Demasiado humano
El miedo es inevitable, insalvable, infinito, porque siempre es terror¨ªfico encontrarse a merced de los otros, tengan un rifle o una toga
Justicia es una palabra vol¨¢til, que puede esfumarse en nada con s¨®lo abrir el frasco que la contiene. Todos guardamos en nuestro interior un concepto aproximado de lo que ese t¨¦rmino significa, pero en el momento de aplicarlo a las cosas concretas, las escalas var¨ªan y se vuelven ambiguas, pierden precisi¨®n, yerran. Plat¨®n afirm¨® que quien conoce la Justicia, mayusculada, jam¨¢s podr¨¢ equivocarse a la hora de dirimir; el problema es que la Justicia est¨¢ ah¨ª, en lo alto, blindada en un universo irrompible de esencias y cosas sobrenaturales, que los ojos de los hombres de carne y hueso apenas tienen ocasi¨®n de atisbar. Por eso ser juez es una profesi¨®n tan dif¨ªcil, exigente: quiz¨¢ la profesi¨®n m¨¢s alta que cabe. En teor¨ªa, el juez ha de aislarse en una especie de nirvana apartado de todo contexto espacial, temporal, cultural y de cualquier otro tipo que implique sesgos o ataduras, y acceder en solitario al coraz¨®n de la verdad que a los dem¨¢s se nos niega: ese justo, complicad¨ªsimo punto gravitatorio en que el fiel de la balanza permanece en posici¨®n horizontal. Algunos consiguen alcanzar ese nirvana despu¨¦s de profusos ejercicios, pero esos, como sab¨ªa bien el Buda, son los menos. La mayor¨ªa trata de conciliar la b¨²squeda y el ejercicio de la justicia con la vida de todos los d¨ªas, decidiendo sus sentencias en raz¨®n de sus gustos e inclinaciones, intentando, eso s¨ª, no pisar rayas amarillas que puedan conducirle fuera de la carretera. Somos humanos, y los jueces tambi¨¦n; quien de verdad se crea que el juez resuelve empleando una esquina de su intelecto o de su cualidad moral tapiada de aquellas otras con que conversa con los amigos o se enfurece con el vecino, es que conoce poco a sus cong¨¦neres. Por tanto, es natural que los jueces se equivoquen: es cuando el humano se vuelve demasiado humano.
Pero claro, pensar en cosas de estas da un poquito de miedo. En manos de qui¨¦n se halla uno cuando acude a un tribunal, qu¨¦ puede decidir sobre m¨ª un se?or que no conozco de nada y al que a lo mejor no le gustan mis pelos largos, o mis tatuajes, o mi perrito pekin¨¦s, o el modo que tengo de tartamudear cuando las palabras no me salen. Ahora va uno y se encuentra con alguien como este magistrado de Sevilla, Francisco Serrano, inhabilitado por alterar el turno de custodia de un ni?o para que saliera en una procesi¨®n de Semana Santa, y puede hallarse en un aprieto; porque a m¨ª la Semana Santa me repatea las tripas, la encuentro cateta, cutre y retr¨®grada, y si este se?or se entera, este sujeto que evit¨® devolver a un hijo a su madre para que caminara vestido de negro detr¨¢s de una imagen, ?juzgar¨¢ con benevolencia mis pretensiones a la herencia de mi abuelo, o el altercado con mi mujer en que le grit¨¦ m¨¢s alto de la cuenta? Si este individuo llega a saber que he firmado art¨ªculos en la prensa meti¨¦ndome con la judicatura, con las cofrad¨ªas, con la Guardia Civil, con el alcalde en el trono y la sombra de la Giralda, ?considerar¨¢ que tengo los mismos derechos a gozar de la Justicia, que en principio es id¨¦ntica para todo hijo de vecino, que cualquier desconocido con n¨¢uticos que se entere de las noticias por los peri¨®dicos del abecedario? El miedo es inevitable, insalvable, infinito, porque siempre es terror¨ªfico encontrarse a merced de los otros, tengan un rifle o una toga. Y los otros son tambi¨¦n siempre los mismos, tengan rifle o toga, luzcan una corbata o una camiseta hecha jirones. Y ya puestos, por cierto, prefiero que vistan esa toga, con todos sus defectos, a que se sienten en los esca?os de un jurado popular: al menos el dado se tira una sola vez y no doce y acabamos antes.
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