Un buscador de sue?os
Una noble corrida de Parlad¨¦ permiti¨® que Morante volviera a encontrarse con la inspiraci¨®n; Ponce triunf¨® con un toro de bandera, y Castella cort¨® una oreja.

Morante es un buscador de sue?os y un artista irregular en s¨ª mismo por tan dif¨ªcil que es su cometido. Un torero con capacidad para fabricar instantes de felicidad. ?Qu¨¦ don m¨¢s grande, destinado solo a unos pocos elegidos! Y, ayer, en Almer¨ªa le aflor¨® la sonrisa ¡ª¨¦l, de suyo, siempre tan circunspecto¡ª, y despleg¨® sus entra?as y dio paso a eso que los humanos llamamos inspiraci¨®n y que no siempre llega en tromba ni en la cantidad necesaria para cincelar una obra de arte.
Abri¨® su capote Morante en su primero y traz¨® tres o cuatro ver¨®nicas, cargadas de buenas intenciones, aceleradas, quiz¨¢, y cerr¨® el detalle, primero, con una primorosa media; y no satisfecho con ella, volvi¨® a las andadas, y otra media, esta de gracia plena y honda, cerr¨® el sue?o primero.
El picador se limita a se?alar lo que quiso ser un puyazo y nada fue, y el artista cuida con mimo a su oponente. Y lo cita, entonces, por chicuelinas: una, dos y tres, con toda parsimonia, lentas, enrosc¨¢ndose el capote en la cintura, plenas de esa belleza no descriptible.
Morante de la Puebla desgran¨® destellos de insuperable belleza
El animal, chiquit¨ªn y nobil¨ªsimo, acude templado en banderillas, y ya est¨¢ Morante, muleta en mano, dispuesto, pegado a tablas, y el p¨²blico expectante. Y se oye ese runr¨²n inexplicable que aventura el descubrimiento de un misterio. Unos ayudados iniciales, un molinete, y otro de pecho, atisbos de filigrana. Y comienzan entonces las dudas del artista, los preparativos, un cambio de terrenos, parece que no le gusta la muleta, y surge un derechazo ce?ido. ¡°?Morante, ¡ªdice una voz popular¡ª que he venido de Sevilla a verte¡±. Volvemos a empezar: dos molinetes y la muleta en la izquierda, y surgen dos naturales largos, con la suerte cargada, en redondo, como deben ser, y la r¨²brica del de pecho. Y vuelve a buscar, pero no halla. El toro se apaga, y el torero desiste y se acerca a las tablas para tomar la espada. Pero los tendidos se rompen las manos, levanta la cara el torero, sonr¨ªe y vuelve al toro. Nacen otros tres naturales verdaderos y un desplante, y todo sabe a gloria. Y se acab¨®; mata de una estocada con s¨ªntomas de bajonazo y se le concede una oreja por el sue?o imaginado y, por instantes, gozado. Ah¨ª qued¨® la irregular belleza del artista, esa gota de inspiraci¨®n que es pura miel en los labios. Y todos tan contentos.
No hubo quinto toro. Es decir, lo hubo, pero no sirvi¨®; apagado y con poca clase. Morante volvi¨® a su serio semblante natural. Lo intent¨® por ambas manos, pero era evidente que no le gustaba.
Vuelta al ruedo al cuarto, al que Ponce cort¨® las dos orejas
Huida la inspiraci¨®n, lleg¨® el turno de los humanos. Las dos orejas le cort¨® Ponce al cuarto, un torete de extraordinaria movilidad, nobleza y fijeza en la muleta a la que no se cans¨® de embestir. Y el torero dio muchos, muchos pases, en su mayor¨ªa con la mano derecha, limpios, f¨¢ciles, faltos de gracia y de hondura. Fue la t¨ªpica faena de un torero industrial, con capacidad para estar toreando una eternidad y no decir nada. El toreo en l¨ªnea recta, fuera cacho y despegado podr¨¢ ser producto de una t¨¦cnica depurada, pero nada tiene que ver con la profundidad que exig¨ªa la exquisita nobleza de ese toro. Hubo cantidad, pero escasa calidad. Fue Ponce en estado puro, que tiene la cualidad de entusiasmar a los tendidos sin dejar nada para el recuerdo. Hubo un conato de petici¨®n de indulto que no prosper¨®, y, a pesar de que fall¨® con la espada, le concedieron las dos orejas, que fue un premio excesivo, mientras al toro le daban la vuelta al ruedo.
Una sombra de s¨ª mismo fue en el primero, amuermado de salida, que miraba a la muleta sin intenci¨®n alguna de perseguirla y ped¨ªa a gritos que lo dejaran en paz. Ponce insisti¨® en ponerse bonito delante del cad¨¢ver, y su labor result¨® impropia de una figura del toreo.
El problema de Sebasti¨¢n Castella es que con estos toros, muy justitos de presencia, y tan nobles que parecen de juguete, no brilla nada. Su tipo de toreo resulta atractivo ante toros poderosos, y no dice nada cuando el carret¨®n le est¨¢ pidiendo a gritos una bocanada de la gracia que carece. Es de reconocer su entrega y su voluntad de triunfo, pero da pases y pases y la gente espera al de pecho para aplaudir.
La verdad es que tuvo suerte con el lote, y su labor fue tan pulcra como carente de la calidad exigida en momentos as¨ª. Es verdad, no obstante, que este tipo de toro permite estar con m¨¢s tranquilidad, pero la incuestionable valent¨ªa de Castella destaca con otros hierros. ?l dir¨¢ que a nadie le amarga un dulce, y tendr¨¢ raz¨®n; pero a la vista est¨¢ que cada cual debe lidiar el toro para que ¨¦l est¨¢ m¨¢s capacitado.
Cerrada ya la noche, Ponce sali¨® a hombros. Los n¨²meros no saben de sentimientos.
PARLAD?/PONCE, MORANTE, CASTELLA
Toros de Parlad¨¦, muy justos de presentaci¨®n, mansos, nobles, blandos y descastados. Destac¨® el sexto, y excelente por su movilidad y fijeza el cuarto, premiado con la vuelta al ruedo.
Enrique Ponce: bajonazo (palmas); pinchazo y estocada baja (dos orejas).
Morante de la Puebla: estocada baja (oreja); pinchazo y estocada (palmas).
Sebasti¨¢n Castella: estocada baja (ovaci¨®n); estocada muy baja (oreja).
Plaza de Almer¨ªa. 23 de agosto. Tercera corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada.
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