Horizontes de sal
Pese a lo que digan los agoreros, la pintura no ha muerto. La exposici¨®n de Carmen Laff¨®n en el Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid es la mejor prueba
Algo que tienen en com¨²n el arte de la novela y el de la pintura es la frecuencia con que los dan por muertos los entendidos en las ortodoxias de lo ¨²ltimo. ¡°La novela ha muerto, la pintura ha muerto¡±, proclaman con j¨²bilo macabro; pero las novelas, buenas o malas, no paran de escribirse y de leerse, y los pintores no dejan de trabajar en una soledad desalentada y heroica, y encuentran aficionados que admiran sus cuadros y los compran, aunque comisarios vacuos y figuras del espect¨¢culo en las ferias de las vanidades del arte hayan usurpado todo el protagonismo, as¨ª como casi toda la atenci¨®n informativa y cr¨ªtica de los medios. Hace poco, Estrella de Diego vindic¨® la relevancia contempor¨¢nea de la pintura con motivo de una gran exposici¨®n de Guillermo P¨¦rez Villalta en Madrid. La pintura, el dibujo, no son modas culturales, sino necesidades tan profundas del esp¨ªritu humano como las historias que cuentan las novelas o las pel¨ªculas y como las formas sonoras de la m¨²sica. Tambi¨¦n la m¨²sica tonal la dieron por muerta y sepultada ortodoxos ce?udos en los a?os cincuenta, y ah¨ª sigue ella resplandeciendo por el mundo, indiferente a las ya anticuadas noticias de su defunci¨®n.
Un ni?o completa por primera vez en torno a los tres a?os el dibujo de una cara y con ¨¦l est¨¢ empezando la historia de la pintura. Pintar debe de ser una tarea tan enraizada en la vida que no es infrecuente que muchos de los que se dedican a ella alcancen en activo edades legendarias. Tiziano y Monet siguieron pintando a tientas y casi con los dedos cuando ya eran tan viejos que apenas les quedaba vista. Con m¨¢s de 90 a?os Alex Katz pinta lienzos que requieren gran fortaleza f¨ªsica. Con ochenta y tantos, encogido, con su fragilidad de anciano fumador, David Hockney sigue dibujando y pintando febrilmente en todos los medios posibles, lo mismo una hoja de papel o un cart¨®n que la pantalla de un iPad. En Estados Unidos, en la plenitud de sus 65 a?os, Kerry James Marshall sigue profundizando en una est¨¦tica afroamericana que ha inventado ¨¦l solo, atrevi¨¦ndose no solo a hacer pintura, sino adem¨¢s pintura narrativa, con grandes formatos, con muchos personajes, con una densidad humana y visual como la de los pintores del realismo social de los a?os treinta.
Con ellos precisamente se educ¨® Alice Neel, a quien nadie en las altas esferas del arte hizo mucho caso cuando viv¨ªa, porque era mujer y pintora figurativa. De la existencia de Alice Neel algunos supimos por primera vez leyendo El secreto de Joe Gould, donde Joseph Mitchell la mencionaba como autora de un retrato de ese bohemio desquiciado de Greenwich Village. De los pintores realistas de los a?os treinta y los de la nueva objetividad alemana Neel hab¨ªa aprendido la centralidad del retrato como una s¨ªntesis de identidad personal y condiciones sociales. Muri¨® no olvidada, pero s¨ª poco reconocida, y con frecuencia desde?ada, en 1984. Y ahora el Metropolitan de Nueva York le dedica una gran retrospectiva que la sit¨²a en el lugar que mereci¨® siempre, y que a algunos nos reaviva la nostalgia de la ciudad, el recuerdo de traves¨ªas en bicicleta o a pie de Central Park camino del museo.
Carmen Laff¨®n tiene sus horizontes y sus monta?as de sal como espejismos de la calima igual que Giorgio Morandi ten¨ªa su mesa de taller, sus tarros y botellas
Pero en Madrid tambi¨¦n est¨¢ viva y alerta la pintura, y tambi¨¦n es posible disfrutarla m¨¢s al encontrarse con ella en la proximidad de la naturaleza. Cada a?o, por estas fechas, el Bot¨¢nico inaugura su exposici¨®n de las obras maestras florales de la primavera, que atrae colas de espectadores tan nutridas como las que sol¨ªan verse a las puertas de los museos antes de la pandemia. En el Bot¨¢nico el reino vegetal despliega sus prodigios al sol de las primeras ma?anas de abril, con la asistencia fiel, aunque visiblemente mermada, de mariposas y abejas y todo tipo de insectos polinizadores. Y en esta primavera, quiz¨¢s como revancha por la clausura del a?o pasado, a lo que pod¨ªamos llamar la colecci¨®n permanente y siempre renovada de esplendores bot¨¢nicos se a?ade una memorable exposici¨®n temporal de Carmen Laff¨®n.
La pintura es un arte de tan contagiosa vitalidad que Carmen Laff¨®n lo sigue ejerciendo en plenitud de facultades con 87 a?os. Despu¨¦s de la proliferaci¨®n de colores en los senderos del jard¨ªn, los cuadros de Laff¨®n imponen una delicada sobriedad crom¨¢tica. En el Bot¨¢nico todo es proximidad, pormenores org¨¢nicos que saltan a la vista y atraen carnalmente el olfato: Laff¨®n ha cultivado siempre una est¨¦tica de la lejan¨ªa, de los horizontes planos, de los colores atenuados y las formas desdibujadas en la distancia, a trav¨¦s de una bruma ligera, la del bochorno del verano, la del aire del mar en la desembocadura del Guadalquivir, en la amplitud borrosa del Coto de Do?ana.
En estos cuadros sus colores y sus l¨ªneas son m¨¢s sobrios que nunca porque se ci?e a un espacio muy confinado, el de las salinas, el de los d¨ªas candentes en que el cielo es de un blanco gris¨¢ceo y el horizonte queda casi borrado, y la luz es tan dura que hiere los ojos al restallar en los bloques de sal. Mirar pintura es recrearse en las transformaciones que suscita el enga?o de los ojos. La superficie ¨¢spera de la madera sobre la que se extiende en capas transl¨²cidas el ¨®leo o la t¨¦mpera se convierte para la mirada en la textura misma del aire; las formas creadas por el trabajo humano se confunden con las de la naturaleza: esas monta?as de sal podr¨ªan ser icebergs entrevistos en una niebla de Friedrich, o cordilleras lejanas, o tambi¨¦n pir¨¢mides erigidas en un desierto blanco. La lisura de los paneles de madera y el ilusionismo de la visi¨®n se transforman en bajorrelieve, en volumen, porque hay veces que Carmen Laff¨®n pinta sobre una placa de escayola que previamente ha modelado. Esta pintora tan usualmente comedida se atreve a escalas y a superficies abruptas de colores terrosos que recuerdan algunos paisajes visionarios de Anselm Kiefer. Hay algo admirablemente obcecado y hasta mani¨¢tico en la concentraci¨®n de un artista en un cat¨¢logo reducido de formas, en un solo paisaje, en las variaciones infinitas que solo hace visibles una observaci¨®n disciplinada de la monoton¨ªa. Carmen Laff¨®n tiene sus horizontes y sus monta?as de sal como espejismos de la calima igual que Giorgio Morandi ten¨ªa su mesa de taller, sus tarros y botellas. En la persistencia de su trabajo hay algo de la duraci¨®n misma del mundo que pinta, del esfuerzo de los trabajadores invisibles que levantan las monta?as de sal.
La sal. Carmen Laff¨®n. Real Jard¨ªn Bot¨¢nico. Madrid. Hasta el 23 de mayo.
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