Manuel Vicent: ¡°Estoy llegando al final del r¨ªo¡±
De la canci¨®n que tocaba su padre al viol¨ªn y marc¨® su vida a la muerte de su hijo Mauricio. El escritor publica su libro m¨¢s autobiogr¨¢fico
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Manuel Vicent dice que la vida, como el viol¨ªn, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Su literatura se asemeja m¨¢s al fuelle de un acorde¨®n, que pliega y despliega el tiempo para crear, con fin¨ªsimas variaciones, una misma melod¨ªa: la memoria fermentada. Arte tejido en el telar de los recuerdos.
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Me presento en casa de Manuel Vicent con un objeto, una canci¨®n y una sola pregunta en el cuaderno.
El ni?o de La Vilavella ya tiene 88 a?os. Sus ojos color mediterr¨¢neo, encaramados sobre dos bolsas llenas de una pena y muchos sue?os, siguen impresionando. La barba de chivo es una marca, casi ex libris, de su rostro. Habla como remataba a puerta en su infancia el valencianista Mundo: golpe suave y demoledor. Sentados en el estudio donde escribe y duerme ¡ªpor tanto: piensa y sue?a en la misma estancia¡ª se hace el silencio. Suena la canci¨®n. Es el intermedio de La leyenda del beso. Bastan las cuatro primeras notas. La voz se le quiebra.
¡ªEn la mucosa m¨¢s ¨ªntima de mi cerebro est¨¢ inscrita esta canci¨®n. Yo ten¨ªa dos a?os. Iba a gatas. Mi padre estaba refugiado, como un topo, en el piso superior de la casa. Escondido en plena Guerra Civil. Y cuando se iban los militares que se hab¨ªan incautado de la casa, mi padre tocaba el viol¨ªn. Siempre tocaba esta canci¨®n, tal vez la ¨²nica que sab¨ªa. Y cuando a la ca¨ªda del sol bajaba esta melod¨ªa por la escalera, yo gateaba y miraba arriba. Esa canci¨®n me ha sustentado m¨¢s que cualquier idea de infierno o de para¨ªso. Esa canci¨®n es la base de mi vida.
Le doy el objeto. Lo destapa. Es una pastilla de Heno de Pravia. Con ese jab¨®n le lavaba la cara su madre en la posguerra. Vicent sonr¨ªe, cierra los ojos, lo acaricia con la nariz y emite un veredicto de lirismo incomparable: ¡°?Es la hostia!¡±.
¡ªHay un momento breve, entre que naces y creces, en el que est¨¢s en la misma longitud de onda que la naturaleza. Es el estadio paradisiaco que precede a querer ser como Dios. Tus sentidos corporales forman un nudo, y luego entiendes que la vida no consiste m¨¢s que en ir desenredando lentamente ese nudo. Esa primera memoria sensorial marca m¨¢s que nada.
¡ª?Cree que ha sido una persona en exceso sentimental?
¡ªS¨ª, aunque no me guste demostrarlo. Toda la vida he hecho lo posible por no manifestar mis sentimientos. Ese ha sido uno de mis fallos: no ser espont¨¢neo. Me he comido muchos sentimientos. Tal vez, si los hubiera manifestado, habr¨ªa sido m¨¢s feliz. La literatura ha sido una v¨¢lvula de escape.
La pregunta anotada en el cuaderno es c¨®mo fermenta la memoria en su literatura. El proceso por el cual transforma los recuerdos en novelas y columnas.
Manuel Vicent piensa un instante. Est¨¢ rodeado de libros y de un retrato que le hizo El Roto. Por la ventana asoma el jard¨ªn donde florece mayo con prunos, membrilleros, adelfas y glicinas.
¡ªEl yo no es m¨¢s que memoria, y la literatura no es m¨¢s que memoria transformada por la imaginaci¨®n. Debe pasar el tiempo para que la imaginaci¨®n deforme est¨¦ticamente el pasado. La memoria se tiene que pudrir para germinar en literatura, igual que se pudre cualquier semilla.
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El nuevo libro de Manuel Vicent se titula Una historia particular. Son 200 p¨¢ginas de emoci¨®n. Un viaje que comienza en el tiovivo donde daba vueltas y so?aba ese ni?o, aquel pa¨ªs.
Entonces la patria era el Cara al sol con un brazo estirado en el patio y un bocadillo de at¨²n en la otra mano. La infancia eran las acequias donde ba?arse desnudo entre naranjos y pan con chocolate. Y el verano era el viento en la cara de la Vespa.
¡°Me he comido muchos sentimientos. Tal vez, si los hubiera manifestado, habr¨ªa sido m¨¢s feliz¡±
El primer beso era la magia que suced¨ªa junto al mar mientras el vocalista cantaba Arrivederci, Roma. El baile era el olor a lavanda de una chica con falda floreada y el Only You en el pic¨². Y la noche de San Juan era el croar de ranas, sardinas asadas y unas risas adolescentes que desconoc¨ªan los problemas.
Esa vida iba creciendo. Estudiar Derecho era el olor a incienso mezclado con canto gregoriano antes de clase. La tecnocracia era el tren borreguero con el recluta Vicent en un largo viaje al fin de la noche de su madre, que muri¨® con el nombre de su hijo en los labios antes de que ¨¦l llegara a tiempo. Aterrizar en Madrid era anhelar escribir en La Codorniz, que desafiaba la censura con aquel parte meteorol¨®gico: ¡°Gobierna en toda Espa?a un fresco general procedente de Galicia¡±. La noticia de la muerte de aquel general ¡ªconocida por la radio de un Morris verde¡ª era el sonido de la libertad. Y el perfume de la Transici¨®n era el gas lacrim¨®geno a las puertas del concierto de Raimon.
La vida fue pasando. Los 45 en el espejo eran ese extra?o velo en la mirada que aflora al marcharse la juventud. Cumplir 75 fue ver arder la Puerta del Sol el 15-M y creer llegado el tiempo de leer a Montaigne. Los perros y sus ense?anzas han sido siempre la medida de una vida. Lara: gozar sin culpa. Nela: la locura anarquista. Tobi: el hedonismo. Lindo y Ron: la lealtad. Y Perdita. Y L¨ªa. Y tantos perros. Ahora tiene a Blacky y C¨ªa. Envejecer, dice Manuel Vicent, es darse cuenta de que uno llorar¨¢ el adi¨®s de muchas perras hasta que, al final, siempre habr¨¢ una perra que llore por ti. Envejecer es tambi¨¦n ver la vida como en Cinema Paradiso: primero, las aventuras inolvidables de ni?o; a?os despu¨¦s, la llamada que informa de que ha muerto Alfredo o aquel ni?o que te cog¨ªa la mano en la fila del colegio.
Todas esas historias, contadas por Manuel Vicent en las p¨¢ginas de Cultura de este peri¨®dico, cambian de piel y tono en este libro. La vida fermentada en literatura. La memoria personal destilada en memoria ¨ªntima de un pa¨ªs.
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Manuel Vicent ha firmado 3.012 art¨ªculos en EL PA?S. El primero es de julio de 1977: una cr¨®nica literaria de la sesi¨®n inaugural de las primeras Cortes democr¨¢ticas. Asalta una frase de aquel primer¨ªsimo Vicent: ¡°El discurso de la Corona ha sido m¨¢s o menos el que se esperaba, un b¨¢lsamo aromado, un vaho democr¨¢tico de eucaliptus que igual podr¨ªa servir para curar el empacho de Fraga que el sarpullido de Carrillo¡±.
Ha pasado casi medio siglo. Otro rey ocupa el trono; Vicent contin¨²a en su silla de enea. Dice que en las columnas busca avivar tres sensaciones en el lector. Que piense. Que mire la realidad desde otro ¨¢ngulo. Que no se amargue el domingo.
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La escritura de Manuel Vicent ha sido investigada por Raquel Macciuci, profesora de Literatura Espa?ola en la Universidad Nacional de La Plata. Ella ha escrito el largo estudio introductorio a su novela Contra Para¨ªso (C¨¢tedra). All¨ª habla de su po¨¦tica de contrastes y paradojas bajo una sugerente etiqueta: ¡°La est¨¦tica del ox¨ªmoron¡±. Macciuci habla de las ant¨ªtesis de Manuel Vicent: un esp¨ªritu mediterr¨¢neo que habita en la meseta; un escritor l¨ªrico de peri¨®dicos; un hombre criado en valenciano que escribe en castellano; un autor que ilumina lo ordinario con una luz extraordinaria; que tiene una vocaci¨®n urbana y a la vez exalta la naturaleza y lo m¨¢s at¨¢vico; que empez¨® con un estilo abigarrado y evolucion¨® hacia un clasicismo cada vez m¨¢s desnudo; que a¨²na lo grotesco y lo ilustrado; que habla de dioses como humanos y de humanos como dioses.
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La entrevista contin¨²a en esta casa cercana a la estaci¨®n de Chamart¨ªn que antes perteneci¨® al cineasta Mario Camus.
Qu¨¦ obsesiones tiene el apol¨ªneo Vicent.
Qu¨¦ tristezas empapan al vitalista Vicent.
En Una historia particular se entrev¨¦ su obsesi¨®n por adelantar. Por superarse y destacar en dos frentes: ser buen articulista, ser buen novelista. Una obsesi¨®n por vivir deprisa. La ambici¨®n. Ya no.
¡ªLlega un momento en la vida en que descubres que la felicidad est¨¢ en la renuncia. En ir despoj¨¢ndote de aquello que te sobra. A eso ense?a el espejo, cuando refleja tu deterioro f¨ªsico, y ense?a tambi¨¦n el mar. Cuando navegas, bajo la quilla asoma el abismo. T¨² peleas con la ca?a y la vela frente a la adversidad, buscando el l¨ªmite contra el abismo. El mar te ense?a que hay poderes superiores que no conviene desafiar. Pero es que, adem¨¢s, yo nunca he sido valiente. De ni?o, nunca fui el jefe del grupo. Susurraba las ideas, pero no me atrev¨ªa a encabezarlas. Jam¨¢s me pele¨¦ con un ni?o. Quiz¨¢ por eso siempre me han dicho que all¨¢ por donde paso nunca soy uno de los nuestros. Ese rechazo a entregarme a una causa, a un sistema, deriva de una independencia un tanto an¨¢rquica.
¡ªOtros han cambiado mucho. Usted parece el mismo de siempre.
¡ª?Y el primero que se sorprende soy yo! A lo mejor es porque no creo en nada. Y al no creer en nada, creo en todo. Pienso igual que cuando ten¨ªa 18 a?os. Nunca he cambiado de bando, pero es porque nunca he tenido bando, lo cual facilita mucho las cosas. Solo soy un dem¨®crata.
Est¨¢n las obsesiones. Y est¨¢n las tristezas. Su hijo Mauri dej¨® esta vida hace 342 noches. No hab¨ªa cumplido los 60. Alguien como Manuel Vicent, cuya escritura brilla por celebrar la vida, ?c¨®mo soporta esa tristeza?
¡ªAhora estoy muy tocado. Lloro m¨¢s. Por las tardes me pongo m¨²sica. Canciones que me recuerdan otros tiempos. Y ahora me siento flojo frente a los recuerdos. A veces, incluso me excito buscando el placer morboso de comprobar hasta qu¨¦ punto puedo resistir una canci¨®n sin llorar. Eso es porque uno est¨¢ llegando al final del r¨ªo y, en su desembocadura, las aguas dejan de ser turbulentas y describen curvas suaves. Pero me gusta que en esa desembocadura haya muchos p¨¢jaros, gaviotas, patos. Y de pronto, todo ese enredo psicol¨®gico se cura con la llamada de un amigo.
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Uno de esos amigos es Joan Manuel Serrat. ?l ha cantado el Mediterr¨¢neo; Vicent lo ha contado. Le planteo al cantante de Poble Sec qu¨¦ Mediterr¨¢neo ha aprendido de Manuel Vicent. Serrat responde con un poema. Dice as¨ª:
El mar Mediterr¨¢neo de Vicent
desborda la paleta de Sorolla
y borracho de azahar en primavera
nos asalta y nos pega un revolc¨®n.
Duerme la siesta, con moscas, a la
sombra,
mecido en el temblor de los obenques.
Por all¨ª Ulises naufrag¨® cien veces
y otras cien veces volvi¨® a levantarse.
Lo han llamado de muchas maneras
quienes de mano en mano levantaron
ese pa¨ªs de espuma perezosa,
madre capaz de albergarles a todos:
el mar que inunda los ojos de Manuel,
el mar de mis mayores, el mar m¨ªo.
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Antes de que saque una cerveza y unas papas, Manuel Vicent hablar¨¢ de monos y hablar¨¢ de basura.
Del mono dir¨¢ lo siguiente: que el hombre dej¨® de ser mono cuando se ensimism¨®; cuando, en vez de estar pendiente de los est¨ªmulos exteriores, se mir¨® a s¨ª mismo. En ese momento tuvo conciencia y memoria. En el mundo de hoy, dir¨¢ Manuel Vicent, estamos alterados por todo lo que viene de fuera. La aceleraci¨®n y la alteraci¨®n permanente, propia del simio en una jaula, son la cultura del presente. Como dec¨ªa Schopenhauer, no es que el hombre venga del mono, es que vamos al mono. Y si bien lo miras, dir¨¢ Vicent, convertirse en mono tampoco est¨¢ tan mal.
De la basura dir¨¢ lo siguiente: que de la conversaci¨®n p¨²blica ha salido siempre la mejor filosof¨ªa. En torno a una mesa, o debajo de una higuera, o en las letrinas de ?feso. Pero hablando. Y despu¨¦s de hablar, lo que quedaba en el aire era aquello que fermentaba. Lo que alimentaba a poetas, a cient¨ªficos, a moralistas. En cambio hoy, lo que queda en el aire p¨²blico es basura. Y la estamos respirando todo el tiempo. La vamos haciendo sangre de nuestra sangre.
¡°Nunca he cambiado de bando, pero es porque nunca he tenido bando. Solo soy un dem¨®crata¡±
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Manuel Vicent tiene otra casa de escritura: la editorial Alfaguara. Publica all¨ª desde 1966, dos a?os despu¨¦s de su fundaci¨®n. Hace unos meses, por el 60? aniversario de la editorial, Juan Cruz convers¨® con 42 autores del sello. El volumen no venal, ?rase una vez Alfaguara, lo abr¨ªa Vicent, el decano, autor de t¨ªtulos importantes. Tranv¨ªa a la Malvarrosa: su gran hit, un viaje inici¨¢tico a la Valencia sensual de posguerra. Son de mar: una historia adictiva de n¨¢ufragos y pasiones. Retrato de una mujer moderna: el redescubrimiento feminista de Concha Piquer. Aguirre, el magn¨ªfico: un lienzo del duque de Alba y su pa¨ªs. Ava en la noche: veladas evocadoras en el despertar tardofranquista. Y as¨ª, cuarenta y tantos libros m¨¢s.
Le pregunta su antiguo editor cu¨¢l fue su mejor momento para escribir. Vicent responde que sucedi¨® un d¨ªa, en ?taca, al pie de un olivo milenario.
¡ªAll¨ª saqu¨¦ mi libretita y me dije: estoy en el mejor momento de mi vida y en el lugar m¨¢s excelso de la historia de la literatura. Me dispuse a escribir¡ y no se me ocurri¨® nada.
10
Es el ¨²ltimo minuto de nuestra charla. Sobre la mesa refulge la portada de Una historia particular, con un ni?o de sonrisa angelical. Tiene los ojos cerrados y escucha el murmullo del mar a trav¨¦s de una caracola.
¡ªAll¨¢ al fondo veo a ese ni?o que iba a la escuela, sonando los l¨¢pices en la bolsa. Veo al maestro y el dictado, veo la posguerra y el padre autoritario. Veo la oscuridad, los curas, el miedo que te met¨ªan en la m¨¦dula.
¡ª?Y qu¨¦ le dir¨ªa a aquel ni?o?
¡ªAtr¨¦vete. Eso le dir¨ªa: atr¨¦vete. Atr¨¦vete a ir al infierno.
Una historia particular. Manuel Vicent. Alfaguara, 2024. 208 p¨¢ginas. 18,91 euros.
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