Yoko Ono, la artista desconocida m¨¢s famosa del mundo
La Tate Modern dedica una estimable retrospectiva a la japonesa, pero que no logra cumplir su objetivo principal: resignificar su trabajo como creadora
Sucedi¨® en marzo de 1945. Yoko Ono ten¨ªa 12 a?os cuando el ej¨¦rcito estadounidense bombarde¨® Tokio, por lo que la futura artista fue evacuada por su familia de acaudalados banqueros descendientes de samur¨¢is en direcci¨®n a una granja en el campo. Con su hermano menor, la futura artista sol¨ªa acostarse en el tejado de la casa, observar el espect¨¢culo de un cielo que no estaba manchado por las detonaciones y proyectar sobre las nubes banquetes imaginarios, propios de los tiempos de bonanza. ¡°Usamos nuestros poderes de visualizaci¨®n para sobrevivir¡±, dijo Ono una vez. ¡°Tal vez fuera mi primera obra de arte¡±.
La cita se encuentra al comienzo de la exposici¨®n que la Tate Modern dedica desde esta semana a la artista japonesa, uno de los platos fuertes de la temporada londinense del arte, y transmite una idea poderosa y tentadora. Nos invita a observar todo lo que veremos expuesto a lo largo de salas sucesivas ¡ªy, por extensi¨®n, toda la obra de Ono¡ª como producto de un trauma infantil, como si la experiencia temprana de la destrucci¨®n at¨®mica en su pa¨ªs la hubiera obligado a imaginar sin cesar mundos paralelos, sociedades alternativas y un arte que resultara un poco ¨²til frente a todas las hecatombes. Como reza la famosa cita sobre la imposibilidad de escribir poes¨ªa despu¨¦s de Auschwitz, ?pod¨ªa uno limitarse a hacer paisajismo tras la bomba de Hiroshima?
Lo de Ono fue una tabula rasa, un intento de empezar de cero cuando el modelo anterior (de creaci¨®n, de sociedad, de civilizaci¨®n) se hab¨ªa revelado inservible. Una d¨¦cada despu¨¦s, convertida en refugiada chic siendo una estudiante de liberal arts en Sarah Lawrence, cre¨® otra obra de arte partidaria de ese manifesting que predican las seudociencias, solo que bastante m¨¢s oscuro que los juegos mentales que inventaba de peque?a con su hermano: ¡°Enciende una cerilla y obs¨¦rvala hasta que se apague¡±. Hablando en plata, siempre nos hab¨ªa parecido una soberana estupidez hasta esta exposici¨®n: ah¨ª estaba el destello y el apag¨®n de una vida fugaz, como la estela de una bomba que se extingue en unos segundos.
La pieza formar¨ªa parte de sus primeros ¡°conciertos de sonidos inaudibles¡± como los que luego organiz¨® con La Monte Young en su loft de Manhattan. En 1961, Ono obtuvo su primera exposici¨®n en la AG Gallery, vivero del Fluxus, donde present¨® sus Instruction paintings, delicadas miniaturas con inscripciones escritas en japon¨¦s, con las que ped¨ªa al visitante que completara la obra en su cabeza. ¡°Imagina que las nubes gotean. Cava un hueco en el jard¨ªn para recoger el agua¡±, rezaba una de las m¨¢s inteligibles. Si el Fluxus, al que nunca se asoci¨® oficialmente, sustituy¨® los objetos por sonidos y acciones, Ono quiso reemplazar la pintura por el lenguaje. Ten¨ªa solo 28 a?os, pero ya hab¨ªa querido derribar algunos de los pilares del arte contempor¨¢neo. Poco despu¨¦s, escenific¨® su famosa Cut Piece en el Sogetsu Center de Tokio. Sentada en el escenario, invit¨® a la audiencia a desnudarla a golpe de tijeretazos. La muestra de la Tate recoge un v¨ªdeo restaurado de la recreaci¨®n de esa obra en Nueva York, filmado por los hermanos Mayles, que parece denunciar la vulnerabilidad de la condici¨®n femenina, un cl¨¢sico en el repertorio del feminismo de la segunda ola, pero que tambi¨¦n presagia la escabechina p¨²blica a la que se someter¨ªa al convertirse en se?ora de Lennon.
La muestra nos sugiere que Ono no acab¨® con los Beatles, sino al rev¨¦s: fueron los Beatles los que acabaron con Yoko Ono
Reza la leyenda (mis¨®gina, injusta, infundada) que Ono acab¨® con los Beatles. Al visitar esta exposici¨®n, nos viene a la cabeza que tal vez fue al rev¨¦s: fueron los Beatles los que acabaron con Yoko Ono. Como si las mieles del ¨¦xito, los famosos bed-ins por la paz ¡ªque, reproducidos en una pantalla gigante en la Tate, resultan bastante insufribles: Lennon act¨²a como un absoluto imb¨¦cil y ya se sabe que todo se pega, excepto la hermosura¡ª y, en especial, la experiencia arrasadora de la fama hubieran aniquilado tambi¨¦n su arte. Hay un antes y un despu¨¦s del encuentro con Lennon en la cronolog¨ªa imprecisa que propone el museo. Casi todo lo que veremos despu¨¦s nos parecer¨¢ vacuo e inocuo, con la excepci¨®n notable de su v¨ªdeo Fly (1970-71), realizado junto a Lennon, donde varias moscas sobrevuelan el cuerpo desnudo de una mujer, que lo acarician con sus alas como si lo profanaran. Es una obra arrebatadora: trat¨¢ndose de esos invertebrados, no queda claro si ese cuerpo es deseable o putrefacto.
Ya exist¨ªa en el arte de Ono una tendencia creciente a lo populista, como demuestran obras de los sesenta como Shadow Piece (dibuja tu sombra sobre una pared) o Painting to Hammer a Nail (clava un clavo sobre un lienzo blanco). En la parte final de una trayectoria que ya damos por casi terminada ¡ªOno cumplir¨¢ ma?ana mismo 91 a?os¡ª se agrava esa invitaci¨®n a la participaci¨®n a ultranza. Es un arte para todos que no debe de sacudir a casi nadie (cuelga un deseo de un ¨¢rbol y piensa muy fuerte en la paz mundial). ?Exageramos? Una serie de cuadros de 1999, presentada tambi¨¦n en la muestra de Londres, transforma sus radicales instrucciones de los sesenta en cuadros monocromos que llevan escritos verbos que leemos en un imperativo amable. Imagine. Remember. Touch. Solo la coda final nos hace cambiar de opini¨®n: son las im¨¢genes de un concierto de hace 10 a?os en el que Ono se entreg¨® a un sinf¨ªn de emociones en forma de sonidos, gemidos de placer, y luego gritos de dolor, y luego trances propios de la demencia.
Precisamente, la muestra se titula Music of the mind, como una serie de sus conciertos en los sesenta. ¡°Mis obras solo est¨¢n pensadas para inducir m¨²sica en nuestra cabeza¡±, explic¨®. En las primeras salas nos parece escuchar esas sinfon¨ªas mentales, sin duda dodecaf¨®nicas, en la mente propia y en las ajenas. En las ¨²ltimas, no se detecta ning¨²n sonido. La muestra, excepcional en su primer tramo, se va desinflando al mismo ritmo que el arte de Ono, y las tesis ins¨®litas de comisariado desaparecen para dejar lugar a instalaciones family-friendly. El espacio dedicado a la m¨²sica de Ono, con auriculares colgando de una sala con aires de no lugar, es especialmente fallido, igual que la incapacidad de la muestra a la hora de se?alar su influencia en artistas posteriores, de Bas Jan Ader a Douglas Gordon, de Marina Abramovic a Lady Gaga. Sobre el papel, por sus dimensiones y por el clima cultural propicio que la envuelve, parec¨ªa una de esas monogr¨¢ficas que logran cambiar la percepci¨®n p¨²blica de un artista. Seguiremos esperando.
¡®Yoko Ono. Music of the Mind¡¯. Tate Modern. Londres. Hasta el 1 de septiembre.
Puedes seguir a Babelia en Facebook y X, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.