Supermercados que dise?an ciudades
Carolyn Steel sostiene que la comida es la mercanc¨ªa m¨¢s devaluada porque se ha perdido el contacto con su proceso de producci¨®n. Y controlar los alimentos es poder
Compa?ero refiere a quien comparte el pan, pero alimentar a la poblaci¨®n es una necesidad m¨¢s pol¨ªtica que social. Hasta el siglo XIX la comida, y la geograf¨ªa de la que proven¨ªa, determin¨® d¨®nde se construyeron las ciudades. Hoy se levantan en el desierto, y aunque nunca en la historia la comida fue tan barata ¡ªel 10% de nuestro salario frente al 23% de 1980¡ª, vivimos ajenos al esfuerzo que representa alimentarnos. Adam Smith lo advirti¨®: ¡°El trigo es un art¨ªculo necesario, la plata, algo superfluo¡±. Tambi¨¦n Franklin D. Roosevelt: ¡°La naci¨®n que destruye su suelo se destruye a s¨ª misma¡±, pero la p¨¦rdida de contacto con la naturaleza hace que anhelemos las praderas mientras compramos carne de ovejas que las pisan. En 1965, la revista Elle explicaba, como paso en una receta, c¨®mo despellejar un conejo. Hoy ¡ªen la esquizofrenia entre la comida basura y la gourmet¡ª en las urbes se dispara la venta de platos precocinados. No queremos saber lo que comemos.
Para alimentar una metr¨®polis se necesitan tierras de cultivo que multipliquen por 100 su extensi¨®n. Por eso el miedo a morir de hambre ha acechado a las ciudades hasta hoy, que la mitad del planeta teme m¨¢s a la obesidad. La arquitecta Carolyn Steel explica en el fascinante, documentado y aterrador Ciudades hambrientas que nunca tantas bocas fueron alimentadas por tan pocas manos: Nestl¨¦, Philip Morris (Kraft) y ConAgra Foods. Antigua directora del programa Ciudades de la London School of Economics, Steel esgrime que controlar el alimento es poder, por eso la concentraci¨®n empresarial deber¨ªa asustarnos. ¡°Las comunidades rurales podr¨ªan haber ejercido sobre las ciudades un poder que ahora ejercen los supermercados¡±.
Steel sostiene que la comida es la mercanc¨ªa m¨¢s devaluada en Occidente porque hemos perdido el contacto con su proceso de producci¨®n. La naturaleza siempre refleja a la sociedad y nosotros creemos que tenemos variedad cuando nunca ha habido menos tipos de manzanas o de fresas: solo se cultivan las que mayores beneficios reportan. La FAO advierte que esta pr¨¢ctica es el equivalente gen¨¦tico a colocar todos los huevos en una cesta. ¡°Si hubiera una enfermedad, podr¨ªa haber un escenario de holocausto¡±. Afront¨¦moslo: la biodiversidad desaparece porque es cara de mantener. En ¨¦poca romana, un viaje de 160 kil¨®metros en carro hubiera duplicado el coste de un alimento. Hoy viajes en avi¨®n lo abaratan. ?Qui¨¦n est¨¢ pagando ese coste? Quienes trabajan las tierras, claro, pero tambi¨¦n quienes comemos fruta ¡°protegida¡± con pesticidas. Los mismos que elegimos Gobiernos que deciden que el combustible de los aviones siga sin pagar impuestos.
Steel cuenta que, tras la Edad Media, en Inglaterra un agricultor pod¨ªa cercar la tierra que trabajaba siempre que lo hiciera sin codicia. Pero en la Declaraci¨®n de Independencia, Thomas Jefferson (1776) escribi¨® que los ind¨ªgenas norteamericanos perd¨ªan su derecho a la tierra porque viv¨ªan en ella y no de ella. La II Guerra Mundial llev¨® a sembrar hasta los jardines de Kensignton y nadie reclam¨® la propiedad de la tierra. Pero se pas¨® tanta hambre que la ley de la agricultura de 1947 autoriz¨® el uso del DDT ¡ªque el suizo Paul H. M¨¹ller, ganador del Premio Nobel de Medicina, utiliz¨® para controlar enfermedades transmitidas por los insectos¡ª. Cuando 15 a?os despu¨¦s Rachel Carson cont¨® que el veneno pasaba de las plantas a las personas, los Gobiernos europeos y el estadounidense prohibieron su uso. Otros no. Seg¨²n la OMS, cada a?o hay cinco millones de envenenamientos por pesticidas. En 2005 el Reino Unido desvincu?l¨® las ayudas a la agricultura de la producci¨®n alimentaria. Igual que los pisos han dejado de ser viviendas y se han convertido en bienes de inversi¨®n, tambi¨¦n el campo debe maximizar los beneficios, no importa si produce o no comida. El resultado es que los agricultores ya no salvaguardan las semillas. Hoy Monsanto posee 11.000 patentes de semillas modificadas gen¨¦ticamente: el 95% del mercado global. El ge¨®logo John Muir ¡ªque consigui¨® que el parque de Yosemite fuese protegido¡ª lo advirti¨®: ¡°La naturaleza salvaje es lo que preserva el mundo¡±.
?Cu¨¢ndo empezamos a consumir vorazmente sin preguntarnos por el coste? Steel cree que cuando lleg¨® el az¨²car (1655) y el t¨¦, el caf¨¦ y el cacao desdibujaron la frontera entre el lujo y la necesidad. Opina que todo mejorar¨ªa si volvi¨¦ramos a valorar el alimento. Por eso su libro es un tratado de log¨ªstica ¡ªeran las heladas del Sena y no las malas cosechas lo que causaba las hambrunas de Par¨ªs¡ª, de ingenier¨ªa ¡ªhasta el siglo XIX en Londres no se igual¨® el sistema de cloacas romano¡ª, de historia ¡ªel primer supermercado se construy¨® en Memphis, y los primeros restaurantes, en el Par¨ªs posrevolucionario¡ª. Y es tambi¨¦n una cr¨®nica de la barbarie ¡ªhasta 1980 los detritus franceses abonaban los campos que rodeaban y alimentaban la ciudad. Luego se vendieron¡ª. Al final, hace propuestas para intentar cambiar: si pag¨¢ramos un poco m¨¢s por huevos de gallinas no enjauladas, nuestra vida y nuestras ciudades mejorar¨ªan. Defiende las cooperativas, la confianza en la venta directa, el recuerdo de que el ¨¢gora fue antes mercado que foro pol¨ªtico, o casos como el de los ciudadanos de Saxmundham, que se manifestaron hasta evitar la construcci¨®n de un hipermercado Tesco que amenazaba el peque?o comercio local y dejaba los art¨ªculos de primera necesidad en manos de un solo proveedor. Es cierto, los supermercados encajan con nuestro ritmo de vida, pero ?de verdad queremos que dise?en d¨®nde vivimos?
CIUDADES HAMBRIENTAS
Autora: Carolyn Steel.
Traducci¨®n: Ricardo Garc¨ªa P¨¦rez.
Editorial: Capit¨¢n Swing, 2020.
Formato: tapa blanda (477 p¨¢ginas, 25 euros).
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