?Alerta naranja!
El sopor, arrullado por el zumbido de los aparatos de aire acondicionado, me propicia un sue?o clasista, racista y reaccionario
1. Abanicos
Cuarenta y dos grados cent¨ªgrados en el term¨®metro que arde en el exterior de la ventana del cuarto donde escribo. Casi no da tiempo a que el hielo que echo en el johnnie walker llegue s¨®lido al l¨ªquido ambarino e intenso cuyo color me evoca el de las puestas de sol de Homero. Las ideas se secan, mezcl¨¢ndose en una especie de ¨¢peiron sin principio ni fin, por lo que opto por la siesta en el sill¨®n de orejas, tan pegajoso estos d¨ªas saharianos. El sopor, arrullado por el zumbido de los aparatos de aire acondicionado, me propicia un sue?o clasista, racista y reaccionario cuyo tel¨®n de fondo es tambi¨¦n el bochorno: estoy sentado en el suelo de un s¨®rdido recinto que recuerda los claustrof¨®bicos espacios de la inacabable franquicia Saw. En un extremo, un so?oliento punkah wallah de aspecto vagamente paquistan¨ª mueve el aire accionando, mediante un largo tirador como de rafia, un enorme abanico que cuelga del techo, igual que hac¨ªan los siervos de los colonialistas brit¨¢nicos para refrescar al atardecer a sahibs y memsahibs, cuando se sentaban en el porche a degustar sus gin-tonics y perge?ar nuevas perrer¨ªas para infligir a los lejanos s¨²bditos de su majestad imperial. De repente, caigo en la cuenta de que el rostro de mi punkah wallah me resulta familiar. Sin salirme del sue?o escarbo en mi memoria y encuentro la imagen de mi querido profesor Franz de Copenhague, aquella historieta inmortal que se public¨® por primera vez en el TBO en 1934, en plena Rep¨²blica espa?ola. Los estrafalarios inventos de Franz, enormes ingenios saturados de poleas y mecanismos que serv¨ªan para facilitar la vida a las masas (m¨¢quinas para subir la cremallera de los vestidos de se?ora, para pinchar aceitunas, periscopios para ver la pel¨ªcula si te tocaba alguien alto en la fila de delante), fueron alimentados por muchos dibujantes de la ¨¦lite de la historieta espa?ola de la edad de plata: Ram¨®n Sabat¨¦s, Benejam, Nit, Serra y algunos m¨¢s. La imagen del profesor Franz, sin embargo, no cambi¨® nunca, y sol¨ªa estar enmarcada en un c¨ªrculo en cada historieta: visto ahora, sine ira et studio, aquel rostro se me parece much¨ªsimo a una caricatura del f¨ªsico (como Franz) y portavoz Pablo Echenique. Eso fue lo que me despert¨®.
2. Periodismos
?Qu¨¦ grande es Valle-Incl¨¢n! Y lo es hasta cuando agravia e insulta a los que desprecia, algo que hered¨® sin duda de los grandes escritores del siglo XVII, cuando a¨²n se pod¨ªa llamar al poeta rival ¡°almorrana de Apolo¡± sin que te armaran un juicio por odio. Miren lo que dec¨ªa el gallego de la promiscua tatarabuela del nada hom¨¦rico regatista residente en Abu Dabi: ¡°La majestad de Isabel II, ajamonada, lardosa, pandorga, t¨²rgida, retaca y botijona¡±. Lo que debe de aliviar poder explayarse de ese modo, llegado el caso. Ya s¨¦ que en este punto hay que ser muy bragado/a para admitir reciprocidad, pero unas veces toca vino y otras agua. Lo de la libertad de expresi¨®n viene a cuento de los cambios que se pueden apreciar en la esfera de los medios de comunicaci¨®n siempre que se acerca un periodo electoral y hay que ponerse a tono en la l¨ªnea de salida. Desde los accionistas y sus modelos de negocio hasta los redactores y m¨¢s all¨¢, los medios (escritos, digitales, audiovisuales) limpian, barren o reordenan sus casas con vistas al a?ito largo de encuentros electorales que empiezan en Andaluc¨ªa y terminar¨¢n qui¨¦n sabe cu¨¢ndo y c¨®mo. Un ejercicio intelectual que recomiendo es leer, a diario durante una semana, peri¨®dicos en papel y digitales y comprobar c¨®mo cada cual se va posicionando: cosas veredes, improbables m¨ªos. En todo caso, la grandeza (si la hay) de los peri¨®dicos est¨¢ en sus redacciones, incluso en estos tiempos en que el periodismo ya no es lo que era ni podr¨¢ serlo nunca m¨¢s. Para una panor¨¢mica documentada y pol¨¦mica del ¨²ltimo cuarto de siglo del periodismo internacional en la ¨¦poca de internet, recurran a El peri¨®dico (Debate), de Mar¨ªa Ram¨ªrez, que los paratextos editoriales definen como ¡°ensayo nost¨¢lgico y, sin embargo, optimista¡±; yo no lo tengo tan claro.
3. Librer¨ªas
En realidad, y como sugiere en su nuevo cat¨¢logo Feli Corvillo, propietaria de Polifemo, toda librer¨ªa generalista es una especie de moderno Wunderkammer, un gabinete anal¨®gico y empapelado de curiosidades y maravillas donde es posible encontrar todo lo que uno quiere saber o disfrutar siempre que sea en letra impresa. Aunque no lleg¨® a tiempo a la ¨²ltima feria, esta semana he dedicado buena parte de mi tiempo a Aniquilaci¨®n (el t¨ªtulo original, An¨¦antir, es el infinitivo: aniquilar), la ¨²ltima novela de Michel Houellebecq (Anagrama), uno de los novelistas internacionales m¨¢s pol¨¦micos en activo. MH, que siempre ha tenido especial querencia por los entornos cercanamente dist¨®picos (recuerden Sumisi¨®n), cuenta en Aniquilaci¨®n, situada en 2027, diversas historias heter¨®clitas en las que se pueden rastrear su gustos literarios, desde el g¨®tico hasta el thriller, mezcladas con una trama en la que alterna las sordideces de la pol¨ªtica electoral, el espionaje, y un renovado inter¨¦s por las historias personales, la amistad, la familia, el matrimonio. En Aniquilaci¨®n, cuya extensi¨®n podr¨ªa aligerarse sin que el lector perdiera demasiado, el viejo lobo nihilista que despotricaba sin cesar contra todo lo que estimaba lacras sociales o pecados civilizatorios, se ha convertido casi en cordero: existe el amor, nos dice, que libera y transforma, e incluso hay buena gente, como usted y como yo. Hablando de escenarios dist¨®picos, me ha sorprendido gratamente la lectura de Mis ¨²ltimas palabras (Random House), del argentino Santiago H. Amigorena, que tanto tiene que ver con La peste escarlata (1912), de Jack London (Visor). En ambas, un maligno virus (?les suena?) ha acabado con la humanidad. La trama de Amigorena est¨¢ fechada en 2086, y la de London, en 2073.
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