Calladito est¨¢s m¨¢s guapo
Los ¡®Veinte poemas de amor y una canci¨®n desesperada¡¯, de Neruda, son hoy ilegibles: hablan de una mujer caducada
Los autores mejores se adelantan a su tiempo: no nos cuentan c¨®mo vivimos, sino que nos ense?an a vivir. No hablan de rituales mortuorios, sino que nos ense?an a morir en paz. No nos relatan c¨®mo amamos, sino que nos ense?an a amar mejor. Bueno, no siempre: acord¨¦monos de la que liaron los trovadores, a los que podr¨ªamos culpar, aparte de unas cuantas inflamaciones cardiacas, de martirizadoras secuelas como la tuna. Pero la buena literatura, aunque sea mediante ejemplos negativos, tiene siempre un componente edificante: nos parchea para ser mejores o al menos sobrevivir mejor.
Hace poco ve¨ªamos en el teatro de La Latina de Madrid a Jos¨¦ Mar¨ªa Pou reivindicar las ense?anzas de su didasc¨¢lico Viejo amigo Cicer¨®n. ?C¨®mo puede seguir vigente el pensamiento de tan lejano amigo romano, que vivi¨® del otro lado del tiempo que marca el antes y despu¨¦s de Cristo? La propia obra nos da una respuesta: cada ¨¦poca lo lee y lo recrea a su manera. Y rescata las p¨¢ginas que siguen vivas y obvia aquellas que podr¨ªan resultar sonrojantes: por ejemplo, aquellos pasos del Pro Scauro donde usa como argumento que los sardos, peludos, malolientes y provenientes de una tierra en la que ¡°incluso la miel es hiel¡±, son gentes poco de fiar y sus argumentos de poco peso s¨®lo por ser suyos. ?Pero Cicer¨®n! Por suerte, podemos mirar a otro lado, a sus p¨¢ginas sobre la amistad o la vejez, y hacer como que no hemos visto esas otras. Al fin y al cabo, estamos construyendo nuestro manual de instrucciones de la vida con fragmentos que salvamos en otros; no los estamos juzgando, que para eso se basta el tiempo.
Lo mismo ocurri¨® cuando los poetas nacidos en los sesenta reivindicaron el magisterio del ingeniosillo Manuel Machado por encima del hondo Antonio: por rara que nos parezca tal vindicaci¨®n, todos estamos seguros de que no ten¨ªan en mente versos como: ¡°Sabe vencer y sonre¨ªr¡ Su ingenio / militar campa en la guerrera gloria / seguro y firme. Y, para hacer Historia, / Dios quiso darle mucho m¨¢s: el genio¡± (soluci¨®n: Francisco Franco, por si quedaba alguna duda). Es lo bueno de los cl¨¢sicos: su obra ya no es suya, sino nuestra, y podemos hacer con ella lo que queramos, incluso si lo que queremos es olvidarla.
?Se han asomado ¨²ltimamente a los tan venerados ¡®Veinte poemas de amor y una canci¨®n desesperada¡¯, de Pablo Neruda?
La vigencia del ejemplo de la biograf¨ªa de un autor y la de su obra casi nunca van por el mismo lado, por mucho que ambas cosas (la biograf¨ªa y la obra) sean susceptibles de ser rele¨ªdas e incluso reescritas por cada generaci¨®n, que las limpia piadosamente de hojas muertas para seguir venerando dos o tres verdades inmutables (de momento). Nuestra forma de ver el mundo cambia tanto (y a veces para bien) que no duda en llevarse por delante monumentos otrora tenidos por inmortales. No hay m¨¢s que hacer la prueba: ?se han asomado ¨²ltimamente a los tan venerados Veinte poemas de amor y una canci¨®n desesperada, de Pablo Neruda? El otro d¨ªa, buscando en sus poes¨ªas completas algunos de esos poemas que son como habitaciones de la casa propia (pienso ahora en ¡®Walking around¡¯: ¡°Sucede que me canso de ser hombre¡±¡), pas¨¦ por delante del susodicho monumento y no pude evitar quedarme un rato reley¨¦ndolo. Volv¨ª a subrayar eso de ¡°Quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos¡± y me qued¨¦ perplejo ante todo lo dem¨¢s. Los Veinte poemas de amor y una canci¨®n desesperada son hoy ilegibles: hablan de una mujer caducada, de una idea en la que (quiere uno creer) ninguna mujer se reconocer¨ªa hoy y ninguna persona cabal buscar¨ªa en nadie para amar. Yo los he arrancado de mi edici¨®n de las completas de Neruda con la misma furia que el profesor Keating animaba a sus alumnos a arrancar las p¨¢ginas en las que el mal¨¦fico Evans Pritchard ense?aba a calcular el valor de un poema en una de tantas escenas memorables de El club de los poetas muertos.
?C¨®mo hacer uno su casa en un libro que busca una compa?era que, ya saben, ¡°Me gustas cuando callas porque est¨¢s como ausente¡±, lo que traducido al rom¨¢n paladino es: ¡°Calladita est¨¢s m¨¢s guapa¡±? ?Una mujer que uno mismo forja ¡°como un arma¡±, de la que se aprecia su ¡°actitud de entrega¡± a la que uno llega con intenci¨®n de socavarla con ¡°cuerpo de labriego¡±? Una mujer ¡°muda¡±, ¡°fecunda y magn¨¦tica esclava¡±, ¡°mu?eca¡±¡ Y adem¨¢s no muy espabilada: ¡°Para que t¨² me oigas / mis palabras / se adelgazan a veces¡±. Por decirlo claro: ¡°S¨®lo guardas tinieblas¡±. Y por si quedaba alguna duda, como estribillo¡ ¡°Ah silenciosa!¡±. Suya, muda, sumisa, tontita y tenebrosa. Un aburrimiento de se?ora, dir¨¢n ustedes. O m¨¢s bien un se?or algo rid¨ªculo que se las da de gal¨¢n antiguo y no encuentra ya su lugar en este tiempo, en tantas cosas, mejor. Y en definitiva, un libro que ya no nos interpela de un autor cuya obra, en buena medida, s¨ª lo sigue haciendo. Ah¨ª sigue estando, dec¨ªamos, ¡®?Walking around¡¯: ¡°Sucede que entro en las sastrer¨ªas y en los cines / marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro / navegando en un agua de origen y ceniza. / El olor de las peluquer¨ªas me hace llorar a gritos. / S¨®lo quiero un descanso de piedras o de lana, / s¨®lo quiero no ver establecimientos ni jardines, / ni mercader¨ªas, ni anteojos, ni ascensores¡±¡
Mart¨ªn L¨®pez-Vega es poeta. Su ¨²ltimo libro es ¡®Egipc¨ªaco¡¯ (Visor).
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