Un martilleo gozoso
Reconocido en las enciclopedias como uno de los m¨¢s influyentes compositores en la segunda mitad del siglo XX, a Philip Glass se le qued¨® ayer peque?a la sala de C¨¢mara del Auditorio Nacional, abarrotada por ese p¨²blico variopinto al que cautiva su absorbente po¨¦tica sonora: del aficionado sesudo al joven alternativo, el osado gafapasta, antiguos militantes new age y hasta alg¨²n secretario de Estado. La ocasi¨®n lo merec¨ªa, puesto que Glass, estupendo de aspecto y digitaci¨®n a sus 75 a?os, planteaba una retrospectiva con los t¨ªtulos m¨¢s reconocibles de su Ensemble. Solo ech¨¢bamos de menos Einstein on the beach, que acab¨® aflorando fuera de programa y supuso la mejor ocasi¨®n para admirar la autonom¨ªa de manos del director musical, Michael Riesman.
Hab¨ªa comenzado la tarde con The CIVIL warS, la m¨²sica para los Juegos Ol¨ªmpicos de 1984, donde ya se agolpan esas singularidades con las que el de Baltimore ha creado escuela: repeticiones insistentes como un martilleo extra?amente gozoso, modulaciones m¨ªnimas, juegos r¨ªtmicos, arpegios en cascada. Para la segunda pieza, Music in twelve parts, ya pudimos escuchar a Lisa Bielawa, una de los cuatro teclistas, en su complementaria funci¨®n de soprano. Era la partitura m¨¢s ¨¢rida, con 10 o 15 minutos en los que Bielawa canta en corcheas re-si hasta el agotamiento, como una sirena est¨¢tica (y ext¨¢tica). Grandes aplausos.
Luego llegar¨ªa Koyaanisqatsi, obra endiablada no solo en el t¨ªtulo, pero precursora de un impactante lenguaje de cine documental. El sosiego l¨ªrico qued¨® restringido a un fragmento de El show de Truman y, sobre todo, a Fa?ades, que arranca con las notas largas y sin apenas adornos de un saxo soprano y termina desarrollando un fabuloso juego a dos voces. Sirvi¨® de colof¨®n The photographer y sus inquietantes compases quebrados.
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