16 palabras que persiguen a Lydia Davis
La editorial Eterna Cadencia publica un primer volumen de ensayos en los que la narradora estadounidense se extiende sobre algunos de sus escritores preferidos o sobre las artes visuales y da algunas recomendaciones sobre el oficio de la escritura. ¡®Babelia¡¯ adelanta uno de ellos en exclusiva.
Los mitones rojos: una traducci¨®n del cheremis por Anselm Hollo
[Sin t¨ªtulo] Del cheremis
En traducci¨®n de Anselm Hollo
no deber¨ªa haber empezado a tejer estos mitones rojos.
ya est¨¢n terminados,
pero tambi¨¦n mi vida.
Rara vez me hacen llorar los poemas. Quiz¨¢s me sea m¨¢s f¨¢cil llorar cuando el texto no es de lo mejor, cuando los sentimientos resultan muy evidentes, muy francos, desprovistos por completo de sutileza y elegancia. A veces, la candidez distiende al lector y tal vez sea m¨¢s f¨¢cil llorar en ese estado o cuando no se exige mucha agudeza al cerebro. Cuando leo un poema que es realmente bueno y me conmueve, al mismo tiempo me distraigo, en parte, porque es muy bueno y porque analizo qu¨¦ lo hace as¨ª de bueno. Me interesa tanto descubrir c¨®mo funciona que mi cerebro pensante se compromete con la tarea en igual medida que mi coraz¨®n. Eso s¨ª: a veces el cerebro interviene primero y luego, reci¨¦n despu¨¦s, el coraz¨®n, y parte de las emociones que experimento nacen simplemente de lo bueno que es el poema. Pero en esos casos tampoco lloro, sino que me pongo feliz. Cuando son buenos, hasta los poemas tristes o serios pueden hacerme muy feliz, o muy feliz al tiempo que me conmueven, casi hasta las l¨¢grimas.
el cerebro interviene primero y luego el coraz¨®n, y parte de las emociones que experimento nacen simplemente de lo bueno que es el poema.
Quiero hablar de este poema brev¨ªsimo, traducido por Anselm Hollo (que muri¨® no hace mucho, en 2013), porque me ha conmovido y desconcertado durante los ¨²ltimos treinta a?os m¨¢s o menos que lo he tenido cerca, a veces frente a mis ojos en una cartelera y otras veces en mi memoria, aunque entonces no lo recuerdo del todo bien, por m¨¢s corto que sea. En soporte f¨ªsico, tengo una postal publicada en 1980 que trae el poema impreso y ha sufrido el paso de las d¨¦cadas: dos esquinas ajadas, uno de los bordes apenas rasgado, el frente todav¨ªa bastante blanco pero con manchitas negras, el dorso ya no amarillento sino dorado, pr¨¢cticamente quemado por los a?os.
Anselm Hollo naci¨® en 1934 en Finlandia, y despu¨¦s de vivir en Alemania, Austria e Inglaterra, decidi¨® establecerse en Estados Unidos a fines de la d¨¦cada de 1960. Tuvo una larga carrera y se dedic¨® a escribir poemas exc¨¦ntricos y rebeldes (¡°d¨¦jate de ¨¢mpersands & ¡®yo¡¯ con min¨²scula / si igual no les vas a gustar / a los jefes de la cultura po¨¦tica oficial¡±) y a traducir (de no menos de cinco idiomas). No recuerdo haberlo visto en persona, pero mantuvimos correspondencia durante un corto lapso. Acabo de releer la ¨²nica carta suya que encontr¨¦, y a partir de su contenido puedo afirmar que le escrib¨ª en dos oportunidades sobre este poema, la segunda porque me olvid¨¦ de que ya le hab¨ªa escrito al respecto. No respondi¨® la primera carta, pero la segunda s¨ª. Y me dijo: ¡°El poemita es una traducci¨®n de los dichos populares tradicionales de los cheremis o mari, y a m¨ª tambi¨¦n me sigue gustando¡±.
Varias cosas del poema me dejan perpleja. Una es que en un espacio muy acotado (diecis¨¦is palabras) se transmiten muchas emociones contradictorias: resulta pat¨¦tico y gracioso, absurdo y serio, es una afirmaci¨®n franca y sincera al parecer, pero tambi¨¦n y desde ya una narraci¨®n ficticia. Una parte de la ficci¨®n reside en quien narra: ?qui¨¦n es el ¡°yo¡±? Seguramente no sea el poeta. La otra parte est¨¢ en los mitones rojos: seguramente, no los teji¨® el poeta, y seguramente nadie los haya tejido, ni siquiera el ¡°yo¡± ficcional. Son una ficci¨®n. (?Claro que quiz¨¢s no tenga raz¨®n en nada de lo que digo! Pero, entonces, el poeta ha logrado enga?arnos de nuevo: nos hizo creer en su exageraci¨®n).
Adem¨¢s, est¨¢ la falsa monumentalidad del proyecto, tal como se transmite: ha llevado una vida entera tejer los mitones; fueron el proyecto de toda una existencia; alguien ten¨ªa la intenci¨®n de tejerlos y as¨ª fue, ?aunque a qu¨¦ precio! He ah¨ª lo absurdo. El proyecto fue monumental y absurdo. Pero, lo que es m¨¢s importante, la voz de quien narra la ficci¨®n no es absurda. La voz es sencilla, seria, directa, y experimenta miedo y soledad al final. No hay nada ficcional en que una vida haya terminado. De hecho, la propia vida de Hollo lleg¨® a su fin, aunque mucho despu¨¦s de que tradujera el poema.
Que la vida haya terminado es, en parte, lo que encuentro conmovedor, en especial cuando se ha concretado un solo logro, seg¨²n se deduce del poema: los mitones rojos. Es una tarea que, da la impresi¨®n, consum¨ªa tanta atenci¨®n, que quiz¨¢s consum¨ªa muchas otras cosas (tiempo, dedicaci¨®n, devoci¨®n) que la vida misma pas¨® casi desapercibida. Se concret¨® un logro, s¨ª, pero la vida se acab¨®. Y al fin y al cabo ese ¨²nico logro no result¨® nada monumental.
?c¨®mo hace un poema de tres versos, que en lo superficial es bien simple y directo, para continuar sorprendi¨¦ndome por alguna raz¨®n cada vez que lo leo?
Lo que me desconcierta es tambi¨¦n algo que encuentro profundamente satisfactorio. La pregunta es la siguiente: ?c¨®mo hace un poema de tres versos, que en lo superficial es bien simple y directo (hecho de tres frases sencillas y cotidianas), para continuar sorprendi¨¦ndome por alguna raz¨®n cada vez que lo leo? No tiene que ver con el contenido, que igualmente no olvido, sino con algo distinto. Quiz¨¢s tenga una respuesta tentativa: puede que se deba al cambio de registro dentro del poema. El verso de apertura contiene una frase que probablemente ha repetido la mayor¨ªa de nosotros, con irritaci¨®n o arrepentimiento, por un motivo u otro: que nunca deber¨ªamos haber comenzado a hacer una cosa, la que sea. La segunda afirmaci¨®n tambi¨¦n resulta familiar, y podr¨ªamos formularla sobre la primera, sin importar de qu¨¦ se trate el proyecto. Estamos cansados, molestos, impacientes¡ y ya es tarde, pero nos arrepentimos. Pero la tercera afirmaci¨®n no guarda proporci¨®n con lo anterior: es tremenda, devastadora, mucho m¨¢s grave y con un sentido completamente diferente al de las dos primeras. La desproporci¨®n o incongruencia se convierte en la fuente del humor de la ¨²ltima l¨ªnea, pero tambi¨¦n de su patetismo. Es de una desproporci¨®n c¨®mica, pero de una veracidad angustiante, como si, en realidad, el poeta estuviera diciendo: no deber¨ªa haber nacido, porque viv¨ª mis d¨ªas, pero ahora se terminaron.
O quiz¨¢s el poema me siga sorprendiendo porque siempre se me escapa un poco; por mucho que lo intente, nunca termino de asimilarlo. Para m¨ª, esta caracter¨ªstica es ejemplar, porque el poema hace lo que todo buen texto intenta y rara vez consigue: no morir nunca, no volverse estanco y repetido, renovarse perpetuamente; nacer y vivir una y otra vez; comenzar, continuar y terminar, sin perder su frescura ni su capacidad de asombrar, sin dejar de causar efecto. A pesar de lo inteligentes y capaces que somos los lectores, el poema elude la memoria, resiste la asimilaci¨®n.
Tal vez sea demasiado decir sobre un poema tan breve, pero, al parecer, es lo que nos pide.
Ensayos I
Traducci¨®n de Eleonora Gonz¨¢lez Capria.
Eterna Cadencia, 2021.
540 p¨¢ginas. 23,90 euros
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