El fin de la desenvoltura
El c¨®digo de comportamiento de la nueva normalidad es una p¨¦rdida de lo que conquistaron nuestras abuelas y bisabuelas
La semana pr¨®xima tocar¨¢ un gran amigo, m¨²sico de jazz, en un local de Buenos Aires. Recibo la invitaci¨®n y durante unos minutos el optimismo me domina, porque lo escuchar¨¦ en vivo y todo volver¨¢ a ser como antes. Pero, enseguida, corrijo mi ilusionado error, porque nada volver¨¢ a ser igual. No voy a abrazarlo y casi seguramente nadie ir¨¢ a comer a una fonda donde, despu¨¦s de la m¨²sica, se conversa hasta las tres de la madrugada. En primer lugar, porque esa fonda no estar¨¢ abierta ni admitir¨¢, si lo estuviera, una mesa de ocho o diez comensales que griten sus opiniones.
Y tambi¨¦n porque cada uno de nosotros tiene miedo, aunque trate de disimularlo con la calma elegante que se llama desenvoltura, a la que Ernst J¨¹nger le dedic¨® un ensayo. La desenvoltura, afirma J¨¹nger, es la ¡°inocencia de la fuerza¡±, un talento dif¨ªcil de poseer e imposible de imitar. Es una gracia que solo excepcionalmente se combina con la fuerza y, mucho menos, con la conciencia de poseerla. Es una especie de alegre serenidad. Ninguna de las palabras que acabo de escribir son toleradas en el reino de la pandemia.
La desenvoltura es improbable si tengo que estar pensando en las consecuencias de cada uno de mis m¨ªnimos gestos. La desenvoltura no puede ser desconfiada, porque la desconfianza le har¨ªa perder la espontaneidad, que es su rasgo principal. Es imposible ser, al mismo tiempo, autoconsciente hasta la obsesi¨®n y desenvuelto.
Hace muchos a?os, antes de leer el ensayito de J¨¹nger sobre la desenvoltura, yo admiraba esa gracia sin saber que llevaba tal nombre. En el espa?ol del R¨ªo de la Plata, el sin¨®nimo con que se nombra a un sujeto desenvuelto es ¡°canchero¡±; para que no me reten quienes custodian la nueva ortodoxia de una lengua transg¨¦nero, debo aclarar que ese adjetivo calificaba a los hombres y solo muy excepcionalmente a las mujeres. Con el tiempo, se fue extendiendo a todas las orientaciones sexuales. M¨¢s tarde, me pareci¨® que cool quer¨ªa decir lo mismo en ingl¨¦s.
Por alguna raz¨®n que los historiadores de la moda podr¨¢n explicarme, hasta la lejana d¨¦cada de 1960 la desenvoltura no parec¨ªa un atributo de la apariencia femenina ni de su estilo. La prueba est¨¢ en las fotograf¨ªas de ropa y modelaje que se encuentran a miles en la web. La mujer pod¨ªa mostrarse casta o explosiva, elegante como Audrey Hepburn o glacial y perfecta como Grace Kelly, pero no desen?vuelta. Marilyn Monroe era atrevida, una cualidad que puede confundirse con desenvoltura. Los actores contempor¨¢neos a esas estrellas fueron bendecidos por la desenvoltura. Pienso en Cary Grant o Frank Sinatra, por ejemplo. El atrevimiento de Marilyn le hab¨ªa costado demasiado. El de Sinatra parece innato.
Casi podr¨ªa pensarse que la desenvoltura fue una cualidad masculina, o que se apreci¨® solo en los hombres y, de alg¨²n modo, se regul¨® en las mujeres, que debieron recorrer un largo camino para obtener el derecho a la desenvoltura, que es una conquista feminista, como usar pantalones en cualquier circunstancia y no solamente para una situaci¨®n cuidadosamente definida, como montar a caballo, esquiar o caminar por el campo.
Entre las cualidades que la pandemia ha liquidado, figura en primer lugar la desenvoltura. Si me acerco a un amigo o una amiga se acerca, ambos vacilamos, como si qued¨¢ramos una fracci¨®n de segundo suspendidos en el gesto acostumbrado, que hoy reemplazamos por los de un nuevo c¨®digo: pegarse codazos, o golpearse la espalda sin mirarse de frente ni acercarse, o repartir pu?etazos inocuos en las costillas. No llamo a esto la nueva normalidad, porque la f¨®rmula me parece un pobre consuelo, ya que perdimos m¨¢s de lo que ganamos. Lo llamo, en cambio, el fin de los gestos que caracterizaron a viejos y j¨®venes hasta hace muy poco. Finalmente, quiz¨¢ sean mayor¨ªa en el planeta las culturas donde la gente no se salud¨® nunca estrechando la mano o besando la mejilla. Esos dos gestos han sido siempre excepcionales en EE UU, por ejemplo.
La nueva normalidad es un c¨®digo de comportamiento que no reemplaza al anterior, sino que propone abandonarlo y arreglarnos para obtener una nueva desenvoltura en esos contactos fugaces que imitan, con sanitaria prudencia, nuestros saludos de anta?o. La norma impide tocarse a menos de metro y medio de distancia. La nueva normalidad es una p¨¦rdida de lo que conquistaron nuestras abuelas y bisabuelas. Pero habr¨¢ que arreglarse con los movimientos modelados no por el estilo, sino por las reglas del distanciamiento. Quiz¨¢ vayamos superando la aparatosa ejecuci¨®n de codazos y se inventen formas m¨¢s graciosas de propinar leves pu?etazos a nuestros conocidos cuando los saludemos. Quiz¨¢ los hombres repitan la leve reverencia, apenas una inclinaci¨®n, con que se acompa?aba, sin m¨¢s contacto, el saludo a una dama.
No hay que impacientarse. Las reglas sociales de la pandemia a lo mejor introducen nuevas formas de la desenvoltura o reciclen viejos gestos. Y un d¨ªa cualquiera nos encontremos juzgando la gracia puesta en la ejecuci¨®n del codazo o en el choque de dos pu?os cerrados.
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