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Albert Hofmann, el descubridor del LSD: descon¨®cete a ti mismo

Hay un materialismo rampl¨®n, fisicalista, mec¨¢nico; y un materialismo osado, en el que la materia est¨¢ viva y respira luz. A esta ¨²ltima tribu pertenecer¨ªa el qu¨ªmico suizo

Albert Hofmann, fotografiado en 1976.
Albert Hofmann, fotografiado en 1976.Ullstein bild Dtl (Getty Images)
Juan Arnau

La Qu¨ªmica es la ciencia del enlace y la mutaci¨®n. La F¨ªsica, de las interacciones y fuerzas que articulan el esqueleto del mundo. Metabolismo y estructura. Albert Hofmann se convirti¨® en el qu¨ªmico m¨¢s c¨¦lebre del mundo por su encuentro, m¨¢s o menos casual, con el LSD. El qu¨ªmico ve cosas que el f¨ªsico no ve. Sabe que las matem¨¢ticas no lo son todo, que los enlaces que forman las mol¨¦culas tienen un componente er¨®tico y no numerable. La mol¨¦cula, pese a ser un el¨¦ctricamente neutra, nunca es de todo estable, siempre est¨¢ dispuesta a compartir un enlace o formar uno nuevo. A ello se dedican los qu¨ªmicos, que son los casamenteros de los ¨¢tomos: rompen algunos enlaces y forman otros. De ah¨ª que la qu¨ªmica sea m¨¢s humanista que la f¨ªsica. La f¨ªsica se mueve en el cielo plat¨®nico, la qu¨ªmica prefiere el fuego de las alcobas, la reactividad y las metamorfosis. El enlace es interacci¨®n atractiva (las cargas opuestas se atraen) y confiere estabilidad. La vida es, en esencia, coincidentia oppositorum. No hay que irse a la m¨ªstica para comprobarlo. Her¨¢clito lo sab¨ªa. Nicol¨¢s de Cusa lo asegur¨®. El n¨²mero ocho (un infinito de pie) juega aqu¨ª un papel. Cuando son ocho los electrones que orbitan en su ¨²ltimo nivel, hablamos de gases nobles. Como noble era el ¨®ctuple sendero budista. Los electrones pasan m¨¢s tiempo entre n¨²cleos que en cualquier otro lugar. Esa inquietud y ese baile hace que los n¨²cleos se atraigan y la vida sea posible.

El gusto, el olfato, el tacto, lo visto y lo escuchado, son tambi¨¦n enlaces. Constituyen nuestro singular compromiso con la mente del mundo. Esa mente del mundo es percepci¨®n, memoria, intenci¨®n y lenguaje. Ninguna de estas cuatro cosas es egoica. El yo es un fen¨®meno superficial. Y lo que llamamos conciencia no pertenece a ese yo ni a la mente del mundo, aunque ambos puedan hacerla participar en el juego de la existencia, invitarla a la fiesta de la evoluci¨®n. La conciencia, por otro lado, es indefinible. La raz¨®n es sencilla: se precisa de la conciencia para reflexionar acerca de su naturaleza. Cuando hablamos de ella, inevitablemente caemos en un razonamiento circular. Hay que suponer aquello que se quiere probar. Al negarla la afirmamos, al afirmarla se nos escabulle. Esa vida en c¨ªrculos del fil¨®sofo de la mente, ese disco rayado, ilustra un hecho esencial: la conciencia escapa a cualquier intento de objetivaci¨®n. La conciencia no es cient¨ªfica, si por ciencia entendemos conocimiento objetivo. De ah¨ª que, como dicen los expertos en estas lides, sea un ¡°problema dif¨ªcil¡±, el llamado hard problem of concioussness. Podemos objetivar el gusano, el ¨¢tomo y la berenjena, aunque con ello no les hagamos justicia (y los reduzcamos), pero con la conciencia no es posible. Es como las anguilas, se escabulle a cualquier intento de objetivaci¨®n. Y, sin embargo, nada es m¨¢s cercano, nada tenemos m¨¢s a mano. De hecho, es el punto de partida de la filosof¨ªa m¨¢s torticera que ha conocido la historia de las civilizaciones: el mecanicismo cartesiano. Este es el motivo de que la conciencia resulte tan insidiosa para el materialismo filos¨®fico actual (los Dawkins y los Dennet), ese que maneja una idea mojigata de la materia. Hay un materialismo rampl¨®n, fisicalista, mec¨¢nico; y un materialismo osado, en el que la materia est¨¢ viva y respira luz. A esta ¨²ltima tribu pertenecer¨ªa Albert Hofmann.

Los ente¨®genos (¡°dios dentro de nosotros¡±) han estado presentes en casi todas las culturas antiguas. Los encontramos en Eleusis, el gran templo de iniciaci¨®n griega, en la India v¨¦dica y la Am¨¦rica prehisp¨¢nica, en las cuevas del Sahara y las estepas siberianas. Muestran, entre otras cosas, la superficialidad del ego. Dionisos desordena a Apolo, paradigma del orden y la proporci¨®n. Narciso viene de nark¨¦, la misma ra¨ªz que narc¨®tico. El yo es un fen¨®meno superficial en la mente del mundo. En la versi¨®n griega del mito, Narciso es un bello mancebo que enamora a las doncellas. Entre ellas se encuentra la ninfa Eco, que, tras ser despechada, se refugia en una cueva. Para castigar la soberbia de Narciso, N¨¦mesis (la memoria) hace que se enamore de su propia imagen reflejada en un estanque. El amor, claro est¨¢, no es correspondido. Y Narciso se arroja al agua para apoderarse de su propio reflejo. La imagen se desvanece y el joven de ahoga. El mito de Narciso es un mito de actualidad.

En este sentido, el LSD es una cr¨ªtica de la civilizaci¨®n moderna, que ha agrandado la distancia entre el yo y el mundo, sojuzgando la tierra. ¡°Nosotros saqueamos la tierra, y a los maravillosos logros de la civilizaci¨®n t¨¦cnica se le opone una destrucci¨®n catastr¨®fica del medio ambiente. Hemos conquistado las energ¨ªas at¨®micas que amenazan la vida en todo el planeta¡±. Aunque hoy intentamos reparar los da?os con medidas de protecci¨®n del medio ambiente, ¡°esos esfuerzos no son sino parches superficiales y poco efectivos¡±. No siempre fue as¨ª. Hofmann recuerda los misterios de Eleusis, en los que fueron iniciados Plat¨®n, Arist¨®teles, Marco Aurelio, Adriano y Cicer¨®n. Este ¨²ltimo dej¨® escrito que ¡°all¨ª obtuvimos no s¨®lo el motivo para vivir con alegr¨ªa, sino tambi¨¦n una esperanza mejor ante la muerte¡±. Es probable que la bebida sagrada que tomaban los iniciados tuviera como ingrediente el cornezuelo de centeno, lo que justificar¨ªa las experiencias est¨¢tico-visionarias que se produc¨ªan en el sanctasanct¨®rum del telesterion. Cuando el rey godo Alarico destruy¨® el santuario de Eleusis, se produjo el fin definitivo del mundo antiguo. Ese paganismo regres¨® fugazmente en los a?os 50 y que parece vivir hoy un nuevo renacimiento. Para Hofmann, el LSD facilita una experiencia m¨ªstica, totalizadora, decisiva ¡°para la sanaci¨®n de quien padece una imagen del mundo unilateralmente racional y materialista¡±.

Tanto en el viaje psicod¨¦lico como en los relatos sobre el estado intermedio del budismo tibetano (s¨ªntesis de doctrinas indias y chamanismo bon), se habla de la experiencia de tortuosos infiernos de insoportable confusi¨®n y de excelsos para¨ªsos de beatitud. La ense?anza de la liberaci¨®n mediante la audici¨®n conmina a quien atraviesa ese umbral a no dejarse enredar por la dicha o la desdicha, y avanzar hacia la luz. Generalmente estos para¨ªsos e infiernos han sido considerados por los budistas como creaciones de la mente del difunto (proyecciones su karma) y se ha ense?ado a no identificarse con ellos. Con la tesis de la mente del mundo, esta interpretaci¨®n var¨ªa ligeramente, aunque en un sentido que nos parece decisivo. Los infiernos y para¨ªsos no son creaciones de quien ha muerto a la vida f¨ªsica y atraviesa el estado intermedio. Son, m¨¢s bien, creaciones de la mente del mundo, en la cual participan todos los seres. En este sentido, pueden considerarse ¡°realidades externas¡± aunque en continuidad con lo que somos (percepci¨®n, memoria, intenci¨®n y lenguaje). El lazo que trata de retenernos s¨ª es nuestro, lo hemos ido creando conforme viv¨ªamos, mientras particip¨¢bamos de la mente del mundo. Pero lo decisivo es que no somos (al menos enteramente) esa realidad. Falta un factor decisivo: la conciencia, que no forma parte de la mente del mundo pero que, parad¨®jicamente, la anima y da sentido. Sin la participaci¨®n de la conciencia, la percepci¨®n, la memoria, el deseo y el lenguaje ser¨ªa realidades inermes, est¨¦riles, no creativas. Sin la conciencia, la mente del mundo no podr¨ªa activarse y el universo, tal y como lo conocemos, no se manifestar¨ªa. El viajero, como parte de su formaci¨®n, se ve obligado a atravesar todos esos ¨¢mbitos, fastos y nefastos, para comprender la naturaleza del mundo por el que navega. Y as¨ª, advertir que su mente es s¨®lo suya de un modo superficial, y que esa mente individual que participa en la mente del mundo no es la conciencia, sino algo superpuesto a ¨¦sta. Y que es el magnetismo y la colaboraci¨®n entre estas dos, la mente y la conciencia, lo que hace posible la manifestaci¨®n universal.

Pero volvamos a Hofmann. La idea fundamental que extrae de sus experiencias psicod¨¦licas es que lo real no es una cosa fija, sino m¨²ltiples y fluctuantes realidades. Y cada una de ellas encierra una diferente conciencia del yo. Lo real, adem¨¢s, es impensable sin un sujeto que lo experimente. Lo real es una relaci¨®n, entre un mundo ¡°exterior¡±, el emisor, y un receptor, el ¡°yo¡±. Y, parad¨®jicamente, el ¨¢cido lis¨¦rgico borra la distinci¨®n entre lo exterior y lo interior. En la experiencia com¨²n, las antenas de los ¨®rganos sensoriales registran las irradiaciones del mundo exterior. Si falta uno de los polos, no se concreta ninguna realidad. El LSD modifica bioqu¨ªmicamente el receptor, el sistema nervioso del psiconauta, y as¨ª puede sintonizar con diferentes longitudes de onda. Ampl¨ªa el espectro de la sinton¨ªa y puede ingresar a diversas realidades, a m¨²ltiples voces (de ah¨ª que la m¨²sica de Bach resulte tan af¨ªn a la experiencia). Estas realidades, o estos diversos estratos de lo real, no son mutuamente excluyentes, sino que se consideran complementarios. Juntos forman ¡°una realidad universal, intemporal, trascendente, en la que tambi¨¦n est¨¢ inscrito en n¨²cleo inatacable de la conciencia del yo que registra las modificaciones del propio yo¡±. Hofmann no distingue entre mente y conciencia. Pero si lo hacemos, se entender¨¢ bien lo que quiere decir. La mente es s¨®lo superficialmente egoica. Navega en una mente mayor, la mente del mundo, hecha de percepci¨®n, memoria, intenci¨®n (deseo) y lenguaje. Pero la mente no es la conciencia. De hecho, los estados que propicia el LSD no son estados expandidos de conciencia, sino estados expandidos de la mente egoica, que empieza a reconocer que navega en una mente universal (lo que los antiguos llamaban el alma del mundo). La conciencia (antiguamente llamada esp¨ªritu) es ese factor que permite a la mente reconocerse a s¨ª misma. Pero la conciencia no es egoica, ni tiene lugar en el espacio tiempo. (Tampoco est¨¢ ¡°fuera¡±, de modo trascendente, pues el t¨¦rmino fuera ya supone un emplazamiento). La conciencia, como dir¨ªan algunos fil¨®sofos de la India, est¨¢ vac¨ªa. No pertenece a nadie. Pero la mente puede participar de ella, traerla al juego de la existencia. Arist¨®teles intuy¨® esta idea cuando dijo que el no?s era ese ¡°factor¡± (no una parte) del alma que es inmortal, coincidiendo con la Bhagavadg¨©t¨¡. El alma, la mente egoica, hay que entregarla tras la muerte. Pero la conciencia es inmortal. Y cuanto m¨¢s haya participado esa mente superficial de la conciencia (que en esencia es libre), m¨¢s liberada se proyectar¨¢ tras su existencia. Ahora bien, la conciencia no es de nadie, sino el factor que motiva (en un sentido casi art¨ªstico) el despliegue y repliegue del cosmos. La conciencia es el amante secreto de la naturaleza.

Una fotograf¨ªa antigua en blanco y negro de cornezuelo del centeno, expuesta en la muestra 'LSD, the 75 Years of a Problem Child', celebrada en Berna en 2018. Este hongo contiene ¨¢cido lis¨¦rgico y su precursor, la ergotamina.
Una fotograf¨ªa antigua en blanco y negro de cornezuelo del centeno, expuesta en la muestra 'LSD, the 75 Years of a Problem Child', celebrada en Berna en 2018. Este hongo contiene ¨¢cido lis¨¦rgico y su precursor, la ergotamina. FABRICE COFFRINI (AFP / GETTY IMAGES)

Con el viaje de LSD, la imagen familiar del mundo sufre una s¨²bita transformaci¨®n, feliz o aterradora. Para nuestra visi¨®n occidental, el yo y el mundo exterior est¨¢n separados. El mundo exterior es un objeto que se erige frente al sujeto. En el viaje de LSD esa frontera se difumina. ¡°Tiene lugar un acoplamiento regenerativo entre el emisor y el receptor. Una parte del yo pasa al mundo exterior, a las cosas; ¨¦stas comienzan a vivir, adquieren un sentido distinto, m¨¢s profundo. Esto puede vivirse como una transformaci¨®n feliz, pero tambi¨¦n como algo demon¨ªaco, que conlleva la p¨¦rdida del yo familiar e infunde terror. En el caso feliz el nuevo yo se siente dichosamente unido a las cosas del mundo y por tanto tambi¨¦n al pr¨®jimo. Siente que el yo y la creaci¨®n constituyen una unidad¡±. Una experiencia emparentada con la uni¨®n m¨ªstica y con el ¡°t¨² eres eso¡± de las upani?ad, donde una parte del yo pasa al mundo exterior. El receptor se convierte en emisor. Una experiencia en general breve, pero de gran hondura.

Primeras experiencias

Hofmann recuerda un episodio significativo de la infancia. Lo cuenta en su biograf¨ªa: LSD, c¨®mo descubr¨ª el ¨¢cido y qu¨¦ paso despu¨¦s en el mundo (Arpa editores). Una ma?ana de mayo caminaba por un bosque reverdecido. Los rayos del sol se filtraban entre las copas de los ¨¢rboles, los p¨¢jaros llenaban el aire con sus cantos. De pronto, todo apareci¨® con una luz desacostumbradamente clara. Le invadi¨® una sensaci¨®n de felicidad, pertenencia y dichosa seguridad. El episodio fue breve. Posteriormente tuvo algunas experiencias parecidas en sus paseos por monta?as y bosques. Como no sent¨ªa la vocaci¨®n del poeta o el pintor, se hizo qu¨ªmico (para comprender la estructura de la materia). Y como desde ni?o hab¨ªa estado vinculado a las plantas, escogi¨® investigar las plantas medicinales. Esa experiencia temprana, espont¨¢nea y totalizadora, de ¨ªntima pertenencia, le acabar¨ªa llevando al descubrimiento del ¨¢cido lis¨¦rgico. Un descubrimiento que s¨®lo fue en parte casual. La s¨ªntesis del principio activo del cornezuelo del centeno se produjo en 1938, y se llam¨® LSD 25. Pero ah¨ª qued¨® la cosa. Cinco a?os despu¨¦s, debido a un accidente, experiment¨® sus efectos. Era la primavera de 1943. Repiti¨® la s¨ªntesis para obtener unas d¨¦cimas de gramo del compuesto. De pronto, empez¨® a sentir extra?as sensaciones. Intranquilidad y mareo. Se recost¨® en la penumbra, con los ojos cerrados. Lo penetraron im¨¢genes de extraordinaria plasticidad, un juego intenso de colores. Sospech¨® que se hab¨ªa intoxicado, quiz¨¢ a trav¨¦s de la punta de los dedos, cuando estaba recristalizando la sustancia. Decidi¨® someterse a un autoensayo a fondo. El 19 de abril, a las 16.20 horas, ingiere 0,5 cm? en disoluci¨®n acuosa. A las 17.00 horas comienza un ligero mareo, sensaci¨®n de miedo, par¨¢lisis con risa compulsiva. Decide irse a casa con el velomotor. Le acompa?a su ayudante. Todo se tambalea en su campo visual, distorsionando las figuras como en un espejo alabeado. Los ¨¢rboles del camino se retuercen como si bailaran. Tiene la sensaci¨®n de que la bicicleta no avanza. El asistente le dice que ha viajado muy deprisa. Llama a un m¨¦dico y pide leche a la vecina. Se acuesta en un sof¨¢. La habitaci¨®n gira. Los muebles adoptan formas grotescas y amenazadoras. Bebe dos litros de leche. Su vecina no es su vecina, sino una bruja malvada y artera. Siente que un demonio se ha apoderado de su cuerpo y hace escarnio de su voluntad. Se levanta y grita para liberarse de ¨¦l. Miedo terrible a haber enloquecido. Ingresa en otro tiempo y otra realidad. Piensa que est¨¢ muriendo, que es la experiencia del tr¨¢nsito. Le apena dejar el mundo prematuramente, interrumpir su investigaci¨®n. La familia est¨¢ ausente. Su mujer se ha ido con sus tres hijos a Lucerna. Miedo y desesperaci¨®n. El m¨¦dico lo examina. Al margen de las pupilas dilatadas, el pulso y la respiraci¨®n son normales. Lentamente regresa la normalidad. El susto cede y da paso a una sensaci¨®n de felicidad y agradecimiento crecientes. Comienza a gozar del juego inaudito de los colores. Le sorprende que las sensaciones ac¨²sticas acaban por transformarse en colores. El sonido del picaporte o de un autom¨®vil se convierten en luz. Lo escuchado se hace visto. Una confirmaci¨®n de la cosmogon¨ªa v¨¦dica: el sonido como la fuente primera de lo natural, y su juego con la luz como energ¨ªa universal.

Exhausto, le vence el sue?o. A la ma?ana siguiente amanece con la cabeza despejada. Sale al jard¨ªn. El sol refulge tras la lluvia primaveral. El mundo brilla como si estuviera reci¨¦n creado. Sus sentidos vibran en un estado de m¨¢xima sensibilidad que durar¨¢ todo el d¨ªa. Le sorprenden dos cosas. La potencia de la sustancia con una dosis tan baja, y el hecho de que puede recordar con detalle lo vivenciado. Considera que la sustancia ser¨¢ ¨²til para la farmacolog¨ªa y la neurolog¨ªa. Al d¨ªa siguiente escribe un informe.

En el laboratorio comprueba que, bajo los efectos del LSD, los peces adoptan posiciones raras para nadar, las ara?as tejen torpemente y los chimpanc¨¦s dejan de reconocer el orden jer¨¢rquico familiar. La CIA ha estado a?os financiando la investigaci¨®n con LSD en busca de un suero de la verdad. Pero la sustancia nada quiere saber de la guerra fr¨ªa ni de la competencia de los estados naci¨®n. El LSD no s¨®lo desorganiza la integraci¨®n ps¨ªquica del individuo, tambi¨¦n su integraci¨®n social y nacional. Un libro de publicaci¨®n reciente, Sue?os de ¨¢cido (P¨¢gina Ind¨®mita), recorre esta divertida odisea, entre absurda y c¨®mica. El LSD terminar¨ªa alej¨¢ndose del paradigma m¨¦dico-militar. Humphry Osmond, en una carta a Aldous Huxley, sugiri¨® el t¨¦rmino psicod¨¦lico (¡°que revela el alma¡±) para referirse al ¨¢cido y a otras sustancias similares como la mescalina o la psilocibina. El psiquiatra dej¨® abierta la cuesti¨®n de si podr¨ªa convertirse en una herramienta valiosa para la investigaci¨®n de la mente. Pero investig¨® diversas aplicaciones en psicoterapia, para curar adicciones, instintos violentos y ayudar a enfermos terminales en el tr¨¢nsito de la muerte (hay un libro de casos, recopilado por Groff y Halifax) o a enfermos de c¨¢ncer que no responden a los analg¨¦sicos convencionales: ¡°el paciente sometido a LSD se separa ps¨ªquicamente de su cuerpo hasta el punto que el dolor f¨ªsico ya no penetra en su conciencia¡±.

El descubrimiento del LSD despierta en Hofmann la esperanza en que se convierta en medicamento. No ve todav¨ªa en la sustancia un instrumento, equivalente al microscopio, para explorar la mente. Le preocupa el uso incontrolado fuera del ¨¢mbito m¨¦dico. El riesgo del ¨¢cido no reside en su toxicidad, sino en la imposibilidad de prever sus efectos ps¨ªquicos. La farmac¨¦utica suiza para la que trabajaba Hofmann pone la sustancia a disposici¨®n de m¨¦dicos e investigadores. La embriaguez lis¨¦rgica pod¨ªa servir para que los propios m¨¦dicos experimentaran los estados de sus pacientes, como el contacto con experiencias olvidadas o reprimidas. ¡°No se trataba de un recordar com¨²n, sino de un verdadero revivir, no de una r¨¦miniscence sino de una r¨¦viviscence¡±, escribi¨® el psiquiatra franc¨¦s Jean Delay¡±. El LSD parece desmentir el tiempo sucesivo, el rio de Her¨¢clito. Frente al tranquilizante, el revivificante. Los conflictos no se tapan, sino que se viven con mayor intensidad, pero esta vez como espectador.

Revuelta en Harvard

Timothy Leary es un joven y brillante profesor de psicolog¨ªa de la Universidad de Harvard. Ha probado casualmente las setas m¨¢gicas en Cuernavaca durante unas vacaciones. Tiene la experiencia m¨¢s intensa de su vida. A partir de ese momento, se vuelca en la investigaci¨®n de los psicod¨¦licos. Con los m¨¦todos al uso de la ciencia del momento, investiga con ente¨®genos la reintegraci¨®n social de presidiarios, la generaci¨®n de experiencias m¨ªsticas en te¨®logos, el fomento de la creatividad en artistas pl¨¢sticos y escritores. Realiza sesiones grupales en las que participan Aldous Huxley, Arthur Koestler y Allen Ginsberg. En 1963 env¨ªa un informe a Hofmann. Est¨¢ entusiasmado con los resultados. Considera que la sustancia tendr¨¢ una gran utilidad social y cognitiva.

La farmac¨¦utica Sandoz recibe un pedido de la universidad de Harvard de 25 gramos de LSD y 25 kg de psilocibina, unas cantidades desorbitadas que se traducen en un mill¨®n de dosis de LSD y dos millones y medio de psilocibina. La empresa pide una licencia de importaci¨®n que justifique el env¨ªo. Nunca llega. Tras consultar con el decano, la farmac¨¦utica cancela el env¨ªo. Las autoridades de Harvard pronto se hartan de las actividades de Leary. Organiza parties de LSD a las que acuden como voluntarios cientos de estudiantes. En una entrevista con Playboy, destaca los poderes afrodisiacos de la sustancia (algo muy dudoso). Leary es expulsado de la universidad (junto a su colega Richard Alpert), con el que ha realizado experimentos multitudinarios con LSD. Se convierte entonces en el nuevo mes¨ªas del movimiento psicod¨¦lico. Crea, con fondos privados, el instituto IFIF para la investigaci¨®n de ente¨®genos. Viaja a la India. Se convierte al hinduismo. Funda la League for Spiritual Discovery (LSD). Trata de establecerse en Zihuatanejo, pero acaba siendo expulsado por las autoridades mexicanas. Se refugia con su grupo en una mansi¨®n en el estado de Nueva York, propiedad de un millonario aficionado a los viajes lis¨¦rgicos. Mientras tanto, por todo el pa¨ªs se desata la histeria del LSD, se publican numerosos libros sobre la magia del ¨¢cido, que todav¨ªa no aparece entre las sustancias prohibidas. La ola toxicon¨®mana es capitaneada por Leary bajo el lema: turn on, tune in, drop out (enciende, sintoniza y abandona). Una llamada a volver la espalda a los deberes sociales, abandonar las responsabilidades burguesas y unirse al trip a trav¨¦s de la m¨²sica, el erotismo y la vida en com¨²n.

El LSD se difunde a velocidad epid¨¦mica. Ofrece una v¨ªa opuesta (inestable y arriesgada) a la que predomina la sociedad estadounidense: materialismo, voluntarismo, puritanismo, alejamiento de la naturaleza, vida urbana, consumismo y aburrimiento, los mismos factores que llevaran al surgimiento del movimiento hippie. Los j¨®venes se suben a la ola con entusiasmo, mientras sus padres se horrorizan. En una renombrada cl¨ªnica de California, Cary Grant se somete a un tratamiento de LSD. Toda su vida ha estado buscando la paz interior con poco ¨¦xito, mediante el yoga, el hipnotismo y el misticismo. Tras la experiencia, sale convencido de que ahora podr¨¢ amar de verdad y hacer feliz a una mujer. La entrevista se publica en la popular revista Look.

Retrato de Albert Hofmann expuesto en la muestra 'LSD, the 75 Years of a Problem Child', celebrada en Berna en 2018.
Retrato de Albert Hofmann expuesto en la muestra 'LSD, the 75 Years of a Problem Child', celebrada en Berna en 2018. FABRICE COFFRINI (AFP / GETTY IMAGES)

La CIA, que ha trabajado a fondo con la sustancia de modo poco escrupuloso, se encarga de magnificar los efectos colaterales del ¨¢cido: actividades criminales, colapsos ps¨ªquicos, homicidios, suicidios¡­ Hofmann empieza a dudar si las valiosas cualidades farmacol¨®gicas y ps¨ªquicas del ¨¢cido compensar¨¢n los da?os que causan su abuso. La farmac¨¦utica Sandoz congela la entrega de LSD 25 y psilocibina en abril de 1966. La mayor¨ªa de los estados americanos promulga severas sanciones sobre su tenencia, venta y distribuci¨®n. La administraci¨®n Nixon pasa a considerarla un invento sat¨¢nico, que provoca un estado de omnipotencia o invulnerabilidad. No andan muy descaminados. El ¨¢cido revela el daimon, el demonio interior y creativo de cada cual. Tambi¨¦n sugiere, como la Bhagavadg¨©t¨¡, que el esp¨ªritu, a diferencia del alma, nunca muere. Otro asunto es si la experiencia es o no digerible. Hay viajes en los que se experimenta tanto la dicha del para¨ªso como el horror del infierno. En ellos, es decisivo tanto el marco externo como el estado an¨ªmico y la disposici¨®n del psiconauta. El LSD tiende a intensificar los estados mentales, un sentimiento de alegr¨ªa puede inflarse hasta la dicha suprema y una ligera tristeza puede transformarse en desesperaci¨®n. El riesgo es especialmente alto para la vida an¨ªmica de adolescentes y j¨®venes, o de personas que todav¨ªa no han madurado mentalmente, pudiendo desencadenar reacciones psic¨®ticas perdurables.[1]

Viaje a M¨¦xico

El LSD tiene parientes mexicanos. No s¨®lo la mescalina, ya conocida en el siglo XIX, sino unos hongos que crecen en la sierra mazateca. A su estudio ha dedicado su vida una peculiar pareja: la doctora Valentina Pavlovna y el banquero Robert Gordon Wasson. Se sabe de estas setas m¨¢gicas desde la ¨¦poca de Hern¨¢n Cort¨¦s, pero su culto tiene m¨¢s de dos mil a?os de antig¨¹edad. Los frailes Bernardino de Sahag¨²n y Diego Dur¨¢n las mencionan. Su efecto embriagador parece cosa del diablo. Intentar¨¢n cortar de ra¨ªz su uso, pero los ind¨ªgenas seguir¨¢n ingiriendo las setas sagradas en secreto. Est¨¢n presentes en los festejos de coronaci¨®n de Moctezuma en 1502. En Tenochtitlan llaman a estos hongos teonan¨¢catl, la ¡°carne de dios¡±, nosotros, psilocibes. La mayor¨ªa de las especies se encuentran en M¨¦xico, pero crecen tambi¨¦n en otros lugares. En Galicia son f¨¢ciles de encontrar.

Los Wasson estudiaron este culto ancestral y rastrearon su presencia en los misterios de Eleusis. Elio Ar¨ªstides (s. II) menciona que nunca se han suscitado mayores emociones mediante representaciones dram¨¢ticas. Y a?ade: ¡°en ning¨²n lugar ha existido una rivalidad mayor entre lo visto y lo escuchado¡±. Las visiones en el interior del santuario adquieren contornos r¨ªtmicos y los cantos asumen poderosas formas visibles. Para Porfirio, las setas eran la nodriza de los dioses y se hallaban contagiadas de la cualidad divina. La secuencia de im¨¢genes m¨ªstica se parece mucho a la psicod¨¦lica. Los hongos permiten penetrar otros planos de existencia, viajar en el tiempo (hacia delate y hacia atr¨¢s) y, seg¨²n los ind¨ªgenas, conocer lo divino. De ah¨ª que su experiencia sea conmovedora, abrumadora y, en ocasiones, terror¨ªfica. Nuestra dimensi¨®n finita no siempre puede soportar la visi¨®n de estos abismos. Hay, adem¨¢s, una intensificaci¨®n de la percepci¨®n, ¡°todo adquiere una claridad pr¨ªstina, todo parece reci¨¦n salido del taller del creador, y todo parece pre?ado de sentido¡±. Esa inmediatez es la que experiment¨® Plat¨®n cuando bebi¨® la poci¨®n en el templo de Eleusis. Especialmente interesante es c¨®mo se mezcl¨® el culto a los hongos sagrados con el cristianismo en la ¨¦poca colonial. A menudo se habla de las setas como la sangre de Cristo, que crecen s¨®lo all¨ª donde ha ca¨ªdo una gota de la sangre del salvador, o donde un poco de su saliva ha humedecido el terreno. El propio Cristo es quien habla a trav¨¦s de los hongos (Cristo en la materia, como en Teilhard de Chardin). Dios ha regalado a los indios las setas porque son pobres e iletrados (no pueden leer la Biblia) y carecen de m¨¦dicos y medicamentos. Dios les habla directamente a trav¨¦s del hongo. S¨®lo la persona pura puede comer las setas sin perjuicio. Se requiere abstinencia sexual, cinco d¨ªas antes y cinco d¨ªas despu¨¦s de la ceremonia. Si no se observan las prescripciones, el hongo puede enajenar e incluso matar a quien lo ingiere.

La primera experiencia de los Wasson con las setas data de 1927, durante su luna de miel en las monta?as de Catskill, no muy lejos de Nueva York. Valentina se ha formado como m¨¦dico en Londres, huyendo de la revoluci¨®n bolchevique. En el bosque donde se encuentra su caba?a encuentra multitud de hongos, a los que llama con su nombre ruso. Recoge algunos en su delantal. Robert le previene de su peligrosidad. Ella r¨ªe. Esa noche, Valentina prepara una sopa y una guarnici¨®n de hongos para la carne. Tras la velada, los hongos se convertir¨¢n en el centro de sus vidas. Estudian su influencia en todas las civilizaciones y ¨¦pocas y las diversas actitudes hacia ¡°esas criaturas de la tierra¡±, que dividen a las personas y las culturas en mic¨®filas y mic¨®fobas.

La primera expedici¨®n de los Wasson al pa¨ªs de los mazatecos de Oaxaca data de 1953. Robert Graves les ha puesto sobre la pista. Dos a?os despu¨¦s logran ser admitidos en una velada cham¨¢nica. Es la primera vez que unos blancos participan de esa comuni¨®n (si exceptuamos al jerezano ?lvar N¨²?ez Cabeza de Vaca, conquistador de la Florida y cham¨¢n). Las ceremonias se celebran bajo la forma de una consulta, que oficia la chamana. Los presentes toman tambi¨¦n setas, pero en una dosis menor, entre oraciones y conjuros. Se reza y se canta frente a un altar. Bajo la influencia de las setas, el oficiante entra en estado visionario. Wasson describe su experiencia. ¡°El cuerpo de uno yace en la oscuridad, pesado como un plomo, pero el esp¨ªritu se remonta y abandona la choza¡­ Lo que uno mira y lo que uno oye parece una misma cosa¡­ la m¨²sica de las esferas¡­ el cigarrillo que rompe la tensi¨®n de la noche tiene un aroma que jam¨¢s ha tenido, el vaso de agua es mejor que el champagne. La persona que ha ingerido hongos se encuentra suspendida en el espacio: una mirada despojada del cuerpo, invisible, incorp¨®rea, que ve pero no puede ser vista¡­ Alto nivel de sensibilidad y alerta. Para los griegos ekstasis significaba que el alma volaba fuera del cuerpo, y la palabra proven¨ªa de los misterios de Eleusis¡±.

Tiempo despu¨¦s, Hofmann realiza un autoensayo ingiriendo 32 ejemplares disecados de psilocibe mexicana. Ve ¨²nicamente motivos y colores ind¨ªgenas. El m¨¦dico que lo acompa?a y mide su presi¨®n sangu¨ªnea, le parece un inmolador azteca que blande un cuchillo de obsidiana. Contempla, en el rostro teut¨®nico de su colega, una expresi¨®n netamente ind¨ªgena. El caudal de im¨¢genes lo desborda, pero trance dura s¨®lo unas pocas horas. El ensayo le muestra que el ser humano es m¨¢s sensible a los psicod¨¦licos que el animal (se hab¨ªa ensayado en ratones y perros). Posteriormente sintetizar¨¢ la sustancia y descubrir¨¢ una estructura qu¨ªmica parecida al LSD. Ambas sustancias bloquean los efectos de la serotonina en diversos ¨®rganos.

En 1962, los Wasson invitan a los Hofmann a una expedici¨®n a M¨¦xico. Desde la capital viajan en autom¨®vil hasta Puebla, descienden el valle de Orizaba, cruzan en balsa el Popoloap¨¢n y llegan al pueblo mazateca de Jalapa D¨ªaz. Llevan pases del gobierno civil que certifican que se trata de una expedici¨®n cient¨ªfica. Comen en la casa de una vieja mazateca. En el centro de la choza hay un hogar abierto, construido con barro y elevado. Como lechos se usan unas esterillas de esparto. La choza se comparte con los animales dom¨¦sticos, cerdos negros, pavos y pollos. Comen pollo frito con frijoles y tortillas de ma¨ªz. Beben cerveza y un aguardiente de agave (tequila). A la ma?ana siguiente, alquilan unas mulas y se adentran en la sierra mazateca. Hace mucho calor y el aire es h¨²medo. Las mulas resultan la mejor manera de viajar por senderos poco transitables, siguen al animal gu¨ªa y no requieren indicaciones por parte del jinete. En los pasos dif¨ªciles, la mula elige instintivamente la mejor opci¨®n. Tras descansar varios d¨ªas en el poblado de Ayautla, prosiguen hasta San Jos¨¦ Tenango, donde Albert y su esposa se ba?an en una piscina natural y ven por primera vez un colibr¨ª en libertad.

El d¨ªa antes de partir, logran establecer contacto con una curandera. Al caer la noche, sin que nadie los vea, los llevan a una choza solitaria en la colina. Se considera punible hacer participar a los extra?os de los ritos sagrados. Una vez dentro, la chamana obstruye la entrada con maderos. Se acuestan en las esterillas. La chamana, que s¨®lo habla mazateco, prepara el filtro m¨¢gico con la hierba de la Pastora. Pregunta quienes quieren beber con ella. Hofmann se abstiene por arrastrar problemas estomacales. Gordon levanta la mano, tambi¨¦n la esposa de Hofmann. Ambos experimentan fuertes alucinaciones. Al terminar la ceremonia se desata una tormenta tropical. La lluvia golpea con furia el techo de la choza. La ceremonia es el punto culminante de la expedici¨®n de Hofmann en M¨¦xico. A los pocos d¨ªas, en Huatla, ofrecen sus respetos a Mar¨ªa Sabina, que se ha hecho famosa con las publicaciones de los Wasson. La curandera vive alejada del pueblo. Robert y Mar¨ªa se saludan como viejos amigos. La casa de aquella sesi¨®n legendaria fue quemada, incendiada por una horda enfurecida. Revelar el secreto de la ¡°carne de dios¡± a los extra?os se considera una traici¨®n a la comunidad. Por el nuevo hogar corren ni?os semidesnudos, pollos y cerdos. ¡°La vieja curandera ten¨ªa un rostro inteligente y con expresiones sumamente cambiantes¡±. Le impresiona que los extranjeros hayan podido retener el esp¨ªritu de los hongos en pastillas y de inmediato ofrece una consulta en casa de do?a Herlinda. All¨ª se re¨²nen esa misma noche. Mar¨ªa Sabina trae compa?¨ªa: sus dos hijas, Apolonia y Aurora, dos curanderas novicias y una sobrina. Esta vez s¨ª que participa Hofmann, con las pastillas que ¨¦l mismo ha sintetizado. Una de las hijas de Sabina prepara un jugo prensado con cinco pares de hojas de hierba Pastora. Hofmann quiere recuperar la sesi¨®n perdida. ¡°La p¨®cima es especialmente eficaz cuando la prepara un ni?o inocente¡±. Las pastillas tardan en hacer efecto. Sabina comenta que ha perdido el esp¨ªritu de la seta. Reaccionan r¨¢pido y Wasson reparte m¨¢s pastillas. Al poco rato comienza a desplegarse el esp¨ªritu de la pastilla, que dura hasta el amanecer, entre oraciones y cantos. Los quejidos l¨¢nguidos y voluptuosos de Apolonia y Aurora dan la sensaci¨®n de una embriaguez er¨®tica. Hofmann, que ha ingerido las hojas, se encuentra en un estado de hipersensibilidad, pero sin alucinaciones. El resto de la expedici¨®n vive ¡°un estado de embriaguez euf¨®rica, influenciada por la atm¨®sfera extra?a y m¨ªstica¡± (se confirma la tesis de Huxley de la importancia del entorno, de ah¨ª que carezca de sentido en el laboratorio). Al clarear la ma?ana, Mar¨ªa Sabina confirma que las pastillas tienen la misma fuerza que las setas y se alegra de poder realizar ahora las ceremonias en cualquier ¨¦poca del a?o.

Terminamos. La experiencia psicod¨¦lica ense?a tres cosas fundamentales. En el mundo que muestra, uno no se conoce a s¨ª mismo, m¨¢s bien se desconoce. S¨®lo se puede conocer verdaderamente al fantasma mental que nos hemos creado, de ah¨ª que algunos poetas y sabios afirmen: ¡°hay d¨ªas en los que me desconozco¡±. En segundo lugar, por decirlo al modo de Eckhart, que lo que se obtiene de la contemplaci¨®n debe devolverse en amor. La autotrascendencia redunda finalmente en solidaridad con los seres y el universo. Nada muy alejado de las tesis budistas sobre la empat¨ªa y la compasi¨®n. Pero hay un tercer aspecto, epistemol¨®gico, relacionado con el conocimiento en general. La posibilidad de esa experiencia directa, sin las distorsiones producidas por las palabras y los conceptos, nos permite liberarnos moment¨¢neamente de las ataduras simb¨®licas (aunque luego haya siempre que volver a ellas para narrar y compartir lo vivido). El recuerdo de esa liberaci¨®n hace que lo simb¨®lico se viva de otro modo. En este sentido, los ente¨®genos cumplen una funci¨®n educativa, sobre todo para mentes hipertrofiadas por el racionalismo, que es una versi¨®n radical de la dependencia simb¨®lica que caracteriza lo humano.

[1] El LSD es fotosensitivo. El ox¨ªgeno del aire lo destruye por oxidaci¨®n y la incidencia de la luz lo desactiva. S¨®lo se conserva indefinidamente en ampollas exentas de ox¨ªgeno y protegidas de la luz. Diseminado en papel secante se descompone en el curso de semanas o meses.

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