De Gregorio Ord¨®?ez y el peque?o V¨ªctor
El pasado viernes de tambores mojados, me acordaba del doctor Jean Itard y de V¨ªctor, su ni?o salvaje. Ya saben, ese ni?o del siglo XVIII encontrado en los bosques de Aveyron al que nuestro doctor se propuso ense?ar a hablar y a comportarse moralmente. Y me acordaba tras ver insertada en la prensa la esquela en memoria de Gregorio Ord¨®?ez, asesinado por ETA hace ya 17 a?os -el 23 de enero de 1995- y tras leer y escuchar a su mujer, Ana Ir¨ªbar, esa mujer con la vida en puntos suspensivos desde aquel lunes de enero en el que a su marido le congelaron a los 37 a?os, arrebat¨¢ndole el derecho a envejecer: "Cada vez que miro a su hijo me acuerdo de ¨¦l y siempre me pregunto por qu¨¦ le han privado de su presencia en los momentos m¨¢s importantes de su vida".
?El doctor Itard encerraba al peque?o V¨ªctor en un armario cada vez que hac¨ªa algo malo. Cierto d¨ªa, sin embargo, decidi¨® encerrarlo sin que lo hubiera hecho para as¨ª averiguar si hab¨ªa despertado su sentido moral. Al abrir el armario para liberarle, el ni?o mordi¨® la mano del doctor. Y el dolor de ese mordisco fue para Itard la mejor de las caricias. La huella de los dientes en su mano hablaba de que V¨ªctor pose¨ªa tanto un sentido de la injusticia como un sentido de la justicia y, en consecuencia, era un ser humano. En este sentido, la esquela de Ord¨®nez y las palabras de Ir¨ªbar son o deber¨ªan ser para la sociedad vasca, en este ambiente de pasar p¨¢gina, como el mordisco del ni?o para el doctor: una huella y un dolor necesarios. "Son heridas que no pueden cicatrizar mientras ETA no haya desaparecido del mapa y no se juzguen todos los casos pendientes. Si hay algo que me ha aportado consuelo es saber que sus asesinos han sido juzgados y que est¨¢n cumpliendo condena", nos dice Ir¨ªbar. Se sabe que siempre es m¨¢s f¨¢cil ver en las aflicciones de los dem¨¢s una desventura que una injusticia, pues es siempre m¨¢s c¨®moda la resignaci¨®n que la responsabilidad y la b¨²squeda de la culpabilidad tanto individual como social. Pero Ana Ir¨ªbar y otras tantas v¨ªctimas del terrorismo se rebelan -aunque sus heridas nunca podr¨¢n ser resta?adas- contra esa resignaci¨®n acomodaticia de "las cosas son como son", del "es lo que hay", contra las interesadas e inicuas prisas de algunos para archivarlas en el armario del olvido.
Se?alaba Jean Am¨¦ry: "Lo pasado, pasado: he ah¨ª una sentencia tan verdadera como hostil a la moral y al esp¨ªritu. La capacidad de resistencia moral incluye la protesta, la rebeli¨®n contra lo real, que es razonable s¨®lo mientras sea moral. El hombre moral exige la suspensi¨®n del tiempo; en nuestro caso, responsabilizando al criminal de su crimen. De esa guisa, este ¨²ltimo podr¨¢, consumada la revisi¨®n moral del tiempo, relacionarse con la v¨ªctima como semejante". Eso y no otra cosa son el mordisco del peque?o V¨ªctor, las palabras de Ir¨ªbar y la esquela de Ord¨®?ez.
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