Lo que aqu¨ª se puede hacer
Jaime Salinas ten¨ªa el don de los mejores memorialistas, que es el de observarlo todo sin el estorbo del?egocentrismo
Algunas de las personas que mejor escriben no se consideran a s¨ª mismos escritores. Esa puede ser una gran ventaja: permite decir aquello que uno tiene que decir de la manera m¨¢s directa y sin la preocupaci¨®n de convertirlo en literatura. Uno de los mejores libros de memorias sobre el siglo XX espa?ol, Traves¨ªas, de Jaime Salinas, est¨¢ escrito por un hombre que no se consider¨® nunca escritor, aunque era hijo de uno y pas¨® toda su vida rodeado de ellos. En Traves¨ªas, publicado en 2003, la Espa?a de los primeros a?os treinta, de la llegada de la guerra y del exilio en Estados Unidos est¨¢ contada a trav¨¦s de los ojos de un ni?o y luego adolescente que desde muy pronto se vio a s¨ª mismo en una posici¨®n inc¨®moda de privilegio y de extranjer¨ªa. Jaime Salinas creci¨® en el cogollo de la cultura ilustrada espa?ola, en una casa burguesa del barrio de Salamanca en Madrid a la que acud¨ªan de visita todas las grandes celebridades literarias del pa¨ªs, y unas cuantas que ven¨ªan del extranjero y participan del n¨²cleo de cosmopolitismo de la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Hist¨®ricos, la Universidad de Verano de Santander. Pero por el lado de su familia materna Salinas ten¨ªa tambi¨¦n una profunda conexi¨®n francesa, de modo que en su adolescencia americana ya era perfectamente triling¨¹e. Ese triling¨¹ismo lo sent¨ªa ¨¦l como un obst¨¢culo: quien tiene desde ni?o tres idiomas no siente del todo como suyo ninguno: ¡°Con respecto al hecho de escribir se me plantea un problema enorme que a¨²n sigo arrastrando, y es que no s¨¦ cu¨¢l es mi lengua¡±.
Siendo hijo adem¨¢s de un poeta c¨¦lebre, y habituado a asistir de cerca, empezando por su propia casa, al espect¨¢culo poco edificante de las vanidades y las miserias literarias, Jaime Salinas se mov¨ªa entre los escritores con una camarader¨ªa laboral y con frecuencia fraterna en la que siempre hab¨ªa un punto de distancia. Incluso cuando beb¨ªa mucho en las tremendas fiestas alcoh¨®licas de los a?os sesenta, una parte de ¨¦l se manten¨ªa ajena y en guardia. En una carta al gran amor de su vida, Gudbergur Bergsson, en la que le cuenta la entrega del Premio Biblioteca Breve de 1962, le dice: ¡°Bebo y bebo y muy a pesar m¨ªo no pierdo conciencia de lo que ocurre a mi alrededor¡±. Esa distancia instintiva es sin duda una clave del talento de Jaime Salinas, porque resume su posici¨®n en el mundo. De la seguridad de una vida de ni?o burgu¨¦s en Madrid pas¨® de golpe a todas las incertidumbres del exilio, que para ¨¦l tuvo menos de drama que de gran aventura. El ni?o espa?ol y franc¨¦s se convirti¨® r¨¢pidamente en Estados Unidos en un adolescente americano. La fractura con su vida anterior se hizo m¨¢s radical porque coincid¨ªa con otra que se estaba abriendo en el interior de la familia: la generaci¨®n de los padres estaba anclada en el pasado y en la desgracia espa?ola; los m¨¢s j¨®venes se integraban sin lastre, con una facilidad que a sus mayores les parecer¨ªa desleal, en el nuevo idioma y en el nuevo pa¨ªs. Y m¨¢s grave a¨²n era el choque con el padre que primero sospechaba y luego descubr¨ªa, con espanto generacional y masculino, que el hijo adolescente, adem¨¢s de rebelde y americanizado, era homosexual.
El secreto de aquel no escritor era que nunca dejaba de escribir. Al menos dos veces a la semana, durante casi medio siglo, Jaime Salinas le escribi¨® cartas a su amor island¨¦s, el ¡°Han de Islandia¡± que nos parec¨ªa tan misterioso cuando le¨ªamos su nombre en las ediciones antiguas de los diarios de Jaime Gil de Biedma. El a?o pasado, en febrero, justo en v¨ªsperas de la pandemia, se public¨® un volumen hecho sobre todo a partir de las cartas a Bergsson, y editado con admirable filolog¨ªa por Enric Bou. Por el trastorno de los tiempos yo lo tuve entre las manos y me distraje y no lo le¨ª. Lo he hecho ahora, y creo que esta tardanza ha agudizado mi lectura, porque en el libro hay una melancol¨ªa espa?ola que es muy antigua y quiz¨¢s incurable, y que Jaime Salinas experiment¨® desde los d¨ªas de su primer regreso y le sigui¨® acompa?ando durante cada una de sus aventuras editoriales, y en particular durante los algo m¨¢s de dos a?os que fue director general ¡°del Libro y de Bibliotecas¡±, entre 1983 y 1985, en la primera euforia de los Gobiernos socialistas. Ya en una de las primeras cartas a su familia despu¨¦s del regreso, el presunto desapegado da muestras de una elocuente conciencia civil: ¡°La vida del exiliado es hoy en d¨ªa una vida de lujo, un lujo que no nos podemos pasar, pues por poco, y es muy poco lo que aqu¨ª se puede hacer, hay que hacerlo, hay que pasarlo mal aqu¨ª¡±.
Su educaci¨®n internacional le permit¨ªa ver m¨¢s claramente las penurias y las limitaciones del pa¨ªs, pero a Jaime Salinas eso no le inspiraba la arrogancia despectiva del cosmopolita, sino una vocaci¨®n m¨¢s decidida de hacer cosas. Su trayectoria de editor dibuja el hilo exacto de la renovaci¨®n de la cultura literaria espa?ola: la primera editorial Seix Barral, con la irrupci¨®n de los escritores latinoamericanos; el Libro de Bolsillo de Alianza; Alfaguara. Y culmin¨¢ndolo todo, su trabajo como director general del Libro, organizando el sistema de bibliotecas p¨²blicas, favoreciendo la profesionalizaci¨®n de la industria editorial, las traducciones de nuestros libros a otros idiomas, la dignificaci¨®n de los premios oficiales. En las cartas se ve d¨ªa a d¨ªa el desgaste de un esfuerzo inmenso, la sensaci¨®n de luchar contracorriente, la breve alegr¨ªa de las cosas logradas. En un pa¨ªs tan ¨¢spero, en el que todo es dif¨ªcil salvo la chapucer¨ªa o la desgana o el cinismo, Jaime Salinas se empe?¨® en editar lo mejor posible los mejores libros, en preservar un patrimonio cultural tan valioso como maltratado, en restituir una parte de la Espa?a ilustrada de sus primeros recuerdos.
Y adem¨¢s fue, aunque no lo supiera, o no quisiera saberlo, un escritor excelente. Ten¨ªa el don de los mejores memorialistas y autores de diarios, que es el de observarlo todo sin el estorbo del egocentrismo, el de ser sociables y curiosos y a la vez mantener una cierta distancia. Se fijaba en las arrugas profundas de la nuca afeitada de Jaime Gil de Biedma en sus ¨²ltimos a?os, y cuando estuvo con Patricia Highsmith la retrat¨® con un garabato fulminante: ten¨ªa ¡°cara de caballo viejo¡±.
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