El planto de Lolita en la jaula de Bernarda Alba
La artista abarrota el Teatro Espa?ol de Madrid con el soliloquio de ¡®Poncia¡¯, personaje lorquiano que Lola Flores, su madre, rechaz¨® en su d¨ªa porque no le parec¨ªa suficientemente bien pagado. La refundici¨®n de Luis Luque se despega apenas del original
La casa de Bernarda Alba es un drama sobre la condici¨®n femenina, la represi¨®n feroz del instinto sexual y la brecha de clase. Concebida en 1936 para 16 actrices, doscientas figurantes y ning¨²n var¨®n, fue algo in¨¦dito: su estreno se vio truncado por el comienzo de la Guerra Civil y el asesinato de Federico Garc¨ªa Lorca. La obra se abre con una muerte, la del esposo de Bernarda, y se cierra con el suicidio de Adela. Ah¨ª es donde arranca Poncia, la relectura de la pieza lorquiana que Luis Luque firma en el Teatro Espa?ol, de Madrid. Muerta la hija menor, la criada de Bernarda, que tan cordialmente odi¨® a su se?ora, sale a contar lo sucedido. Lolita, su int¨¦rprete, est¨¢ llenando el teatro hasta la bandera.
Luque parte de una idea de Miguel Narros, su mentor, que en su ¨¦poca de director del Espa?ol quiso que Lola Flores interpretara a este personaje en un montaje de Jos¨¦ Carlos Plaza. Poncia es un solo en el que la sirvienta dice los textos que Lorca escribi¨® para ella. Tambi¨¦n se apropia de algunos parlamentos de Adela y se desdobla en di¨¢logos con su se?ora o con Mar¨ªa Josefa, la abuela, v¨ªctima junto a sus nietas de la tiran¨ªa impuesta por la matriarca narcisista. Sin actrices que le den la r¨¦plica ni espaldas en las que apoyarse, Lolita le insufla energ¨ªa a su soliloquio a base de convicci¨®n. Su trabajo tiene pathos. Dice el texto con econom¨ªa emocional, de manera contenida siempre, con cierta sequedad incluso, pero con una vibraci¨®n tect¨®nica. A cada palabra, algo se le remueve.
Su primera escena transcurre en el interior de una jaula de seda trasl¨²cida, que oculta a Poncia aunque deje ver su silueta. Es una apuesta arriesgada pero inteligente de Luque, pues el p¨²blico de Lolita, que anhela verla, ha de aguardar expectante cerca de diez buenos minutos para satisfacer su deseo. El espacio esc¨¦nico dise?ado por Monica Boromello da juego por la extensi¨®n, movilidad, transparencia, ductilidad y adherencia de las banderolas que lo conforman, confeccionadas con la seda caracter¨ªstica de los telones del teatro kabuki. Extendidas hasta el piso, las telas sugieren el laberinto interior donde penan las cinco hijas de Bernarda; izadas a media altura evocan el mar en el que Poncia se sumerge sensualmente, durante una retrospecci¨®n embellecida por la luz de Paco Ariza.
Luque intenta extraer una moraleja optimista y aleccionadora, ajena al pesimismo objetivo (o al optimismo bien informado) caracter¨ªstico del drama lorquiano. Dice que el sacrificio de Adela servir¨¢ para algo. No lo parece, bien le¨ªdo el original, al que el refundidor no a?ade ning¨²n otro punto de vista. El espect¨¢culo, muy expresivo, pone en pie a diario a un p¨²blico transversal tanto en edades como en clases sociales. Gusta, sobre todo, por el nervio y el tu¨¦tano que le pone Lolita a su labor. Al final de cada funci¨®n, siempre, la actriz se prodiga en comentarios y en palabras cari?osas con su fervorosa parroquia.
¡®Poncia¡¯. Texto y direcci¨®n: Luis Luque, a partir de ¡®La casa de Bernarda Alba¡¯. Madrid. Teatro Espa?ol, hasta el 3 de diciembre.
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