¡®Respondona¡¯, el acto de valor de bell hooks
Un volumen recoge el recorrido feminista y activista contra el racismo de la poeta y ensayista estadounidense, fallecida en 2021. ¡®Babelia¡¯ adelanta un cap¨ªtulo del libro que sale hoy a la venta
En la comunidad negra del sur en la que crec¨ª, ¡°contestar¡± o ¡°ser respondona¡± significaba hablar de igual a igual a una figura de autoridad. Significaba atreverse a estar en desacuerdo y, a veces, sencillamente osar tener una opini¨®n. En la ¡°vieja escuela¡± se supon¨ªa que a los ni?os se les ve¨ªa, pero no se les o¨ªa. Mis bisabuelos, abuelos y padres eran de la vieja escuela. Si eras un ni?o, hacerte o¨ªr era invitar al castigo, al tortazo, al bofet¨®n que te pillaba desprevenido o a la quemaz¨®n de los varazos en los brazos y en las piernas.
Hablar cuando no te dirig¨ªan la palabra era un acto de verdadero valor, un acto arriesgado y atrevido. Y, sin embargo, era muy dif¨ªcil no hablar en estancias caldeadas donde las discusiones encendidas comenzaban ya al alba, con voces femeninas que inundaban el aire dando ¨®rdenes, amenazando y atosigando. Los hombres negros eran predicadores extraordinarios y destacaban en el arte de los sermones po¨¦ticos en la iglesia, pero en el templo del hogar, donde se instauraban las normas cotidianas sobre c¨®mo vivir y c¨®mo actuar, las que predicaban eran las mujeres negras. All¨ª, las mujeres negras hablaban con un lenguaje tan rico y tan po¨¦tico que, para m¨ª, no poder participar era como estar aislada de la vida, era asfixiarme hasta morir.
Es posible que, de haber sido ni?o, me hubieran alentado a hablar con la esperanza de que llegara a ser pastor en el futuro. Las ni?as que hablaban no estaban ¡°llamadas¡± a nada, nuestro discurso carec¨ªa de recompensa leg¨ªtima
En ese mundo de discurso femenino (con frecuencia, los hombres permanec¨ªan en silencio; con frecuencia, estaban ausentes) naci¨® en mi interior el ansia de hablar, de tener voz; y no una voz cualquiera, sino una voz que se pudiera identificar como m¨ªa. Para desarrollar mi voz, ten¨ªa que hablar, ten¨ªa que o¨ªrme hablar. Y hablaba. Entraba y sal¨ªa de las conversaciones y los di¨¢logos de los mayores, respond¨ªa a preguntas que no iban dirigidas a m¨ª, formulaba pregunta tras pregunta y pronunciaba discursos. Huelga decir que los castigos por estos actos de habla parec¨ªan infinitos. El prop¨®sito de los mismos era silenciarme, silenciar al ni?o o, para ser m¨¢s espec¨ªfica, a la ni?a. Es posible que, de haber sido ni?o, me hubieran alentado a hablar con la esperanza de que llegara a ser pastor en el futuro. Las ni?as que hablaban no estaban ¡°llamadas¡± a nada, nuestro discurso carec¨ªa de recompensa leg¨ªtima. El objetivo de los castigos que recib¨ªa por ¡°contestar¡± era anular toda posibilidad de que pudiera crear un discurso propio. Ese discurso ten¨ªa que ser reprimido, para dejar espacio al ¡°discurso femenino correcto¡±.
En los c¨ªrculos feministas se acostumbra a entender el silencio como el ¡°discurso femenino correcto¡± sexista, la se?al de la sumisi¨®n de la mujer a la autoridad patriarcal. Es posible que este ¨¦nfasis en el silencio de la mujer evoque de manera acertada lo que ha sucedido en los hogares de las mujeres WASP* en Estados Unidos, pero en las comunidades negras (y en las comunidades ¨¦tnicamente diversas), las mujeres no han permanecido en silencio. Sus voces se oyen. En el caso de las mujeres negras, nuestra lucha no ha consistido en absoluto en emerger del silencio para encontrar una voz, sino en cambiar la naturaleza y la direcci¨®n de la misma, en construir una voz que atrape a quien la oiga, una voz que sea escuchada.
Nuestro discurso, ¡°el discurso femenino correcto¡±, sol¨ªa ser un soliloquio, habl¨¢bamos a la nada, habl¨¢bamos a o¨ªdos que no nos escuchaban. Era un discurso no atendido. A diferencia de la voz del predicador negro cuyo discurso iba a ser escuchado, la voz de las mujeres negras (dando ¨®rdenes, amenazando, quej¨¢ndose) se pod¨ªa desatender, como si fuera una especie de m¨²sica de fondo, audible, pero no reconocida como discurso significativo. El di¨¢logo (el discurso y el reconocimiento compartidos) no ten¨ªa lugar entre madres e hijos o entre madres y figuras de autoridad masculinas, sino entre mujeres negras. A¨²n recuerdo observar fascinada c¨®mo mi madre hablaba con su madre, sus hermanas y sus amigas. La intimidad y la intensidad de su discurso, la satisfacci¨®n que obten¨ªan al hablar entre ellas, el placer, la alegr¨ªa... Fue en este mundo de discurso femenino, de conversaciones ruidosas, de palabras airadas, de mujeres de lengua r¨¢pida y afilada, de mujeres de lengua tierna y dulce, de mujeres que tocaban nuestro mundo con sus palabras, en el que hice del discurso mi derecho de nacimiento. El derecho a tener voz propia, autor¨ªa, un privilegio al que no estaba dispuesta a renunciar. Fue en este mundo, y por este mundo, en el que desarroll¨¦ el sue?o de escribir.
Ocultaba lo que escrib¨ªa bajo la cama, en rellenos de almohada, entre ropa interior descolorida. Cuando mis hermanas los encontraban y los le¨ªan, se burlaban y se re¨ªan de m¨ª, me ridiculizaban. Me sent¨ªa violada, avergonzada, como si mis partes m¨¢s secretas hubieran quedado al descubierto
Escribir era una manera de capturar el discurso, de aferrarme a ¨¦l, de mantenerlo cerca de m¨ª. Y, as¨ª, fui escribiendo fragmentos de conversaciones, confes¨¢ndome en diarios baratos que no tardaron en desmontarse de tanto manejarlos, para expresar la intensidad de mi pena, la angustia de mi discurso. Porque siempre dec¨ªa la palabra equivocada, siempre formulaba la pregunta que no deb¨ªa. Era incapaz de confinar mi discurso a los rincones y las preocupaciones necesarias de la vida. Ocultaba lo que escrib¨ªa bajo la cama, en rellenos de almohada, entre ropa interior descolorida. Cuando mis hermanas los encontraban y los le¨ªan, se burlaban y se re¨ªan de m¨ª, me ridiculizaban. Me sent¨ªa violada, avergonzada, como si mis partes m¨¢s secretas hubieran quedado al descubierto, expuestas y tendidas como si fueran s¨¢banas reci¨¦n lavadas, colgadas al aire para que todos las vieran. El miedo al descubrimiento, el miedo a que las emociones m¨¢s profundas y los pensamientos m¨¢s ¨ªntimos sean descalificados como tonter¨ªas, ese miedo que sienten tantas chicas j¨®venes que escriben diarios que contienen y ocultan el discurso, me parece ahora una de las barreras que las mujeres siempre han tenido (y siguen teniendo) que derribar para no seguir sometidas a ese secreto o ese silencio impuestos.
Segu¨ª hablando y escribiendo a pesar de mi sensaci¨®n de violaci¨®n y de vulnerabilidad, pero aprend¨ª a elegir mejor los escondites y a destruir lo escrito cuando encontrar un lugar seguro me resultaba imposible. Nunca me dijeron que tuviera que permanecer en silencio; me ense?aron que hablar era importante, pero me lo ense?aron con un discurso que, en s¨ª mismo, era silencio. Por un lado, me instaban a hablar. Por el otro, era consciente de la traici¨®n que supon¨ªa un discurso que se oyera demasiado, por lo que mis esfuerzos para hablar y para escribir me sum¨ªan en una confusi¨®n y una ansiedad profundas. Recitar poemas en la misa del domingo se recompensaba. Escribir un poema (cuando una pod¨ªa invertir ¡°mejor¡± el tiempo en barrer, planchar o aprender a cocinar) era un lujo del que se disfrutaba a expensas de los dem¨¢s. Cuestionar la autoridad o abordar temas que no se consideraban adecuados acarreaba dolor y castigos, como cuando le dije a mi madre que me quer¨ªa morir antes que ella, porque no pod¨ªa vivir sin ella; eso era decir tonter¨ªas, una locura, el tipo de cosa que te acababa llevando a una instituci¨®n mental. ¡°Ni?a, si no dejas de hablar de esa manera y de hacer las locuras que haces, acabar¨¢s en el manicomio¡±, me dec¨ªan.
La locura, y no solo el maltrato f¨ªsico, era el castigo por hablar demasiado si eras mujer. Y, sin embargo, incluso cuando el miedo a la locura me atenazaba y se cern¨ªa sobre mi escritura como una sombra monstruosa, no pod¨ªa detener las palabras, que hilvanaban pensamientos, que escrib¨ªan mi discurso. Y es que esa locura terrible a la que tanto tem¨ªa (al fin y al cabo, las autoridades insist¨ªan a diario en este tema) no me resultaba tan amenazadora como el silencio impuesto, como el discurso reprimido.
Si quer¨ªa experimentar el discurso desafiante, deb¨ªa sacrificar la seguridad y la cordura. Y, aunque arriesgu¨¦ ambas, mi infancia se vio caracterizada por temores y ansiedades de ra¨ªces profundas. Hablaba, pero no iba en bicicleta, no jugaba al b¨¦isbol y no cog¨ªa en brazos al gatito gris. La psicoanalista Alice Miller escribi¨® acerca de los traumas que sufrimos durante la infancia y en Por tu propio bien explica que desconocemos por qu¨¦ las heridas de la infancia son, para algunas personas, una oportunidad para crecer y para avanzar en lugar de retroceder en el proceso de la autorrealizaci¨®n. Ciertamente, cuando reflexiono sobre las dificultades de mi infancia, sobre los numerosos castigos que recib¨ª, puedo ver que resistir me ense?¨® a prestar atenci¨®n a cultivar el esp¨ªritu, a ser dura y a protegerlo con valor de las fuerzas que amenazaban con romperlo.
Con frecuencia, mientras me castigaban, mis padres hablaban de la necesidad de quebrar mi esp¨ªritu. Ahora, cuando considero los silencios, las voces que no se escuchan, las voces de personas heridas u oprimidas que no hablan ni escriben, contemplo los actos de persecuci¨®n, de tortura y de terrorismo que quebrantan el ¨¢nimo e imposibilitan la creatividad. Escribo estas palabras para dar testimonio de la primac¨ªa de la lucha por resistir en toda situaci¨®n de dominaci¨®n (incluso en la vida familiar); dar testimonio de la fuerza y del poder que emergen de la resistencia sostenida y de la convicci¨®n profunda de que esas fuerzas pueden ser reparadoras y protegernos de la deshumanizaci¨®n y de la desesperanza.
Estas primeras dificultades, con las que aprend¨ª a mantener mis posiciones y a mantener intacta mi voluntad, me vinieron a la mente con gran claridad cuando publiqu¨¦ ?Acaso no soy yo una mujer? y el libro recibi¨® cr¨ªticas duras y ¨¢cidas. Aunque s¨ª hab¨ªa previsto un clima de di¨¢logo cr¨ªtico, no hab¨ªa esperado recibir una avalancha cr¨ªtica con intensidad suficiente para aplastar el esp¨ªritu, para obligar al silencio. Desde entonces, he o¨ªdo hablar de mujeres negras, de mujeres de color, que escriben y publican, y que tienen crisis nerviosas (incluso cuando su obra tiene ¨¦xito) y sienten que enloquecen porque no soportan la dureza de las respuestas de familiares, de amigos o de cr¨ªticos desconocidos, o que acaban silenci¨¢ndose a s¨ª mismas y dejan de escribir. Es innegable que la ausencia de una respuesta cr¨ªtica humana ejerce un impacto tremendo sobre los escritores de cualquier grupo colonizado u oprimido que se esfuerzan en hablar. Para nosotros, hablar de verdad no es solo una expresi¨®n de poder creativo; es un acto de resistencia, un gesto pol¨ªtico que desaf¨ªa a la pol¨ªtica de dominaci¨®n que nos querr¨ªa sin nombre y sin voz. Como tal, es un acto valiente y, como tal, representa una amenaza. Para los que ostentan un poder opresivo, es imperativo que todo lo que resulta amenazador sea eliminado, aniquilado, silenciado.
El contexto de silencio es diverso y multidimensional. Lo m¨¢s evidente es el amplio abanico de maneras en que el racismo, el sexismo y la explotaci¨®n de clase act¨²an para reprimir y silenciar.
Recientemente, los esfuerzos de las escritoras negras para llamar la atenci¨®n sobre nuestra obra han servido para destacar tanto nuestra presencia como nuestra ausencia. Cuando recorro librer¨ªas de mujeres, no me sorprendo por el r¨¢pido crecimiento del corpus de obras feministas escritas por mujeres negras, sino por la escasez de material publicado disponible. Las que escribimos y publicamos seguimos siendo muy pocas. El contexto de silencio es diverso y multidimensional. Lo m¨¢s evidente es el amplio abanico de maneras en que el racismo, el sexismo y la explotaci¨®n de clase act¨²an para reprimir y silenciar. Por el contrario, resultan menos obvias las luchas internas, los esfuerzos para hacer acopio de la seguridad necesaria para escribir, reescribir y desarrollar plenamente el arte y la habilidad... y hasta qu¨¦ punto fracasan estos esfuerzos.
Aunque desde peque?a he querido que escribir fuera mi profesi¨®n, me ha costado mucho reivindicarme como ¡°escritora¡±, reivindicar la escritura como parte de lo que identifica y modela mi realidad cotidiana. Incluso despu¨¦s de haber publicado varios libros, segu¨ªa hablando de querer ser escritora, como si esas obras no existieran. Y aunque me dec¨ªan ¡°eres escritora¡±, todav¨ªa no estaba preparada para afirmar con convencimiento esa verdad. Parte de m¨ª misma segu¨ªa cautiva de las fuerzas dominantes de la historia, de la vida familiar que hab¨ªa trazado un mapa de silencio, de discurso correcto. A¨²n no hab¨ªa dejado ir por completo el miedo a decir algo equivocado, a ser castigada. En alg¨²n lugar de mi mente, cre¨ªa que podr¨ªa evitar tanto la responsabilidad como el castigo si no me declaraba escritora.
Uno de los m¨²ltiples motivos que me llevaron a adoptar el pseud¨®nimo de bell hooks, el nombre de mi bisabuela materna, Bell Blair Hooks (madre de mi abuela Sarah Oldham; abuela de mi madre, Rosa Bell Oldham), fue el de construir una identidad como escritora que desafiara y contuviera todos los impulsos que me alejaban del discurso y me dirig¨ªan al silencio.
Respondona
Autor: bell hooks.
Traducci¨®n: Montserrat Asensio Fern¨¢ndez.
Editorial: Paid¨®s, 2022. A la venta desde hoy
Formato: tapa blanda (304 p¨¢ginas, 19,90 euros) y e-book (9,99 euros).
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