En la carretera con Ed Ruscha, cronista de la ca¨ªda del imperio americano
La retrospectiva que el MoMA dedica a la obra pop y conceptual del veterano artista es todo un triunfo y uno de los acontecimientos culturales del oto?o neoyorquino
Hay artistas de su tiempo y artistas a los que el tiempo acaba dando la raz¨®n. Y luego est¨¢ Ed Ruscha, emblem¨¢tico y visionario a la vez. La exposici¨®n que le dedica el MoMA ¡ªcon toda raz¨®n, uno de los acontecimientos culturales del oto?o neoyorquino¡ª presenta al Ruscha (pron¨²nciese Ruu-SHEY) que supo atrapar el Estados Unidos en el que creci¨®, una Am¨¦rica de billboards y gasolineras, de anuncios tipogr¨¢ficos y calles interminables para ser admiradas mejor desde el coche. Pero tambi¨¦n al tipo que podr¨ªa ma?ana mismo abrirse una cuenta de Instagram y cosechar seguidores con mensajes congelados sobre fondo neutro, como en la pieza de yema de huevo sobre tela de muar¨¦ People Getting Ready to Do Things (gente que se prepara para hacer cosas, de 1974).
El t¨ªtulo de la muestra, Now Then, es, por tanto, elocuente. Ahora y entonces, su arte, rabiosamente local ¨Dde Oklahoma City, la ciudad en la que creci¨®, a Los ?ngeles, la metr¨®polis de la que se convirti¨® en cronista gr¨¢fico y archivista oficioso¨D habla del esplendor del imperio tanto como de su ocaso, siempre nuevo y tan viejo. Con ella, el MoMA despide antes de que sea demasiado tarde a uno de los grandes creadores estadounidenses de la segunda mitad de siglo, un t¨®tem entre el arte conceptual y el pop, que asiste a sus 85 a?os a un homenaje que continuar¨¢ a partir de abril en el LACMA (Museo de Arte del Condado de Los ?ngeles), instituci¨®n a la que prendi¨® fuego en una de sus obras m¨¢s famosas de los a?os sesenta, incluida en la exposici¨®n de Nueva York.
En uno de los paneles de la muestra del MoMA ¡ªcon sus m¨¢s de 200 piezas, entre pintura, dibujo, fotograf¨ªa, v¨ªdeo o instalaciones, es la m¨¢s completa consagrada hasta la fecha a su figura¡ª, Ruscha se disculpa por no haber tenido un ¡°r¨ªo Sena, como Monet¡±. ¡°Tuve, al menos, la Ruta 66 entre Oklahoma y Los ?ngeles¡±. Lo cierto es que tambi¨¦n dispuso de otras cosas: de la c¨¢mara de fotos a las tiras de la huerfanita Annie o el hechizo de los monos¨ªlabos guturales, ¡°OOF¡±, ¡±HONK¡±, ¡°SMASH¡± o ¡°BOSS¡±, que pint¨® al principio de su carrera, a su vuelta de un revelador road trip por Europa, como quien pinta una vista de Par¨ªs.
Las onomatopeyas le llevaron pronto a las ic¨®nicas perspectivas de gasolineras en Amarillo (Texas) y a abonar la gran mitolog¨ªa del Oeste con sus panor¨¢micas del logotipo de Hollywood mientras arde el crep¨²sculo (otro incendio) o fotolibros tan memorables como Twentysix Gasoline Stations (1962), Some Los Angeles Apartments (1965), Every Building on the Sunset Strip (1966) o Nine Swimming Pools and a Broken Glass (1968), todos ellos impresos sin solemnidad alguna, con t¨¦cnicas baratas y tiradas largas. Es un acierto del comisario, Christopher Cherix, conservador jefe de pintura y obra gr¨¢fica del museo, mostrarlos en el centro de los espacios expositivos, con los mismos honores que la obra pict¨®rica.
Ya en las primeras salas de la muestra queda claro que el arte de Ruscha, prestidigitador de la palabra como un objeto encontrado m¨¢s, grita desde el lienzo. Luego uno aprende que tambi¨¦n huele, y mancha. A eso aspira, entre otros experimentos con texturas de jarabe de arce o con p¨®lvora durante sus a?os de ¡°romance con los l¨ªquidos¡±, la pieza Chocolate Room, una habitaci¨®n cubierta de cacao del suelo al techo creada para la Bienal de Venecia de 1970 y que ahora se recrea en Nueva York como una idea congelada en el tiempo. Es inevitablemente uno de los hitos de la exposici¨®n, pero tambi¨¦n una de las obras m¨¢s banales del recorrido.
Tanto devaneo multidisciplinar lo emparenta con otros artistas, made in America y obsesionados con la cultura popular, como Bruce Conner. A diferencia de aqu¨¦l, a Ruscha se lo ve c¨®modo en el mensaje corto y eficaz, al que acabar¨ªa volviendo en su trabajo de los a?os ochenta y noventa, d¨¦cadas en las que los campos de color del principio de su carrera dejaron ocasionalmente paso a un sombr¨ªo blanco y negro. Con el nuevo siglo, etapa despachada en la muestra con cierta desgana, parece llegar para Ruscha el descubrimiento de la naturaleza, con esas monta?as californianas que sirven de fondo a los mensajes, entre dada¨ªstas y profundos, de siempre (¡°No pague nada hasta abril¡±), as¨ª como el arte m¨¢s expl¨ªcitamente pol¨ªtico y menos interesante, que ejemplifica la bandera estadounidense ondeando hecha jirones que pint¨® durante el primer a?o de Donald Trump en la Casa Blanca.
En otra muestra de su imp¨¢vido sentido del humor, Ruscha cre¨® para la primera gran exposici¨®n dedicada a su carrera (en 1982, en el Museo de Arte Moderno de San Francisco) un dibujo con el mensaje en letras blancas de palo seco ¡°I Don¡¯t Want No Retro Spective¡± (no quiero ninguna retro-spectiva). Era su manera de quitarse importancia, otra constante de su proceso creativo, que, a la luz de la exposici¨®n que ahora le dedica el MoMA, solo cabe interpretar como un acto definitivo de falsa modestia. La muestra y su cat¨¢logo refutan esa idea al presentar al artista m¨¢s all¨¢ de los clich¨¦s de la carretera, las gasolineras y el sue?o americano, que se entiende mejor visto en conjunto, como un creador en continuo di¨¢logo consigo mismo, capaz de ser al mismo tiempo profundo y entretenido. El homenaje a uno de sus grandes ex¨¦getas tambi¨¦n deja un nost¨¢lgico sentimiento de a?oranza por la cultura de masas como lingua franca para el an¨¢lisis de lo que nos sucede. Un punto de encuentro que el cataclismo de las redes sociales y su cacof¨®nico c¨®ctel de identidades hizo desaparecer del mapa.
¡®Ed Ruscha / Now Then¡¯, MoMA, Nueva York. Hasta el 13 de enero de 2024.
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