Invitadas, invitados
La nueva exposici¨®n del Prado no se limita a descubrir obras ocultas de mujeres, sino c¨®mo se han visto reflejadas en el arte
Imaginemos una historia fantasma del arte en la que se cuenta y se hace visible no solo lo que fue olvidado, o desde?ado, o destruido, sino tambi¨¦n lo que no fue pero pod¨ªa f¨¢cilmente, casi inevitablemente haber sido: un cat¨¢logo conjetural de obras deslumbrantes que no llegaron a pintarse; un diccionario biogr¨¢fico de pintores, pero sobre todo de pintoras, de los que apenas ha quedado rastro, no porque los borrara ninguna cat¨¢strofe, sino porque no se les hizo el menor caso, porque sus obras estaban a la vista y nadie prestaba atenci¨®n, o estaban en los almacenes de los museos, esos reinos de sombra en los que se confina lo que se ha decidido no mostrar.
En esa historia del arte fantasma ocupar¨ªan sin duda un lugar eminente los cuadros de Aurelia Navarro, los que pint¨®, y tambi¨¦n los que no lleg¨® a pintar, en una vida casi tan larga como la de Picasso, que fue su estricto contempor¨¢neo. Aurelia Navarro naci¨® en Granada en 1882. En 1908, con 26 a?os, gan¨® una tercera medalla en la Exposici¨®n Nacional de Bellas Artes, con un Desnudo femenino tan sobresaliente por su audacia como por su solvencia t¨¦cnica. No todo lo que ocurri¨® en la pintura en esos a?os fue Les demoiselles d¡¯Avignon. Una pintora tan joven que no habr¨ªa salido de su provincia retr¨®grada se atreve a un di¨¢logo simult¨¢neo con la Venus del espejo, de Vel¨¢zquez, y con los desnudos de la pintura francesa no acad¨¦mica del XIX. La modelo tendida da la espalda al espectador, y tiene delante un espejo: pero Aurelia Navarro muestra su cara de perfil y tambi¨¦n los pechos, que se ven en el espejo.
El jurado oficial premi¨® la obra, pero el Estado no la adquiri¨®, seg¨²n era preceptivo, porque un desnudo femenino pintado por una mujer parec¨ªa escandaloso. Justo en 1908 empieza el porvenir fantasma de Aurelia Navarro. Abrumada por las cr¨ªticas negativas, presionada por una familia a la que espantar¨ªa la excentricidad de la hija pintora, Aurelia Navarro abandon¨® su vocaci¨®n y su oficio, e ingres¨® de por vida en el convento de las Madres Adoratrices de C¨®rdoba. Hab¨ªa sido joven en las v¨ªsperas del cubismo, y muri¨®, casi tan vieja como Picasso, en pleno reinado de Andy Warhol. Lo que no pint¨® en todos esos a?os merece un cat¨¢logo conjetural con todas las p¨¢ginas en blanco.
He sabido que Aurelia Navarro vivi¨® y pint¨® y dej¨® de pintar y fue olvidada gracias a una exposici¨®n, Invitadas, que lleva unas semanas abierta en el Museo del Prado. Su comisario, Carlos Navarro, ha ideado un bosquejo de esa historia fantasma del arte sobre la que yo divagaba pase¨¢ndome por ella con ese estado de esp¨ªritu que dejan las experiencias reveladoras en la contemplaci¨®n del arte. Invitadas ya ser¨ªa una exposici¨®n memorable si solo mostrara obras pintadas por mujeres del talento de Aurelia Navarro, desde mediados del siglo XIX a la plena modernidad est¨¦tica de 1930. El autorretrato de Llu?sa Vidal, de 1899, tiene la inmediatez de factura de un boceto de Manet. El de Mar¨ªa Ro?sset, pintado en 1912, con un formato vertical que ya es en s¨ª mismo una afirmaci¨®n de soberan¨ªa, se aproxima al simbolismo vien¨¦s. Mar¨ªa Luisa Puiggener pint¨® en 1900 una escena de arte social, La ¨²ltima alhaja, que es un estudio de las figuras en una luz gris como de pintura holandesa, o de la pintura escandinava de aquellos a?os: una viuda joven, enlutada, con un ni?o peque?o en brazos, aguarda el dictamen del prestamista que est¨¢ examinando esa joya que es el ¨²ltimo recurso que a ella le queda tras la muerte del marido que la sosten¨ªa, ya que no tendr¨¢ posibilidades de ganarse ella sola la vida. El dramatismo de la escena queda equilibrado por una quietud contemplativa. A Helena Sorolla la conocemos como una presencia constante en los cuadros de su padre, que no dej¨® de retratarla desde su nacimiento. Pero resulta que fue tambi¨¦n una escultora magn¨ªfica: su Desnudo de mujer, de 1919, es un bronce a la vez sensual y severo, que apunta al clasicismo recobrado de aquellos a?os posteriores a la Gran Guerra, pero que casi no tuvo continuaci¨®n. Helena Sorolla abandon¨® la escultura para dedicarse a sus obligaciones conyugales y maternales, as¨ª que de nuevo nos toca conjeturar, historiadores del arte fantasma, c¨®mo habr¨ªa evolucionado su obra hasta el a?o en que muri¨®, 1975, contempor¨¢nea ya de Louise Bourgeois y de Richard Serra.
Pero Invitadas no se queda en una tentativa de descubrir obras ocultas, de hacer esa clase de justicia p¨®stuma que aspira a incluir unos cuantos nombres olvidados o no reconocidos en el repertorio de la historia aceptada del arte, la que fijan y canonizan los museos. Carlos Navarro, y los autores y autoras de los ensayos del cat¨¢logo, reconstruyen tambi¨¦n el lugar que se determina para las mujeres en la vida social del siglo XIX y en los sistemas de educaci¨®n y formaci¨®n de las artes, y cu¨¢l es el reflejo de ese lugar en la pintura, muy conectada en estos asuntos a otras representaciones visuales y narrativas de la ¨¦poca: el follet¨ªn, las revistas ilustradas, el teatro, hasta el cine naciente. En todas ellas, las mujeres son figuras entre sometidas y perturbadoras, propensas a la perdici¨®n y al trastorno, golfas o penitentes, ideales o tentadoras, santas o putas. Su papel en la pintura es el de musas y modelos. Los impedimentos jur¨ªdicos y las coacciones sociales bloquean su acceso al oficio de la pintura, y cuando llegan a ¨¦l lo normal es que les aguarde la condescendencia o el escarnio.
Ahora sabemos hasta qu¨¦ punto una gran parte de lo que damos por supuesto en la historia del arte es el resultado de un encadenamiento de prejuicios. Entre las invitadas del Prado hay tambi¨¦n unos cuantos invitados de los que no sab¨ªamos nada no porque fueran mediocres, sino porque quedaron borrados injustamente por culpa de esa ortodoxia de las vanguardias que domin¨® el siglo XX. A Jos¨¦ Mar¨ªa L¨®pez Mezquita lo despreci¨¢bamos tanto como a Zuloaga y a Sorolla los enterados y enteradillos del arte en los a?os setenta. En esta exposici¨®n hay un cuadro suyo que es una obra maestra de la historia fantasma porque no lo mostr¨® nunca en p¨²blico, una escena de prost¨ªbulo, La jaula. Antonio Fillol, Fernando Alberti, Carlos Verger Fioretti, todos ellos excelentes pintores, todos igualmente olvidados, tambi¨¦n merecen la invitaci¨®n que los ha rescatado de almacenes y dep¨®sitos y los ha admitido, transitoriamente, en las salas visibles del Museo del Prado.
Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideolog¨ªa y artes pl¨¢sticas en Espa?a (1833-1931). Museo del Prado. Madrid. Hasta el 14 de marzo de 2021.
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