ¨ªdolos. ¡°No soy ning¨²n santo, pero fui disciplinado y tuve ¨¦tica. De otra manera, no hubiera sido exitoso. No fui drogadicto jam¨¢s¡±, se defiende. Los delirios de grandeza lo llevaron a crear una comunidad ultranacionalista de nombre Movimiento C¨ªvico Latino. ¡°Era para denunciar que el tratado de extradici¨®n era ilegal y la gente ten¨ªa que saberlo¡±, a?ade. Los periodistas que lo siguieron dicen que mezclaban la ideolog¨ªa nazi con la ind¨ªgena y que ten¨ªa la intenci¨®n de convertirse en un grupo armado que peleara contra la guerrilla en el monte.
Sin embargo, que Lehder matase a uno de los pistoleros m¨¢s importantes de Escobar fue el fin de la amistad entre ellos. A Lehder le entr¨® la paranoia de que el jefe del cartel de Medell¨ªn quer¨ªa matarlo, como hab¨ªa hecho con otros tres socios, angustia a lo que se le sum¨® la persecuci¨®n de la DEA. Finalmente, fue detenido en 1987. Lo extraditaron al Estado de Florida, y as¨ª se convirti¨® en el primer jefe de un cartel colombiano en hacer ese viaje. Tiempo despu¨¦s se enter¨® por su abogado que hab¨ªa sido Escobar el que lo hab¨ªa entregado a las autoridades en venganza. Lehder, que ha vivido por esa delaci¨®n tres d¨¦cadas entre cuatro paredes, ahora se ha tomado la revancha y ha escrito un libro en el que le atribuye todos los cr¨ªmenes de ministros, jueces y periodistas a Escobar, sin excepci¨®n. Los vivos son los que escriben la historia y a los muertos ¡ªEscobar fue abatido en diciembre de 1993¡ª solo les queda revolverse en sus tumbas.
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