Una terapia irrefutable
Hugh Laurie llena el Price y demuestra, con un repertorio de Nueva Orleans y un desparpajo abrumador, que es mucho m¨¢s que el Doctor House
?Actor que canta, vocalista que escribe o novelista que act¨²a? S¨ª, ya sabemos que Hugh Laurie debe su condici¨®n de millonario al doctor House, un gru?¨®n con el que quiz¨¢s hiciera buenas migas. Pero si su carrera musical es un capricho de nuevo rico, benditos los ricos que se encaprichan con discos honros¨ªsimos en vez de engordar su cartera burs¨¢til. Laurie demostr¨® anoche un desparpajo abrumador para un te¨®rico principiante y generosos conocimientos en el noble arte del blues: Ray Charles, Leadbelly, Mahalia Jackson, Turner Layton, Professor Longhair o Jimmy Rogers pasaron por sus manos sin que mancillara la memoria de ninguno.
De acuerdo, Laurie es House y, de no ser por ese peque?o detalle, dif¨ªcilmente Warner habr¨ªa financiado el disco de un debutante cincuent¨®n ni el Price registrado, con un repertorio proveniente de Nueva Orleans, uno de sus escasos llenazos estivales. Pero no neguemos a este antrop¨®logo de Oxford una brillantez que trasciende el sarcasmo de sus di¨¢logos televisivos. Hugh es un seductor nato que abduce al auditorio con destellos de humor brit¨¢nico y esa voz que se dir¨ªa macerada durante d¨¦cadas en whisky de malta. Y que canta con la ¨¢cida elegancia de Dr. John o, a¨²n mejor, del inmenso Georgie Fame, al que terminar¨ªa homenajeando con una lectura de Yeah yeah.
Personificaci¨®n del madurito interesante ¨Cencorbatado, canoso, elegant¨®n-, Laurie se sienta frente al piano algo encorvado, pero con la naturalidad de quien, en el sal¨®n de casa, ameniza a los amigos tras haberles servido una abundante ronda de escoc¨¦s. Cuenta que solo estudi¨® el instrumento durante dos infaustos meses, a los seis a?os, pero su gusto es admirable. En esos dedos hay swing y sentimiento, igual que en la preciosa orfebrer¨ªa que sus acompa?antes enarbolan con acordeones, mandolinas, arm¨®nicas, clarinetes, dobros y dem¨¢s suculencias t¨ªmbricas.
House juega con ventaja, sin duda. Es animal esc¨¦nico y cautiva al p¨²blico con sus travesuras (bailando como un saltimbanqui en Junko¡¯s partner, repartiendo chupitos de whisky entre los m¨²sicos) o con sus discursos did¨¢cticos (?sab¨ªan que el autor de Unchain my heart vendi¨® la partitura por 50 d¨®lares para comprar hero¨ªna?). Pero el valor terap¨¦utico de sus sesiones es irrefutable. Solo falta descubrir si Hugh esconde en el caj¨®n composiciones propias. No descartemos nada, por si acaso.
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