Julia Phillips: ¡°Antes d¨¢bamos por hecho que ten¨ªamos que soportar el dolor¡±
La escritora estadounidense firma un aplaudido debut sobre la violencia ¡°invisible¡± ambientada en la pen¨ªnsula rusa de Kamchatka
Cuando Julia Phillips (Nueva Jersey, 32 a?os) decidi¨® que escribir¨ªa, por fin, su primera novela, se dijo que lo har¨ªa lejos. Que, por qu¨¦ no, pod¨ªa hacerlo en Rusia. Hab¨ªa empezado a estudiar ruso, amaba los relatos de Ant¨®n Ch¨¦jov. Pedir¨ªa una beca y, si se la daban, se ir¨ªa a la pen¨ªnsula de Kamchatka y dejar¨ªa que la novela creciera all¨ª. Aprender¨ªa todo lo que pudiera sobre tan remoto y volc¨¢nico lugar y ambientar¨ªa la historia all¨ª, con personajes nacidos all¨ª, que nada tuviesen que ver con su Am¨¦rica natal. El resultado, La desaparici¨®n (Sexto Piso), es un noir desarticulado, en el que la violencia late, sin llegar a desatarse, por todas partes. Un noir que es casi un manual del maltrato invisible, el psicol¨®gico, contra las mujeres. Pero no ¨²nicamente contra ellas.
¡°He querido explorar de qu¨¦ manera no podemos evitar ser crueles con los dem¨¢s, y hasta con nosotros mismos¡±, dice la escritora. Es un d¨ªa de mayo. Phillips acaba de responder a la videollamada en alg¨²n lugar de Brooklyn. Dice que Kamchatka le parece ahora otro planeta, y la vida antes de la pandemia, otra vida. ¡°Es curioso. Antes sent¨ªa la necesidad de irme lejos para escribir. Ahora estoy escribiendo aqu¨ª, deseando recuperar lugares a los que no dejaba de volver. La escritura se est¨¢ volviendo un ejercicio nost¨¢lgico¡±, dice. El sitio en el que ha ambientado su segunda novela es Cape Cod, una pen¨ªnsula de veraneo en Massachusetts, donde viven sus suegros. Fue madre hace un a?o. Su familia a¨²n no ha conocido al beb¨¦.
Phillips fue finalista del prestigioso National Book Award por La desaparici¨®n, cosa que no esperaba en absoluto. Ella insiste en que solo estaba cumpliendo dos sue?os a la vez: el de tratar de convertirse en escritora y el de aprender m¨¢s sobre Rusia. ¡°No es una novela tan rusa como podr¨ªa parecer. Las historias que se cuentan son historias que podr¨ªan pasar en Estados Unidos o cualquier otra parte del mundo¡±, apunta. Pero no es cierto, porque, en el a?o que pas¨® all¨ª, observ¨® tan detenidamente la forma en que se articulan las familias, y los matices de sus relaciones, que retrata una sociedad en absoluto norteamericana. Otros escritores de su generaci¨®n tambi¨¦n han dejado de escribir de Estados Unidos. Garth Greenwell, por ejemplo, escribe sobre Bulgaria en su ¨²ltima novela.
¡°La literatura norteamericana ha sido profundamente solipsista durante demasiado tiempo. No se ve¨ªa m¨¢s que a s¨ª misma¡±
?Cree que es una tendencia? ¡°No lo s¨¦. A lo mejor hemos crecido como sociedad y necesitamos mirar ah¨ª fuera. A lo mejor estamos hartos de tanto solipsismo. La literatura norteamericana ha sido profundamente solipsista durante demasiado tiempo. No se ve¨ªa m¨¢s que a s¨ª misma. No s¨¦ por qu¨¦. Tal vez tenga que ver con la inmadurez del pa¨ªs¡±, contesta. Volviendo a La desaparici¨®n, lo cierto es que el motor de la misma es un t¨®pico, en el fondo, muy norteamericano. ¡°S¨ª, la desaparici¨®n de dos ni?as blancas, a las que se lleva un hombre en un coche, y c¨®mo la noticia de los d¨ªas que pasan sin aparecer afecta al resto de los personajes, que, de alguna forma, se vuelven conscientes de algo que no tendr¨ªan por qu¨¦ soportar¡±, expone.
La violencia normalizada, esa especie de veneno con el que un ser humano aguijonea a otro, es el verdadero villano de tan particular relato polic¨ªaco, en el que hay, por ejemplo, madres que envidian a otras madres porque son algo que ellas jam¨¢s ser¨¢n y, para defenderse, las atacan, rompiendo la amistad de sus hijas. O parejas en las que el desprecio es tan sutil que la protagonista ni siquiera lo advierte. Lo que advierte es alg¨²n tipo de incomodidad. No llega a pensar que lo que pasa no deber¨ªa estar pasando, pero sabe que algo no va bien. ¡°Nos hacemos da?o inevitablemente. A veces de forma muy consciente, y otras, por completo inconsciente. Tenemos miedo, nos sentimos inseguros, atacamos. El otro sufre el golpe, y no lo entiende. No sabe c¨®mo procesarlo¡±, dice.
Afilada y concisa
Es en ese vac¨ªo en el que la violencia relacional se normaliza y puede ir minando al que la recibe. A veces ocurre que la violencia la ejercemos contra nosotros mismos. ¡°Me fascina pensar de qu¨¦ forma no ¨¦ramos conscientes hasta hace unos a?os de todo esto. Es decir, pod¨ªa dolernos lo que nos hac¨ªan, pero d¨¢bamos tan por hecho que ten¨ªamos que soportarlo, que ni nos plante¨¢bamos que pudi¨¦semos exigir respeto. Porque nada que nos haga da?o es normal¡±, insiste Phillips. Su estilo es a veces afilado y conciso, como el de su admirada Alice Munro; a veces, pura intemperie en el dibujo de la escena, como el de Louise Erdrich, otra de sus favoritas.
Quiere ser escritora desde los ocho a?os. Tuvo una profesora que les ped¨ªa que escribiesen cuentos todo el tiempo. ¡°Ella nos dec¨ªa que lo hac¨ªamos todo estupendamente¡±, recuerda. Le gustaba imaginar a la profesora esperando lo que ella escrib¨ªa, as¨ª que empez¨® a escribir una novela por entregas. ¡°Cada d¨ªa, a la hora del almuerzo, le llevaba el cap¨ªtulo que hab¨ªa escrito el d¨ªa anterior. Era una novela aburrid¨ªsima sobre una ni?a que viv¨ªa en el bosque con su perro, pero ella lo le¨ªa con much¨ªsimo inter¨¦s. Es incre¨ªble lo que puede hacer un gesto de amabilidad como ese. ?Por qu¨¦ nos cuesta tanto ser amables con los dem¨¢s? Lo que recibimos es infinitamente superior a lo que recibimos cuando somos crueles. Quiero pensar que cada vez seremos m¨¢s conscientes de eso¡±, asegura.
Puede que la novela hable de la violencia, de c¨®mo de arraigada est¨¢ en la idea misma del ser humano, pero escribirla le dio ¡°esperanza¡±. ¡°Mientras escrib¨ªa, pensaba que es mucho m¨¢s lo que nos une que lo que nos separa. El hecho mismo de estar en Rusia contando historias que podr¨ªan haberle pasado a mis amigos en Nueva York fue una manera de tomar conciencia de hasta qu¨¦ punto estamos conectados¡±, explica. No cree que sea f¨¢cil acabar con ese maltrato sist¨¦mico, pero ¡°el primer paso es abrir los ojos, y ese ya lo hemos dado¡±. ¡°Los ni?os de hoy ya no van a crecer como lo hicimos nosotros, que normalizamos ciertas cosas porque no ten¨ªamos el control de nada y cre¨ªamos que todo era normal. Hoy ya nada lo es¡±, a?ade.
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