El extraordinario viaje de las cenizas de Pirandello y otros recuerdos de Camilleri
Se publica en castellano ¡®Ejercicios de memoria¡¯, un libro dictado por el escritor italiano en los ¨²ltimos a?os de su vida en el que rememora los momentos clave de su vida, ilustrados por artistas como Alessandro Gottardo, Gipi o Lorenzo Mattotti. Babelia adelanta el primer cap¨ªtulo
Un breve pre¨¢mbulo necesario. En diciembre de 1936, cuando Luigi Pirandello falleci¨® en su casa de Roma, sus familiares hallaron en un caj¨®n un papel con unas pocas l¨ªneas escritas a mano: eran sus ¨²ltimas voluntades. Pirandello deseaba que su cuerpo fuera incinerado y que las cenizas se llevaran a Agrigento, al barrio de Caos, donde ten¨ªa una peque?a parcela en la que se alzaba su casa natal junto a un gran pino, en una loma desde la que se divisaba el mar. Quer¨ªa que sus cenizas se enterraran entre las ra¨ªces del pino o, en caso de que no fuera posible, se echaran al ?gran mar africano?. Si no pod¨ªan incinerarlo (en aquellos tiempos la Iglesia era sumamente hostil a esa pr¨¢ctica), solicitaba que las exequias se hicieran con un coche f¨²nebre de tercera categor¨ªa, que nadie m¨¢s que sus familiares siguiera al f¨¦retro y que despu¨¦s lo sepultaran envuelto en una s¨¢bana directamente en la tierra.
Cuando un alto jerarca fascista ley¨® aquel papel se qued¨® l¨ªvido. Era la ¨¦poca en que much¨ªsimos intelectuales ped¨ªan que los enterraran vestidos con la camisa negra fascista.
¡ªSe ha ido d¨¢ndonos un portazo en las narices¡ªmurmur¨® el jerarca.
Acertaba y se equivocaba al mismo tiempo. Pirandello se hab¨ªa ido dando un portazo en las narices, s¨ª, pero no al fascismo, sino a la propia vida. Tras superar infinitas dificultades, sus hijos lograron incinerarlo y las cenizas se guardaron en un ¨¢nfora griega preciosa que se encontraba en casa del escritor desde tiempo inmemorial y que posteriormente se deposit¨® en el cementerio de Campo Verano. Fin del pre¨¢mbulo.
Pasamos a 1942, cuando cinco bachilleres de Agrigento (Gaspare, Luigi, Carmelo, Mimmo y yo mismo) solicitamos una audiencia con el secretario federal de los grupos de combate fascistas de la ¨¦poca, un hombre rudo y expeditivo. Nos presentamos de uniforme, hicimos el saludo romano y nos quedamos clavados delante de su mesa en posici¨®n de firmes. El secretario federal contest¨® someramente a nuestro saludo con la mano izquierda, puesto que en la derecha ten¨ªa una hoja que le¨ªa con suma atenci¨®n. Sigui¨® leyendo un buen rato, luego dej¨® el papel, nos mir¨® y nos pregunt¨®:
¡ª?Qu¨¦ quer¨¦is?
Habl¨® Gaspare en nombre de todos:
¡ªCamarada secretario federal, hemos venido a solicitar que las cenizas de Pirandello, actualmente en Roma, sean trasladadas aqu¨ª, a Agrigento, como era su voluntad. No queremos que Pirandello...
El secretario federal lo interrumpi¨® dando un manotazo en la mesa y se levant¨®.
¡ª?No os atrev¨¢is a hablarme de Pirandello, tarugos! ?Pirandello era un antifascista asqueroso! ?Largo de aqu¨ª, dejad de tocarme los cojones!
Ejecutamos un saludo romano perfecto, dimos media vuelta y salimos de all¨ª humillados y abatidos.
En 1945, una vez liberada Italia del fascismo, los mismos cinco, ya universitarios, nos presentamos, esa vez de paisano, ante el delegado provincial de Agrigento, que nos recibi¨® con cordialidad.
¡ª?En qu¨¦ puedo ayudaros, queridos muchachos?
Una vez m¨¢s, Gaspare tom¨® la palabra:
¡ªSe?or delegado provincial, nos gustar¨ªa que las cenizas de Pirandello, actualmente en Roma, fueran trasladadas a Agrigento para...
¡ªHuy, no ¡ªlo interrumpi¨® el delegado provincial¡ª. ?De ninguna de las maneras!
¡ª?Por qu¨¦? ¡ªme atrev¨ª a preguntar yo.
¡ªPorque Pirandello fue un fascista convencido, mi querido muchacho. Ni hablar del asunto.
Nos estrech¨® la mano y se despidi¨® de nosotros.
Lo mejor era que los dos ten¨ªan raz¨®n, tanto el secretario federal como el delegado provincial; a decir verdad, la relaci¨®n de Pirandello con el fascismo hab¨ªa sido cuando menos irregular.
En 1924, justo despu¨¦s del secuestro y asesinato del pol¨ªtico socialista Giacomo Matteotti, Pirandello solicit¨® directamente a Mussolini el carnet del Partido Fascista, un gesto a contracorriente que suscit¨® el desd¨¦n de muchos antifascistas, si bien cuatro a?os despu¨¦s tuvo una violenta discusi¨®n con el secretario nacional del partido, al t¨¦rmino de la cual rompi¨® el carnet y se lo tir¨® encima del escritorio. No contento con eso, se arranc¨® la insignia del ojal, la tir¨® al suelo y la pisote¨®. Transcurridos unos a?os, sin embargo, no rechaz¨® su nombramiento como miembro de la Real Academia de Italia, aunque poco despu¨¦s ya iba por ah¨ª hablando mal de Mussolini y calific¨¢ndolo de ?hombre vulgar?. Cuando en 1934 recibi¨® el premio Nobel, el duce ni siquiera le mand¨® un telegrama de felicitaci¨®n. La relaci¨®n entre ambos parec¨ªa ya completamente rota, si bien en 1935, en un discurso de celebraci¨®n de la campa?a de Etiop¨ªa, Pirandello no dud¨® en referirse a Mussolini como ?un poeta de la pol¨ªtica?. Aun as¨ª, al a?o siguiente volv¨ªa a ser de nuevo antifascista.
Pero volvamos a la posguerra. En 1946, en las primeras elecciones generales, sali¨® elegido diputado por la Democracia Cristiana un siciliano de gran val¨ªa, el profesor Gaspare Ambrosini, que daba clase de Derecho Constitucional en la Universidad de Roma. Su competencia lo llev¨® a ser uno de los padres de la Constituci¨®n, de modo que decidimos mandarle una carta en la que explic¨¢bamos nuestras intenciones, esto es, trasladar las cenizas de Pirandello a Agrigento para cumplir as¨ª sus ¨²ltimas voluntades. A fin de darnos importancia, escribimos la carta en una hoja que mi amigo Gaspare hab¨ªa encontrado por casualidad y que llevaba un membrete que rezaba ¡°Corda Fratres-Asociaci¨®n Universitaria¡±. Despu¨¦s de haberla enviado, nos enteramos de que la Corda Fratres hab¨ªa sido una asociaci¨®n universitaria muy pr¨®xima a la masoner¨ªa y que el fascismo la hab¨ªa abolido. Gaspare Ambrosini nos contest¨® de inmediato aceptando nuestra petici¨®n, nos tuvo constantemente informados de sus progresos y, en cuesti¨®n de unos diez d¨ªas, logr¨® que localizaran el ¨¢nfora en el cementerio de Campo Verano y se la entregaran, para lo que tuvo que superar infinidad de obst¨¢culos burocr¨¢ticos. Transcurridos diez d¨ªas m¨¢s, nos anunci¨® que iba a llegar a Palermo en un avi¨®n que hab¨ªa puesto a su disposici¨®n el ej¨¦rcito estadounidense. Sin embargo, el avi¨®n no lleg¨®, ya que, cuando el piloto se enter¨® de que, adem¨¢s de al pasajero, ten¨ªa que transportar las cenizas de un difunto, se neg¨® a despegar. Ni corto ni perezoso, el pobre Ambrosini consigui¨® que le hicieran una caja de madera para guardar la urna, donde la protegi¨® con papel de peri¨®dico arrugado y emprendi¨® el largo viaje en tren de Roma a Palermo, que duraba como m¨ªnimo dos d¨ªas. Antes de salir, nos comunic¨® que en cuanto llegara dar¨ªa se?ales de vida.
En un momento dado del viaje, Ambrosini tuvo que ausentarse para ir al servicio y cuando volvi¨® a su asiento no vio la caja: hab¨ªa desaparecido. Desesperado, se puso a buscar por todos los compartimentos, abarrotados de gente, hasta que por fin dio con tres individuos que hab¨ªan puesto la caja en el suelo y estaban echando una partida de cartas encima del muerto. Consigui¨® recuperarla y a partir de entonces la llev¨® bien agarrada sobre el regazo. Mientras tanto, nosotros fuimos a hablar con el director del Museo C¨ªvico, que se mostr¨® dispuesto a acoger la urna funeraria hasta que concluyeran los tr¨¢mites para enterrarla debajo del pino. Todo aquello lo hab¨ªamos organizado nosotros sin pedirle nada ni al alcalde de Agrigento ni a ning¨²n otro representante institucional y sin difundir la noticia del traslado de las cenizas. No obstante, la ma?ana en que lleg¨® el vag¨®n automotor que Ambrosini hab¨ªa solicitado en Palermo, la gran explanada de delante de la estaci¨®n estaba absolutamente abarrotada.
De acuerdo con nuestras previsiones, el cortejo de la estaci¨®n al museo deb¨ªa estar compuesto por Mimmo y Carmelo en cabeza, seguidos por Gaspare y por m¨ª, que llevar¨ªamos el ¨¢nfora sosteni¨¦ndola cada uno de un asa, y detr¨¢s pod¨ªa sumarse quien lo deseara.
Ambrosini nos esperaba en el vag¨®n automotor. Sin embargo, cuando yo iba a subir, junto con los dem¨¢s, me detuvo el comisario de Seguridad P¨²blica y me dijo:
¡ªEste cortejo no se puede llevar a cabo. Su Excelencia el obispo ha telefoneado hecho una furia al jefe superior de la polic¨ªa, as¨ª que, mientras no me den v¨ªa libre, no pod¨¦is moveros.
Yo conoc¨ªa al obispo Giovanni Battista Peruzzo, as¨ª que, ni corto ni perezoso, me fui a verlo. Discutimos un poco, pero sigui¨® en sus trece. Y entonces se me ocurri¨® una gran idea.
¡ª?Y si metemos la urna en un f¨¦retro normal y corriente?
¡ªEn ese caso, no tendr¨ªa nada que objetar¡ªcontest¨® el obispo.
Me fui corriendo a ver a un fabricante de ata¨²des.
¡ªNecesitar¨ªa alquilar un f¨¦retro ¡ªle dije. Me mir¨® completamente perplejo.
¡ªPero es que los f¨¦retros no se alquilan...
Le expliqu¨¦ de qu¨¦ se trataba y me contest¨® que s¨®lo ten¨ªa disponible un ata¨²d infantil. Me lo ense?¨®. A simple vista calcul¨¦ que el ¨¢nfora entraba sin problemas. Me acompa?¨® a la estaci¨®n con la camioneta en la que transportaba el f¨¦retro. Una vez dentro del vag¨®n automotor, abrimos la caja de madera; el ¨¢nfora estaba intacta y la traspasamos al peque?o ata¨²d. Y as¨ª el cortejo pudo llegar por fin al museo.
Entre aquellas cuatro paredes, las cenizas de Pirandello pasaron a?os y a?os, olvidadas.
Posteriormente, un nuevo comit¨¦ decidi¨® convocar un concurso nacional para erigir un monumento f¨²nebre al pie del pino. El ganador fue el escultor Marino Mazzacurati, que hizo una obra bell¨ªsima limit¨¢ndose a recoger una gran roca que hab¨ªa en las inmediaciones y darle cuatro golpes de cincel para adecuarla. En la parte delantera coloc¨® una pieza de bronce con dos m¨¢scaras peque?as, la tr¨¢gica y la c¨®mica, el nombre de Luigi Pirandello y las fechas de su nacimiento y su muerte. Por detr¨¢s hizo un hueco profundo en el que introdujo un gran cilindro de cobre con una tapa. En una ceremonia solemne, las cenizas del ¨¢nfora se traspasaron al interior del cilindro, y el hueco se cubri¨® con una piedra que despu¨¦s se sell¨® con cemento.
El asunto parec¨ªa cerrado desde hac¨ªa mucho cuando, unos diez a?os despu¨¦s, un vigilante del Museo C¨ªvico se percat¨® de que en el ¨¢nfora griega quedaban todav¨ªa cenizas pegadas a las curvas internas, a la altura de las asas.
?Qu¨¦ hacer? El director del museo, que se llamaba Zirretta, decidi¨® que aquellos restos deb¨ªan meterse tambi¨¦n en el cilindro que estaba en la tumba, de modo que se dirigi¨® a Caos seguido de un maestro de obras y el vigilante. El maestro de obras retir¨® el cemento, apart¨® la piedra y sac¨® el cilindro. Mientras tanto, Zirretta hab¨ªa extendido en el suelo un papel de peri¨®dico que hab¨ªa afianzado con cuatro piedras y luego hab¨ªa vertido encima los residuos de las cenizas rascando el interior del ¨¢nfora con una ramita. Una vez abierta la tapa, sin embargo, se dieron cuenta de que el cilindro estaba lleno hasta el borde y de que era imposible que aquel pu?ado de cenizas cupiera. As¨ª pues, devolvieron el cilindro a su sitio, seguido de la piedra, y el maestro de obras la sell¨® de nuevo con cemento. No quedaba otra soluci¨®n m¨¢s que echar el resto de las cenizas al mar. Zirretta retir¨® las piedras del papel de peri¨®dico, lo cogi¨® con ambas manos y anduvo hasta el margen de la loma. Una vez all¨ª, le pareci¨® necesario pronunciar algunas palabras a modo de ritual, as¨ª que empez¨® a declamar:
¡ªOh, gran mar africano...
Pero una repentina r¨¢faga de viento le lanz¨® el papel contra la cara. Una parte de las cenizas acab¨® en la boca de Zirretta y el resto en su ropa. No tuvo m¨¢s remedio que escupir y sacud¨ªrselas de encima.
Y entonces, por fin, las cenizas de Pirandello alcanzaron la paz eterna.
Ejercicios de memoria
Andrea Camilleri. Con ilustraciones de Alessandro Gottardo, Gipi, Lorenzo Mattotti, Guido Scarabottolo y Olimpia Zagnoli
Traducci¨®n de Carlos Mayor
Salamandra, 2020
208 p¨¢ginas. 16 euros
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