El viejo (sabio), el ni?o (aplicado) y el mar (brav¨ªo)
Tras un programa cl¨¢sico se escond¨ªan juegos de relaciones enormemente atractivos La orquesta estrenaba director y a las dos figuras solistas les separaban 55 a?os
A la antigua usanza. El programa en torno a Beethoven de la Filarm¨®nica de M¨²nich ayer en el Auditorio, dentro de los ciclos de Iberm¨²sica, estaba dise?ado seg¨²n los c¨¢nones m¨¢s tradicionales: una obertura, un concierto para instrumento solista y orquesta, una sinfon¨ªa. Era algo que daba seguridad para comprobar varios juegos de relaciones enormemente atractivos: la orquesta con su nuevo director; las dos figuras solistas con una diferencia de 55 a?os. En todos los cruces era esencial el papel de Lorin Maazel, un director musical sabio, con una t¨¦cnica deslumbrante, de los pocos en el panorama actual que pueden brindar interpretaciones en el umbral de la genialidad.
La relaci¨®n de orquesta y director nos lleva a El viejo y el mar, de Hemingway. Maazel suele venir a Madrid con un estado de enorme concentraci¨®n, especialmente despu¨¦s de su Bolero, de Ravel, con la Filarm¨®nica de Viena, de curioso recuerdo. Es la primera vez que se presentaba en estos ciclos con la Filarm¨®nica de M¨²nich, justamente esta temporada en la que ha asumido su titularidad, despu¨¦s de su marcha de Valencia (?qu¨¦ irresistible poder de fascinaci¨®n tiene M¨²nich para que Carlos Padrissa, de La Fura dels Baus, estrene all¨ª una ¨®pera del muniqu¨¦s Jorg Widmann, o para que Javi Mart¨ªnez deje el Athletic y se vaya a jugar al Bayern?).
M?NCHNER PHILHARMONIKER
Director: Lorin Maazel. Solista de viol¨ªn: Michael Barenboim. Beethoven: Obertura Egmont, Concierto para viol¨ªn, Quinta sinfon¨ªa. Iberm¨²sica. Auditorio Nacional, 21 de noviembre
La Filarm¨®nica de M¨²nich no se mostr¨® como un mar en calma sino como un mar brav¨ªo. Estuvieron colosales, secci¨®n por secci¨®n, instrumentista a instrumentista. En Madrid es una orquesta asociada sobre todo a Celibidache ¡ªqu¨¦ Bruckner, qu¨¦ Brahms¡¡ª y m¨¢s recientemente a Thielemann. Con Maazel, visto lo visto ayer, parece que han vuelto a hacer una buena elecci¨®n. La Quinta de Beethoven tuvo una fuerza arrolladora, estuvo exquisitamente matizada en todos los contrastes din¨¢micos y alcanz¨® un gran nivel de calidad interpretativa. La obertura de Egmont fue un aperitivo sustancioso.
El concierto para viol¨ªn nos lleva a otro tipo de asociaciones, las del viejo y el ni?o, como en la pel¨ªcula de 1967 de ese t¨ªtulo de Claude Berry. Michael Barenboim tiene un sonido dulce, un fraseo delicado, una sensibilidad imaginativa para las cadencias. Maazel puso a la orquesta a su disposici¨®n en una aut¨¦ntica lecci¨®n magistral de acompa?amiento, adapt¨¢ndose en todo momento a su valoraci¨®n de los tempos, a su creatividad, a su volumen, incluso a su color.
Era un di¨¢logo generacional, con complicidades m¨¢s desde la admiraci¨®n que desde una identificaci¨®n al pie de la letra. El joven violinista sald¨® su actuaci¨®n con un ¨¦xito m¨¢s que notable. Pero la noche era de Maazel. Gestualmente su vocabulario es de una gran riqueza, arquitect¨®nicamente domina su territorio con un conocimiento y una profundidad al alcance de muy pocos. Y as¨ª la perfecci¨®n se sinti¨® cercana. No siempre es as¨ª, pero ayer el maestro estaba con ganas y todo sali¨® a pedir de boca. Hoy es el turno de Wagner, Debussy y Stravinski. Como dicen los taurinos ¡°que Dios reparta suerte¡±.
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