En el oscuro valle
Son muchos los observadores que han se?alado puntos de contacto entre nuestro tiempo y aquel ¡°valle oscuro¡± que caracteriz¨® los a?os treinta del siglo pasado
1. Esp¨ªas
Son ya muchos los observadores y comentaristas que han se?alado puntos de contacto entre nuestro tiempo y aquel ¡°valle oscuro¡± (The Dark Valley; Jonathan Cape, 2000) con el que el historiador Piers Brendon caracteriz¨® su estupendo (y nunca traducido al espa?ol) panorama de los a?os treinta del siglo pasado. Aunque los europeos est¨¢n hoy muy lejos de experimentar la subversi¨®n de los valores democr¨¢ticos y la intensidad del desarraigo y la p¨¦rdida de ilusiones que siguieron a la gran carnicer¨ªa de 1914-1918 y al desastre econ¨®mico y social causado por la Gran Depresi¨®n, lo cierto es que el nuevo milenio ha sido pr¨®digo en inquietantes acontecimientos y cambios en la relaci¨®n de fuerzas que han tra¨ªdo consigo, entre otras consecuencias, el descr¨¦dito de los principios democr¨¢ticos y la reaparici¨®n, m¨¢s o menos remozada, de irredentismos nacionalistas y de ideolog¨ªas totalitarias.
Los a?os treinta, con la pugna feroz entre el comunismo y el fascismo y la multiplicaci¨®n de los focos de tensi¨®n de uno a otro extremo del planeta, fueron creando, de modo que hoy se nos antoja casi inevitable, el sustrato de una tensi¨®n insoportable que acabar¨ªa estallando en una nueva guerra universal. En ese clima de sospecha y recelo internacional e interior, el espionaje se convirti¨® en un elemento esencial de la lucha pol¨ªtica y diplom¨¢tica. La Internacional Comunista, que hab¨ªa pasado de defender la revoluci¨®n mundial (1919-1923) a convertirse sobre todo en un eficaz instrumento de defensa y consolidaci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, cre¨® muy pronto su red de esp¨ªas. Jan K¨¢rlovich Berzin, disc¨ªpulo de F¨¦lix Dzerzhinski, creador de la Cheka, fue el primer ¡°reclutador¡± de esp¨ªas para el Cuarto Departamento, la secci¨®n de espionaje de la inteligencia militar.
En aquella ¨¦poca, y durante toda la d¨¦cada siguiente, el Partido (con may¨²scula) representaba para los convencidos la encarnaci¨®n de la idea revolucionaria en la historia, y para ayudar al gran parto revolucionario todo val¨ªa. Los periodistas, cercanos por su trabajo a los diferentes c¨ªrculos de poder, fueron particularmente susceptibles de ser reclutados. Ah¨ª tienen, por ejemplo, a Arthur Koestler, que en 1931 compart¨ªa c¨¦lula comunista con gentes como Wilhelm Reich o con el historiador Ernst Kantorowicz (Los dos cuerpos del rey, 1951). Ahora Cr¨ªtica, la editorial que sigue dirigiendo Carmen Esteban, aunque con menos brillo programador que hace unos a?os, publica Un esp¨ªa impecable, de Owen Matthews, una fascinante y muy legible biograf¨ªa de Richard Sorge (1895-1944), quiz¨¢s el mejor y m¨¢s eficaz representante de la edad de oro del espionaje. Sorge fue el arquetipo de todos los esp¨ªas de la Guerra Fr¨ªa: seductor, mujeriego, manipulador, fanatizado, su cercan¨ªa a los m¨¢s altos centros de poder (Alemania, China, Jap¨®n) le coloc¨® en una situaci¨®n privilegiada como informador.
Creador, entre otras cosas, de la important¨ªsima red del espionaje sovi¨¦tico en Jap¨®n (1940-1944), fue capaz de anunciar el comienzo de la Operaci¨®n Barbarroja (invasi¨®n de la URSS) y, de paso, garantizar a los sovi¨¦ticos (a pesar de la reticencia con que fueron recibidas sus revelaciones) de que los japoneses ¡°no ten¨ªan ninguna intenci¨®n¡± de atacar Siberia, lo que dejaba a Stalin las manos libres para llevar al frente occidental grandes contingentes de tropas all¨ª estacionadas. Sorge, el ejemplo m¨¢s cabal de la especie de Homo clandestinus frecuente en los a?os treinta, fue un perfecto appar¨¢tchik, cuyo cinismo narcisista march¨® siempre parejo a su total dedicaci¨®n a la causa comunista. Finalmente descubierto, detenido y torturado por los japoneses, fue ajusticiado en la prisi¨®n de Sugamo en noviembre de 1944. Los sovi¨¦ticos, que se negaron durante mucho tiempo a reconocer su condici¨®n de esp¨ªa al servicio de la URSS, no lo rehabilitaron hasta 1964.
2. Felicidad
A la hora de referirse a la felicidad (vaya usted a saber qu¨¦ cosa sea), casi todo el mundo se pone de acuerdo: la b¨²squeda de la felicidad es una de las principales fuentes de infelicidad o, dicho de otra forma (seg¨²n John Stuart Mill), en cuanto uno se pregunta si es feliz, deja de serlo. La felicidad es siempre m¨¢s alta que larga, no dura y nunca podemos saber si somos felices, sino quiz¨¢s solo recordar que lo fuimos. En cuanto a las formas que reviste o los motivos a los que se agarra, son infinitos; imaginen un buen polvo (aquel polvo incre¨ªble, dan ganas de llorar de felicidad record¨¢ndolo), la amistad, una reconciliaci¨®n, la virtud (de los otros), el conocimiento, el bien o las infinitas formas de belleza: la primera vez que uno ley¨® Gato bajo la lluvia, de Hemingway, o que vio El fantasma y la se?ora Muir, de Mankiewicz, o que escuch¨® Lover man por Billie Holiday. Para abrirse camino en la filosof¨ªa de la felicidad les recomiendo un hermoso librito que acaba de publicar Reino de Cordelia (edici¨®n de Arturo Echavarren): Defensa de la felicidad, subtitulado Alegato en favor de Epicuro, de Francisco de Quevedo, quien se basa en S¨¦neca para reivindicar al fil¨®sofo de Samos y considerarlo poco menos que un estoico, para quien el deleite es sin¨®nimo de frugalidad; el libro est¨¢ ilustrado con planchas de Bruegel el Viejo. Por su parte, el Breve tratado sobre la felicidad (F¨®rcola), de Ricardo Moreno, re¨²ne, como en di¨¢logo imaginario, las reflexiones que suscitan al autor las opiniones que sobre tan escurridizo sujeto han emitido algunos de los pensadores (de Dem¨®crito a Octavio Paz) a lo largo del tiempo.
3. Cosas
Extra?o pa¨ªs este en el que a¨²n nadie ha revocado el Premio Ondas concedido (2009) por los profesionales de la comunicaci¨®n al rey indiscutible de la basura televisiva, o en el que el vicepresidente del Gobierno sigue aferr¨¢ndose a su pat¨¦tico bol¨ªgrafo-cetro tras poner en cuesti¨®n la calidad del sistema democr¨¢tico que le permite decir bober¨ªas. Ganas ten¨ªa de decirlo.
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