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Mart¨ªn Kohan: ¡°Me interesa el olvido colectivo¡±

El escritor argentino regresa a la primera l¨ªnea literaria con dos novedades: ¡®Me acuerdo¡¯, relato fragmentario inspirado en su infancia, y ¡®Confesi¨®n¡¯, una novela sobre la monstruosidad cotidiana en los tiempos de la dictadura de Videla

Leila Guerriero
El escritor argentino Mart¨ªn Kohan, esta semana en Buenos Aires.
El escritor argentino Mart¨ªn Kohan, esta semana en Buenos Aires.MARIANA ELIANO

El 19 de marzo de 2020, cuando en la Argentina comenz¨® el confinamiento obligatorio debido a la pandemia de la covid-19, el escritor Mart¨ªn Kohan (Buenos Aires, 1967) envi¨® este mail desde la casa de Palermo, Buenos Aires, donde vive: ¡°Hoy es el primer d¨ªa en m¨¢s de 30 a?os que paso sin ir a un bar. No perd¨ª las ganas de vivir, pero se me han debilitado fuertemente¡±. Pasa muy poco tiempo en las casas que habita. En ¨¦l, frases como ¡°Siempre voy a estar mejor en un bar que en mi casa¡± dan cuenta de una manera de habitar la ciudad que es, sobre todo, una manera de escribir: lo hace a mano y en bares. La compa?¨ªa indiferente de los extra?os produce lo que necesita para concentrarse: un vaiv¨¦n entre ensimismamiento y dispersi¨®n. Como adem¨¢s usa un tel¨¦fono celular antiguo, sin Internet, el car¨¢cter de c¨¢psula que adquieren esos espacios es absoluto. En el confinamiento, la imposibilidad de salir, sumada a la posibilidad de conectarse en todo momento, aseguraba que el impacto de la desconcentraci¨®n se desplegar¨ªa en grado m¨¢ximo. Sin embargo, un martes de junio por la tarde, cuando lleva m¨¢s de 80 d¨ªas encerrado, dice:

¡ªYo nunca hab¨ªa pasado un d¨ªa completo en mi casa. Entonces pens¨¦ que no iba a poder. Y pude especialmente bien. Dije: ¡°Si es adentro, reforcemos el adentro¡±, y empez¨® a tener los beneficios del aislamiento. Hay una cantidad de tiempo dedicado a compromisos sociales que ahora no existen, y eso es un descanso. Las dos cosas que extra?o son los caf¨¦s y el f¨²tbol, pero partidos no hay y los caf¨¦s est¨¢n cerrados. Eso me ayud¨® a calmarme: entender que no me los estoy perdiendo, que no hay.

¡°Antes del confinamiento no hab¨ªa pasado un d¨ªa entero en casa. Pens¨¦ que no iba a poder. Pero pude¡±

Improvis¨® un espacio de trabajo en la que fue durante a?os la habitaci¨®n del hijo de su mujer. Kohan no lo llama ¡°mi estudio¡±, sino ¡°el cuarto de Jerem¨ªas¡±, para subrayar el car¨¢cter transitorio de la situaci¨®n, y pasa horas all¨ª dando clases de Teor¨ªa Literaria para cinco universidades a trav¨¦s de la plataforma Zoom, inmerso en el mundo digital al que sigue siendo reacio (¡°Para m¨ª esto no va a durar un minuto m¨¢s de lo necesario¡±). Ahora est¨¢ en ese cuarto, de espaldas a una bandera del club Boca Juniors, uno de los equipos de f¨²tbol de los cuales es hincha ¡ªo devoto¡ª; el otro es el Defensores de Belgrano. La bandera pende del techo, y se mantiene all¨ª incluso cuando da clases. Viste igual que siempre: una camiseta deportiva Adidas, presumiblemente zapatillas de la misma marca, presumiblemente jeans, pero no se sabe porque permanece sentado, hablando durante casi cuatro horas. Tiene una energ¨ªa que se renueva anfetam¨ªnicamente cada vez que cambia el curso de la charla: del Boca Juniors a la cuarentena y de ah¨ª a la hiperconectividad y de ah¨ª al ensayo sobre las vanguardias que termin¨® hace poco (¡°Lo termin¨¦ ayudado por esto, porque no hay f¨²tbol y yo al f¨²tbol le dedico una cantidad de horas tremenda: ir a ver al Boca son dos horas de partido, m¨¢s dos de espera, m¨¢s una para ir y una para volver. M¨¢s los partidos de la tele¡±). Su afici¨®n por hacer listas le permite saber que, en confinamiento, ha dado 48 clases, ha escuchado 208 discos: 14 de Nick Cave, 43 de los Rolling Stones, todos los de King Crimson.

De ese gusto surgieron las ganas de escribir uno de los dos libros que publica ahora, Me acuerdo (Ediciones Godot, Argentina), que toma el formato del I Remember, de Joe Brainard, de 1970, que a su vez tuvo una versi¨®n de Georges Perec en 1978 ¡ªJe me souviens¡ª, y que consiste en recuerdos fragmentarios que en el caso de Kohan se detienen a sus 12 a?os, el fin de la infancia.

El otro libro, que publica Anagrama, es una novela llamada Confesi¨®n, tres secciones distintas conectadas por dos personajes: Mirta L¨®pez, la abuela del narrador, y Jorge Rafael Videla, el militar que lleg¨® al poder con el golpe de 1976, y bajo cuyo mandato trascurrieron los a?os m¨¢s siniestros de la dictadura argentina. Pero Confesi¨®n no es una novela sobre Videla ni sobre la dictadura ni sobre las abuelas, sino sobre las m¨²ltiples maneras en que la monstruosidad convive perfectamente con ¡ªo proviene de¡ª la absoluta normalidad.

Hasta los seis a?os, Mart¨ªn Kohan fue el rostro de varias publicidades. Naci¨® y creci¨® en una familia jud¨ªa formada por su madre, Sara, empleada administrativa de una empresa que fabricaba relleno para almohadas y acolchados; su padre, Aaron, que se dedic¨® a la venta y fabricaci¨®n de muebles, y una hermana menor. En la familia el dinero no sobraba, y alguien pens¨® que ¨¦l, rubio de ojos azules, pod¨ªa ser una buena cara para la publicidad. Lo fue: desde los cuatro a?os protagoniz¨® avisos de flanes, pantalones, jugos, hasta que a los seis dijo ¡ªo dice que dijo¡ª: ¡°Para un chico de seis a?os estudiar y trabajar es mucho. Quiero dejar las publicidades¡±. M¨¢s all¨¢ de ese trabajo pasajero, la vida que llevaba entonces ¡ªbicicleta, amigos, f¨²tbol, colegio jud¨ªo privado, todo aconteciendo en el barrio de N¨²?ez, lejos del centro¡ª puede resumirse en una palabra: felicidad.

¡ªYo ten¨ªa una conciencia plena de que la infancia me fascinaba y la adolescencia no ten¨ªa nada para ofrecerme. A mis 12 a?os, la melancol¨ªa por la p¨¦rdida ya estaba activada, y yo no hac¨ªa m¨¢s que ver c¨®mo iba perdiendo la infancia. A mis 15 a?os nos mudamos, y yo volv¨ªa caminando a mi casa de infancia, me sentaba en el umbral y miraba con melancol¨ªa. Ese mundo se estaba terminando. Y qued¨® sellado como mundo de la infancia.

Ese sello se expresa en la continuidad de ciertos h¨¢bitos, tales como la ingesta exclusiva de lo que llama ¡°comida normal¡± (que excluye extravagancias como el sushi e incluye s¨®lo platos como el bife con ensalada y la milanesa con papas fritas), y tambi¨¦n en su ausencia: no bebe, no fuma, no baila, no se droga.

¡ªYo soy melanc¨®lico. Hay d¨ªas en los que no tengo melancol¨ªa y tengo ganas. Y la fabrico. Es f¨¢cil: a la tardecita pon¨¦s Leonard Cohen, Nick Cave, y fabric¨¢s melancol¨ªa. Mi relaci¨®n con la infancia es de much¨ªsima nostalgia.

En esa infancia est¨¢ anclado el Me acuerdo que es, sin embargo, un libro exento de melancol¨ªa.

¡°Quien me lea suponiendo que este es un testimonio que permite conocerme va a dar un paso en falso¡±

¡ªPorque yo soy as¨ª en la vida. No soy as¨ª en la escritura. El que lea el Me acuerdo suponiendo que es un testimonio personal que le permitir¨ªa conocerme, estar¨ªa dando un paso en falso.

El Me acuerdo de Kohan recoge destellos que se apagan apenas despu¨¦s de iluminarse: ¡°Un d¨ªa mi pap¨¢ tuvo que ir al colegio David Wolfsohn a hacer un tr¨¢mite. Se asom¨® al patio y me vio en mi funci¨®n de salvador de goles. A la noche en mi casa me pregunt¨® por qu¨¦ no jugaba como todos los otros chicos¡±. No pretende ser un cat¨¢logo de los mejores o los peores momentos, no hay pena, no hay alegr¨ªa. Hay una voz autoral imp¨¢vida que consigna: a los confites Sugus hab¨ªa que chuparlos sin morderlos hasta acabar con la capa de az¨²car que los recubr¨ªa; el n¨²mero de tel¨¦fono del mejor amigo de la infancia era tal. Se adivina cierta fecundidad fr¨ªa en la escritura: como si la memoria de Kohan se hubiera abierto en determinados momentos y ¨¦l hubiera escogido de ese vergel de recuerdos c¨¢lidos s¨®lo algunas fotos fijas congeladas.

Fotograf¨ªa de infancia de Mart¨ªn Kohan, extra¨ªda de un ¨¢lbum familiar.
Fotograf¨ªa de infancia de Mart¨ªn Kohan, extra¨ªda de un ¨¢lbum familiar.

¡ªEl libro surgi¨® porque le¨ª el Me acuerdo de Brainard, y el de George Perec, y me dieron ganas de escribir. Antes de esto tuve dos ofrecimientos de escrituras autobiogr¨¢ficas. Un texto de mi relaci¨®n con la lectura y otro sobre el Boca, y no pude. Me desalent¨® tener que involucrar mi memoria afectiva. El formato del Me acuerdo requiere un desapego. Vas registrando los recuerdos, sin involucrar el factor emocional. Pon¨¦s los recuerdos como se ponen fotos en un ¨¢lbum. Es registrar y presentar. Al no narrar, o al tener que no narrar, no puede haber desarrollo de la an¨¦cdota: a la narraci¨®n hay que comprimirla o cercenarla. Los recuerdos se consignan.

Lo que resulta es un retrato de ¨¦poca ¡ªentendi¨¦ndose por eso cualquier infancia, pero tambi¨¦n la muy espec¨ªfica de un ni?o jud¨ªo en la Argentina de los a?os setenta¡ª, que pasa de un nodo de memoria al siguiente ¡ªel colegio, la familia, los amigos, las vacaciones¡ª; un libro contenido y prescindente, dos sentimientos que nada tienen que ver con la relaci¨®n desbordaba e hipernost¨¢lgica que sostiene con ese periodo de su vida.

¡ªYo echo todo de menos. Veo a mis viejos vecinos que siguen en el barrio y me parece admirable esa permanencia. Ellos lo lograron, y yo no. Lograron la permanencia. Yo tengo fantas¨ªas de permanencia. Admiro a dos personas de mi edad que dicen: ¡°Somos amigos desde el secundario¡±. Parejas que pasan toda su vida juntos. Gente que vivi¨® siempre en el mismo lugar. El ¡°toda la vida¡± me fascina. Y no me sali¨®. Pero no soy inconstante. Soy un inconstante fracasado. Tengo todas las caracter¨ªsticas del temperamento constante. Me gusta vivir en el mismo lugar, comer siempre lo mismo, vestirme siempre con la misma ropa. Lo otro es que no me sale.

El Me acuerdo se detiene a sus 12 a?os, cuando ingres¨® al Nacional Buenos Aires, un colegio del Estado de enorme prestigio.

¡ªMi pap¨¢ hab¨ªa estudiado hasta tercer a?o del secundario. Sin embargo, me dio dos consejos determinantes: ir al Nacional Buenos Aires y hacer la carrera de Letras. Me parece que su idea era ponerme en el lugar de mejor formaci¨®n y m¨¢s exigencia. Otros factores no entraron en juego: la represi¨®n pol¨ªtica de la dictadura, un colegio en el que hab¨ªa m¨¢s de 100 desaparecidos.

Pas¨® dos a?os dif¨ªciles, neg¨¢ndose a ser adolescente ¡ª¡°sal¨ªa, iba a las fiestas, y me aburr¨ªa tremendamente¡±¡ª hasta que, a los 16, se puso de novio y decidi¨® pasar, sin escalas, a la vida adulta. Despu¨¦s, entr¨® a la Facultad de Filosof¨ªa y Letras, consigui¨® un empleo como periodista deportivo que le permit¨ªa ir a la cancha gratis. En 1990 se recibi¨®, se dedic¨® a la docencia y empez¨® a escribir. En 1993 public¨® su primera novela, La p¨¦rdida de Laura. Desde entonces produjo una obra prol¨ªfica de cuentos, ensayos y novelas, con un punto de inflexi¨®n en 2002, cuando Dos veces junio, una novela que transcurre durante el ¨²nico partido que Argentina perdi¨® en el Mundial de 1978, lo coloc¨® en el lugar de un narrador ineludible. La dictadura argentina aparece de diversas maneras en su obra (en Ciencias morales, de 2007, ganadora del Premio Herralde, una preceptora del colegio Nacional Buenos Aires se esconde en el ba?o de varones con el pretexto de descubrir a quienes se ocultan para fumar, mientras la dictadura sobrevuela desde un fuera de cuadro ominoso; en Cuentas pendientes el protagonista tiene un trabajo gris para el mismo militar de cuyas manos recibi¨®, siendo beba, a su hija adoptada, hija de desaparecidos), pero no es la dictadura que vivi¨®, la que recuerda.

¡ªNi siquiera se trataba de sostener una vida normal frente al horror de lo que estaba pasando afuera. Yo no ten¨ªa informaci¨®n de eso, ni en mi casa estaba demasiado presente. Viv¨ªa a siete cuadras de la ESMA, uno de los mayores centros de detenci¨®n clandestinos. Y lo que me queda de ese lugar es el recuerdo del miedo que me daban los carteles que dec¨ªan ¡°Prohibido estacionar o detenerse, el guardia abrir¨¢ fuego¡±. Yo ten¨ªa miedos de infancia: ?si pinchamos una rueda qu¨¦ pasa? Mis padres dec¨ªan: ¡°No, se dar¨ªan cuenta de que pinchamos una rueda¡±. Ese miedo, al no tener el contexto pol¨ªtico, cobra la forma de lo fantasmal. El terrorismo de Estado aun¨® el miedo concreto, y la fantasmalidad de un clima de miedo. La intimidaci¨®n del miedo consist¨ªa en que fuera al mismo tiempo concreto y fantasmal.

Ese miedo concreto y fantasmal late en Confesi¨®n, donde el lenguaje escueto, labrado de manera obsesiva, produce un efecto de amplificaci¨®n del horror al punto que la novela parece enferma por dentro de una manera apenas contenida por una corteza tensa, una c¨¢scara que se prepara para supurar.

Confesi¨®n est¨¢ dividida en tres secciones. En la primera, el nieto de Mirta L¨®pez, una mujer anciana con deterioro cognitivo, narra lo que su abuela le cuenta, esto es, la fascinaci¨®n que sinti¨® a sus 12 a?os por el hijo mayor de los Videla, un muchacho adusto, impecable, llamado Jorge Rafael. Ese adolescente, oriundo como ella de la ciudad de Mercedes, bautizado con los nombres de dos hermanos mellizos fallecidos, ser¨¢ d¨¦cadas m¨¢s tarde un dictador atroz ¡ªlos datos biogr¨¢ficos de la novela se corresponden con los de la vida real de Videla¡ª, pero ni Mirta L¨®pez ni el narrador hacen alusi¨®n a eso. La mujer le ha contado a su nieto cosas que s¨®lo alguien con la desinhibici¨®n que otorgan los 90 a?os y un poco de senilidad puede contar: las formas en que, cuando viv¨ªa en Mercedes, su cuerpo pubescente reaccionaba ante la presencia del hijo mayor de los Videla, reacci¨®n que purgaba peregrinando al confesionario del padre Su?¨¦, que, al principio sin hacerle mucho caso, la mandaba a rezar un par de avemar¨ªas. La historia empieza a anegarse en la misma lubricidad que anega el cuerpo de Mirta L¨®pez, que reza y se humedece mientras esp¨ªa al objeto de su desvar¨ªo, y destila una lubricidad desviada, seca y desagradable, un espejo ¡ªel sexo hermano de la muerte¡ª de las aberraciones que ese hombre que la enciende producir¨¢ d¨¦cadas m¨¢s tarde. Simula cruz¨¢rselo en la calle, se arrebata cuando ¨¦l se sienta a su lado durante la misa: ¡°La nuca admirable del hijo mayor de los Videla, que se despejaba ante sus ojos con un orgullo de frente o de rostro (¡­) el hijo mayor de los Videla parec¨ªa hecho de acero. Cuando se arrodill¨® para rezar, bajando la cabeza en la oraci¨®n, su nuca resplandeci¨® y se tens¨®, se ilumin¨® como las revelaciones, le sugiri¨® trascendencias. Ella tembl¨®. Un ¨¦xtasis de divinidad la invadi¨® y junt¨® las manos para dar gracias a Dios¡±.

¡°?Puede alguien ser responsable de las mayores atrocidades y, a la vez, ser estrictamente moral? S¨ª¡±

¡ªMe pareci¨® que la nuca era el espacio donde se expresaba lo impoluto del asesino. Lo que la fascina a Mirta L¨®pez es que Videla es impoluto. ?Puede alguien ser un asesino y ser impoluto? S¨ª. ?Puede alguien ser responsable de las mayores atrocidades de la historia argentina y ser perfectamente circunspecto; ser, ¨¦l mismo, estrictamente moral? S¨ª. La combinaci¨®n es perturbadora. Es una novela sobre la fascinaci¨®n. La fascinaci¨®n no aten¨²a el horror. Ten¨ªa que haber en el personaje de la abuela una mezcla de inocencia e hijaputez. Eso habilita la impunidad del relato. Porque si es la inocencia pura de alguien que se equivoca de buena fe, la novela es blanda. Y si es una hija de puta, la novela es lineal.

La primera parte es una ascensi¨®n inc¨®moda hacia el estallido de un onanismo extraviado, no por el acto en s¨ª, sino por quien lo inspira: ¡°Pudo verlo: de cerca y de frente. Y ¨¦l, ?la vio? ?La mir¨®? ?Repar¨® en ella? Daba toda la impresi¨®n de que no. Su mirada se manten¨ªa alta y al frente, inexpresiva. Eso a ella, Mirta L¨®pez, no s¨®lo no la defraud¨®, sino que fue lo que termin¨® de encenderla. Altivo a la vez que humilde, tan a su alcance y a la vez tan por encima¡±. Mirta L¨®pez llega a su casa ¡°con la boca seca y el cuerpo h¨²medo¡±, y ¡°apenas se ech¨® en la cama, la cara hundida en la almohada, los brazos apretados al cuerpo, empez¨® ese remolino, la cosa que ella, en el confesionario, hab¨ªa denominado as¨ª. (¡­) Se apret¨® contra la cama, empujando con la cintura, como si estuviese en una playa, tirada sobre la arena, y quisiese no ser vista. Apret¨® y despu¨¦s solt¨®. De nuevo apret¨®. De nuevo solt¨®¡±.

¡°Lo siniestro es algo evidente que nadie nombra. Es una normalidad capaz de absorber lo horroroso¡±

¡ªEn algunos momentos lo siniestro se activa sobre la base de que algo est¨¢ siendo evidente y nadie lo nombra. Y se produce un choque, que presumo perturbador, entre lo que el lector advierte que est¨¢ pasando y el silencio respecto de eso que est¨¢ pasando. En esta novela lo siniestro se desprende de cierta integraci¨®n a una normalidad. Lo siniestro es esa normalidad capaz de absorber e integrar lo horroroso. La vida normal sigue como si tal cosa. Lo siniestro es el ¡°como si¡±: como si no pasara nada.

La segunda parte narra un episodio de la historia argentina que permanece olvidado: la Operaci¨®n Gaviota, el atentado fallido que el ERP ¡ªEj¨¦rcito Revolucionario del Pueblo, una organizaci¨®n guerrillera de izquierda¡ª llev¨® a cabo el 18 de febrero de 1977 contra Videla, colocando dos bombas bajo la pista de aterrizaje del Aeroparque metropolitano que deb¨ªan detonar cuando el avi¨®n en el que ¨¦l viajaba estuviera a punto de levantar vuelo.

¡ªMe interesa mucho el olvido. Los olvidos colectivos y los falsos recuerdos. El atentado contra Videla ni siquiera ocup¨® un lugar destacado en los diarios. El discurso period¨ªstico rese?¨® el atentado y reforz¨® la idea de lo ileso: sali¨® ileso, no pas¨® nada. Y algo de enorme importancia, un atentado contra el dictador que estuvo a punto de tener ¨¦xito, qued¨® como un incidente menor.

La ¨²ltima secci¨®n transcurre en la residencia para ancianos donde vive Mirta L¨®pez. Ella y su nieto juegan un partido de naipes manteniendo una conversaci¨®n banal, con trazos que dan cuenta del car¨¢cter dif¨ªcil de la mujer, que trata a su cuidadora con arrogancia y desconsideraci¨®n. Pero, de a poco, Mirta L¨®pez se adentra en un relato que involucra a su hijo, el padre de su nieto, y ya no parece tan c¨¢ndida, ni tan inocente, ni tan senil, sino alguien que avanza pornogr¨¢ficamente sobre su secreto m¨¢s impune, sin dar se?ales de contrici¨®n: ¡°Habr¨¢ sido en esos d¨ªas, dice mi abuela, que pens¨¦ en hablar con el coronel. Yo tengo el mazo de cartas en la mano. Pero apretado y quieto: inm¨®vil. ¡®?Est¨¢s dormido o qu¨¦?¡¯, me dice ella, ¡®Hay que mezclar las cartas, hay que mezclarlas¡¯. Me pongo entonces a mezclar. Pero siento los naipes m¨¢s blandos en las manos, demasiado flexibles, como humedecidos¡±.

En su Me acuerdo, Kohan consigna: ¡°En 1977, mi pap¨¢ me llev¨® a la cancha del Boca a ver un partido de la selecci¨®n argentina. Antes, almuerzo en una cantina de la Boca. Durante el almuerzo, foto con la Pantera Rosa¡±. El estremecimiento no proviene de lo que dice, sino de lo que suprime: que 1977 fue uno de los a?os m¨¢s sangrientos de la dictadura, que mientras ¨¦l iba a la cancha y se sacaba fotos con la Pantera Rosa estaban torturando a miles. El horror es m¨¢s horror cuando todo sigue como si no pasara nada. As¨ª, en el final de la novela, haciendo uso del truculento poder de la omisi¨®n, Kohan activa el dispositivo silente que late en el oscuro centro del relato que, ahora s¨ª, se retuerce, convulsiona, se doblega ante la condici¨®n revulsiva, evidentemente humana, de sus protagonistas.

Me acuerdo. Mart¨ªn Kohan. Ediciones Godot, 2020. Disponible en Espa?a en formato electr¨®nico (2,99 euros).

Confesi¨®n. Mart¨ªn Kohan. Anagrama, 2020. 200 p¨¢ginas. 16,90 euros. Se publica el 15 de julio.

BUSCA ONLINE ¡®CONFESI?N¡¯

Autor: Mart¨ªn Kohan.


Editorial: Anagrama, 2020. Se publica el 15 de julio.


Formato: tapa blanda (200 p¨¢ginas, 16,90 euros) y e-book (9,49 euros).


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Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de Am¨¦rica Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extra?os', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teor¨ªa de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PA?S escribe columnas, cr¨®nicas y perfiles.

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