¡®Eppur si muove¡¯
Hay un dato en una encuesta reciente publicada por un medio vasco que me ha llamado la atenci¨®n. Los resultados generales de la encuesta no difieren de lo que ya es m¨¢s o menos sabido, y apenas me hubiera detenido en ellos si el an¨¢lisis de las respuestas a una de las preguntas no resultara tan novedoso en s¨ª mismo y en lo que nos revela. Se les pregunta a los encuestados si son partidarios de que los presos de ETA reciban beneficios penitenciarios y lo novedoso de la entrega est¨¢ en que junto a los resultados generales se nos ofrece un an¨¢lisis de las respuestas por franjas de edad. Y los datos del an¨¢lisis son sorprendentes, tanto como para llevarme a pensar que, m¨¢s all¨¢ del ruido incontenible que nos remite a una sociedad estancada, algo se ha movido ya entre nosotros. S¨¦ que conviene ser cautos con este tipo de encuestas, pero la inversi¨®n que se da en los resultados entre viejos y j¨®venes invita a pensar que nos hallamos ante una ruptura generacional de contenido insospechado. El resultado general de la respuesta a la pregunta es el de que un 34% de los encuestados se opone a la concesi¨®n de esos beneficios. Pues bien; en el an¨¢lisis por franjas de edad ese porcentaje se eleva al 47% entre los j¨®venes de 18 a 25 a?os, y a un 43% entre los de 26 a 34 a?os. A partir de esas edades los porcentajes caen y entre los mayores de 65 a?os es de un 28%.
Tal vez esas cifras nos hablen de un salto significativo en la forma de abordar la realidad desde la experiencia, que resulta ya sustancialmente diferente entre las generaciones que protagonizaron la Transici¨®n y las posteriores. Si ETA fue para las primeras un fen¨®meno en carne viva a la que prestaron su adhesi¨®n o su aturdimiento, para las segundas es posible que sea ya un fen¨®meno extra?o. Ha bastado con que ETA dijera que lo dejaba para que entre las j¨®venes generaciones, que las ten¨ªamos por las m¨¢s adictas, se haya convertido en una nebulosa. Pero hay algo m¨¢s en ese dato que quiz¨¢ sea elocuente, algo que nos remite a la concepci¨®n de la justicia que puedan compartir esas j¨®venes generaciones.
Era frecuente entre nosotros el uso de un doble rasero para valorar la delincuencia pol¨ªtica y la delincuencia com¨²n, diferencia que a¨²n se puede apreciar en la encuesta que comentamos. Si se hubiera preguntado en ella por los beneficios a otorgar a los convictos por algunos de los asesinatos cometidos recientemente en nuestra comunidad, es casi seguro que las respuestas negativas hubieran superado con creces ese 47% de los j¨®venes de la muestra. Es tambi¨¦n posible que estos j¨®venes est¨¦n aplicando ya ese criterio que no hace distingos a los etarras condenados por sus asesinatos. De ser as¨ª, ser¨ªa una muestra definitiva de ese cambio generacional en el ¨¢mbito de la experiencia al que apuntamos, cambio que conllevar¨ªa una distinta valoraci¨®n moral del asesinato, al margen ya de la intencionalidad que se le atribuya. Se mueve, es evidente.
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