Ba?o de masas en 80 minutos
El cantante afincado en Miami regresa tras doce a?os a Madrid con un concierto breve, en¨¦rgico y muy populista
A juzgar por la parafernalia promocional y el ardor de los proleg¨®menos, se avecinaba noche para la historia en el Palacio de los Deportes. Doce a?os, doce, hac¨ªa que Enrique Iglesias no nos deleitaba (el verbo puede ser objeto de debate) con sus canciones desde un escenario espa?ol, acaso porque el hijo de Julio e Isabel siempre ha sido aqu¨ª m¨¢s carne de parodia que de arrebatos pasionales o experiencias religiosas. Llam¨¦moslo expectaci¨®n, curiosidad o, sencillamente, morbo, pero 15.000 devotos de la causa ¡®enriquil¡¯ abarrotaron el pabell¨®n madrile?o con cuerpo de fiesta serrana.
Su h¨¦roe pareci¨® no escatimar esfuerzos, trajin¨® de aqu¨ª para all¨¢, presumi¨® de madre patria, se fotografi¨® con los suyos y asegur¨® que el de ayer era, con cuatro d¨ªas de antelaci¨®n, el mejor regalo de cumplea?os de su vida (el martes soplar¨¢ 37 velas). Pero a los ochenta minutos justos se despidi¨® no con maneras de Florida, sino francesas: desaparecieron ¨¦l y sus m¨²sicos, sonaron The Verve y no hubo nada m¨¢s. Ni bises, ni adioses, ni renovados juramentos patri¨®ticos. Y a m¨¢s de uno se le qued¨® cara de circunstancias.
En este tipo de conciertos, y a falta de alicientes musicales m¨¢s sustanciosos, los pre¨¢mbulos suelen invitar a un ejercicio de sociolog¨ªa elemental. El expectante pabell¨®n hab¨ªa entrado en calor con el pinchadiscos badalon¨¦s Juan Mag¨¢n, que en las pantallas gigantes se proclama ¡®The king of dance¡¯, y, con la misma l¨®gica idiom¨¢tica, invitaba a visitar su ¡®official site¡¯. Los anuncios de la marca de ron de Enrique se alternan con los del banco que ha regalado un millar de entradas para el evento. Y varias muchachas intentan vender por las gradas alg¨²n calendario de pared de nuestro ¨ªdolo. En efecto: mucho hay que idolatrar a alguien para comprarle un almanaque anual en pleno mes de mayo.
El duelo de celebridades se dirim¨ªa entre las ilustres del papel couch¨¦ (Isabel Preysler, la orgullosa mam¨¢, acompa?ada por Tamara Falc¨®) y el tenista Rafa Nadal, que provoc¨® un alboroto may¨²sculo cuando cruz¨® la pista, aun sin ser de tierra batida, a eso de las 22.15. Centenares de espectadores profer¨ªan su nombre mientras otros muchos se desesperaban al comprobar que los zooms de sus flamantes tel¨¦fonos inteligentes son una birria.
Y, por fin, lleg¨® Enriiiiiique. En aras al rigor y la posteridad, debemos cifrar la tan publicitada espera en doce a?os y media hora: hubo que aguardar hasta las 22.30 para que cayera la tela blanca y apareciese en todo su esplendor el ¨ªdolo de la camiseta entalladita, las sufridas tardes en el gimnasio, la visera de yanqui malote, la cadena prendida del vaquero y el lunar en la mejilla (ah, no; eso ya no).
El pabell¨®n opt¨® por derrochar adrenalina al ritmo de ¡®Tonight (I¡¯m loving you)¡¯, que Enrique alternaba con la versi¨®n ¡®vamos-a-lo-que-vamos¡¯ de la letra: sustituyan el rom¨¢ntico gerundio ¡®loving¡¯ por el expl¨ªcito ¡®fucking¡¯ y descubrir¨¢n un matiz sustancial. Usher le acompa?¨® desde las pantallas en el muy bailable d¨²o ¡®Dirty dancer¡¯. La supresi¨®n de la barrera idiom¨¢tica en ¡®No me digas que no¡¯ nos permite disfrutar por vez primera, en todo su esplendor, de la profundidad po¨¦tica de los textos. Y de ah¨ª, tras una muy genuina introducci¨®n flamenca, pasamos al viejo mega¨¦xito ¡®Bailamos¡¯, que en castellano de Miami se pronuncia, como bien es sabido, ¡®Bailam¨®s¡¯.
La puesta en escena de este espect¨¢culo para p¨²blicos latinos masivos cumple con todos los requisitos (tambi¨¦n llamados arquetipos). Confluyen el guitarrista morenazo y el de cr¨¢neo rapado, la corista de melena leonina y el percusionista que presume con la camiseta de Iker Casillas. Hay hueco tambi¨¦n, por supuesto, para la metaf¨ªsica confesional. ¡°C¨®mo pasan los a?os, Espa?a¡±, musita Enrique. ¡°Tengo que admitir que estoy algo nervioso. Los tiempos est¨¢n un poquito dif¨ªciles. ¡®Thank you¡¯, muchas gracias. Es un orgullo ser espa?ol¡±. Y despu¨¦s del hispano palpitar, una balada: ¡®Cuando me enamoro¡¯ (o ¡®Cuando me enamor¨®¡¯, ya saben), una bachata donde, al menos, se nota la mano de Juan Luis Guerra.
El momento m¨¢s delirante, o enternecedor, o surrealista de la noche se produce cuando Iglesias escruta entre las primeras filas en busca de un invitado especial. Miguel ?ngel, un guaperas cartagenero de 19 a?os, es agraciado con subir al escenario y termina convocando tambi¨¦n a su se?ora madre, do?a Carmen, de 43. Los tres brindan con ron y el chaval, envalentonado, canta ¡®Rhythm divine¡¯ movi¨¦ndose como un artistazo por la pasarela. Los quince minutos de fama sobrevenida se completan con la versi¨®n a tr¨ªo de ¡®La chica de ayer¡¯; para entonces, los chupitos previos ya derivan en lingotazos a morro de la botella.
Entrado en calor, sea por efecto de las endorfinas o las bebidas espiritosas, no hay quien detenga a Iglesias en su indisimulado ba?o de multitudes. ¡®D¨ªmelo¡¯, su versi¨®n en castellano de ¡®Do you know¡¯, la interpreta desde los grader¨ªos; primero a su izquierda, luego a la derecha y finalmente en el centro, sometido a una abrumadora tormenta de confeti. Otro tanto de lo mismo sucede con ¡®I like how it feels¡¯, grabada con Pitbull y bailonga como si el mism¨ªsimo David Ghetta se hubiese colado en esta improvisada macrodiscoteca poligonera.
El cupo de (recurrentes) sorpresas se complet¨® cuando Enrique se traslada a un segundo escenario en medio de la pista y convoca a una muchacha para un ¡®agarrao¡¯ en ¡®H¨¦roe¡¯. La chica vest¨ªa una camiseta con la bandera brit¨¢nica, pero nuestro espa?ol¨ªsimo protagonista no quiso ponerse tiquismiquis. Al contrario, pidi¨® prestadas varias c¨¢maras y se retrat¨® con cara de foto y la V de Victoria dibujada en la mano diestra.
¡®I like it¡¯ sirvi¨® para desencadenar una lluvia de globos con las iniciales EI (no confundir con ¡®Hey!¡¯). Y la repetici¨®n de ¡®Tonight¡¯, esta vez ya primando el ¡®Fucking¡¯ sobre el ¡®Loving¡¯, propici¨® la afrancesada despedida. Deb¨ªa ser un sibilino mensaje cifrado: m¨¢rchense a sus casas y decidan cu¨¢l de los dos gerundios llevan a la pr¨¢ctica. Enrique tambi¨¦n regres¨® a sus aposentos, qui¨¦n sabe si hasta 2024. Pero la de entonces ser¨¢ otra ocasi¨®n hist¨®rica. Seguro.
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