Aqu¨ª vivimos gente
Este, m¨¢s que pa¨ªs para fijos, es pa¨ªs para prefijos, de modo que no hay conquista sin reconquista, ni reforma sin su contra
Vistos los Gaud¨ª, los Goya y los Oscar, lo mejor de este febrero ha sido que en abril viene Philip Glass (pero que no cunda el p¨¢nico, pues febrero, como dec¨ªa Billy Elliot, es el m¨¢s corto de todos los meses). En el largo febrero que va de nuestra ¨²ltima rep¨²blica a la actualidad, quiero decir, en esa primavera que se entrev¨¦ y que no llega, hemos evolucionado de aquel Gobierno de izquierdas que quiso hacer la reforma agraria a este de derechas que ha hecho la reforma laboral. La evoluci¨®n siempre es con cargo al portador. Sobre la derecha patria estoy leyendo El mal espa?ol. Historia cr¨ªtica de la derecha espa?ola, de Jos¨¦ Manuel Lechado (Editorial Hiru, 2011). Se trata de un libro muy interesante. Resulta que a Espa?a no se va a llegar directamente sino con cruce vuelta cruce. Este, m¨¢s que pa¨ªs para fijos, es pa¨ªs para prefijos, de modo que no hay conquista sin reconquista, ni reforma sin su contra, ni tel¨¦fono de Barcelona sin el 93 delante como en la novela de V¨ªctor Hugo. Pero a Barcelona ya le pasa eso de decir 92 y cobrar 93. De todo esto es de lo que hablamos los amigotes de Sant Adri¨¤ en el vermut, cuando nos vemos los domingos en el Ateneu, con su piano contra la pared como un ni?o castigado, y sus mesas de m¨¢rmol, picadas como la cara de Noriega, y sus carteles de representaciones teatrales de anta?o, y al fondo el sitio de los socios, que siempre son los que m¨¢s gritan. Pero ya se sabe que los espa?oles cuando se juntan es para gritar, y que el resto es f¨²tbol. Tambi¨¦n hablamos mucho (claro, el tema siempre es el mismo: lo raro que es el mundo, y la derecha m¨¢s), de Espa?a en la memoria, el programa de historia que tiene Alfonso Arteseros, el bajista de los Pop Tops, en Intereconom¨ªa (y de cuando cuenta que su primer Fender Jazz Bass se lo regal¨® Per¨®n). A m¨ª me gusta el presentador, con su aspecto tan triste y sus ojos inocentes, todo ¨¦l lleno de un ocaso que no es el de la historia a la que pertenece sino el ocaso de toda esperanza, como en Dante. Lo que m¨¢s nos fascina de Arteseros es su capacidad para no dejar hablar a los invitados, y que ni siquiera les escuche. Una vez llev¨® a Balb¨ªn para hablar de La clave, y Balb¨ªn sin poder decir palabra iba sonriendo todo el rato con benevolencia, y encogi¨¦ndose de hombros con resignaci¨®n, y dando manotazos al aire como haci¨¦ndole la ola a una causa perdida.
Salen, esturreados por
Sobre esto convers¨¢bamos el otro d¨ªa cuando de repente uno de nosotros dijo: ¡°?Hab¨¦is visto las pintadas de las casas de La Catalana?¡±. Y all¨ª fuimos de cabeza. La Catalana es un barrio, bueno lo que queda de un barrio, a la orilla del Bes¨°s, comunicado con La Mina por unos t¨²neles. Tiene, quiero decir ten¨ªa, un urbanismo muy particular, muy personal y muy bonito. Era un sitio de casitas de obra, algunas un poco barraquillas, pero la mayor¨ªa eran casas de pay¨¦s, con ventanas junto a las puertas para ver entrar y salir (que siempre es m¨¢s interesante que entrar y salir), y con cornisas y molduras de un modernismo popular rematando las fachadas. En estas calles, el suelo todav¨ªa es de tierra y los ¨¢rboles salen de ¨¦l sin necesitar pozas porque no quieren parecer presos que se escapan. Pero son ya muy pocas las casas quedan en pie, pues hace tiempo que el Ayuntamiento las est¨¢ tirando para (alg¨²n d¨ªa) levantar bloques de pisos y hacer un campo de f¨²tbol; bueno, y todas esas cosas que son el progreso, pero no el progresismo. El caso es que los vecinos que han resistido en su barrio hasta el ¨²ltimo momento han llenado ahora las fachadas de sus casas con pintadas que son gritos de orgullo y de socorro. Junto a las puertas todav¨ªa abiertas se lee escrito con pinturas negras, rojas: ¡°Aqu¨ª vivimos gente¡±, ¡°Casa habitada¡±, ¡°Aqu¨ª viven¡±, aunque tambi¨¦n es verdad que ya hay casas donde la pintada ha sobrevivido a sus moradores y lo que se ve es una pared blanca, un z¨®calo rojo, una reja negra y una puerta tapiada con ladrillos. En una pared desconchada, alguien caligrafi¨® con un pincel el art¨ªculo 3 de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos, que es el referente al derecho de los individuos a la vida, a la libertad y a la integridad de su persona. Era en esta zona de La Catalana donde hasta hace poco se organizaba por Navidad el bel¨¦n viviente, pero ya lo han trasladado al Museo de la Inmigraci¨®n. Un chavalote espigado, que lleva una camiseta deportiva naranja y unas gafas negras en la frente, repasa al sol su moto y nos explica con naturalidad, es decir, sin dolor, que a ¨¦l le toca irse dentro de dos semanas. En la fachada de su casa hay escrito: ¡°Aqu¨ª vivimos todav¨ªa¡± (cuando se publique esta cr¨®nica ya habr¨¢ transcurrido la primera semana). En otra calle, un hombre con barba juega a la pelota con su hijo de unos tres a?os y para que no les molesten, o quiz¨¢ para que no les echen, ha puesto en la entrada de la calle una barricada de ruedas grandes, cubiertas, neum¨¢ticos. Y de una casa vac¨ªa, a la que le han arrancado las puertas y las ventanas, salen, esturreados por el suelo, como lava o como un v¨®mito absurdo, montones, centenares de zapatos viejos, que llegan hasta un ¨¢rbol enorme y ofrecen una imagen alucinante, de cine o de fiebre. Rodea a esta decena de casas que resisten hasta hoy la tierra abierta, dura y seca de la zona, lejana respecto a s¨ª misma como una canci¨®n de Bob Dylan, y los postes de la luz con sus farolas como penachos abollados, y las excavadoras amarillas, que descansan en domingo detr¨¢s de las redes met¨¢licas. Me gustar¨ªa haber escrito esto con tinta invisible, pero me ha salido con pol¨ªtica visible. Son los tiempos que corren, como en la canci¨®n de Ilegales.
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