La serpiente por la cola
¡°Dicen que Omar se ha convertido en una cobra¡±, musit¨® el excazador Jorge de Pallej¨¢ en Alta?r
Ah¨ª estaba yo con la serpiente agarrada por la cola y suspendida en el extremo de mi brazo estirado. Una situaci¨®n comprometida. Trataba de izarse hasta mi mano y morderme, pero yo lo imped¨ªa con un h¨¢bil giro de mu?eca, hop, que volv¨ªa a dejar al animal colgando inerte sin poder alcanzarme. No era una cobra ni una taip¨¢n, sino una gran culebra verde inofensiva que hab¨ªa aparecido inopinadamente a la puerta de mi casa en el Montseny, pero ni esas hace gracia que te muerdan y a los observadores corrientes les impresionan igual. Mi hija mayor me miraba boquiabierta: perdido ya todo ascendiente sobre ella, al menos me reinventaba como padre domador de serpientes. Me alegr¨® volver a sorprender en su mirada un destello de admiraci¨®n, o quiz¨¢ era solo la expectaci¨®n de ver si me mord¨ªa.
El truco, como todo lo absurdo de esta vida, lo hab¨ªa aprendido en un libro, el ¨²ltimo publicado en Espa?a de Kenneth Cook, El lagarto astronauta (Sajal¨ªn Editores, 2012), otra asombrosa y desopilante colecci¨®n de historias del finado (1987) autor australiano que nos regal¨® El koala asesino. Cook, que en varios de sus relatos se muestra como un involuntario Gerald Durrell de las ant¨ªpodas, obligado por las circunstancias a lidiar con la exc¨¦ntrica fauna australiana ¡ªanimales que van de lo enervante a lo letal, del wombat al cocodrilo de estuario de 10 metros de longitud pasando por el canguro atropellado que se resiste tercamente a morir¡ª, explica en Serpientes muy perturbadas que en una excursi¨®n con un amigo entusiasta de esos reptiles se vio en la tensa situaci¨®n de tener que aguantar una venenos¨ªsima serpiente tigre en una mano mientras con la otra sosten¨ªa un segundo esp¨¦cimen en el extremo de un palo en tanto el camarada trataba de capturar a un tercer bicho, una rara y a¨²n m¨¢s peligrosa serpiente manchada de Mulga. Cook sobrevive, aunque sudando mucho, realizando h¨¢bilmente ese giro de mu?eca que mantiene los colmillos alejados de ¨¦l aunque no sin que el amigo le reproche encontrarse en un gran estado de miedo que, dice, entristece mucho a las serpientes. ¡°Y es notorio que una serpiente triste es una serpiente peligrosa¡±.
Ese relato y otros del cobarde australiano ¡ªsin duda uno de los nuestros¡ª mencionan a la abigarrada tropa de los hombres serpiente, toda una tradici¨®n secular en el continente con una serie de personajes tan pintorescos como Blackie, ¡°que no sab¨ªa que no se puede coger serpientes bebido¡±, pues odian el alcohol (no se qu¨¦ decirles: yo siempre las manipulo extremadamente sobrio), o Charlie, que ignoraba que no se debe dar de comer sapos de ca?a a los taipanes porque ¡°se ponen enfermos y malhumorados¡± (los taipanes; los sapos, ni te digo). Uno de los libros m¨¢s asombrosos que he adquirido recientemente es precisamente Snakes alive!, de John Cann (Kangaroo Press, 1986), que explica con detalle la aventura de esa estrafalaria saga de manipuladores de serpientes, feriantes y vendedores ambulantes de ant¨ªdotos que por lo visto han medrado en Australia, y siguen haci¨¦ndolo. Entre los snakeman, Harry Deline, al que mat¨® una v¨ªbora mordi¨¦ndole en la yugular durante un show en 1913; John Stephen, retirado tras morderle una taip¨¢n en la lengua, o el profesor Hullar, que suger¨ªa emplear sanguijuelas para extraer el veneno de las mordeduras y que muri¨® ¡ªno precisamente de muerte natural¡ª durante un interesante espect¨¢culo en el que sosten¨ªa a una serpiente tigre con los dientes (!). Lo que me recuerda que en mi libro de cabecera del cuidado de serpientes, Good snakekeeping, de Philip Purser (THF, 2010), se subraya que ¡°nunca debes besar a tu serpiente o poner ninguna porci¨®n de su cuerpo en tu boca¡± (?).
¡°Conviv¨ªa con montones de serpientes, aseguraba que las cobras son listas como perros y en cambio las v¨ªboras cornudas est¨²pidas, ?qu¨¦ cosa!¡±
Aprecio especialmente el libro porque, aparte de brindar tan excelentes consejos, ha sido un regalo de Jorge de Pallej¨¢ (1924), el notable escritor y excazador de leones, b¨²falos y elefantes, autor de t¨ªtulos ya legendarios como Simba y Al sur del lago Tchad. Pallej¨¢ es el segundo hombre que conozco personalmente que m¨¢s leones ha cazado. El primero es Sir Wilfred Thesiger. Mi desaparecido t¨ªo Armando les supera a ambos en jaguares, pero era m¨¢s bajo.
En su nuevo libro, Los hijos de Cam (Sirpus, 2012), una colecci¨®n de cuentos, relatos y recuerdos, presentado precisamente la semana pasada en Alta?r, Pallej¨¢ hace algunas alusiones a las serpientes (hay una estupenda historia sobre una mamba negra: por cierto, he le¨ªdo que tienen la desconcertante y molesta costumbre de meterse en los lavabos). A petici¨®n del p¨²blico, Pallej¨¢, que hace muchos a?os que es un sincero arrepentido de la caza y entusiasta conservacionista, habl¨® sobre el elefanticidio del Rey y, fino diplom¨¢tico, dijo que si el Monarca consider¨® que deb¨ªa disculparse, no ser¨¢ ¨¦l quien le lleve la contraria.
Fue en el mismo acto el jueves cuando Pallej¨¢ me explic¨® una misteriosa historia digna de Kipling. ¡°Omar ha desaparecido y dicen que se ha convertido en serpiente¡±. El escritor me hab¨ªa hablado ya de Omar, al que conoci¨® en uno de sus aventureros viajes en moto por el norte de ?frica, almorzando un d¨ªa en el Giardinetto. Era un encantador de serpientes, un aisaui, como los llaman en Marruecos, que viv¨ªa en en una chabola en Fort Bou Jerif, en Guelm¨ªn, la puerta del S¨¢hara y el centro principal de la caza de serpientes para manipularlas. Era europeo y se dec¨ªa que hijo de un oficial nazi refugiado. Seg¨²n Pallej¨¢, se parec¨ªa enormemente a Peter O¡¯Toole en su avatar de Lawrence de Arabia. ¡°Conviv¨ªa con montones de serpientes, aseguraba que las cobras son listas como perros y en cambio las v¨ªboras cornudas est¨²pidas, ?qu¨¦ cosa!¡±. El bi¨®logo Jos¨¦ A. Valverde habla de algunos aisauis famosos a los que conoci¨® en sus expediciones, como el viejo Nayi Mohammed, que se amput¨® ¨¦l mismo un dedo con su azad¨®n al morderle una cobra a la que molest¨® mientras copulaba (la cobra), o Al¨ª el loco. La muerte, anota el profesor Valverde, no es rara en la profesi¨®n.
Pensando en los aisauis, en los snakeman australianos, en el amigo Pallej¨¢ y en Omar ¡ªqui¨¦n sabe si no era ¨¦l a quien ten¨ªa atrapado por la cola¡ª, yo segu¨ªa sujetando mi culebra, dejando resbalar sus escamas en torno a mi mu?eca como quien da la vuelta a un reloj de arena. La serpiente en la mano, tratando de morder mientras procuras mantenerla a distancia, es una buena met¨¢fora de estos tiempos convulsos, de este mundo sembrado de peligros en el que solo cabe vivir intensamente, preparado para todo.
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