¡®El peligro de estar cuerda¡¯: La inmersi¨®n en la mente de Rosa Montero
La escritora se lanza a los abismos del cerebro para buscar respuestas a la relaci¨®n que vincula la locura con la creatividad en un libro con toques autobiogr¨¢ficos, que Seix Barral publica este mi¨¦rcoles 30. ¡®Babelia¡¯ adelanta unas p¨¢ginas
Siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza. A los seis o siete a?os, todos los d¨ªas, antes de dormir, le ped¨ªa a mi madre que escondiera un peque?o adorno que hab¨ªa en casa, un horroroso calderito de cobre, el t¨ªpico objeto de tienda de suvenires baratos o quiz¨¢ incluso el regalo de un restaurante. Y se lo ped¨ªa no porque me incomodara la fealdad del cacharro, lo cual hubiera resultado un poco extra?o pero en cierto modo distinguido, sino porque hab¨ªa le¨ªdo en alguna parte que el cobre era venenoso, y tem¨ªa levantarme son¨¢mbula en mitad de la noche y ponerme a darle lametazos al caldero. No s¨¦ bien c¨®mo se me pudo ocurrir semejante idea (con el agravante de que jam¨¢s he sido son¨¢mbula), pero ya entonces hasta a m¨ª me parec¨ªa un poco rara. Lo cual no evit¨® que pudiera visualizarme con toda claridad chupando el metal, y que, aterrada, durante cierto tiempo le pidiera a mi madre que porfavorporfavor no dejara de esconder el objeto en alg¨²n lugar rec¨®ndito, a ser posible un sitio distinto cada vez, para que me fuera imposible encontrarlo. Mi imaginaci¨®n, como se ve, siempre ha galopado por su cuenta. Y mi divina madre asent¨ªa muy seria y promet¨ªa guardarlo bien guardado. Entend¨ªa a los ni?os de una manera m¨¢gica, y adem¨¢s ahora pienso que es probable que a ella le hubieran ocurrido cosas semejantes de peque?a. Porque tambi¨¦n ten¨ªa una cabeza voladora.
Una de las cosas buenas que fui descubriendo con los a?os es que ser raro no es nada raro, contra lo que la palabra parece indicar
Para colmo, cuando me hice adulta me enter¨¦ de que el cobre no es venenoso. O sea, no tan venenoso. Puede intoxicar, desde luego, pero en grandes y prolongadas dosis, y los primeros s¨ªntomas apenas son una diarrea y n¨¢useas. Hubiera podido chuperretear el maldito caldero durante largo rato sin que ocurriera nada. Esto es algo que sucede muy a menudo: vas haci¨¦ndote mayor y un d¨ªa de repente te enteras de que algo en lo que cre¨ªste firmemente en la infancia era una falsedad o una tonter¨ªa. La vida es una constante reescritura del ayer. Una deconstrucci¨®n de la ni?ez.
Una de las cosas buenas que fui descubriendo con los a?os es que ser raro no es nada raro, contra lo que la palabra parece indicar. De hecho, lo verdaderamente raro es ser normal. Una investigaci¨®n del Departamento de Psicolog¨ªa de la Universidad de Yale (Estados Unidos), publicada en 2018, afirma algo que a poco que se piense es una obviedad: que la normalidad no existe. Porque el concepto de lo normal es una construcci¨®n estad¨ªstica que se deriva de lo m¨¢s frecuente. En primer lugar, que un rasgo sea menos frecuente no implica una anormalidad patol¨®gica, como, por ejemplo, ser zurdo (solo hay entre un 10 y un 17 % de zurdos en el mundo); pero es que, adem¨¢s, como el modelo ideal de individuo normal est¨¢ confeccionado con la media estad¨ªstica de una pluralidad de registros, no debe de haber ni una sola persona en el planeta que atine un pleno en el conjunto de valores. Todos guardamos en el fondo de nuestro coraz¨®n alguna divergencia. Todos somos rarunos, aunque, eso s¨ª, algunos m¨¢s que otros.
Yo incluso dir¨ªa que ser un poco m¨¢s raro de lo habitual tampoco es infrecuente. De hecho, ocurre a menudo entre los creadores, dicho sea con min¨²sculas; entre los artistas de todo pelo, sean buenos o malos. De eso precisamente va este libro. De la relaci¨®n entre la creatividad y cierta extravagancia. De si la creaci¨®n tiene algo que ver con la alucinaci¨®n. O de si ser artista te hace m¨¢s proclive al desequilibrio mental, como se ha sospechado desde el principio de los tiempos: ¡°Ning¨²n genio fue grande sin un toque de locura¡±, dec¨ªa S¨¦neca. O Diderot: ¡°?Cu¨¢n parecidos son el genio y la locura!¡±. Y por genio, insisto, hay que entender todo tipo de individuo creativo, sea de la calidad que sea, porque estoy convencida de que el peor artista y el m¨¢s sublime comparten la misma estructura mental b¨¢sica. Ya lo se?al¨® la formidable (y depresiva) Clarice Lispector: ¡°La vocaci¨®n es diferente del talento. Se puede tener vocaci¨®n y no tener talento. Es decir, se puede ser llamado sin saber c¨®mo ir¡±.
Volviendo a la abundancia de man¨ªas entre los creadores, y por mencionar a modo de aperitivo tan solo unas cuantas, dir¨¦ que Kafka, adem¨¢s de masticar cada bocado treinta y dos veces, hac¨ªa gimnasia desnudo con la ventana abierta y un fr¨ªo pel¨®n; S¨®crates llevaba siempre la misma ropa, caminaba descalzo y bailaba solo; Proust se meti¨® un d¨ªa en la cama y no volvi¨® a salir (y lo mismo hicieron, entre muchos otros, Valle-Incl¨¢n y el uruguayo Juan Carlos Onetti); Agatha Christie escrib¨ªa en la ba?era; Rousseau era masoquista y exhibicionista; Freud ten¨ªa miedo a los trenes; Hitchcock, a los huevos; Napole¨®n, a los gatos; y la joven escritora colombiana Amalia Andrade, de quien he recogido los tres ¨²ltimos ejemplos de fobias, tem¨ªa en la ni?ez que le crecieran ¨¢rboles dentro del cuerpo por haberse tragado una semilla (lo encuentro bastante parecido a lamer cobre). Rudyard Kipling solo pod¨ªa escribir con tinta muy negra, hasta el punto de que el negro azulado ya le parec¨ªa ¡°una aberraci¨®n¡±. Schiller met¨ªa manzanas echadas a perder en el caj¨®n de su mesa, porque para escribir necesitaba oler la podredumbre. En su vejez, Isak Dinesen com¨ªa ¨²nicamente ostras y uvas blancas con alg¨²n esp¨¢rrago; Stefan Zweig era un obsesivo coleccionista de aut¨®grafos y enviaba tres o cuatro cartas al d¨ªa a sus personalidades favoritas para pedirles la firma... Por no hablar de Dal¨ª, que siempre fue el rey de las extravagancias.
Pero yo creo que hay muchas otras personas que, aunque no se hayan dedicado de manera profesional al arte, son igual de imaginativas y de mani¨¢ticas. Recuerdo a la amiga de unos amigos, una mujer que parec¨ªa extraordinariamente serena y sensata; un d¨ªa me explic¨® que siempre recog¨ªa los recortes de sus u?as y los guardaba en peque?as cajas de cerillas, y que, cuando se divorci¨®, le mand¨® una de esas cajas al exmarido. La historia me result¨® tan chocante que la inclu¨ª en un art¨ªculo que publiqu¨¦ en el diario El Pa¨ªs sobre comportamientos peculiares, y para mi sorpresa me escribieron varios lectores que hac¨ªan lo mismo. Las rarezas abundan.
Por eso estoy segura de que mucha gente se ha debido de sentir identificada con la primera frase de este libro. Personas que se percibieron distintas e incluso inadecuadas desde ni?as. Y es que no solo estamos hablando de man¨ªas m¨¢s o menos inofensivas, como, por ejemplo, arrancarse y comerse los pellejos de los dedos (se llama dermatiloman¨ªa y yo la tengo), sino tambi¨¦n de ese vasto, impreciso, temido y tenebroso territorio interior que solemos denominar locura. Un nombre poco atinado y retumbante.
Seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas que hay en la Tierra padecer¨¢ en alg¨²n momento de su existencia un trastorno mental
M¨¢s de trescientos millones de personas sufren depresi¨®n en el planeta y lo peor es que la incidencia parece ir en aumento (el n¨²mero total de los afectados subi¨® un 18 % entre 2005 y 2015). Cerca de 800.000 personas se suicidan cada a?o (en Espa?a, casi 4.000). El 1 % de los humanos desarrollar¨¢ alguna forma de esquizofrenia a lo largo de su vida y el 12,5 % de los problemas de salud mundiales se deben a enfermedades ps¨ªquicas, una cifra mayor que la del c¨¢ncer o las dolencias cardiovasculares. Seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas que hay en la Tierra padecer¨¢ en alg¨²n momento de su existencia un trastorno mental. Son cifras impactantes, pero a¨²n son peores las que se refieren al estado ps¨ªquico de los artistas, y en especial de los escritores, que al parecer nos llevamos la palma en chifladuras. S¨ª, ya s¨¦ que cuando hablamos de creadores dementes todos pensamos de manera instant¨¢nea en la sanguinolenta oreja de Van Gogh, pero diversos expertos coinciden en se?alar que los artistas pl¨¢sticos sufren menos desequilibrios y los m¨²sicos muy pocos, mientras que quienes nos dedicamos a juntar palabras tendemos m¨¢s al descalabro mental. Seg¨²n un c¨¦lebre estudio de la psiquiatra Nancy Andreasen, de la Universidad de Iowa (Estados Unidos), los escritores tienen hasta cuatro veces m¨¢s posibilidades de sufrir un trastorno bipolar y hasta tres veces m¨¢s de padecer depresiones que la gente no creativa. Eso s¨ª, tambi¨¦n atribuye a los autores unas altas dosis de fogosidad, entusiasmo y energ¨ªa, por parad¨®jico que esto parezca (atenci¨®n al dato: es importante y volveremos a ello). Otros investigadores, como Jamison y Schildkraut, sostienen que entre el 40 y el 50 % de los literatos y artistas creativos sufren alg¨²n trastorno de ¨¢nimo. Es como jugar a la ruleta con una bola emplomada: tienes muchas posibilidades de que te toque.
A m¨ª ya me toc¨®. Formo parte de la estad¨ªstica general, de ese 25 % de personas que sufrir¨¢n alg¨²n problema mental a lo largo de su vida, y tambi¨¦n, por consiguiente, de la estad¨ªstica particular de los escritores chiflados. He sufrido ataques de p¨¢nico desde los diecisiete hasta los treinta a?os, no todo el tiempo, por fortuna, porque hubieran sido bastante inhabilitantes, sino articulados en torno a tres periodos, cada uno de un a?o o a?o y pico de duraci¨®n: el primero, como digo, a los diecisiete; otro, a los veintiuno; el ¨²ltimo, a los veintinueve. Lo m¨ªo, en fin, no es la depresi¨®n, sino la angustia. Pero cuando dices que has sufrido crisis de angustia, la gente que no ha navegado por ese mar oscuro no entiende de lo que hablas. Creen que te refieres a estar estresada, a preocuparte demasiado por algo, a reconcomerte la cabeza. Veo c¨®mo me miran y piensan: ah, vaya, eso tambi¨¦n me ha sucedido a m¨ª alguna vez. Pero no, no les ha sucedido. Un ataque de p¨¢nico es otra cosa. Es una dimensi¨®n desconocida, un viaje a otro planeta. El trastorno ps¨ªquico es un s¨²bito e inesperado rayo que te fulmina. Su devastadora llegada tiene cierta semejanza con los accidentes dom¨¦sticos graves. Imaginemos, por ejemplo, un resbal¨®n y una ca¨ªda en el ba?o que te quiebra la espalda: un segundo antes, tu vida era normal y vertical, indolora y secuencial, ven¨ªa del pasado y se proyectaba hacia tu peque?o y pr¨®ximo futuro (ducharte, vestirte e ir a trabajar, o bien lavarte los dientes y meterte en la cama), y un segundo despu¨¦s, sin preverlo ni pensarlo, resulta que te encuentras horizontal y rota, at¨®nita, indefensa, lacerada por un dolor indecible, borrada de tu vida y de tu realidad por mucho tiempo, o incluso para siempre, si la lesi¨®n es importante. Pues bien, de esa misma manera se abate sobre ti la crisis mental. Parece venir de fuera y te secuestra.
¡®El peligro de estar cuerda¡¯. Rosa Montero. Seix Barral. 360 p¨¢ginas. 20,90 euros.
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