El precio de la libertad
Tanto Ingrid Bergman como Ana Mar¨ªa Matute consiguieron huir del estereotipo de fiel esposa, buena madre y mujer intachable. Pero el coste fue alto: ambas tuvieron que renunciar a ver a sus hijos durante demasiado tiempo.
Tanto Ingrid Bergman como Ana Mar¨ªa Matute consiguieron huir del estereotipo de fiel esposa, buena madre y mujer intachable. Pero el precio fue alto: ambas tuvieron que renunciar a ver a sus hijos durante demasiado tiempo.
Se dice que fue el impulso por alcanzar lo sublime lo que llev¨® a Ingrid Bergman a escribir una de las cartas m¨¢s famosas del cine: ¡°Querido Sr. Rossellini: He visto sus cintas Roma, ciudad abierta?y Pais¨¢ y las he disfrutado mucho. Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien ingl¨¦s, que no ha olvidado su alem¨¢n, que no entiende mucho de franc¨¦s y que en italiano s¨®lo puede decir?ti amo, estoy lista para viajar y hacer un filme con usted. Ingrid Bergman¡±.
Esa carta, que por supuesto encandil¨® al director italiano, cambiar¨ªa la vida de la actriz. No solo Roberto Rossellini necesit¨® (de repente) a una actriz sueca, sino que invit¨® a Bergman a rodar, no mucho despu¨¦s, Stromboli (1952). Durante el rodaje se enamoraron, tuvieron un idilio y ella qued¨® embarazada. Por entonces, Ingrid estaba casada con el neurocirujano sueco, Petter Lindstrom, y ten¨ªa una hija, Pia, de diez a?os, con quienes viv¨ªa en Beverly Hills. Cuando tom¨® la decisi¨®n de irse a vivir con el director italiano a Roma, estaba en el culmen de su carrera ¡ªhab¨ªa triunfado durante diez a?os en Hollywood con pel¨ªculas como Casablanca (1942), Gaslight (1945) o Juana de Arco (1948), y en Europa era una de las actrices predilectas de Hitchock¨D, pero no era feliz ni con su marido, ni con su vida. ¡°Algo hab¨ªa muerto dentro de m¨ª¡±, dir¨ªa en una de sus cartas, ¡°faltaba algo en mi trabajo, en mi vida en casa¡de hecho en toda mi vida¡±.
Algunas rebeldes nos ?ense?aron que la esencia de la mujer no es necesariamente ser madre y esposa, sino libre y feliz
Rossellini ofrec¨ªa a la vez un pasaporte a la libertad y la promesa de una nueva vida creativa. Pero el precio fue muy alto: por un lado, la puritana sociedad americana de los a?os 50, para quien Bergman siempre hab¨ªa sido la mujer intachable, de recta moral, esposa feliz y madre, se sinti¨® traicionada, y se le ech¨® encima. Por otro, ¨Cy esto fue, en sus propias palabras, lo m¨¢s duro¨C, al no obtener el permiso de Lindstrom, tuvo que renunciar a ver a su hija durante demasiado tiempo, cosa que le gener¨® remordimiento y culpa.
De todo esto y mucho m¨¢s da cuenta el precioso documental Retrato de familia (puede verse en Filmin), entretejido gracias a la gran cantidad de recuerdos que la actriz tuvo a bien guardar (filmaciones desde su infancia, cartas y diarios), as¨ª como al testimonio de sus cuatro hijos. El empe?o de Bergman por construir su vida a partir de su propio deseo, y no a partir de las expectativas ajenas (un marido, un hijo o la propia sociedad), junto a la pasi¨®n vital y la energ¨ªa que emanan del personaje, llaman especialmente la atenci¨®n.
Me record¨®, adem¨¢s, a otra figura p¨²blica, en este caso espa?ola: la escritora Ana Mar¨ªa Matute, quien al tomar la decisi¨®n de separarse de su marido en 1963, el escritor Ram¨®n Eugenio de Goicochea, tambi¨¦n fue ¡°castigada¡± sin poder ver a su hijo Juan Pablo durante a?os. Creo que con su determinaci¨®n y coraje, ambas demostraron la verdadera lucha por la libertad. Sin necesidad de enarbolar pancartas o de formar parte de ning¨²n grupo (Matute, de hecho, no se consideraba feminista), defendieron sus ideas a trav¨¦s de su vida propia, que es con lo que m¨¢s escuece.
Hasta tal punto fue as¨ª que, cuando Bergman se march¨® a rodar a Roma, empezaron a llover las cartas de condena. El vicepresidente y director de C¨®digos de Producci¨®n, Joseph Breen, le pidi¨® que desmintiera los rumores de que estaba a punto de divorciarse y abandonar a su primera hija para casarse con Rossellini. Fue criticada por la Iglesia luterana de Suecia y sacerdotes de la Iglesia cat¨®lica, sobre todo en Estados Unidos; tambi¨¦n recibi¨® cartas de personas an¨®nimas que la llamaban fulana o le dec¨ªan cosas como que arder¨ªa en el infierno por toda la eternidad, que el ni?o era hijo del diablo, que nacer¨ªa muerto o ser¨ªa jorobado. En medio de ese guirigay de cr¨ªticas y reproches, s¨ª hubo, sin embargo, gestos dignos de menci¨®n como el de Hemingway, uno de los escasos amigos que envi¨® una carta dando su bendici¨®n a la pareja: ¡°Si ten¨¦is quintillizos¡±, les dijo, ¡°puedo ir al Vaticano y ser el padrino.¡±
El caso de Ana Mar¨ªa Matute, aunque distinto, tiene puntos en com¨²n. Puesto que en la ¨¦poca no hab¨ªa posibilidad en Espa?a, no se divorci¨®. Harta de soportar al marido, que no trabajaba y se gastaba el dinero que ella ganaba (el colmo fue cuando vendi¨® su m¨¢quina de escribir), decidi¨® dejarlo. Como resultado de las leyes espa?olas, Matute no ten¨ªa derecho a ver a su hijo, ya que su esposo obtuvo la tutela. Pero a este le importaba muy poco el ni?o. As¨ª que, cuando vio que ya no le servir¨ªa para chantajearla, se lo dej¨® a su madre. Gracias a la intervenci¨®n de su suegra y de su cu?ada, Ana Mar¨ªa pudo pasar algunos s¨¢bados con su hijo: iban al cine o al teatro, por lo que Juan Pablo ser¨ªa siempre para la autora su ¡°ni?ito de los s¨¢bados¡±. Todo esto acab¨® reflej¨¢ndose en su obra. Debajo de la escritura de Matute late un sentido de p¨¦rdida o ausencia (¡°nunca hab¨ªa podido imaginar que la ausencia ocupase tanto espacio¡±, dijo, ¡°mucho m¨¢s que cualquier presencia¡±), pero tambi¨¦n subyace una poderosa corriente oculta, un anhelo sordo de felicidad. A trav¨¦s de personajes inconformistas y rebeldes, nos ayud¨® a comprender que la verdadera esencia de la mujer no es necesariamente ser madre y esposa fiel, sino m¨¢s bien ser libre y feliz.
Ingrid Bergman tambi¨¦n traslad¨® su lucha al arte. En palabras de su hija Pia, hab¨ªa algo en la historia de Juana de Arco (que represent¨® varias veces en el cine y en el teatro) que le atra¨ªa de manera obsesiva: ¡°una chica joven que oye una voz que le dice va a hacer cosas extraordinarias¡±. Lo malo fue que, al igual que la hero¨ªna francesa, que acab¨® en la hoguera por bruja, para lograr su libertad, Ingrid tuvo que ser tachada de puta y quemada en las llamas del castigo p¨²blico.
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