La voluptuosidad y la rutina
15.000 personas vibran con el baile sensual de la diva de Barbados Un concierto milimetrado de casi dos horas que no admite improvisaci¨®n.
Andamos estos d¨ªas con el fr¨ªo metido en los tu¨¦tanos y esa iluminaci¨®n navide?a que deprimir¨ªa hasta al abuelo de Heidi, y en esas llega una morena de Barbados que a su segunda canci¨®n en el Palacio de Deportes ya se contonea con un biquini tan multicolor y escuet¨ªsimo como si nos teletransportaran al carnaval de Tenerife. La muchachuela responde al nombre de Rihanna, evidentemente; las 15.000 personas que abarrotan el pabell¨®n vibran con cada diablura p¨¦lvica y su espect¨¢culo, desde la hipercal¨®rica Only girl (in the world) y durante casi dos horas, tiene m¨¢s de audiovisual, l¨²brico y aer¨®bico que de sonoro. La diva jam¨¢s pretende educarnos el o¨ªdo, sino estimularnos las pupilas. O lo que proceda.
La gira Loud es un montaje con tanta parafernalia (luces, pirotecnia, pantallas) que no admite improvisaci¨®n. Ayer era jueves y coincidi¨® que nos encontr¨¢bamos en Madrid, pero los acontecimientos habr¨ªan discurrido de manera id¨¦ntica en Oklahoma, Siracusa o Constantinopla. Cuatro pantallas como ojos desorbitados reciben a la gran dama, de 23 a?os, en un cascar¨®n met¨¢lico y cubierta con un vestidito azul met¨¢lico. Su cuerpo de baile es tan colorista como un episodio de los Teletubbies, solo que con capacidad de reproducci¨®n. Y el sonido resulta atronador, aunque apenas hay rastro de los m¨²sicos, variedad ins¨®lita de hom¨ªnidos en los conciertos de esta mujer.
Puede que Rihanna recordase anoche su desangelado paso de junio de 2010 por Rock in Rio, cuando Shakira la borr¨® del mapa pese a que entonces todav¨ªa no intimaba con ning¨²n fornido defensa central. La caribe?a se esforz¨® esta vez por dejar las cosas en su sitio, pero todo acontece de manera tan milimetrada que resulta dif¨ªcil apasionarse. La voluptuosidad y las curvas est¨¢n ah¨ª, s¨ª, tan peligrosas como Montmel¨® en tarde de lluvia. El resto, en cambio, es rutinario: el guitarreo fl¨¢cido de Shut up and dance, el reggae para turistas en Man down, ese rollito dominatrix que desbarata Darling Nikki, en origen un temazo de Prince. Y en esas llega S&M, te¨®rica exaltaci¨®n de las ataduras y dem¨¢s predilecciones s¨¢dicas, pero Rihanna termina dirimiendo una guerra de almohadas con sus bailarines. Querida doctora Ochoa: aqu¨ª se nos escapa algo.
Los frotamientos de entrepierna se intensifican con Skin, pieza en el que la antillana refocila, mala elecci¨®n, con el ¨²nico muchacho que no se hab¨ªa descamisado. Ese y otros temas (California king bed) rematan con los solos de un guitarrista de inquietante parecido con Mario Vaquerizo. Hay hueco para el rollito castrense en Raining men y Hard, en el que los danzarines terminan empu?ando unos fusiles¡ rosas. Y tambi¨¦n hay par¨¦ntesis balad¨ªstico con Unfaithful y Hate that I love you. Todo seg¨²n el canon.
El p¨²blico, m¨¢s que bailar, inmortaliza la escena con sus tel¨¦fonos inteligentes. Total, para nada: en el inabarcable universo de YouTube siempre hay alguien que lleg¨® antes. Hasta el arre¨®n final de Don¡¯t stop the music y We found love, apenas hubo aut¨¦ntico sudor en las gradas.
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