Margarita Garc¨ªa Robayo: ¡°Nunca me import¨® la mirada de los otros¡±
La escritora colombiana re¨²ne en ¡®El sonido de las olas¡¯ dos de sus novelas y un texto de no ficci¨®n, historias de prosa precisa y maquiav¨¦lica unidas por la presencia del mar y la voz de una narradora joven
¡ªA m¨ª me sirvi¨® mucho irme. Creo que, cuando me fui, dije: ¡°Listo, voy a ser escritora¡±.
Es una tarde de agosto de 2021. Margarita Garc¨ªa Robayo reitera un gesto que la acompa?a desde hace a?os: se acomoda el pelo a un lado y otro de la frente como asegur¨¢ndose de que todo ¡ªel pelo, los pensamientos¡ª permanece en orden. Est¨¢ en Buenos Aires, donde reside desde 2005, lejos del sitio en que naci¨® ¡ªCartagena de Indias, Colombia¡ª y del que, dice, le sirvi¨® irse. Despu¨¦s de dejar Cartagena pas¨® un tiempo en Bogot¨¢, en M¨¦xico, en Barcelona. Ese trasiego parece haber cesado en esta ciudad en la que vive junto a su pareja, Mariano Cohn (uno de los directores, junto a Gast¨®n Duprat, de la pel¨ªcula El ciudadano ilustre), con quien tiene dos hijos. Los movimientos de la obra de Garc¨ªa Robayo son tan derivativos como los de su autora: su primera novela, Hasta que pase un hurac¨¢n, se public¨® en Tamarisco, Argentina, en Laguna, Colombia; su libro Primera persona en Marea, Argentina, en Pesopluma, Per¨², en Laguna, en Tr¨¢nsito. Y as¨ª todo.
¡ªTengo libros en cualquier pa¨ªs, con cualquier criterio. Yo iba a un lugar y me dec¨ªan: ¡°?Quieres publicar un libro en mi editorial?¡±. A todo el mundo le dec¨ªa que s¨ª. Me parec¨ªa genial que la gente quisiera publicar algo m¨ªo.
Hay un contraste entre la candidez que parece sustentar esa frase y la desnudez salvaje de su prosa (¡°soy alguien con tendencia a la desdicha ¡ªescribe en Primera persona¡ª, me quejo y me lamento en circunstancias fabulosas¡±), pero no hay contradicci¨®n: Garc¨ªa Robayo es un sofisticado sistema de capas en el que conviven una mujer que ¡°frente al hueco profundo de insatisfacci¨®n que significa casi todo en la vida, lo ¨²nico que no me produce fastidio o desaz¨®n son los hijos¡±, y una persona desencantada: ¡°No porque una pareja lleve veinte a?os junta quiere decir que haya que darle un premio: en todo ese tiempo se puede producir un estancamiento de cosas podridas. Es como un c¨¢ncer un matrimonio, algo que se va formando muy silencioso¡±.
Este a?o el grupo Penguin publica en Mapa de Lenguas, una colecci¨®n que distribuye cada a?o en Espa?a y Latinoam¨¦rica trece t¨ªtulos de autores de ambas orillas, El sonido de las olas (Alfaguara), su ¨²ltimo libro, que re¨²ne dos novelas ¡ªHasta que pase un hurac¨¢n, Lo que no aprend¨ª¡ª, y Educaci¨®n sexual, un texto de no ficci¨®n publicado originalmente en Primera persona. Si bien iba a ser presentado en la Feria del libro de Madrid el 13 de septiembre, Garc¨ªa Robayo decidi¨® no participar, al igual que otros autores de su pa¨ªs, al conocer las declaraciones del embajador de Colombia en Espa?a, Luis Guillermo Plata, que dijo que el criterio de selecci¨®n para escoger a los invitados fue el de ¡°tener cosas neutras donde prime el lado literario de la obra¡±. Al comunicar su renuncia, Garc¨ªa Robayo dijo que ¡°no existen los eventos culturales neutros ni los escritores neutros ni las personas neutras. Todos tenemos una postura, una mirada sobre el mundo y sobre nuestra geograf¨ªa que, por mucho que se intente disimular o esconder, termina saliendo a flote. (¡) Llamar neutros a los escritores invitados me parece algo muy desafortunado. Me uno a mis colegas que ven en este gesto una muestra de exclusi¨®n y de falta de respeto hacia los escritores que s¨ª fuimos convocados al implicar que no tenemos pensamiento pol¨ªtico y que nuestras obras son neutras, es decir inocuas¡±.
Las tres piezas reunidas en El sonido de las olas forman un mapeo tanto de los n¨²cleos que se reiteran en su obra (las diferencias de clase, la identidad, la memoria, los migrantes, la decadencia) como de la precisi¨®n maquiav¨¦lica de su prosa y su mirada.
¡ªLos tres libros tienen en com¨²n el mar, una ciudad que podr¨ªa ser Cartagena, tres narradoras j¨®venes. Est¨¢n atrapadas en una circunstancia que parece inmodificable y las une el impulso de querer cambiarla, y¨¦ndose, huyendo o rompiendo con alg¨²n mandato. Me hizo sentido que estuvieran juntas.
Y luego, con una sonrisa encantadora que devela tambi¨¦n cierta perfidia, dice:
¡ªPero tambi¨¦n es una cuesti¨®n pr¨¢ctica y econ¨®mica: es un libro y no tres, y est¨¢n en un sola editorial.
***
Naci¨® en 1980 y vivi¨® hasta los 16 a?os con sus padres ¡ª¨¦l abogado, ella ama de casa¡ª, junto a cuatro hermanas y hermanos mayores en un suburbio cartagenero que, si hab¨ªa fracasado en la pretensi¨®n de darles acceso a una clase social superior, ten¨ªa la ventaja de estar cerca del colegio al que iba.
¡ªEra un colegio del Opus Dei. All¨ª siempre fui medio mosca en leche. Estaba claro que yo era la pobre. Era el mejor de la ciudad y mi familia, como la mayor¨ªa de las familias cartageneras de clase media, tiene una cosa aspiracional fuerte. Entonces, ?d¨®nde van a ir las ni?as? No hay otra respuesta posible: al mejor colegio.
Aunque la situaci¨®n econ¨®mica era compleja ¡ªperdieron esa casa, se mudaron a una m¨¢s chica, de all¨ª a otra alquilada¡ª, sus padres se las ingeniaban para que la realidad hostil no tocara a los hijos o, posible lado B, para mantener las apariencias.
¡ªMi pap¨¢ era muy lector. La biblioteca ocupaba tres habitaciones. Le interesaban las ciencias ocultas, la astrolog¨ªa. Hab¨ªa muchos libros sobre eso y enciclopedias, diccionarios. Mi mam¨¢ tambi¨¦n le¨ªa. Cor¨ªn Tellado, Agatha Christie. Cuando mi pap¨¢ muri¨® hubo que donar sus libros a una biblioteca municipal. Yo ya estaba en Buenos Aires y dije: ¡°Me habr¨¢n guardado algo¡±. La respuesta fue: ¡°No, hab¨ªa mucho polvo y regalamos todo¡±. Creo que ni mi madre ni mis hermanos encontraban que eso fuera algo valioso. No hab¨ªa d¨®nde ponerlos, fueron pr¨¢cticos: cero valor afectivo. Pero yo tambi¨¦n soy desprendida. Desde los 16 a?os empec¨¦ a mudarme, a vivir con mis hermanas, con mi abuelo, con mi t¨ªo, llevando una mochilita. Siempre tuve la sensaci¨®n de que estuve muy suelta. Nadie me supervisaba. Ni de ni?a ni de adolescente. No s¨¦ si es un consuelo, pero me gusta la sensaci¨®n de pensar que mis padres me regalaron mi independencia desde muy chica.
Los primeros libros le¨ªdos eran diccionarios, literatura juvenil, novelas de su madre. Pero el rastreo del comienzo de la escritura arroja destrucci¨®n u olvido: escrib¨ªa cuentos que enviaba a concursos (no sabe d¨®nde est¨¢n); piezas de no ficci¨®n bajo la forma de postales (les perdi¨® el rastro); llevaba un diario (que quem¨® hace a?os).
¡ªEse diario era un memorial de agravios. Me quejaba de mis compa?eras de colegio, de mis hermanos, de mi mam¨¢. Estaba enojada y escrib¨ªa todas las cosas que me enojaban. Tengo la sospecha de que a la escritura la uso como un depositario de mi hartazgo. Nunca he tenido una vida dif¨ªcil, y aun as¨ª consigo que todo me parezca una mierda.
Cuando termin¨® el colegio empez¨® a estudiar abogac¨ªa mientras se ganaba la vida trabajando en congresos como una de las chicas que da la bienvenida y regala la golosina o el paquete de cigarros en torno al cual gira el evento.
¡ªEra un trabajo f¨¢cil, pagaban bien. A los 19 empec¨¦ a estudiar periodismo y dej¨¦ abogac¨ªa. Pero en el periodismo tampoco me sent¨ªa c¨®moda. Yo creo que estaba confundida, buscando un mecanismo para poder escribir.
Mientras estudiaba empez¨® a trabajar en la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo Iberoamericano (la actual Fundaci¨®n Gabo) como coordinadora de talleres. Eso signific¨® un cambio fuerte: de chica pobre en colegio rico pas¨® a ser la que trabajaba en el sitio donde todos sus compa?eros quer¨ªan trabajar.
¡ªEn la universidad estudi¨¢bamos la obra de Jon Lee Anderson y, por mi trabajo, me tocaba pasar todo el d¨ªa en un taller que ¨¦l daba. Viajaba mucho, le¨ªa muchas cosas.
Pero el largo brazo de la insatisfacci¨®n no daba tregua: aunque empez¨® a publicar cr¨®nicas en revistas como SoHo, Don Juan, Gatopardo, ¡°escribir¡±, para ella, no era eso.
¡ªQuer¨ªa ser escritora pero no se lo dec¨ªa a nadie. Pensaba: ¡°?C¨®mo puedo ser tan est¨²pida, c¨®mo voy a ser escritora?¡±. Los escritores eran gente preparada. Mi educaci¨®n fue mediocre y los escritores son gente culta. Tienen talento pero adem¨¢s estudian letras, hacen m¨¢steres. Se labran un camino. Yo no me estaba labrando ning¨²n camino.
Lo ¨²nico que me salva de la visi¨®n fatalista que tengo con respecto a casi todo son los hijos
Entonces se fue. De la Fundaci¨®n, de Cartagena. Pas¨® por Bogot¨¢, por M¨¦xico, por Barcelona. Lleg¨® a Buenos Aires en 2005 con una maleta, poco dinero, una relaci¨®n incipiente con el escritor Mart¨ªn Caparr¨®s que durar¨ªa a?os, y un trabajo en un blog del diario Clar¨ªn: Sudaquia. Pero quer¨ªa escribir ficci¨®n y no ten¨ªa idea de c¨®mo hacerlo. Entonces le hizo la pregunta ¡ªliteral¡ª a un editor amigo: ¡°?Qu¨¦ hay que hacer para ser escritora?¡±.
¡ªMe dijo que ten¨ªa que ir a un taller literario y me dio dos opciones: Abelardo Castillo o Liliana Heker. Y yo dije ¡°Liliana¡±. Y me enamor¨¦ de Liliana, que ten¨ªa todo el entusiasmo del que yo carec¨ªa.
En aquel grupo hab¨ªa voces de peso ¡ªSamanta Schweblin, Azucena Galettini, Pablo Ramos¡ª y ella era, una vez m¨¢s, la mujer perdida.
¡ªAl principio era la ¨²nica que, por ejemplo, no sab¨ªa qu¨¦ era el punto de vista. Dec¨ªan: ¡°Ac¨¢ falla el punto de vista¡±, y yo pensaba: ¡°?De qu¨¦ carajo est¨¢n hablando?¡±.
En ese taller escribi¨® una serie de cuentos que se transformaron en libro: Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (Planeta, 2007). Despu¨¦s dej¨® el taller (¡°Era un gran lugar, pero la insatisfacci¨®n es infinita y necesitaba m¨¢s libertad¡±), dej¨® el blog, empez¨® a escribir una columna titulada ¡®La ciudad de la furia¡¯ en el diario Cr¨ªtica de la Argentina. Y a tres a?os de la publicaci¨®n de sus primeros cuentos, un movimiento de regreso la llev¨® a escribir su primera novela. En 2009 ¨Do 2010: no recuerda¨D un hermano se cas¨® y ella viaj¨® a Cartagena para asistir a la boda.
¨DEstaba en la casa familiar, y en Cartagena hab¨ªa un diluvio descomunal. Gente ahogada, gente que hab¨ªa perdido casas, todo muy tr¨¢gico. Y en mi casa era la fiesta, los vestidos, el ron. No pod¨ªan llegar donde viv¨ªa la dise?adora porque estaban las calles inundadas, y para ellos era una tragedia no probarse el vestido. Me dije: ¡°?Qu¨¦ hago, me peleo con todo el mundo?¡±. Quise hacer algo con eso que me ten¨ªa tan enojada y violentada. As¨ª que me sent¨¦ a escribir.
El resultado fue Hasta que pase un hurac¨¢n, la primera de las novelas que re¨²ne El sonido de las olas. La velocidad con que la escribi¨® ¡ªun d¨ªa o dos en Cartagena, aunque pas¨® despu¨¦s un a?o corrigi¨¦ndola¡ª se refleja en el comienzo que r¨¢pidamente sienta las bases de lo que suceder¨¢: en la segunda p¨¢gina, la protagonista dice ¡°(¡) a los siete a?os ya sab¨ªa que me iba a ir. No sab¨ªa cu¨¢ndo ni a d¨®nde. A m¨ª me preguntaban: ?Qu¨¦ quieres ser cuando grande? Y yo dec¨ªa: extranjera¡±. En la tercera p¨¢gina, la protagonista reconstruye una escena de sus doce a?os en la que va con su padre a ver a Gustavo, un hombre que le ense?a a desescamar pescados: ¡°Despu¨¦s me acarici¨® all¨¢ abajo con dos dedos: arriba, abajo, arriba, abajo, dec¨ªa, mientras yo limpiaba pescado con una champeta afilada y ¨¦l dibujaba una l¨ªnea vertical en mi bot¨®n de fuga. (¡) Mientras Gustavo hac¨ªa eso, mi pap¨¢ estiraba unos billetes sobre la mesa de trabajo. (¡) ?Viste lo que hizo Gustavo?, le pregunt¨¦ cuando ¨ªbamos en el taxi (¡) Te ense?¨® a limpiar el pescado, dijo¡±.
¡ªHab¨ªa una cosa de promiscuidad y de falta de registro, que vi en la casa de mi familia, acerca de la que quer¨ªa escribir. La nena hubiera podido estar teniendo sexo con un tipo al lado de su pap¨¢ y a ¨¦l le hubiera dado lo mismo. Otra cosa de la que quer¨ªa escribir era del uso del cuerpo. Ella se da cuenta de que el cuerpo la puede ayudar a conseguir lo que quiere. Por supuesto que es una falacia, pero yo no quer¨ªa que eso tuviera una carga moral. Es alguien que usa lo que tiene para conseguir lo que quiere.
La protagonista quiere irse de esa ciudad que detesta y vivir en Estados Unidos. Consigue trabajo como azafata y, para obtener la ciudadan¨ªa americana a trav¨¦s de un hijo nacido all¨¢, intenta quedar embarazada de un americano, luego de un piloto de aerol¨ªnea. La novela se public¨® en 2012 y la madre de Garc¨ªa Robayo se indign¨® al leerla.
¡ªMe dijo: ¡°Pero aqu¨ª est¨¢s escribiendo lo que hacen tus amigas¡±. Y s¨ª, se van a Estados Unidos a tener un hijo gringo. Me dijo: ¡°Me gustan m¨¢s tus cuentos¡±. Cada vez que no le gusta algo dice: ¡°Me gustan m¨¢s tus cuentos¡±.
La distancia que hab¨ªa puesto con su ciudad natal produc¨ªa una fertilidad extra?a: estando lejos se hab¨ªa convertido en escritora, pero eran las astillas que recog¨ªa en los regresos las que activaban los mecanismos de la ficci¨®n. Fue otro retorno a Cartagena, esta vez para asistir al funeral de su padre, el que la llev¨® a su segunda novela, Lo que no aprend¨ª, la m¨¢s larga de las que integran El sonido de las olas. Publicada en 2013 en Planeta supuso una ruptura definitiva con parte de la familia de origen. Dividida en dos secciones, la primera cuenta la historia de una ni?a, Caty, que orbita entre un padre con poderes paranormales y una madre furibunda y negadora. La segunda secci¨®n devela lo que la impuls¨® a escribir la novela: ¡°En la cena, mi mam¨¢ le habl¨® sobre todo a X: le cont¨® historias (¡) m¨ªas, de mis hermanos, de mi pap¨¢. En su relato mencion¨® cosas que yo nunca hab¨ªa o¨ªdo, y las que s¨ª, ven¨ªan en versiones muy distintas a las de mis recuerdos. (¡) Esa noche me dorm¨ª pensando que la memoria de una familia eran muchas, tantas como miembros tuviera esa familia (¡) Despu¨¦s me dio miedo, imagin¨¦ que todos ten¨ªan versiones parecidas entre s¨ª, pero distintas a las m¨ªas¡±.
¡ªMe hace gracia cuando la gente dice que este tipo de escritura retrata la vida. Yo siento que es m¨¢s bien una subversi¨®n. Lo que quise fue subvertir una versi¨®n instalada, no instalar una propia. Mi familia de origen se sinti¨® muy molesta con ese libro. Se sintieron expuestos. Sobre todo mi mam¨¢, que es un poco la responsable de la versi¨®n oficial.
En 2014 gan¨® el premio Casa de las Am¨¦ricas con los cuentos de Cosas peores y tres a?os despu¨¦s, en 2017, cuando ya viv¨ªa en pareja con Mariano Cohn y era madre de dos hijos, public¨® en Alfaguara la novela Tiempo muerto, sobre una pareja en estado de descomposici¨®n.
¡ªQuer¨ªa hablar de esta pretensi¨®n rid¨ªcula de que las cosas se pueden mantener frescas siempre en una pareja. Hablar de esa decadencia silenciosa. Yo tengo una pareja pero rara vez me pregunto: ¡°?Vamos a durar para siempre?¡±. Siempre estoy pensando que en cualquier momento todo se acaba. No tengo la fantas¨ªa de la durabilidad. Lo ¨²nico que me salva de la visi¨®n fatalista que tengo con respecto a casi todo son los hijos.
Tiempo muerto cuenta la historia de Pablo y Luc¨ªa entre un presente tenso y un pasado que no ha sido mejor. Luc¨ªa detesta a su empleada dom¨¦stica, la empleada dom¨¦stica ejerce un desprecio sutil sobre Luc¨ªa, Pablo est¨¢ encerrado en un cuerpo enfermo por exceso de uso, todos est¨¢n sumidos en una apat¨ªa cegadora. ¡°Lo raro no son las infidelidades, piensa Luc¨ªa (¡) Lo verdaderamente raro es mirar al otro y preguntarse qui¨¦n es, qu¨¦ hace ah¨ª (¡) El desconocimiento es el saldo del tiempo acumulado (¡) Empieza con un s¨ªntoma de desinter¨¦s, algo min¨²sculo que despu¨¦s se naturaliza y ambos dejan de preguntarse c¨®mo es que siguen ah¨ª, adobando la abulia frente al otro¡±. Para entonces hac¨ªa tiempo que escrib¨ªa piezas autorreferenciales en la revista brasile?a Piau¨ª. En 2018 estos textos fueron publicados en espa?ol en Primera persona. Uno de ellos es Educaci¨®n sexual, que cierra El sonido de las olas como un tarasc¨®n.
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Educaci¨®n sexual aborda, entre otras cosas, la forma en que el colegio del Opus Dei al que asisti¨® en Cartagena impart¨ªa un programa llamado Teen Aid, que alentaba la castidad e inclu¨ªa la proyecci¨®n de la pel¨ªcula El grito silencioso, un alegato contra el aborto en el que se muestra un feto en el ¨²tero, supuestamente luchando por quedarse donde est¨¢. ¡°La verdad era que el Teen Aid era una medida desesperada que el colegio hab¨ªa tenido que tomar para frenar la ola de alumnas pre?adas de los ¨²ltimos a?os¡±, escribe all¨ª.
¡ªEn el colegio debe haber una foto de mi cara tachada con una cruz. Particip¨¦ en Cartagena de unos clubes de lectura y la mayor¨ªa eran exalumnas del colegio. Me dec¨ªan: ¡°Yo no lo viv¨ª as¨ª¡±. Todas hab¨ªan tenido el Teen Aid, todas hab¨ªan visto la pel¨ªcula. Pero la lectura frente a eso era la negaci¨®n. ¡°Ay, pero t¨² siempre fuiste rara¡±, me dec¨ªan.
Me importaba un carajo qui¨¦n se enojara con lo que escribo. Y me sigue importando poco.
La voz narrativa de Primera persona es la de alguien que no encaja (tiene novios que le llevan d¨¦cadas, odia el mar aunque naci¨® junto al Caribe, vive en una ciudad a la que todos quieren ir y de la que ella quiere irse) pero que, gracias a ese desfasaje, ha sido inseminado con una lucidez terminal. Ejerciendo una vivisecci¨®n sanguinaria de su experiencia y logrando, al mismo tiempo, permanecer oculta (se sabe poco de ella al terminar el libro), escribe en dr¨¢stico estado de insurrecci¨®n. En Mi debilidad se interroga acerca de las preguntas que los periodistas le hacen sobre el g¨¦nero: ¡°A pesar de que me esfuerzo en prologar tajantemente cada respuesta (¡) con la aclaraci¨®n innecesaria de que no puedo pensar en una sola causa feminista que no apoye, el matiz que sigue basta para que el femin¨®metro no alcance la curva necesaria de compromiso y militancia, y se dispara la alerta roja que escracha a las machistas camufladas¡±. En Amar al padre habla de la atracci¨®n que siente por los hombres mayores y de su empe?o en sacarse la virginidad de encima: ¡°Me acost¨¦ con J. a los dieciocho, nos separaban ocho a?os y dos cuadras. Y yo no lo quer¨ªa de novio, sino de sicario: quer¨ªa que hiciera el trabajo sucio, que rompiera el himen y allanara el camino para los que vendr¨ªan despu¨¦s¡±. Como J. no puede, busca una alternativa: ¡°A los pocos d¨ªas conoc¨ª a otro. Se llamaba G, ten¨ªa una guitarra y doce a?os m¨¢s que yo. (¡) A G. pr¨¢cticamente lo obligu¨¦ a violarme en un cuarto de motel que ol¨ªa a desinfectante¡±. En Leche, un texto triste y po¨¦tico acerca de la experiencia de dar el pecho a su primer hijo, se?ala el mandato reaccionario que implica la promoci¨®n del amamantamiento a toda costa: ¡°De eso se trata casi todo ¨²ltimamente. Desde la lactancia materna hasta la nueva fantas¨ªa gay de casarse de blanco, adoptar cr¨ªos y mascotas y formar familia en el suburbio, pareciera que las nuevas generaciones buscan furiosamente matar a sus padres, sus batallas y conquistas, para volver a parecerse a sus abuelos¡±.
¡ªCreo que Primera persona es el libro con el que me siento m¨¢s c¨®moda. Ahora estoy m¨¢s interesada en la no ficci¨®n. El artificio de la ficci¨®n empez¨® a parecerme forzado. Antes me fascinaba con: ¡°Uy, ?c¨®mo consigui¨® hacer este giro?¡±. Eso dej¨® de fascinarme. En todo lo que leo me molesta el: ¡°?Para qu¨¦ me cuentas esto?¡±.
Garc¨ªa Robayo, como las protagonistas de las tres historias que re¨²ne El sonido de las olas, naci¨® junto al mar, estuvo atrapada en una circunstancia que parec¨ªa inmodificable y quiso cambiarla y¨¦ndose o huyendo o rompiendo con alg¨²n mandato. Pero lo singular de su obra no es el saqueo que practica sobre su vida para transformarla en literatura, sino el procedimiento: una maquinaria que deglute fragilidad y la transforma en blindaje, que transmuta la voz del que no encaja en la fortaleza del que reina sobre su condici¨®n de ¡°desubicado¡±.
¡ªSiempre estuve en situaciones de las que se dec¨ªan cosas y nunca me import¨® la mirada de los otros: ¡°Ay, m¨ªrala, dej¨® la carrera, ay, m¨ªrala, est¨¢ con un viejo¡±. Desde que dije ¡°quiero escribir¡± supe que no iba a permitirme mezquindades del tipo: ¡®Mejor no cuento esto porque me da cosa, o porque se van a dar cuenta de que es un personaje de la vida real¡¯. Me importaba un carajo qui¨¦n se enojara. Y me sigue importando poco.
Lo que no aprend¨ª termina con un di¨¢logo entre la madre y la hija: ¡°Mi madre (¡) me dijo: si no te gustan mis recuerdos, empieza a juntar los tuyos; y si tampoco te gustan esos, c¨¢mbialos, y as¨ª: es lo que hacemos todos. Le contest¨¦, todav¨ªa llorando: yo no s¨¦ hacer eso. Y ella: entonces aprende¡±. Pero Garc¨ªa Robayo no tuvo que aprender: sab¨ªa desde antes.
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