Barthes desenmascarado
A los que nunca han le¨ªdo nada de Roland Barthes habr¨ªa que advertirles dos cosas: por una parte, que nadie puede aspirar a comprender la cultura contempor¨¢nea -y no digamos pretender que se la conoce- si no se ha detenido alguna vez en la obra de este escritor extraordinario, injustamente encasillado bajo la etiqueta de "estructuralista". Y, por otro lado, que quiz¨¢ no sea ¨¦sta la obra indicada para entablar contacto con Barthes sino que deber¨ªan leer Mitolog¨ªas (Siglo XXI), obra escrita originariamente en 1957 y aut¨¦ntico modelo del ensayo contempor¨¢neo; o Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI), donde la maestr¨ªa literaria de Barthes consigue sobreponerse a las banalidades propias de la tem¨¢tica, para demostrar que del amor s¨®lo se tienen escorzos que forman un texto y un contexto inacabables. Con esto no pretendo afirmar que Barthes no se reconociese estructuralista -y a mucha honra- sino que esa investidura sin duda le queda peque?a y contribuye a dar de ¨¦l la imagen falsa del t¨ªpico cr¨ªtico pelmazo que se refugia detr¨¢s de una bater¨ªa de arideces semi¨®ticas porque no tiene nada que decir, cuando en realidad era un escritor de enorme precisi¨®n y un lector fin¨ªsimo, que no s¨®lo consegu¨ªa dar fundamento de sus gustos sino que, dado el caso, nunca ocultaba cu¨¢ndo ¨¦stos eran el producto de prejuicios. Inexplicablemente, resulta dif¨ªcil encontrar sus obras fundamentales en nuestras librer¨ªas que, sin embargo, est¨¢n atiborradas de morralla: escritores ramplones, ep¨ªgonos filosofantes, engolados neorrom¨¢nticos que sacan a relucir sus dietarios llenos de cursiladas, y aburridos escoliastas.
ROLAND BARTHES POR ROLAND BARTHES
Roland Barthes
Traducci¨®n de Julieta Sucre Paid¨®s. Barcelona, 2004
264 p¨¢ginas. 18 euros
En cambio, a los que s¨ª conocen la obra de Barthes, merece la pena alentarlos a repasar este curioso, inteligent¨ªsimo, ejercicio de introspecci¨®n, que publicara Kair¨®s hace m¨¢s de un cuarto de siglo y que se reedita ahora en la versi¨®n que su autor quiso que tuviera en un principio. Como tantas otras obras barthesianas, se compone de una colecci¨®n de fragmentos -el tronco principal del libro- precedida de una serie de fotograf¨ªas tomadas en la infancia y adolescencia del escritor y reproducidas con breves observaciones, informativas o ir¨®nicas, pero casi siempre melanc¨®licas, a modo de epitafios. Porque el talante barthesiano -como el de su admirado Proust- es la melancol¨ªa. En la ¨¦poca en que se public¨® este libro, Barthes ya se hab¨ªa convertido en una figura de enorme prestigio e influencia en el Par¨ªs de mediados de los a?os setenta, un ambiente -por cierto- muy proclive a alimentar cultos literarios y filos¨®ficos. En aquel contexto era inevitable que este libro apareciese como el autorretrato de un sant¨®n que se sabe tal y se siente autorizado para escribir por capricho y con venia para dar rienda suelta a su narcisismo. Sin embargo, lejos de Barthes la tentaci¨®n rom¨¢ntica de la autocomplacencia. Como en sus obras cr¨ªticas, en este autorretrato lo m¨¢s significativo es el pudor. Barthes intenta dar una versi¨®n de s¨ª mismo que reproduzca tal cual, no lo que ven en ¨¦l los ojos del otro, porque eso ser¨ªa contribuir a su propia fama, como hacen los versos de Horacio (Exegi monumentum aere perennius) y la enorme mayor¨ªa de los que escriben autobiograf¨ªas, sino que quiere verse con los ojos de otro. Produce as¨ª un retrato faceteado, incidental, que lo ense?a en sus peque?os sentimientos, rodeado de palabras y esp¨ªritus infantiles que acechan en el bosque de signos en que habita: solo, o refugiado en sus rincones ¨ªntimos -como los de Proust- donde se encierra a trabajar, a leer y escribir, o acompa?ado de amigos y amantes que nunca menciona por su nombre. Escribe sobre sus temas predilectos: la moda, el ascetismo zen, la estupidez, el amor, los vericuetos del estilo, la mirada, el cuerpo, etc¨¦tera, pero siempre en los m¨¢rgenes. Quiere verse en su propia "marginalidad". La excusa es que quiere hacer de s¨ª mismo un personaje de novela pero la realidad es que pretende mucho m¨¢s que eso: dar un paso m¨¢s all¨¢ de Pascal, llegar a trascenderse a s¨ª mismo como sujeto literario, concebir una persona que no sea m¨¢scara. Y, naturalmente, no lo consigue, porque Barthes era demasiado femenino.
Pero a nosotros eso nos da igual. Leer sus observaciones p¨ªcaras y perspicaces, compartir coqueter¨ªas y man¨ªas, comprobar que todos los que escriben tienen los mismos miedos y las mismas miserias, y reconocerse modestamente en ellas, es un ejercicio sano y gratificante, lo ¨²nico que justifica leer (y escribir) ensayos autobiogr¨¢ficos.
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