La belleza sosegada
El sexteto de Nottingham lleva al teatro Lara su pop preciosista con tintes de otro tiempo

Prohibidas las prisas cuando son los chicos de Tindersticks quienes ocupan el escenario. El reverenciado sexteto de Nottingham acumula ya dos d¨¦cadas de pop preciosista, camer¨ªstico y minucioso, pero en realidad siempre ha parecido pertenecer a un tiempo distinto del que iban se?alando los almanaques. Si ya en los noventa se inhibi¨® por completo del brit pop, el indie y dem¨¢s corrientes altisonantes, su anacron¨ªa se ha agigantado con el paso del tiempo. Porque, en efecto, el gusto por el detalle, la finura y la belleza sosegada parece una postura estrafalaria en este 2012 de nuestras angustias, calamidades y atropellos.
Seguramente sea la meticulosidad absorbente, esa irrenunciable y vana pugna por ralentizar el segundero, lo que convierta en adorable a la banda de Stuart Staples. El vetusto para¨ªso de noct¨ªvagos en que se ha convertido el teatro Lara registr¨® ayer el primero de los dos llenazos previstos para conocer los ingredientes de The something rain, noveno ¨¢lbum de nuestros protagonistas y su m¨¢s evidente regreso a la forma plet¨®rica desde los tiempos de sus fascinantes y no bautizados primeros discos. El concierto fue suculento, pero reposado hasta en los rituales m¨¢s b¨¢sicos: con las luces ya apagadas y el p¨²blico expectante, el grupo no apareci¨® en escena hasta que sonaron el tema central de la serie Firefly y una a?eja delicia (May I) de Kevin Ayers.
Har¨ªan un buen t¨¢ndem iconoclasta, bien pensado, Ayers y el bueno de Staples. El hombre que concita todas las miradas comparece con un chaleco marr¨®n nada favorecedor y se acerca al micr¨®fono de perfil, en extra?o escorzo, pero conserva a¨²n sus patillas trapezoidales y, sobre todo, esa voz majestuosa en su tristeza. Voz c¨¢lida y vulnerable a un tiempo, herida pero orgullosa, tan rica en matices que bien merecer¨ªa el estudio pormenorizado de alg¨²n experto en foniatr¨ªa.
La velada arranca con tres t¨ªtulos antiguos ¡ªel dolorido Blood, ese acercamiento al soul que fue If you're looking for a way out y el compungido xil¨®fono en Dick's slow song¡ª antes de que el repertorio de estreno se erija en protagonista casi absoluto. En tiempos de v¨¦rtigo y sinsentidos, lo dicho, nada como prolongar los silencios y aminorar el latido del metr¨®nomo. Y los nueve minutos de Chocolate representan una osad¨ªa, casi un manifiesto: hipn¨®tica m¨²sica ambiental para acompa?ar el recitado del organista David Boulter, hasta un estallido final de jazz-rock con saxo pla?idero.
Show me everything es otro buen ejemplo de lo que se cuece en escena: una pieza circular y aparentemente mon¨®tona que gana empaque (y dolor) a cada vuelta. Hasta que desembarcamos en la embaucadora This fire of autumn, extra?amente acelerada, con una l¨ªnea de bajo sinuosa y los llantos obsesivos de las guitarras. Dif¨ªcil sustraerse a la sensaci¨®n de que Bowie matar¨ªa por una canci¨®n as¨ª para abandonar su retiro. Y justo al final llegar¨ªa Medicine, el nuevo sencillo. Puro y necesario b¨¢lsamo para el alma.
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