El Brasil m¨¢s ¨¢rido aprende a convivir con la sequ¨ªa gracias a las cisternas de Lula
El Gobierno instala decenas de miles de dep¨®sitos para agua de lluvia tras el par¨®n de los a?os Bolsonaro y reactiva las pol¨ªticas contra la desertificaci¨®n
A la agricultora brasile?a Silvani Gonsalves do Santos, de 60 a?os, y a su familia les cambi¨® la vida aquel d¨ªa de 2016 cuando les instalaron una gigantesca cisterna al lado de su casita. De cemento, recoge el agua de lluvia (hasta 52.000 litros) que as¨ª pueden dosificar para que dure el resto del a?o. ¡°Hasta que lleg¨® esta tecnolog¨ªa, ¨¦ramos los famosos flagelados de la sequ¨ªa¡±, dice en referencia a los brasile?os fam¨¦licos con la piel muy morena ¡ªtan cuarteada por el sol como la tierra sedienta¡ª porque a diario caminaban kil¨®metros para conseguir agua de pozo con una lata. En los ochenta, la peor sequ¨ªa del siglo mat¨® a cientos de miles de personas en el nordeste de Brasil. Gracias a la cisterna, esta familia que vive en una peque?a comunidad rural de Juazeiro (Bah¨ªa) empez¨® a trazar un c¨ªrculo virtuoso. Ya no viven pendientes del cielo. Planifican. Y comen. Comen sano porque cultivan hortalizas. Y tienen otra cisterna m¨¢s peque?a con agua para ducharse, fregar o lavar la ropa que reutilizan en el cultivo de forraje para las cabras.
Las familias de la comunidad de Malhada da Areia han aprendido a convivir con la sequ¨ªa y est¨¢n en proceso de revitalizar sus tierras de pastos comunales, exhaustas tras d¨¦cadas de sobreexplotaci¨®n. Viven en el epicentro de la desertificaci¨®n en Brasil, un fen¨®meno que se come cada a?o en el planeta 100 millones de hect¨¢reas productivas y amenaza a uno de cada cinco municipios brasile?os.
Garanhuns, la ciudad de Pernambuco en la que naci¨® Luiz In¨¢cio Lula da Silva queda a 550 kil¨®metros, cerca para las magnitudes brasile?as. Con su familia y miles de compatriotas, el presidente de la rep¨²blica emigr¨® a S?o Paulo de ni?o empujado por la pobreza. Sus primeros Gobiernos instalaron un mill¨®n de cisternas como la de la se?ora Do Santos. Desde entonces simbolizan la pol¨ªtica del Partido de los Trabajadores (PT) contra la desertificaci¨®n y el ¨¦xodo en la Caatinga, la regi¨®n m¨¢s ¨¢rida, donde vive uno de cada siete brasile?os. Los dep¨®sitos de agua son una de las muchas pol¨ªticas p¨²blicas abruptamente abandonadas por Jair Bolsonaro, que no invirti¨® un real, y que ahora retoma Lula, idolatrado por aqu¨ª. ¡°Lula es nuestro patr¨®n despu¨¦s de Dios. Trabaja mucho por los pobres, no nos odia¡±, recalca Maria Gonsalves Santana, 60 a?os. Aprovecha para hablar con orgullo infinito de su hijo: ¡°Luch¨¦ mucho y logr¨¦ que fuera periodista¡±.
Tambi¨¦n veneran a la ministra de Medio Ambiente y Cambio Clim¨¢tico, Marina Silva. Basta ver el recibimiento que recibi¨® el lunes pasado al llegar a la comunidad con el secretario ejecutivo de la convenci¨®n de la ONU para combatir la desertificaci¨®n, el mauritano Ibrahim Thiaw, y con el gobernador de Bah¨ªa, Jeronimo Rodrigues. Para los locales, que tan altas autoridades los visiten desmiente que esto sea el fin del mundo.
Un enjambre de vecinos, pol¨ªticos locales, y periodistas a duras penas los deja avanzar, entre cactus y arbustos bajo un sol inclemente, durante la visita, a la que este diario fue invitado por la ONU. La ministra y el alto funcionario ven¨ªan a conocer los proyectos de la comunidad para sanar sus tierras, degradadas por a?os de caza, deforestaci¨®n para alimentar a los reba?os de cabras y ovejas, usurpaci¨®n de tierras¡
Ocasi¨®n impagable para estas gentes humildes de transmitirle al poder sus urgencias. Exponen dos prioritarias, que los proyectos de apoyo no sean interrumpidos y que las autoridades reconozcan de una vez por todas que estas tierras habitadas por sus antepasados hace m¨¢s de dos siglos les pertenecen. Y, claro, cisternas para todos. Maricelia Santana Gonsalves, 56 a?os, espera hace a?os una. Por ahora se apa?a con el agua que cada 15 d¨ªas recibe por la canalizaci¨®n. Cuando se acaba, apela a la solidaridad vecinal. El actual programa gubernamental de cisternas contempla m¨¢s de 130.000 nuevas unidades entre el a?o pasado y este.
El d¨ªa de la visita de las autoridades, Brasil a anunci¨® que se suma a la alianza internacional para la resiliencia a la sequ¨ªa (IDRA, en ingl¨¦s) impulsada por Espa?a y Senegal. La escasez de lluvias, agravada por el cambio clim¨¢tico, causa grav¨ªsimos estragos de manera gradual y silenciosa. Todo lo contrario a inundaciones o tempestades, siempre espectaculares y que reciben mucha m¨¢s atenci¨®n. Thiaw, de la ONU, alerta de que la degradaci¨®n de la tierra amenaza el 50% del PIB mundial, que se dice pronto. ¡°Crea conflictos por la tierra, inmigraci¨®n indeseada¡¡±, a?ade.
Brasil espera que la alianza le ayude a crear sinergias con otros pa¨ªses afectados por la desertificaci¨®n, a captar fondos p¨²blicos y privados para afrontarla y exportar experiencias exitosas como las cisternas, adoptadas ya en ?frica.
Los vecinos de Malhada da Areia se esmeran por explicar a las ilustres visitas c¨®mo a?os atr¨¢s cambiaron de estrategia frente a la sequ¨ªa. Ya no la combaten, conviven con ella, explica Lu¨ªs Almeida Santos, del Irpaa (Instituto Regional de la Peque?a Agropecuaria Apropiada). Eso se ha traducido en cercar 50 de las 2.000 hect¨¢reas comunales para que la vegetaci¨®n crezca a su antojo sin la amenaza de reba?os voraces. Est¨¢n encantados con esta peque?a reserva que mantendr¨¢n pr¨¢cticamente intacta durante 15 a?os. Han plantado flora aut¨®ctona y ahora la gestionan de manera sostenible. Las calvas entre la vegetaci¨®n van disminuyendo. Los jaguares y las serpientes han reaparecido, como algunas especies de plantas. Ahora cultivan frutas tropicales y producen miel.
Con las cisternas logran sacar m¨¢ximo partido a cada gota de lluvia. Ahora que pueden cultivar al lado de casa, la dieta es mucho m¨¢s rica y variada. ¡°Org¨¢nica¡±, apunta Do Santos, que disfruta experimentando con nuevas semillas mientras intenta recuperar las antiguas con los sabores de su infancia. Desde hace un tiempo ella y sus vecinas anotan en una libreta su d¨ªa a d¨ªa: vender una gallina, recoger tomillo, unos pimientos¡ ¡°as¨ª demostramos que nosotras tambi¨¦n contribuimos a la renta familiar¡±.
El ¨¦xodo juvenil es imparable, constata Gilberto Raimundo Santana, que creci¨® sin luz ni agua. ¡°Los viejos vivimos aqu¨ª, pero los j¨®venes marchan a la ciudad a trabajar en las empaquetadoras de uva, de mango¡±. Como otros hombres, se protege del sol con el sobrero t¨ªpico del nordeste de Brasil, de cuero y ala corta.
En un par de d¨¢cadas, sus vidas han cambiado radicalmente. Incluso tienen ya conexi¨®n a Internet, es decir, WhatsApp. Iracema Helena da Silva, de 46 a?os, la l¨ªder comunitaria, la encargada de transmitir a las autoridades demandas y agradecimientos, cuenta que son gentes disfrutonas, muy fiesteras. Adoran una barbacoa y un buen baile de forr¨®.
La mala noticia es que, con la prosperidad, han llegado problemas desconocidos, como la diabetes o la hipertensi¨®n, seg¨²n Da Silva, que ejerce de agente de salud. Los principales sospechosos, la plaga de los alimentos ultraprocesados. ¡°Ya sabe, una vez llega la electricidad, llega todo lo dem¨¢s¡±, apunta una vecina.
Adem¨¢s del proyecto de regenerar la vegetaci¨®n aut¨®ctona y las tierras comunales, esta peque?a comunidad est¨¢ embarcada en otra misi¨®n. Esta, por su cuenta. ¡°Estamos construyendo una iglesia cat¨®lica¡±, cuenta con emoci¨®n la lideresa. ¡°Hemos hecho bingos, rifas, misas de vaqueros¡ la estamos levantando nosotros mismos¡±. Hasta ahora rezaban debajo de un ¨¢rbol o en casa de alguno de los fieles.
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