?Saldr¨¢ alguna novela de Twitter?
Colgada en las redes sociales, una carta de Goethe o de Lamartine parecer¨ªa una disparatada pedanter¨ªa
Hace muchos a?os (tantos que, entonces, yo era joven) compr¨¦ Pamela, de Samuel Richardson, en la edici¨®n inglesa de Penguin. No conoc¨ªa ni al autor ni el t¨ªtulo, pero confiaba en esa librer¨ªa angloporte?a de las Galer¨ªas Pac¨ªfico, cuyos techos abovedados brillaban con los frescos de Spilimbergo, Castagnino, Urruch¨²a y Berni. Para m¨ª, como para cientos de paseantes, esas pinturas fueron experiencias de iniciaci¨®n. Tambi¨¦n lo fue Pamela, que le¨ª durante el verano siguiente e...
Hace muchos a?os (tantos que, entonces, yo era joven) compr¨¦ Pamela, de Samuel Richardson, en la edici¨®n inglesa de Penguin. No conoc¨ªa ni al autor ni el t¨ªtulo, pero confiaba en esa librer¨ªa angloporte?a de las Galer¨ªas Pac¨ªfico, cuyos techos abovedados brillaban con los frescos de Spilimbergo, Castagnino, Urruch¨²a y Berni. Para m¨ª, como para cientos de paseantes, esas pinturas fueron experiencias de iniciaci¨®n. Tambi¨¦n lo fue Pamela, que le¨ª durante el verano siguiente en las sierras de C¨®rdoba y no pude abandonar sus 500 p¨¢ginas hasta que les di fin.
Nunca hab¨ªa le¨ªdo una novela epistolar, ni sospechaba que se llamaban as¨ª las ficciones formadas por cartas. ?vidos de comunicar sus afectos, los personajes leen y escriben cartas todo el tiempo. M¨¢s de 300 novelas epistolares se publicaron en Inglaterra entre 1740 y 1800. Y la Pamela tuvo un ¨¦xito instant¨¢neo. La nueva Elo¨ªsa fue otro cl¨¢sico de la novela epistolar, que Rousseau public¨® en 1761.
Las cartas permit¨ªan una exposici¨®n de los sentimientos de manera convincente y ¡°natural¡±, sin intermediarios
En la intimidad de esas cartas se mezclaban los afectos, los consejos, los juicios y las dudas. Permit¨ªan, sobre todo, una exposici¨®n de los sentimientos amorosos de manera convincente y ¡°natural¡±, porque los amantes se comunican largo y tendido, sin intermediarios. Y los lectores los espiamos. El tiempo que transcurre entre el ir y venir de las cartas acostumbra a sus lectores a la espera, ya que la acci¨®n avanza solo en la medida en que una carta llegue en contestaci¨®n de la anterior. No hay ficci¨®n fuera de esa pausada forma que a la intriga le impone el suspenso del tiempo en su transcurrir.
Las cartas hacen posible un nuevo tipo de subjetividad novelesca, que sigue los movimientos internos de una conciencia en debate consigo misma, entregada a la turbulencia de sensaciones que la obligan a enfrentarse con alternativas psicol¨®gicas y morales, institucionales y personales, p¨²blicas y privadas. Las cartas dan la palabra al personaje, quit¨¢ndosela a un narrador colocado por encima. Las novelas epistolares tienen, por supuesto, un autor, pero nunca un narrador diferente a quien escribe las cartas para contar sus sentimientos o su vida a otro, que responde con lo que siente al leer lo que ha recibido. En esas ficciones, tanto el que escribe como el que lee tienen tiempo para pensar.
Las cartas son la forma de una introspecci¨®n compulsiva: ¡°Me gusta tanto escribir que, cuando estoy sola, no puedo quedarme quieta sin una pluma en la mano¡±, confiesa Pamela en la novela de Richardson. Y, en efecto, Pamela, como Julie y Saint-Preux de La nueva Elo¨ªsa, es verdaderamente una graf¨®mana. Los libertinos de Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos, publicada en 1782, tambi¨¦n son fan¨¢ticos de la escritura.
En 1774, el Werther de Goethe marc¨® una culminaci¨®n est¨¦tica y una ola de sentimentalismo. El enamorado, pese a todos los obst¨¢culos que enfrenta o, quiz¨¢, a causa de ellos, escribe para repetir que vive en ¡°estado de amor¡±. Hoy se dir¨ªa que es un rom¨¢ntico. Sobre esto, en Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes subrayaba: ¡°Una sola informaci¨®n sigue sucesivas variaciones, como un tema musical: pienso en ti¡±.
Las de Werther son cartas que exponen las invariables vicisitudes de una pasi¨®n. Su materia es la reiteraci¨®n incesante del amor, sin principio ni fin, sin trama, en su pura manifestaci¨®n subjetiva. No son revelaciones de un secreto ni narraciones de actos, sino efusiones. Cuentan un padecer, no un hacer. Lo que le sucede al enamorado no responde a leyes que ¨¦ste haya conocido antes. Se trata de una ¡°fuerza misteriosa¡±, un sonambulismo, un estado del alma ¡°fren¨¦tico e ilimitado¡±, un ¡°v¨¦rtigo¡± que hace desaparecer el mundo: ¡°Ya no s¨¦ cu¨¢ndo es de d¨ªa, ni cu¨¢ndo de noche, y el universo ha desaparecido a mi alrededor¡±, escribe Werther. En lugar de atiborrar la historia con an¨¦cdotas y personajes secundarios, Goethe se concentra y apuesta a que sus lectores tambi¨¦n puedan concentrarse, porque las ¨²nicas aventuras de Werther transcurren en el agitado mundo de sus sentimientos. El ¨¦xito de la novela fue no solo est¨¦tico. En la sociedad letrada de aquellos a?os, las cartas fueron la forma p¨²blica del amor.
Trescientos a?os despu¨¦s miramos esos restos como objetos est¨¦ticos. A muchos les resultan arcaicos y pretenciosos. Entre esas cartas y el presente, las novelitas sentimentales del tipo Cor¨ªn Tellado fueron limando complicaciones. Y en la era de Facebook, hombres y mujeres no est¨¢n obligados a escribir de ese modo para expresar sus sentimientos. Colgada en las redes sociales, una carta de Goethe o de Lamartine parecer¨ªa una disparatada pedanter¨ªa. Las mujeres saben que un selfi en las poses requeridas por la anatom¨ªa delantera y trasera vale m¨¢s que un escrito po¨¦tico medio indescifrable. Facebook es un espacio de igualdad. Moverse all¨ª no exige saber literatura, y ni siquiera hay que saber ortograf¨ªa, para echar a volar en p¨²blico los sentimientos.
Hemos conquistado la democracia de la escritura.
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